CHINCHIBIRÍN. Espera, Ralabal, concedo«de los vientos, subiremos a los árboles para seguir conversando y tú serás el juez en mi disputa con el Guacamayo. Has oído lo que discutíamos.
GUACAMAYO. No subiré a ninguna parte, porque estoy borracho y me duelen los dientes.
RALABAL (Invisible.) Pero, sin más hablar, trepe cada quien al árbol que le parezca, porque los pastores ya se acercan y se asustarían de encontrar a su paso un pájaro tan grande de todos colores y un guerrero rojo con una sola flecha.
CHINCHIBIRÍN. ¡Vamos, subamos a los árboles! Las hojas se sacuden bajo el aliento de Ralabal. Ya no se sabe lo que habla. Sólo se oye el viento. (Empuja al Guacamayo.) ¡Anda, yo te voy a ayudar… sube primero… ten cuidado… no te vayas a quebrar un hueso y haya que ponerte otro de maíz! (El Guacamayo se queja, hipa, trata de subir.) ¡Upa!
GUACAMAYO. ¡Hipa!
CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!
GUACAMAYO. ¡Hipa!
CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!
GUACAMAYO. ¡Hipa!
HUVARAVIX. (Invisible.) ¡No puede ser! ¡No puede ser! Así dice el corazón de los pastores y pelea con la neblina baja, indolente, más mojada que la misma lluvia.
RALABAL. (Invisible.) ¡Calla, Huvaravix, maestro de los cantos de vigilia! No es el corazón de los pastores el que dice así. Es el lanazo de las jergas de que van vestidos el que subleva los pelos contra la niebla color de leche vegetal que los empapa como esponja.
CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!
GUACAMAYO. ¡Hipa!
HUVARAVIX. (Invisible.) ¿Qué sabes tú, Ralabal, que andas como bebido de chicha? Te somatas por todas partes, derramas las aguas, dejas mancos los árboles, botas las casas de los hombres…
RALABAL. (Invisible.) ¡Yo, Ralabal, yo, yoo, yooo… viento… salvaje… libre! Pero dejemos nuestras encías con dientes de mordida, sin su gusto que sería morder, y haz regresar a los pastores que se acercan, porque aquí andan arreglando cuentas Chinchibirín y Gran Saliva de Espejo.
CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!
GUACAMAYO. Hipa! (No llegan a subir a los árboles.)
HUVARAVIX. (Invisible.) Yo, Huvaravix, Maestro de los Cantos de Vigilia, haré regresar a los pastores que llevan los sombreros hasta las orejas, sombreros de madera en los que han ordeñado la leche de sus cabras, olorosos por dentro a leche y pelo; que calzan lodos viejísimos en las uñas que son como cucharas de comer tierra; y de calzones remendados con verdaderos trozos de paisaje, tan variado en su color y su forma. Este parece que lleva una nube en las nalgas; aquél, una mariposa en la pierna; es otro una flor extraña en la espalda. La Abuela de los Remiendos pinta paisajes en la Ropa…
CHINCHIBIRÍN. ¡Maestro de los Cantos de Vigilia haz regresar a tus pastores, porque mi flecha está que la punta se le quema por saborear la sangre de todos los colores del corazón de este farsante!
GUACAMAYO. Hazlo regresar, pero consúltale, por qué los pastores tienen buenos remedios contra el dolor de dientes, bien que mis dientes ya no sean dientes, sino los maíces que aquellos malditos hijos brujos me pusieron en lugar de mis preciosos huesos bucales.
RALABAL. (Invisible.) Ya se detienen, se vuelven, no les convino este sendero, gracias a ti, Huvaravix, y ahora echemos tierra a nuestros pies siquiera un momento, para seguir la disputa de Gran Saliva y Chinchibirín.
HUVARAVIX. (Invisible.) Yo le daría a Gran Saliva de Espejo, el remedio que usan los pastores para el dolor de muelas, cuando en el destemplado amanecer sienten que les pica y arde en la boca el maíz podrido, y no pueden escupirlo. Yo, Maestro de los Cantos de Vigilia, sé que es un dolor desconsolado.
RALABAL. (Invisible.) Yo, Ralabal, yo, yoo, yooo… traigo el remedio y me haré visible para dárselo a Saliva de Espejo… Es un dolor desconsolado… (Ya visible.) Toma de este guacal de festines lo que necesites para que alivies tu dolor. Has mascado tanta mentira…
GUACAMAYO. ¡Cuác, cuác, cuác!… ¡Cuác, cuác, cuác!… (Después de meter el pico en el guacal de festines y apurar el remedio a grandes tragos.) ¿Dónde estamos?… Se me ha quitado el dolor, eres un encanto, Ralabal… Cuando uno se alivia de un dolor tan fuerte como el que yo tenía, se me alivió como quitado con la mano, se siente en otro mundo y por eso he preguntado ¿dónde estamos? ¿en qué país estoy? Me detestaba con el dolor y ahora, sin el dolor, vuelvo a quererme.
HUVARAVIX. (Invisible.) Ralabal te ha servido el remedio que cura el dolor y pone el corazón de fiesta. Sólo cuando uno está contento cae bien la flecha de la muerte. El que muere alegre, no muere. Yo, si tuviera que morir, le pediría a Ralabal de su guacal de festines.
CHINCHIBIRÍN. Pero vamos, acucuác, quiero ganarte la partida ahora que estás en el guacal de los festines…
GUACAMAYO. (Carcajada tras carcajada.) Cuác, cuíc, cuác, cuíc, cuíc, cuác, cuác, acuacuíc, acucuác, cuicuacuác!
CHINCHIBIRÍN. Sí te gano la partida, mi flecha te dará muerte y antes de que te enfríes por completo, te tomaré como un penacho de plumas de colores para sacudir el polvo de tus palabras engañadoras de los ríos y los lagos que ya no se ven datos como antes.
HUVARAVIX. (Invisible.) Soy todo oídos. Cada una de las hojas de estos árboles es una oreja mía. No perderé una sola palabra.
RALABAL. Ya sabíamos que el Maestra de los Cantos de Vigilia tiene las orejas verdes. Es el pastor de las orejas verdes.
CHINCHIBIRÍN. Dices, acucuác, que el Sol llega hasta el ojo del colibrí blanco y de allí regresa a su punto de partida. Si eso fuera cierto, cómo explicas que mis ojos lo ven caer, no en el lugar donde salió, sino en el sitio más opuesto.
GUACAMAYO. Lo digo y lo sostengo. El Sol sólo llega al ojo del colibrí blanco y de allí regresa. El otro medio arco, el de la tarde, es sólo una ficción en su carrera luminosa (afirmativo, y ronco), es sólo una ficción, acucuác…
HUVARAVIX. (Invisible.) Voy a buscar a la Abuela de los Remiendos, ella traerá hilo y aguja para coser en mis oídos lo que oigo.
RALABAL. Callemos nosotros, ellos que hablen…
CHINCHIBIRÍN, (Con voz tajante.) ¡Lo que se ve se ve y no es una ficción! Yo veo ocultarse el Sol, después de trazar el arco en el Palacio de los Tres Colores, no por donde aparece, y lo que se ve se ve…
GUACAMAYO. ¡Juguemos con las palabras!
CHINCHIBIRÍN. ¡No!
GUACAMAYO. ¿Acuite? Ralabal debía darte del guacal de los festines. El ojo del colibrí blanco es el diente de maíz del Sol.
CHINCHIBIRÍN. Y vas a decir que le duele… que por eso se regresa… que porque le duele un diente no sigue sobre el arco en el camino de la tarde, sino vuelve por el camino de la mañana, baja por donde ha subido.
GUACAMAYO. La tarde es una ficción…
CHINCHIBIRÍN. Ya te veo acorralado. Si el Sol vuelve a su punto de partida, acucuác, quién es el que celebra sus bodas en la noche. La noche se hizo para la mujer. Los senos de las mujeres son como los nidos de los pájaros. A quién le cambian las vestiduras de la tarde por traje y tónica de tiniebla y las sortijas de rubíes por sortijas de piedra de tinieblas. Son tus palabras. Te he dado el juego de palabras para vencerte con tus armas. Y la doncella que es su esposa hasta la aurora…
GUACAMAYO. Se han ido nuestros padrinos. Huvaravix no se oye que esté.
RALABAL. Yo no me he ido, pero no estoy aquí…
GUACAMAYO. Oye, Chinchibirín, la explicación, y guárdala como si la Abuela de los Remiendos hubiera traído la espina y su saliva en forma de hilo de cabello, para pegar estos remiendos a tus creencias.
CHINCHIBIRÍN. ¡Oigo, quiero oírte, eres el Gran Saliva de Espejo Engañador!
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