Introducción y notas a cargo de Ana Silvia Galán
Juan José Saer nació en Serodino, provincia de Santa Fe, en 1937, y en 1948 se trasladó a la ciudad de Santa Fe, donde tiempo después realizó sus primeros trabajos en el periodismo. Paralelamente comenzó a desarrollar su vocación por la literatura, pero en especial por la escritura de poesía y de narrativa, dos géneros que nunca habría de abandonar.
En esos años de la década del 50, Saer tiene la oportunidad de compartir sus inquietudes y su interés por la literatura con otros intelectuales amigos, Hugo Gola, Jorge Conti, Roberto Maurer, a quienes más tarde se sumarían Marylin Contardi, Raúl Beceyro y Luis Príamo, entre otros.
Quizás el acontecimiento más definitorio para este grupo, que no estaba nucleado en torno de ninguna publicación periódica, sino que se reunía para intercambiar textos y lecturas, fue la creación, en 1958, de la Escuela de Cine, perteneciente a la Universidad del Litoral. Aunque la experiencia como docentes de la institución fue breve, les permitió definir sus gustos y su forma de expresión, tanto en el campo de la literatura como en el del cine. Esta afinidad de Saer con el lenguaje cinematográfico no sólo se hará visible en el tratamiento de algunas escenas de su literatura, sino que le hicieron pensar en la posibilidad de dedicarse a filmar: "Mi única y verdadera vocación siempre fue la de ser escritor. Nunca quise ser pintor o músico o diplomático o lo que fuere. Pero en un determinado momento de mi vida, alrededor de los 22 o 23 años, mi pasión por el cine era tan grande que tuve la tentación de dedicarme a ser realizador. Dos cosas me disuadieron. Primero, pensar que probablemente no tenía la capacidad para hacerlo, porque el cine es un trabajo físico muy difícil de hacer para una persona perezosa como yo. Y segundo, porque para hacer cine se necesita mucho dinero, y eso obliga al cineasta a bajar al mundo de las finanzas para poder materializar sus sueños". 1
Son estos años -los de la década del 60- los que impulsaron la renovación y la experimentación en nuestra narrativa, que coincidieron con el reconocido "boom latinoamericano", un fenómeno de gran resonancia en Europa, pero muy discutido por nuestros académicos y poco aceptado por los integrantes de este grupo. Para ellos, lectores de Borges pero también de otros grandes escritores de la literatura universal, como Faulkner, Proust, Mann, y de grandes poetas (Rubén Darío, Ungaretti, Móntale), hubo una figura poco difundida entonces pero con muchos méritos literarios a la que admiraron y que les marcó un modo de percibir el mundo y de representarlo a través de la palabra: el poeta entrerriano Juan L. Ortiz.
En 1960 y en Santa Fe, Saer ve publicado su primer libro de cuentos, En la zona, un título más que significativo, si tenemos en cuenta que prácticamente todas sus ficciones posteriores estarán ubicadas en esta región del litoral santafesino. Tanto en cuentos, relatos o novelas, el narrador saeriano se colocará en ese lugar geográfico, pero no con la intención de acentuar un valor regionalista, de color local, sino como un espacio de origen -además de personal, también para la escritura- que sus diferentes historias tomarán como centro para la construcción imaginaria.
Más tarde, en 1964, aparecerá la novela que nos ocupa, Responso, editada en Buenos Aires, y sucesivamente Palo y hueso, La vuelta completa y el volumen de cuentos Unidad de lugar. Así se completará esa primera producción del escritor, quien en el año 1968 viaja a París, Francia, en calidad de becario, aunque luego de cumplir una estadía transitoria adopta esa ciudad como su lugar de residencia permanente, hasta la actualidad. Allí trabaja como docente y continúa escribiendo en castellano, para luego publicar sus libros, como suele hacerlo habitualmente, en nuestro país.
Desde 1969 hasta ahora han aparecido los siguientes títulos del autor: las novelas Cicatrices (1969) y El limonero real (1974); un libro de relatos, La mayor (1976); El arte de narrar (1977), volumen compuesto por poemas (aunque el título pareciera indicar lo contrario), y las novelas Nadie nada nunca (1980) y El entenado (1983). En este mismo año publica dos volúmenes de cuentos, Narraciones I (que incluye también Palo y hueso) y Narraciones II (que contiene Responso). Le seguirán las novelas Glosa (1986), La ocasión (1988), Lo imborrable (1993), La pesquisa (1994) y Las nubes (1997). En calidad de ensayista publicó en 1991 El río sin orillas (tratado imaginario), un libro que repasa la historia argentina que se gestó en las márgenes del Río de la Plata, y otros tres, Una literatura sin atributos (1988), El concepto de ficción (1997) y la narración-objeto (1999), compuestos por artículos diversos en los que Saer reflexiona sobre la literatura en general y sobre el oficio de escritor.
Dos líneas de influencia muy notorias son las que la crítica ha señalado respecto de la narrativa saeriana. 2Por un lado, la literatura de Jorge Luis Borges, cuya ascendencia se extendió sobre casi todos los escritores argentinos de las generaciones que lo sucedieron, y que se hace evidente en Saer en la combinación de tradición y vanguardia y en una formulación narrativa alejada de las pretensiones del realismo psicológico. Esta preferencia se advierte en los recursos que destacan el artificio, es decir, la maquinaria que se pone en movimiento para que el texto literario no refleje la realidad tal como la vemos, sino que la vuelva singular, única en la experiencia estética.
La corriente del objetivismo francés, identificada también como Nouveau Román, es otra de las marcas notorias en la literatura de Juan José Saer. Su forma de narrar le dedica especial atención a las imágenes que nos transmiten los sentidos (sobre todo las que provienen de la mirada) pero enfatizando hasta las partículas más pequeñas de lo descriptible, y con tanta minuciosidad, que la reacción que provoca en el lector, más que de reconocimiento de lo cotidiano, es de verdadera extrañeza. El objetivismo tuvo en cuenta las categorías del relato tradicional -tiempo, espacio y personajes- sólo para someterlas a discusión o cambio, aunque también para desconocerlas, por lo que constituyó a la narración en campo experimental de la literatura.
Para sintetizar, podríamos acordar que las narraciones de Saer deben su originalidad a algunas particularidades que luego se han convertido en constantes de sus producciones: la descripción pormenorizada pero fragmentaria del mundo material, la elección de un registro intensamente poético para su lenguaje y el interés por personajes sencillos colocados en el centro de situaciones o historias igualmente simples, a los que el narrador se aproxima, pero no para bucear en su psicología, sino para aprehender en la pequeñez de sus gestos o en algunos actos cotidianamente minúsculos, algo de la realidad aparente e incierta que los envuelve.
Su prosa suele verse como un intento de comprobar cuánto podemos acercarnos al mundo real y conocerlo a través de los datos que nos otorga nuestra percepción. Las mismas escenas repetidas con leves variaciones, la exploración profunda de sensaciones visuales o auditivas que pueden parecemos incluso triviales, más la búsqueda de un lenguaje que procura dar cuenta de lo perceptible aun admitiendo la imposibilidad de representarlo enteramente, constituyen un estilo reconocible en casi todos sus textos. De ahí esta aseveración sobre su propósito como escritor: "Trato de poner en evidencia la incertidumbre porque esa es mi ideología de la percepción del mundo". 3
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