Juan Saer - Cicatrices
Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Saer - Cicatrices» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Cicatrices
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Cicatrices: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cicatrices»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Cicatrices — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cicatrices», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Medio millón de pesos, dijo Marquitos. ¿Para qué querés medio millón de pesos, Sergio?
Para jugar al punto y banca, dije yo. Marquitos se apoltronó en el sillón y se echó a reír. Como chiste, dijo, es de gusto dudoso. Será de gusto dudoso, dije yo, pero no es un chiste. He dicho que quiero medio millón de pesos para jugar a punto y banca y no lo he dicho por hacer un chiste. Desde luego, dijo Marquitos.
Me he jugado hasta los ahorros de dieciocho meses de mi sirvienta, dije yo.
No pretenderás que te haga un cheque por medio millón de pesos para que vayas a jugarlo. Ni que dé buenas referencias tuyas para que hipoteques tu casa, dijo Marcos.
No pretendo nada, dije yo. Estoy llegando a los cuarenta años. No tengo hijos ni parientes de ninguna clase. Vivo en una propiedad que no he robado con argucias a ninguna anciana paralítica incapaz de defenderse. ¿Soy o no dueño de hipotecarla, si se me da la gana?
Dueño, absolutamente, dijo Marquitos. Muy bien, dije yo. ¿Qué pasa entonces? El juego es autodestrucción, dijo Marquitos. Le dije que no había dado su nombre como referencia para que viniera a mi casa a mostrarme los progresos que había hecho en el Ejército de Salvación. Después entró Delicia con los cafés. Marquitos la miró. No le sacó la vista de encima hasta que desapareció de la habitación.
Te has jugado los ahorros de esa criatura, dijo después, mirándome.
Ella misma me los dio para que los jugara, dije yo.
La habrás engañado de alguna manera, dijo Marquitos.
No la engañé, dije yo. fui honradamente y le pedí que me prestara tres mil pesos y ella me dio todo lo que tenía diciéndome que hiciera lo que quisiese y que yo mismo se los guardara.
Marquitos se limitó a sacudir la cabeza y a echarle azúcar a su café. Durante algunos minutos no dijimos una palabra. Después lo miré a la cara.
¿Vas a dar o no esas referencias?, le dije.
Sí, dijo Marquitos, voy a darlas.
Después abrió el portafolios. Sacó el talonario de cheques.
No quiero nada, dije yo. Sos el segundo tipo que quiere darme plata en dos días, aparte de Delicia. Y no insistas, porque no puedo darme el lujo de vacilar demasiado en recibirlo.
Pequeño burgués podrido, dijo Marquitos.
Es mejor un pequeño burgués podrido que un pequeño burgués sano, dije yo. Es mejor una manzana podrida, que una sana, porque la manzana podrida está más cerca de la verdad que la manzana sana. La manzana podrida es un espejo en el que pueden mirarse un millón de generaciones antes de reventar.
Aforismo que no te honra, dijo Marquitos.
Probablemente, dije yo.
Después le dije que necesitaba que la hipoteca se arreglara lo antes posible. Me preguntó si estaban todos los papeles en regla y le respondí que sí.
Supongo que como todo jugador, tendrás la ilusión de algún método seguro para ganar, dijo Marquitos.
No tengo ningún método seguro para ganar, dije yo. Tengo incluso certeza de que voy a perder. Pero quiero jugar. Si tuviese algún método seguro para ganar, no jugaría más.
No entiendo nada, dijo Marquitos.
No juego para ganar. Mientras tenga para comer y pagar la luz, me alcanza y sobra. Y así tenga que alumbrarme a vela y comer una vez a la semana, voy a seguir jugando. El finado mi abuelo sostenía que la única manera segura de ganar al poker era haciendo trampas. En eso se ve que era hombre de otra generación. Y sobre todo, que no le gustaba el juego. Yo jugaría incluso contra un tipo que me esté haciendo trampas, si la trampa que hace me permite alguna chance. He jugado al poker contra tres tipos que estaban en combinación y habían pasado un mazo de cartas marcadas, y les he ganado. No hay trampa que valga cuando un tipo tiene la suerte de su lado. Y yo he optado por considerar la trampa como un margen mayor de suerte contraria, nada más. Quiero ese medio millón de pesos para estar tranquilo al menos durante quince días y gozar del juego sin angustiarme a cada momento durante la partida pensando de dónde voy a sacar plata para jugar al otro día, si me secan. Si yo anduviese buscando un buen pasar no jugaría: me dedicaría al comercio o seguiría siendo penalista.
No creo que la cuestión de la hipoteca pueda arreglarse antes de quince días, dijo Marquitos. Y eso porque yo conozco muy bien a los tipos de la Inmobiliaria, y me deben favores.
Ya lo sé, dije yo. Por eso recurrí a ellos.
Voy a tratar de que salga lo antes posible, dijo Marquitos.
Te lo agradecería, dije yo.
Marquitos guardó el talonario de cheques, cerró el portafolios, y se paró. Yo también me paré. Estuvimos mirándonos unos segundos sin parpadear.
Sergio, dijo Marquitos. Tendríamos que vernos de vez en cuando. Tendríamos que salir a tomar una copa.
Nos aburriríamos, dije yo. Después traté de sonreír. Seguirás en el partido, supongo, dije.
Sigo, sí, dijo Marquitos.
Es un vicio, como cualquier otro, dije yo.
Marquitos volvió a sacudir la cabeza. Se dio vuelta y avanzó hacia la puerta. De pronto se detuvo, quedó un momento de espaldas, y volvió a mirarme. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Pensé que se debía al dolor, que tenía los ojos enrojecidos y sudaba. Pero no, estaba llorando. No propiamente llorando, sino con los ojos llenos de lágrimas.
Habrás leído los diarios, la semana pasada, supongo, dijo, vacilando ante cada palabra.
Le dije que hacía años que no leía un diario.
César Rey, dijo Marcos. Se mató. En Buenos Aires.
¿El Chiche?, dije yo. No podía esperarse otra cosa de él.
No, dijo Marcos. Fue un accidente. Resbaló en el andén del subterráneo y lo pisó un tren.
Estaría borracho, supongo, dije yo.
Marquitos se pasó el dorso de la mano por los ojos. Ya no lagrimeaba.
¿Y Clara?, dije yo.
Está aquí otra vez, dijo Marcos.
Después se fue. Lo acompañé hasta la puerta y me quedé, viéndolo alejarse muy pegado a la pared, para aprovechar la franja de sombra que iba estrechándose a medida que avanzaba la mañana. Me quedé parado en la puerta hasta que dobló la esquina. También yo hubiese lagrimeado de llegar a enterarme que al tipo que se fugó con mi mujer lo pisó el subterráneo, y mi mujer está en vísperas de volverse para casa. Habría llorado a gritos, más que lagrimear. No porque el tipo haya sido mi íntimo amigo, sino porque mi mujer está por volver a casa. Lo habíamos pasado bastante bien con Marquitos y el Chiche, muchos años antes. Al Chiche hacía pilas de años que no lo veía. También él sabía jugar.
A la noche me fui otra vez para el club, después de enseñarle un par de letras más a Delicia y comer algo. Durante el día no trabajé nada. Después que Marquitos se fue me metí en la cama y dormí hasta el atardecer. En el club, perdí los cinco mil pesos y no conseguí un centavo de crédito. Al otro día me levanté tarde y me fui derecho para el escritorio. Delicia me trajo mate a las cinco.
Delicia, le dije. He notado que no escuchas la radio. ¿Puedo saber a qué se debe?
Delicia dijo que no le gustaba.
¿Estás segura de que no va a empezar a gustarte de ahora en adelante?, dije yo.
Dijo que estaba completamente segura.
Voy a llevarla para que le den una revisada, entonces, dije yo.
Así que envolví la radio con unos diarios viejos, a los que até con un hilo grueso, y salí a venderla. En dos horas fui a tantas casas de electricidad y la envolví y desenvolví tantas veces, que ya no quedó papel. Mi pretensión de venderla como nueva se desmoronó, así que fui directamente a una casa de empeños. Me dieron mil setecientos pesos por ella. Compré dos kilos de uvas blancas y me volví para casa. Fui pellizcando los racimos durante el trayecto, y cuando llegué encontré a Delicia en la cocina. Miraba en el corredor del patio trasero las manchas oscuras de los gallos de mi abuelo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Cicatrices»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cicatrices» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Cicatrices» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.