Xavier Velasco - Diablo Guardian

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El sepelio de Violetta o Rosa del Alba Rosas Valdivia es observado por Pig, escritor compulsivo, perfeccionista, y sin carrera literaria. Pig cede la palabra a la muerta y hace narrar a Violetta, que cuenta su historia en primera persona. Desde niña, el personaje tiene dos diferentes apelativos y una vocación de lo que ella entiende por la palabra puta que cobra diferentes significados durante toda su vida (mismos que ella lleva a la práctica). La niña vive en un ambiente de mentira (su padre tiñe de rubio la cabellera de cada uno de los integrantes de la familia desde los primeros años de la infancia). Las apariencias rigen a la familia de Violetta. El papá planea un robo a la madre, que a su vez ha estado robando a la Cruz Roja y guarda el dinero en una caja fuerte en el clóset. La jovencita-niña empieza a vivir aventuras desde que se escapa de su casa con los cien mil dólares robados. Contrata a un taxista anciano para que viaje con ella por avión y a partir de ese momento, manipulará a los demás. Cruza la frontera con los Estados Unidos, siempre usando a alguien, comprando favores y voluntades. Como todos los hombres que se topan con Violetta, Pig también es usado por ella, que lo domina como escritor y le exige escribir la novela en que ella aparece. Una obra divertida, sin concesiones, despiadada como observación de la sociedad y de los individuos, que tiene el buen gusto artístico de no caer en sentimentalismos o en?denuncias?. Una novela de la globalización.

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La confesión con Eric me puso en otro mood. Hazte cuenta una pastilliza milagrosa. Un cóctel de calmantes, lo que tenía que haber sentido el día antes en México, en la iglesia. Sólo que Eric resultó más decente que el cura. Se guardó la mitad del dinero y me dio a mí el resto. Nos pasamos de menos media hora acomodándolos entre la ropa que traíamos puesta, y al final nos salimos de regreso a la Gallería cubiertos de chipotes. Muy poco naturales, te diré. Pero el chiste es que ya no era yo con mi veliz y él con su jeta de pregunta a medio hacer. Éramos él y yo, nosotros, trepados en el mismo tren. Mis compañeras de la escuela decían nosotros, y yo sabía que nunca iba a caber ahí. Mi mamá, mi papá, mis hermanos, ése era otro nosotros, pero yo era tan extranjera entre mi tribu que ya ves, los desfalqué y huí. Me daba un vértigo maravilloso, exquisito, te juro, pensar que aquél era el primer nosotros de mi vida. Un nosotros que no se iba a romper por cincuenta ni por cien mil dólares. Y no digo que no se fuera a tronar por otra cosa, si era fragilísimo. Yo sabía que igual después de una semana Eric me iba a botar con todo y mi New York, pero ya mínimo me habría dado una razón para no desconfiar de todo el mundo. Para confiar en mí. Para sobrevivir entre las calles y los edificios que con trabajos había visto en revistas y tarjetas postales. Y además yo ya no pensaba que a Eric fuera a perderlo en siete días. Lo difícil había sido sacarlo de Laredo, ya en Manhattan las cosas iban a ser más fáciles. No sé cómo podía imaginarme que iban a ser más fáciles, yo supongo que en vista del éxito obtenido. Porque era un exitazo: Eric y yo comprándonos un par de walkmans y dos veces el mismo cassette de Siouxsie. Apretábamos play al mismo tiempo y corríamos non-stop de pasillo a pasillo, entre las escaleras, por toda la Gallería escuchando The Passenger al mismo tiempo. La la la la, la ra la la.

Teníamos dos días por delante. Eric había pagado por esa y la siguiente noche, sólo faltaban los boletos y las compras, y algo que según yo era importantísimo: el momento en que íbamos a saltar juntos de girbiendy boyfriendajust lovers. Puta madre, qué pánico. No me vas a creer pero todavía me sacudo de acordarme. Ya no me daba miedo el hotel, ni el avión, ni los gringos, ni la policía, ni mis papás, ni Eric. Me daba miedo yo, que no sabía ni madre de los hombres. Excepto el dato de que algunos eran pránganas y ambiciosos, como mi papá, y otros nomás calientes, como el jardinerito. Ya sé que estoy haciendo trampa, tenía que haber visto otros hombres, y por supuesto que los había visto, pero ninguno se parecía a Eric. Ni de lejos, ¿ajá? Y esa noche yo iba a dormir con Eric. Creo que todo ese jueguito de corretearnos y ponernos la misma canción era nuestra manera de no pensar en nada, de hacer cualquier milagro por entendernos antes de que llegara la hora de no entender una chingada. Porque no era posible que solamente yo sintiera nervios. No es que no me quedara claro que los gringos ya andan saltando camas desde los catorce años, pero es que lo miraba y decía: Necesito que esté muerto por mí, porque lo más posible era que se estuviera divirtiendo y ya. Que no hubiera querido quedarse mi dinero sólo porque era honrado. Pero cuando yo pienso que algo tiene que ser, es porque ya no queda de otra sopa. Va a ser así, no hay vuelta. Tenía que ser así porque si no Violetta se iba a derrumbar. Porque no sé si ya notaste que Violetta se estaba enamorando idiotamente de su novio. Qué caso tiene que te cuente todo lo que hicimos en la Gallería si de todas maneras no te voy a poder explicar lo que pasaba. ¿Podrías tú contarme exactamente lo que pasaba en tu cabeza la noche en que nos escapamos a la montaña rusa? Pues yo tampoco puedo. Lo único que sé es que Eric había dejado de ser The Pilot. Los dos éramos Passengers, ¿me captas? Y por más que supiéramos que ese tren se tenía que estrellar, todo era demasiado lindo para andarse con pinches precauciones. Además, él podía regresar a su vidita en cuanto se le diera la gana. Y si yo, que no tenía regreso, estaba tan feliz y so cool, ¿qué podía esperar de Eric? La verdad es que yo esperaba de él sólo una cosa: que a todo me siguiera diciendo que si. El tipo de costumbre que nada más las niñas ricas tienen.

Dicen que cuando una es feliz se queda sin historias que contar. Y ha de ser cierto, porque de Houston no sé ni qué contarte. Hasta donde recuerdo, solamente salimos de la Gallería una vez. Tres cuadritas de ida y de regreso. Había una revista en el hotel con un anuncio que no resistí. Nunca había siquiera oído hablar de Saks Fifth Avenue, pero ya el puro nombre me convenció: era mi primer paso a New York. O más bien el penúltimo. La antesala, ¿ajá? Creo que fue al segundo día en la mañana. Yo estaba enojadísima con Eric, y ni modo de reclamarle. ¿Creerás que el texanito se metió en su cama y se durmió?

Cuando salí del baño lo encontré cuajado, y por más que pensé: Compréndelo, Violetita, llevaba un montón de horas sin dormir, desayuné con el orgullo de a tiro malherido. Estúpido, pensaba. Pendejo, mariquita, inútil, bestia. Yo sudando de frío en el baño, pintándome los ojos y la cara y despintándome quién sabe cuántas veces. Poniéndome el perfume que me había comprado, probándome la bata, la toallita, no sabes. Y Supermán babeando su almohadota. Ni siquiera un smack, un buenas noches, un maldito It’s been such a crazy day. Y ya ves que me mata eso de que alguien me prometa algo y me falle. Ya sé que no me había prometido nada, pero no me digas que ya el puro hecho de dormir juntos no era una especie de promesa. El caso es que yo iba muy sonriente, pero furiosísima. Y apenas entré a Saks se me bajó el coraje. No sé, me nivelé. Por mucho que la Gallería me hiciera tan feliz, esa tienda tenía algo conmigo. ¿Nunca has sentido que una tienda te comprende? ¿Que tiene tus colores, tus tallas, tus excentricidades? Ya sé que estoy sonando como anuncio, que asco, pero te juro que así me pasó. Si no cómo quieres que justifique los ocho mil dólares que me boté. Y con Eric pegado, todo el tiempo. A él le tocó un traje increíble, más zapatos, corbata, camisa y mancuernillas. Armani, Ferragamo, Boss, ya sabes. Era todo tan loco, tan rápido, tan sin motivo, que nos moríamos de risa con cada nueva compra. Jajajá ciento veinte, Jojojó setecientos, jijijí mil quinientos, y como que eso fue acercándonos muchísimo, tanto que en menos de tres horas ya traíamos un ondón, y hasta un par de clientas nos preguntaron si éramos recién casados. ¿Y sabes qué contestó Eric? Les dijo: Yes, ofcourse. Y yo sentía que la cara se me quemaba, no tanto de vergüenza como de no sé, miedo, ansiedad. Me veía en los espejos de la tienda y claro, no tenía ni tantita cara de esposa. Ni siquiera Eric parecía marido, y eso que me llevaba como tres años. En la escuela había niñas de trece que se iban a fumar a las cafeterías y se veían chistosísimas. Quise decir tontísimas, me entiendes: ridículas, pendejas. Yo me veía en los espejos de Saks, que estaban por todos lados, y me acordaba de las niñas fumadoras, con unas ínfulas de femme fatale que hacían reír a todos menos a ellas. Pero igual me callaba, como se debe una callar siempre que oye una estupidez que le conviene. Si Eric quería presumir que era mi esposo, yo tenía el derecho de pedirle que me acompañara al Departamento de Lencería. Mi territorio, baby. Cuando estás con un hombre en Lencería lo puedes sonrojar de putimil maneras. Le pides opiniones, le comentas cositas, lo metes a la conversación con la empleada. ¿Cuál te gusta? ¿Me veré bien con éste? ¿Te atraen los ligueros? ¿Podrías detenerme estos calzoncitos mientras voy a probarme? 0 sea que lo tienes agarrado de los huevos sin tocarlo. Remote control ¿ajá? Y aquí era donde yo tenía una cierta experiencia. Tres de ellas, más bien. Por más que Eric fuera muy diferente del jardinerito, a Dios gracias, yo iba a acabar usando las mismas armas. O sea el cuerpecito de la pequeña Violetta. Utúe Red Riding Violetta. Caperucita con el Lobo arrodillado y sonrojado. Y caliente, además. Eso tenía que ser lo más interesante. Porque si en la noche de Eric no había pasado nada, en la mía se iba a acabar el mundo. Porque lo que es a New York yo no estaba dispuesta a llegar sola, ni pobre, ni virgen. Te lo digo más fácil: De ninguna manera quería aterrizar en la ciudad de mis sueños como una estúpida. Y a mí una virgencita que viaja con su novio me parece estupidísima. Y aquí debería decir algo como me vas a perdonar, pero sigo pensando que aunque escribas mi vida no vas a perdonarme. Que la vas a escribir precisamente para sentenciarme. Señorita Violetta: Queda usted condenada a ser la bruja de este cuento.

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