Ana Shua - Como una buena madre

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Para la pelea con Mundini lo vi entrenarse. Bueno: para el Flaco era jugar. Ese tremendo reach que tenía, esos brazos tan largos. Porque el Flaco punteaba, ponía así, unas cuantas manos, parecía nada más para tenerlo lejos al rival… Tocaba. ¡A uno le parecía que tocaba! Porque había índices después. Con esos pequeños toques, a lo mejor al octavo, noveno, ya se notaba que al otro se le empezaban a poner los pies paralelos, las piernas en línea recta. Los pies, ¿ve? tienen que estar uno adelante y otro atrás, así, siempre en punta. Pies paralelos es signo de que el boxeador no tiene coordinación, lo mismo cuando busca asentarlos, cuando le cuesta levantar las manos. No necesariamente es cansancio, sino el efecto de los golpes. Otra cosa que tenía el Flaco, y esto nada que ver con los ángeles, lo que era suyo propio yo se lo reconozco, es que pegaba mucho en retroceso, cosa que no hizo casi nadie en el boxeo. Retrocedía punteando. Es decir, a él lo atacaban y en vez de esquivar nada más siempre largaba la mano, tocaba.

Así venía la historia, el Flaco siempre arriba, nadie le podía discutir el título, yo ganando con él y él ganando conmigo. Eran nuestras dos almas como una sola, según me explicaba el Hermano Zelaya. Se venía la pelea con Valdez, la segunda, que fue la última. A Valdez ya una vez le había ganado. Con lo justo, pero sin duda ninguna.

En esos días se le complica al Dani, pobrecito, una de esas congestiones pulmonares que tenía siempre por el problema de la postura, sobre todo desde la operación. Se declara neumonía. Deliraba de fiebre. Cada vez que pasábamos una de ésas, yo les miraba la cara a los médicos: cuando veía que me esquivaban los ojos, lo buscaba al Hermano Zelaya.

Entonces lo voy a ver, le cuento detalladamente la situación, y por primera vez me doy cuenta que el Hermano Zelaya también me está escondiendo la mirada. Entra en trance, se queda unos cinco minutos con los ojos en blanco, con una especie de temblor y cuando sale del trance me dice: hay una sola posibilidad. Que mañana el Flaco pierda la pelea. Si gana Valdez, se salva tu chiquito. Ésa es la palabra que me transmitieron los ángeles.

¿Usted puede entender lo que yo sentí?

Lo peor era que no había tiempo de hacer un trabajo místico a favor de Valdez, porque a los ángeles no se les puede estar pidiendo blanco, blanco, blanco, y de repente negro. Se produce como una aglomeración de beneficios a favor de alguien y si uno lo quiere perjudicar le va a llevar tanto como el tiempo que estuvo haciendo trabajos a favor, única forma de anular todo ese cúmulo.

Entonces yo le pedí al Flaco que perdiera. Le pedí que se tire, que se quede en la lona. Se lo rogué. Traté de verlo personalmente pero era imposible, él estaba concentrado, imagínese, la noche antes de la pelea. Se lo pedí mentalmente, así como antes le mandaba todo lo que hacía falta para que ganara. Me la debes, Flaco, le decía yo. A vos no te hace nada perder una vez en la vida. La pelea anterior fue tuya, ahora Valdez te gana la revancha, después te van a dar el desempate, ahí lo haces puré de tomate si se te da la gana, recuperas el título y te retirás cantando el himno. Pero ésta me la debes, te lo pido por la vida de mi hijo. Yo hice todo por vos, yo te llevé de la mano al triunfo, desde que le ganaste a Benvenutti hasta todo lo que te pasó después, todo me lo debes a mí, a los trabajos místicos que yo pagué no sólo con dinero, a la fuerza espiritual que hice para que ganaras. Yo te convertí en campeón del mundo, Flaco, y campeón vas a seguir siendo muy pronto, nada más por esta única vez te pido que te quedes mirando el cielo.

Vino la noche de la pelea. A la nena la habíamos mandado a casa de los abuelos, para que la mamá pudiera dedicarse al enfermito, que lo teníamos ya internado. Yo tuve la suerte de verlo justo en un ratito que le había bajado la fiebre. Estaba caído que ni tenía fuerzas para levantar la cabeza. Por la ventana del sanatorio se veía la luna. "Mira, papá" me dijo el Dani, "Mira qué linda la luna". Yo miré, qué quiere que le diga. Con la angustia que tenía me pareció que la luna tenía cara de gordo imbécil. "Es mía la luna: nadie me la puede sacar", me dijo el chiquito. Esas salidas tenía. Lo dejé con mi señora y me fui a ocuparme de la pelea. Yo tenía esperanzas. El Flaco no estaba tan bien preparado como para la anterior. Venía dando el handicap de un año sin pelear, que es mucho, aparte que ya tenía treinta y cinco años. Rodrigo Rocky Valdez: quién iba a decir que yo iba a ser hinchada del colombiano. La pelea fue en Mónaco. Hubo un momento en que yo sentí que el Flaco dudaba, que estaba a punto de aflojar y hacerme el favor que le venía rogando, fue cuando entró la mano esa durísima de Valdez y le hizo sangrar la nariz, una situación prácticamente inédita en la carrera profesional del Flaco. Lo tuvo muy sentido en ese momento, era para mí la tercera mano realmente dura que le entraba en toda su historia: Briscoe, Tonna y ahora Valdez, yo dije la tercera es la vencida. No fue. El Flaco se repuso, para variar, esta vez sin ayuda de mi parte, que desde su ángulo de visión tiene más mérito, y en los tres, cuatro rounds que faltaban para terminar la pelea le dio a Valdez una paliza enorme. Una demolición. Ahí fue cuando le hinchó toda la cara, la boca, todo, de ahí Valdez apenas puede hablar.

En los meses que siguieron al entierro del Dani mi mujer estaba demasiado decaída para darse cuenta de nada, pero en cuanto se fue sintiendo mejor empezaron los desacuerdos por asuntos de plata. Me pareció mejor discutirlo una sola vez para siempre y no andar peleando por cada situación. Quedamos que de todo lo que me entrara, un porcentaje equis iba para la revancha. Ella no estaba de acuerdo en lo que yo hacía, pero aceptó si yo no me pasaba de la raya.

Al Hermano Zelaya lo seguí viendo por afecto, pero no me servía. Porque en ese oficio, los que hacen magia blanca, trabajos a favor, son débiles cuando se trata de perjudicar. Empecé a buscar a los otros, los que saben de vudú, de macumbas, ya había unos cuantos brasileños, conocí mucha gente interesante, no me voy a poner a contarle todos los detalles. Un porcentaje de la plata que me entraba yo lo dedicaba a eso, a trabajar en contra del Flaco, porque me la debía esa basura. Tanta ingratitud se paga. Y se pagó.

En cierto modo, le voy a decir que no me fue difícil. Porque así como para favorecerlo yo me había apoyado siempre en sus condiciones y en su profesionalismo arriba del ring, para perjudicarlo no tuve más que empujar un poquito para el lado que se bandeaba. El Flaco tomaba fuerte, tenía el vino malo. Era muy agresivo. Todavía cuando era nadie, ni había venido a Buenos Aires, no había trascendido para nada, Brusa lo tuvo que sacar un montón de veces de la cárcel. Una vez tuvo que intervenir el gobernador de Santa Fe.

Un animal. Y un ignorante total. Después, cuando se hizo famoso, ahí empezaron los procesos, porque ya valía la pena seguir el juicio para sacarle plata: le partió el arco superciliar en público a Pelusa, su primera mujer, que una vez le tuvo que encajar dos tiros porque si no la mata de una paliza; le rompió la cara a un mozo, a un fotógrafo, al novio de la hija. Y otras cosas. En fin, que ya tenía su historia antes que yo intervenga para nada.

Al principio yo sabía que no podía esperar mucho, por eso mismo que le expliqué antes. Había hecho demasiado a favor y ahora tenía que anular primero todos los beneficios. Por eso me llevó tanto tiempo, pero cuando llegó, fue con todo, fue nocau total y completo. Por más que no la vi, la pensé tan fuerte que se me vuelve a representar esa escena como si me la acordara, esos treinta segundos malditos en que el Flaco se suicida, porque eso fue, ¿no le parece? Fue matarse solo, la forma en que la estranguló a su mujer. Y yo no necesito preguntarme cómo puede ser, cómo puede ser. Pudo ser porque yo estaba ahí, alentándole el descontrol que le provocaba siempre el alcohol, yo estaba ahí, obligándolo a apretar cada vez más fuerte. Lo único que siento a veces como culpa es la pérdida de esa vida inocente y el sufrimiento del hijo, que no me habían hecho ningún daño. Pero mi Dani, ¿qué daño le había hecho a él? Yo tuve mi revancha, la tuve completa, y por nocau.

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