HUVARAVIX. ¡Las rosas se han levantado, sin las espinas en los pies de las hojas, vuelan los chupamieles sin sus picos de espina,…!
CHUPAMIELES. (Verdes.) ¡Chupamiel! ¡Chupamiel! ¡Chupamiel! ¡Chupamiel!
CHUPAMIELES. (Morados.) ¡Miel de chupa-chupamiel! ¡Miel de chupa-chupamiel!
TORTUGA BARBADA. ¡Aop! Aop! Sin su pico de espina el chupamiel con qué probará la
CHUPAMIELES. (Amarillos.) ¡Miel de chupamiel! ¡Miel de chupamiel! ¡Miel de chupamiel!
TORTUGA BARBADA…Y con el pico de espina, qué doloroso dulce el de esa miel…
CHUPAMIELES. (Rojos.) ¡Chupa-chupamiel! ¡Chupa-chupamiel!
TORTUGA BARBADA. ¡Sin espina no hay miel y con espina qué dolorosa es la miel!
Dos sombras color de agua asoman por detrás de la cortina negra y arrebatan a la doncella que duerme en brazos de Cuculcán. Se oye en el fondo el golpearse de las tortugas, atormentadas, retumbantes.
HUVARAVIX. ¡Se la han llevado! ¡Se la han llevado! ¡Se la han llevado y Cuculcán no se palpa! ¡Se la han llevado al Baúl de los Gigantes! ¡Se le han llevado a la ciudad donde todas las puertas están cerradas, atrancadas por dentro, para que nadie penetre a las habitaciones del templo en que se guardan el gusano y el oscuro plumón! ¡Se le han llevado, aop… aop… se la han llevado y no despertará como los chupamieles… se la han llevado… se la han llevado! ¡Por él se pintaba su carita de jícara alargada hasta el peinado puntiagudo y su corazón de semilla de cacao tenía el tueste del escudo de los guerreros, el calor redondo de los comales! ¡Por él se había ataviado las muñecas de frágil caña morada con sartales de piedras y su cuello con nueve hilos de oro y plata avellanada! ¡Y hasta muy lejos se derramaba su olor de jardín con sobacos y sexo! ¡Se la han llevado… se la han llevado… en el lecho olvidó un zarcillo de cobre reluciente y florecillas de turquesa…!
Se oye un trueno de tempestad. Los chupamieles que han permanecido inmóviles, se ponen en movimiento, vuelan enloquecidos de alegría.
Cortina amarilla, color de la mañana, magia del color amarillo de la mañana. Chinchibirín vestido de amarillo, sin máscara, de rodillas ante la cortina amarilla. Se levanta y corre hacia el Oriente, Poniente, Norte y Sur, ante los cuales hace grandes reverencias. Luego se encuclilla, no lejos del radio mágico de la cortina amarilla, saca de su pecho un paño amarillo, redondo, en forma de luna llena, lo extiende en el suelo y sobre él coloca en círculo pepitas de oro, chayes de vidrio amarillo y pedazos de copal que, después de masticarlos durante la ceremonia, quema en un pequeño brasero, De un paño negro saca entonces algo así come 200 frijolitos color coral y después de revolverlos toma un pollito con los dedos, los coloca aparte, y sigue así hasta formar más o menos nueve montoncitos. De último, en el paño amarillo redondo como la luna, ha quedado un solo frijolito coral y esto lo amedrenta y lo hace tocarse repetidas veces los ojos, el pelo, los dientes, y quedar inmóvil. Mal augurio el que sao un frijol coral haya quedado. Pronto se tiende tétricamente alargado como un cadáver, aunque poco a poco se va alejando del lugar en que ha estado así por un momento, ayudándose de las codos, la cabeza, la espalda, los pies, para no perder su posición de muerto alargado; mar al tocar la cortina amarilla, hace aspavientos de animal que se sacude el agua del pelo, y salta de un lado al otro.
CHINCHIBIRÍN
El aturdido son de los ronrones,
baile de suertes en el sol maduro.
Intocable la luz de sueño de agua.
¿Y mañana?…
El aturdido son de los ronrones.
Alivio perezoso del verano,
en siesta atardecida, y el poroso
no ver del árbol seco, el baile
de las suertes en el aire…
Son sus hojas que bailan en el aire,
el aturdido son de los ronrones
Entra Cuculcán, todo de amarillo, en zancos amarillos, se sitúa frente a la cortina amarilla,
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
CHINCHIBIRÍN. ¡Señor!
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
CHINCHIBIRÍN. ¡Mi Señor!
CUCULCÁN. ¡Soy como el Sol!
CHINCHIBIRÍN. ¡Gran Señor!
CUCULCÁN. ¡El pedernal amarillo es la piedra de la mañana! ¡La Madre Ceiba amarilla es mi centro amarillo! ¡Amarillo es mi árbol, amarillo es mi camote, amarillos son mis pavos, el frijol de espalda amarilla es mi frijol!
CHINCHIBIRÍN. ¡Señor!
CUCULCÁN. ¡El pedernal rojo es la sagrada piedra de la tarde! ¡La Madre Ceiba roja es mi centro, escondido está en el Poniente, suyos son el zapote rojo y los bejucos rojos! ¡Los pavos rojos de cresta amarilla son mis pavos! ¡El maíz rojo y tostado es mi maíz!
CHINCHIBIRÍN. ¡Mi Señor!
CUCULCÁN. ¡El pedernal negro es mi piedra de la noche! ¡El maíz negro y acaracolado es mi maíz! ¡El camote de pezón negro es mi camote! ¡Los pavos negros son mis pavos! ¡La negra noche es mi casa! ¡El frijol negro es mi frijol! ¡El haba negra es mi haba!
CHINCHIBIRÍN. ¡Gran Señor!
CUCULCÁN. ¡El calabozo blando inunda las tierras del Norte! ¡La flor amarilla es mi jícara! ¡La flor de oro es mi flor!
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác!
CUCULCÁN. ¡El calabazo rojo se derrama sobre las tierras del Poniente! ¡La flor roja es mi jícara! ¡El girasol rojo es mi girasol!
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác!
CUCULCÁN. ¡El calabazo negro riega las tierras invisibles! ¡El lirio negro es mi jícara! ¡El lirio negro es mi lirio!
CHINCHIBIRÍN. ¡Señor, mi Señor, gran Señor!
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, acucuác, cuác! ¡Acuác! ¡Acucuác! ¡Acucuác!
CUCULCÁN. ¡Pájaro de colores, como el engaño! Su resplandor no penetró todo el cielo, porque sólo era el esplendor de las jadeítas y las piedras preciosas de su plumaje.
CHINCHIBIRÍN. ¡Es el Engañador y va a perdernos! ¡Su voz deja en los oídos saliva venenosa de serpientes y supuración de malestares en el pecho!
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cuác, cuác, cuác, cuác! ¡Acucuác!
CHINCHIBIRÍN. ¡Hay que matarlo! Su cadáver quedará como un arcoiris blanco…
CUCULCÁN. Su voz. Habla oscuridad. De lejos es lindo su plumaje de alboroto de maíz dorado sobre el mar y la sangre. Todo estaba en las jícaras de la tiniebla revuelto, descompuesto, informe. El silencio rodeaba la vida. Era insufrible el silencio y los Creadores dejaron sus sandalias para significar que no estaban ausentes de los cielos. Sus sandalias o ecos. Pero el Guacamayo, jugando con las palabras, confundió los ecos, sandalias de los dioses. El Guacamayo con su lengua enredó a los dioses por los pies, al confundirles sus sandalias, al hacerles andar con los ecos del pie derecho en el píe izquierdo…
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cu-cu-cu-cuác! ¡Cu-cu-cuác!
CUCULCÁN. ¡Fue terrible, sangraron los pies de los dioses confundidos en sus sandalias!
CHINCHIBIRÍN. Las sandalias de Cuculcán son sus zancos…
CUCULCÁN. ¡Mis zancos son los árboles que crecen! (Los zancos de Cuculcán empiezan a crecer y él se ve más alto.)
GUACAMAYO. (Oculto.) ¡Cu-cu-cu-cuác! ¡Cu-cu-cu-cuác!
CHINCHIBIRÍN. ¡Una piedra y mi honda!
CUCULCÁN. (Han seguido creciendo los zancos y ya casi ha desaparecido en lo alto.) ¡No, el Guacamayo es inmortal!
Cuculcán desaparece en lo alto. De los zancos brotan enormes ramas. Se vuelven árboles. Chinchibirín queda con la honda al aire, ya para lanzar el proyectil contra el Guacamayo oculto.
CHINCHIBIRÍN. (Después de recoger el paño redondo, objetos y frijolitos coral.) Un mercado es como un Gran Guacamayo, todos hablan, todos ofrecen cosas de colores, todos engañan, el que vende escobas, el que vende cañutos de humo, el que vende cal, el que vende jícaras, el que vende fruta, el que vende pescado, el que vende aves, el que vende gusanos, y entre ellos se mezclan tos salteadores, los bebedores de chicha, y los vendedores ambulantes de cañas dulces con penacho de hojas, sopladores y petates de palma suave como la voz de los abuelos. Pero aquí viene, con algún mensaje, el Blanco Aporreador de Tambores.
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