Ernesto Sabato - Sobre héroes y tumbas

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Sobre héroes y tumbas es una novela escrita por el escritor argentino Ernesto Sabato, de quien sea quizá su obra más conocida. Publicada en 1961, ésta irrumpe en el panorama de la literatura latinoamericana aglutinando una variedad de elementos que la distinguen entre las ficciones de América del Sur. De este modo, es frecuentemete considerada como una novela total, con rasgos de surrealismo inusitados en la literatura latinoamericana (especialmente en la sección de "El Informe sobre ciegos"). Buena parte de su trama puede insertarse también en la tradición de la Bildungsroman ("novela de formación") de la que se cuentan varios ejemplos en la literatura alemana. Por otro lado, la descripción de una familia retratada a través de una largo lapso temporal con tintes decadentes, emparenta temáticamente esta novela con las ficciones de Faulkner y García Márquez.

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Repentinamente pareció dormitar, con un leve estertor.

– ¿General? ¿Qué general? -preguntó Martín a Alejandra.

– Lavalle.

No entendía nada: ¿un teniente inglés a las órdenes de Lavalle? ¿Cuándo?

– La guerra civil, tonto.

Ciento setenta y cinco hombres, rotosos y desesperados, perseguidos por las lanzas de Oribe, huyendo hacia el norte por la quebrada, siempre hacia el norte. El alférez Celedonio Olmos cabalgaba pensando en su hermano Panchito muerto en Quebracho Herrado, y en su padre, el capitán Patricio Olmos, muerto en Quebracho Herrado. Y también, barbudo y miserable, rotoso y desesperado, cabalga hacia el norte el coronel Bonifacio Acevedo. Y otros ciento setenta y dos hombres indescifrables. Y una mujer. Noche y día huyendo hacia el norte, hacia la frontera.

La mandíbula inferior cuelga y temblequea: "Tío Panchito y abuelo lanceados en Quebracho Herrado", murmura, como asintiendo.

– No entiendo nada -dice Martín.

– El 27 de junio de 1806 -le dijo Alejandra-, los ingleses avanzaban por las calles de Buenos Aires. Cuando yo era así -puso una mano cerca del suelo- el abuelo me contó la historia ciento setenta y cinco veces. La novena compañía cerraba la marcha del famoso 71 (¿por qué famoso?). No sé, pero así decían. Creo que nunca lo habían vencido, en ninguna parte del mundo ¿comprendes? La novena compañía avanzaba por la calle de la Universidad (¿de la Universidad?). Pero sí, zonzo, la calle Bolívar. Te cuento como el viejo, me lo sé de memoria. Al llegar a la esquina de nuestra Señora del Rosario, Venezuela para los atrasados, pasó la cosa (¿qué cosa?). Espera. Tiraban de todo. Desde las azoteas, quiero decir: aceite hirviendo, platos, botellas, fuentes, hasta muebles. También baleaban. Todos tiraban: las mujeres, los negros, los chicos. Y ahí lo hirieron (¿a quién?). Al teniente Patrick, hombre, en esa esquina estaba la casa de Bonifacio Acevedo, abuelo del viejo, el hermano del que después fue general Cosme Acevedo (¿el de la calle?), sí, el de la calle: es lo único que nos va quedando, nombres de calles. Este Bonifacio Acevedo se casó con Trinidad Arias, de Salta -se acercó a una pared y trajo una miniatura y a la luz del quinqué, mientras el viejo parecía asentir a algo remoto con la mandíbula colgando y los ojos cerrados, Martín vio el rostro de una mujer hermosa cuyos rasgos mongólicos parecían el murmullo secreto de los rasgos de Alejandra, murmullo entre conversaciones de ingleses y españoles-. Y esta muchacha tuvo una pila de hijos, entre ellos María de los Dolores, y Bonifacio, que después sería el coronel Bonifacio Acevedo, el hombre de la cabeza.

Pero Martín pensó (y así lo dijo) que cada vez entendía menos. Porque ¿qué tenía que ver con todo ese barullo el teniente Patrick, y cómo había muerto a las órdenes de Lavalle?

– Esperá, zonzo, ahora viene la combinación. ¿No oíste al viejo que la vida es más embrollada que negocio de turco? El destino esta vez era un negro grandote y feroz, un esclavo de mi tataratatarabuelo, un negro Benito. Porque el Destino no se manifiesta en abstracto sino que a veces es un cuchillo de un esclavo y otras veces es la sonrisa de una mujer soltera. El Destino elige sus instrumentos, en seguida se encarna y luego viene la joda. En este caso se encarnó en el negro Benito, que le encajó una cuchillada al tenientito con la suficiente mala suerte (según el punto de vista del negro) que Elmtrees pudo convertirse en Olmos y yo pude existir. Yo estuve pendiente, como se dice, de un hilo de seda y de circunstancias muy frágiles, porque si el negro no oye los gritos que desde la azotea daba María de los Dolores, ordenando que no lo ultimara, el negro lo liquida en forma perfecta y definitiva, como eran sus deseos, pero no los del Destino, que aunque se había encarnado en Benito no opinaba exactamente como él, tenía sus pequeñas diferencias. Cosa que sucede muy a menudo, porque claro, el Destino no puede andar eligiendo en forma tan ajustada a la gente que le va a servir de instrumento. Del mismo modo que si vos estás apurado para llegar a un lugar, cosa de vida o muerte, no te vas a andar fijando mucho si el auto está tapizado de verde o el caballo tiene una cola que te disgusta. Se agarra lo que se tiene más a mano. Por eso el Destino es algo confuso y un poco equívoco: él sabe bien lo que quiere, en realidad, pero la gente que lo ejecuta, no tanto. Como esos subalternos medio zonzos que nunca ejecutan con perfección lo que se les ordena. Así que el Destino se ve obligado a proceder como Sarmiento: hacer las cosas, aunque sea mal, pero hacerlas. Y muchas veces tiene que emborracharlos o aturdidos. Por eso se dice que el tipo estaba como fuera de sí, que no sabía lo que hacía, que perdió el control. Por supuesto. De otro modo, en lugar de matar a Desdémona o a César, vaya a saber la payasada que hacían. Así que, como te explicaba, en el momento en que Benito se disponía a decretar mi inexistencia, María de los Dolores le gritó desde arriba con tanta fuerza que el negro se detuvo. María de los Dolores. Tenía catorce años. Estaba tirando aceite hirviendo pero gritó a tiempo.

– Tampoco entiendo; ¿no se trataba de impedir que los ingleses ganaran?

– Atrasado mental, ¿no has oído hablar del coup de foudre? En medio del caos se produjo. Ya ves cómo funciona el Destino. El negro Benito obedeció de mala gana a la amita, pero arrastró al oficialito adentro, como se lo ordenaba la abuela de mi bisabuelo Pancho. Allí las mujeres le hicieron la primera cura, mientras llegaba el doctor Argerich. Le quitaron la chaqueta. ¡Pero si es un niño!, decía horrorizada misia Trinidad. ¡Pero si no ha de tener ni diecisiete años! decían. ¡Pero qué temeridá! se lamentaban. Mientras lo lavaban con agua limpia y con caña, y lo vendaban con tiras de sábanas. Después lo acostaron. Durante la noche deliraba y pronunciaba palabras en inglés, mientras María de los Dolores, rezando y llorando, le cambiaba paños de vinagre. Porque, como me contaba el abuelo, la niña se había enamorado del gringuito y había decidido que se casaría con él. Y has de saber, me decía, que cuando a una mujer se le pone esa idea entre ceja y ceja, no hay poder del cielo o de la tierra que lo impida. De modo que mientras el pobre teniente deliraba y seguramente soñaba con su patria ya la chica había decidido que aquella patria había dejado de existir, y que los descendientes de Patrick nacerían en la Argen tina. Después, cuando empezó a recobrar el conocimiento, resultó que era nada menos que el sobrino del propio general Beresford. Ya te podes imaginar lo que habrá sido la llegada de Beresford a la casa y el momento en que besó la mano de misia Trinidad.

– Ciento setenta y cinco hombres -farfulló el viejo, asintiendo.

– ¿Y eso?

– La Legión. Siempre piensa en lo mismo: en la infancia o sea en la Legión. Te sigo contando. Beresford les agradeció lo que habían hecho con el muchacho y decidieron que seguiría en casa hasta que se curara del todo. Y así, mientras las fuerzas inglesas ocupaban Buenos Aires, Patrick se hacía amigo de la familia, lo que no era muy fácil si se tiene en cuenta que todos, y también mi familia, odiaban la ocupación. Pero lo peor empezó con la reconquista: grandes escenas de llanto, etcétera. Por supuesto, Patrick volvió a incorporarse a su ejército y hubo de combatir contra nosotros. Y cuando los ingleses tuvieron que rendirse, Patrick sintió a la vez una gran alegría y una gran tristeza. Muchos de los vencidos pidieron quedarse aquí y fueron internados. Patrick, por supuesto, quiso quedarse y lo internaron en la estancia La Horqueta, uno de los campos de mi familia, que estaba cerca de Pergamino. Eso fue en 1807. Un año después se casaron, fueron felices y comieron perdices. Don Bonifacio le regaló parte del campo y Patricio empezó su tarea de convertirse en Elemetri, Elemetrio, don Demetrio, teniente Demetrio y de repente Olmos. Y al que dijera inglés o Demetrio, leña.

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