Ana Shua - Como una buena madre
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El Flaco ya era campeón sudamericano, le había ganado a Jorge Fernández, también un grande, para nosotros casi un campeón sin corona, hoy sería un primera serie. Pero sin embargo cuando le gana a Fernández la primera vez, igual no despertó expectativas, se tomó como un resultado más porque la pelea fue un poco cerrada, ganó bien pero con lo justo. Después le volvió a ganar fácil, ya en esa etapa contaba con mi ayuda espiritual.
Pero para la época en que fue a Italia a pelear con Benvenutti, todavía no sabíamos si el Flaco valía por él realmente o porque Jorge Fernández estaba en declinación, no teníamos cómo comparar. Y cuando el Hermano Zelaya me propuso ayudarlo con un trabajo místico, a mí me gustó. Pensé que si resultaba, Dios me perdone, podía empezar a apostar y obtener ganancia fácil. Ya en esa pelea misma aposté unos pesos, poca cosa, por estas dudas que todos teníamos. Por más que yo confiara en la capacidad de Zelaya de manejar a los ángeles, quería primero verlo en acción. Porque yo había visto cómo él podía ayudar en un lecho de enfermo, pero no lo había visto usar sus poderes en el ring a favor de un boxeador. Las apuestas estaban, qué le puedo decir, veinte a uno a favor de Benvenutti, era como jugarse al peor matungo de la carrera.
Cuando empezó la pelea, nosotros en la Argen tina creíamos que el Flaco perdía, no teníamos ningún tipo de expectativa. Hasta ese undécimo round para cualquier jurado del mundo ganaba el Flaco pero nosotros pensábamos que allá, contra el campeón local, no le iban a hacer justicia, la victoria no se la iban a dar por puntos así nomás. Yo puteaba para adentro contra el Hermano Zelaya.
Bueno, llegó el undécimo, sobrevino esa mano terrible del Flaco, y ahí lo tuvo. Y él lo que tenía no lo desaprovechaba. Una alegría grande. Eso era lo bueno de ayudarlo al Flaco, que con un empujoncito de los ángeles, todo lo demás lo hacía solo, por algo le decían el Matador. Le pegó una mano neta, esas manos que sólo se sostiene el rival porque está entre las dos cuerdas y la madera del ángulo. Benvenutti se mantuvo sólo por milagro. Después lo sirvió de vuelta, con esa puntería que tenía él. Que en el boxeo no cualquiera tiene, usted va a ver boxeadores sin grandes condiciones pero que bailan, y con el simple movimiento al rival ya se le desdibuja el blanco. A él no. El Flaco tenía también otra cosa, que es saber cerrarle el camino al rival. Porque usted le metió una mano al contrario y el otro la sintió pero empieza a caminar, a dispararse que uno le dice. Y bueno, el Flaco aprovechaba muy bien esos metros que tiene el ring para cercarlo. Aun en el medio de la soga, que es tan difícil, sin necesidad de tener el apoyo del rincón. Inigualable. Así le pasó años después acá, con Toni Mundini, el australiano, lo sentó en el medio del ring, justo entre medio de las dos sogas. Era certero. Frío pero con agallas: uno de los dos, tres grandes campeones que tuvimos. El otro que yo considero una injusticia dirimir cuál fue el más grande, es Pascualito Pérez, con el golpe de un mediano y la calidad casi de un Locche.
A veces me pregunto qué hubiera sido del Flaco sin los trabajos que yo pagaba para ayudarlo. Yo creo que igual hubiera hecho buena campaña, no tan impecable, pero buena. En la historia del boxeo es muy raro un récord como el suyo, que hizo más de cien peleas profesionales y perdió solamente tres: pero lo verdaderamente notable es que con esos tres tipos que perdió, después volvió a pelear y los liquidó. A partir de que yo empecé con los trabajos místicos del Hermano Zelaya, nunca jamás volvió a perder el Flaco una sola pelea. Con nadie.
¿Sabe en qué se notaba sobre todo la ayuda que le brindábamos? En la forma que el Flaco escapaba a todo análisis, a todo cálculo. Cuando decían esta vez sí pierde, esta vez no fue tan bien preparado, no le dio tanto tiempo, él lo hacía bien. Mire que defendió el título tantas veces, con otros grandes del boxeo mundial y a más de uno lo dejó haciendo sombra con los árboles, como Mantequilla Nápoles. El mismo Valdez está que le quiere hablar a los semáforos pero ni puede por cómo le quedó la mandíbula.
Yo le tenía un cariño al Flaco, un cariño… tanto como lo vine a odiar después, en ese tiempo lo quería como a un hermano. Aunque no nos conociéramos, estábamos juntos en todo. Yo me ocupaba de ponerle la suerte a su favor, él respondía con todo su profesionalismo. No lo voy a engañar, no es que trabajaba solamente por él, yo también me salvaba, ganaba mi buena plata apostando con tanta tranquilidad que me daba igual si tenía que arriesgar veinte para sacar uno, porque ese riesgo no existía, juntar esa plata era como sacarle un dulce a un niño. Después perdí todo, me estafaron en un negocio que no tendría que haberme metido, pero eso no le voy a contar, baste decir que yo la lectura que hice es que Dios habrá querido que la plata no me la ganara tan fácil.
No todo es suerte o son ángeles: ayúdate que los ángeles te ayudarán. El Flaco era responsable, comía y tomaba lo que venga cuando no tenía que pelear. Pero decía: la pelea es tal fecha, y tres meses antes se terminaba todo, era lo más profesional que pueda haber. Había que verlo en el ring, él le sacaba presión a Brusa, era al revés, Brusa sólo tenía que preguntarle cómo estás, te falta algo, y aflojarle el pantalón. Otra cosa notable: en una pelea dura, como es cualquiera con ese peso, cuántos boxeadores, digamé, no necesitan sentarse a descansar. Ninguno. Termina un round y el boxeador normal va en auxilio del banquito. El Flaco se apoyaba en las dos sogas y miraba a la gente. ¡Se quedaba parado! Extraordinario. Un guapo de verdad.
Al Dani, que ya estaba grandecito, no le interesaba el boxeo. Ni los deportes en general, lógico. En cambio le tiraban los libros. Llegó la edad de ir a la escuela y del Ministerio me mandaban una maestra a casa para que lo prepare. Brillante: ésa era la palabra que nos decía siempre la señorita. Este chico es brillante. Pasaba los grados como si nada, estaba adelantado.
Yo al Hermano Zelaya lo encontraba en privado, ya sea por la salud del Dani o por cosas del Flaco. Para ver las peleas me juntaba con los muchachos, aunque a ellos no les contaba nada del papel que yo jugaba en el espectáculo. Después las comentábamos con el Hermano Zelaya, que las veía por su lado. Analizábamos esos momentos evidentes en que sin nuestra ayuda espiritual se podría haber ido todo al diablo. Por ejemplo, contra Briscoe, cuando le metió esa mano, qué cosa notable, y al Flaco lo pararon las sogas, que si no sigue de largo hasta el vestuario. Hizo así, se agarró, se inclinó sobre la soga como hacía siempre él y miró el reloj para ver cuánto faltaba. ¿Cuántas escenas de boxeadores sentidos en el mundo se han visto que hayan tenido esa viveza? Ninguna, se lo digo yo que vi miles. Sentido y a la vez con esa pequeña luz que le permitió mirar el reloj para ver si podía llegar y cómo. ¡Después le pegó tanto a Briscoe, pero tanto en esa cabeza! No lo pudo tirar, no lo pudo voltear, pero le pegó tanto que le hizo dos cabezas.
Otro que le pegó bastante al Flaco fue Boutier, se hicieron peleas parejas. Buen boxeador el francés, pero nada más. Ése fue otro momento en que el Flaco no hubiera podido ganar sin mí, porque adonde iba se la llevaba a la Susana Giménez. Así que el entrenamiento ya no era muy formal. Él decía que se ponía alcanfor en el calzoncillo para no tener relaciones. Para mí que lo suplantaría con toda la preparación, pero ése era un punto débil y tendría que haber estado agradecido de que estábamos ahí cubriéndole las espaldas.
Un tipo que le metió una mano tremenda fue Gratier Tonna. Le pegó una piña que yo creí que el Flaco no volvía más. Pero se notó que estaba bien protegido desde ahí arriba, porque enseguida reaccionó instantáneamente y para mí le debe haber hecho sentir el peso de la mirada. Le pone una mano a Tonna y el francés se cae apoyando las rodillas en el suelo y los puños. Estaba perfectamente para seguir, no fue un golpe de nocau para nada, pero el tipo lo miró así a su segundo, como queriendo decir yo no me levanto más, usted perdóneme pero acá al señor éste le pegué y resulta que se enojó mucho, mejor nos vamos.
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