Alfonso Grosso - La Zanja
Здесь есть возможность читать онлайн «Alfonso Grosso - La Zanja» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La Zanja
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La Zanja: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Zanja»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La Zanja — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Zanja», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Momi da vueltas a la cadenilla de metal que sujeta su bolsa de excursión. Durante la mañana, asediada por los chicos, ha chapoteado en la orilla. A partir del almuerzo ha preferido quedar relegada a un segundo término, sola, apoyada en el tronco de pino más alejado de la orilla, apartada de las risas, las cosquillas, los saltos histéricos que precedieron al almuerzo, antes que la modorra empezara a cerrar los párpados de todos. La cadenita de metal sigue enroscándose y desenroscándose, girando como una hélice. No piensa en nada. De tarde en tarde vuelve la cabeza y contempla el grupo formado por Lisi y Araceli, por Quinito que dobla ya el periódico y hace una pajarita de papel que coloca sobre la espalda desnuda de Ara, por Quinito que contempla en silencio el camino serpenteante que lleva a la falda del monte.
El pastorcillo ha logrado por fin sacar a los cerdos del agua. Los conduce bajo el sol -con el sombrero de paja encasquetado y una tira de tela cruzada sobre el pecho y la espalda sujetándole el pantalón, que no acaba de ser ni corto ni largo -. Durante los instantes en que se detiene para atar los cabos de las cintas de sus alpargatas, los cerdos se le desparraman de nuevo buscando la frescura jugosa de la hierba tierna que crece al borde del terraplén del ferrocarril. Tiene que hacer de nuevo uso del látigo y correr de un lado a otro dando trallazos mientras sujeta con la mano libre el sombrero de paja que sin barbuquejo se le va y se le viene de la frente a la nuca y de la nuca a la frente. La pandilla sigue sus inútiles esfuerzos para conseguir volver los cerdos desbandados a la manada hasta que un saltamontes da un brinco desde un pino y se deja caer sobre la tostada espalda de Araceli. Cuando Quinito lo toma temblorosamente con los dedos, lo arroja con fuerza sobre el suelo y toma un terrón para rematarlo se sorprende encontrarse sujeto del brazo por la mano de Momi:
– Déjalo. ¿No te da pena?. No creo que te haya hecho nada el animal…
– No, nada; pero es un bicho. ¿No sé por qué no puedo matarle si quiero? – mira a Momi a los ojos -. Bueno, te regalo el cigarrón – dice luego-. Es tuyo como Gibraltar de los ingleses.
Momi toma el saltamontes, que tiene ya una pata cortada, y se sienta de nuevo sola bajo el pino con el sobre las rodillas.
El saltamontes hace un primer intento para levantar el vuelo y deja al descubierto la película de metal azul-rojo de sus alas. Momi lo contempla con la mirada perdida asociando el color con el del sombrero de raso que le pusieran para la ceremonia del casamiento de su tía una mañana lívida de invierno, cuando la obligaron a llevar en alto la cola del vestido de novia y entrar en la iglesia pisando despacio con sus zapatos de charol la alfombra roja que llevaba desde el pórtico al altar mayor. El saltamontes logra en un segundo intento levantar el vuelo y abrir en abanico sus alas y cruzar torpemente el calvero en busca de un tronco resinoso.
Tenía apenas siete años cuando la tía Encarnación admitiera en su casa a su segundo novio y lo sentara en el sofá de peluche del recibidor, y, con sus manos gordezuelas, tomara él las manos pálidas de la tía Encarna, tristes y blancas, fieles aún al recuerdo de la fotografía que adornaba su mesilla de noche y que no se atrevían a destronar del marco de cuero rojo desde donde su primer novio sonreía, aún no obstante haber ya muerto y no ser sino una sombra lejana.
Ella había jugado con el primer novio de su tía, que la sentaba sobre sus rodillas y le acariciaba su flequillo rebelde, antes de que el primer novio de su tía hubiera desaparecido un día para siempre y escapado a Francia, antes de que se llegara a recibir la carta en la que se decía que había muerto o que era lo mismo que si hubiera muerto y que su nombre debía ser ya olvidado, como si nunca hubiera existido y nunca, en el mismo sofá de peluche donde su tía sentara también a su segundo novio, él hubiera acariciado las rodillas de la tía Encarnación ni nunca hubieran juntado los labios, mientras ella espiaba tras los visillos de la puerta del recibidor. "Agua pasada – como dijera entonces su madre -, agua que no mueve molino." Agua que ya arrastraba el río, como arrastraban – ella lo ha visto muchas veces desde el puente -el ajuar de los que viven instalados en las chabolas de la orilla, entre la estrecha franja de la vía férrea y el agua, las rígidas otoñales de la ciudad.
Y, desde su casamiento, no ver ya a la tía Encarnación sino de visita, hasta que al empezar el verano la tía Encamación fuera a su casa y la invitara a pasar una quincena en el chalet que había comprado su mando en el campo, y su madre a pesar de su negativa, la obligara a pasar al menos unos días con su tía Encarna y con el mando de la tía Encarna y con el olor acre -olor de boj y de muerte – del marido de la tía Encarna.
Ahora son ya sólo cinco días los que quedan para su regreso; cinco días soportando aún al marido de la tía Encarna y los ojos del marido de su tía Encarna, y el asco por el marido de su tía Encarna, habiendo como ha rebosado ya el vaso de su desprecio desde el tercer día de permanencia en la casa, cuando lo sorprendiera en equilibrio sobre el pretil, materialmente colgado de la ventana del cuarto de baño, mientras ella se duchaba y descubriera sus cejas y el guiño de sus ojos miopes. No se movió. Continuó desnuda serenamente, dejando que la envolviera la cortina de agua mientras los ojos del marido de su tía se tornasolaban lúbricos y pestañeaban en mitad del hilo de luz del cristal esmerilado. Era la gota justa que el vaso necesitaba para derramarse. Una especie de triunfo secreto la desbordaba cuando la tía Encarna daba a su marido cariñosas topaditas, sentados los dos por la noche en la terraza, fumando él un cigarrillo y escuchando los dos la radio o el timbre acuoso de su propia voz en la cinta magnetofónica que reproducía también las conversaciones sostenidas por las visitas que habían asistido por la tarde a su casa y la algarabía de sus gritos y de sus elogios por el "maravilloso buen gusto" con que la casa estaba puesta en cada uno de sus más insignificantes detalles.
Y, como un oasis en la monotonía de la Colonia, la excursión, tras la sugerencia que hiciera la víspera una de las madres para que la sobrina de los dueños del chalet nuevo fuera al día siguiente con su hija y con los amigos y las amigas de su hija a la gira campestre. Y ahora, ya en ella, la soledad, su soledad entre tanto bullicio, en medio de tanta vitalidad, de muchachas de tan poca imaginación, por ninguna de las cuales merece la pena de comprometerse seriamente. Los ojos de Lisi, sin embargo, son ojos profundos y hondos que se eternizan en el paisaje, que la han mirado todo el día con temor y con admiración a un tiempo como si quisieran ofrecerle un mensaje secreto.
La cadenita de metal vuelve a enroscarse y desenroscarse en sus dedos. La pandilla, a su espalda, desperezándose de la modorra, canta una ingenua canción a dos voces. El sol se filtra aún más suavemente por el ramaje. Los muchachos empiezan a lanzar otra vez cantos rodados al espejo del agua. La reata de burrillos enanos que bajan a cargar arena apoyan prudentemente sus patas al enfilar el terraplén que, desde el caminito amarillo, llega hasta la orilla. La marea que llega desde el lejano coto de Oñana, que cruza el Aljarafe, que perfuma de brisa salobre la marisma y las dehesas del Condado, trae un olor atlántico, salado y agrio de esteros y de gaviotas.
Presiente un aleteo sobre sus hombros. De reojo teñirá las manos que se agazapan a la costura de la manga rangla de su playera, y, enseguida, una voz quebradiza titila a su espalda: "Si no te importa, me siento aquí contigo".
En los brotes tiernos de los juncos, entre dos aguas, los pececillos no se sorprenden ya con la lluvia de los cantos rodados. Sobre el azul verdoso de la superficie han dejado de formarse los círculos concéntricos de los falsos disparos de guijarros. Mientras las chicas se obstinan en seguir tendidas en la hierba, los muchachos han tomado sus bicicletas y, con los manillares vueltos, juegan al toro.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La Zanja»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Zanja» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La Zanja» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.