Aunque igual era bruta. Decía frases sin sentido, adaptadas directo del español. ¿Quieres reírte de mí? Cuando alguien me decía: Thank you yo contestaba: Of nothing. Por eso cuando Eric me dijo en voz bajita: You look pretty american, juré que era un piropo doble. 0 sea que me veía bonita y gringuita. Qué pendeja. Pensando en sonrojarme y perdiéndome la mejor noticia de la noche. Porque en ese momento no estaba dudando, sino calculando. Quería convencerse, ¿ajá? Y ya ves cómo es luego la gente de persuasiva cuando ya se propuso convencerse sola. Yo no me daba cuenta de que looking pretty american era el camino más veloz para convencer a Eric de rentar un carro y largarnos esa misma noche a Houston. Tampoco me podía imaginar que Eric quería rentar el coche con todo y gringos. No me preguntes cómo se llamaban, si quieres ponles Dick y Jane. Dick era short-stop del equipo de la high school y Jane hermana de su novia, cosa así. Por cien dólares nos podían llevar, si yo pagaba la gasolina. Ciento sesenta en total. Si nos íbamos por la 59 podíamos llegar hasta en cinco horas, pero nadie tenía más de veinte años. Nos iban a parar. Era mejor irnos por los pueblitos, de día, vestidos de deportistas. O sea pretty american. Y que le digo: Let’s go now. Fifty nine, you and me. Porque pensé: No me conviene nada viajar con sus amigos. Eran tres contra una, ¿ajá? Luego no sé por qué pero me daba miedo el viaje durante el día. Total que eran las once de la noche y Eric me suplicaba: Please, tomorrow!, con el teléfono en la mano y un montón de monedas en la bolsa. Pensé: Llegó la hora de enseñarle quién manda a este cabrón, y entonces que le grito: Now, and wit hout you!
Me alcanzó un par de cuadras adelante y le armé tal dramón que al final regresamos a llamar a Dick para ver si le hacíamos la oferta de su vida: dos mil dólares cash por el coche. Eric estaba necio en que ese pinche coche no valía ni mil quinientos, y yo tenía la idea de que su pura discreción podía valer más de tres mil. Era un Escort viejón, aunque con buen estéreo. Acabamos comprándolo en mil seiscientos, pero Eric le soltó otros cuatrocientos para que se callara. Aunque igual le dijimos que habíamos decidido ir mejor hacia Austin, y después a Los Ángeles. Eric como que no acababa de entender pa qué tanto misterio, pero yo sí me daba cuenta del tamaño del pedo. Estaba secuestrando a Eric, ¿ajá? Ya lo había convencido de traer en su bolsa los cinco mil dólares, y lo iba a convencer de traer más. Y eso es más convincente que una pistola en la sien. Nadie sabe qué hacer con el dinero enfrente. Puedes pedirles que hagan cualquier cosa y ellos entienden que no son consejos, ¿ajá? Son instrucciones. El dinero la pone a una nerviosa, y no hay nada mejor para los nervios que seguir instrucciones. El dinero es mandón, gritón, asusta.
Y más si viene acompañado de unos senos en flor y una sonrisa que se muere por corromperte y una mano que tiembla y otra que te acaricia un muslo y unos labios mojados que te ordenan: ¡Vámonos! Cuando entramos a la 59 ya veníamos abrazados, yo temblando de frío y creo que él de miedo.
Pero estaba feliz, era clarísimo. Tenía dos hermanos también pitchers, y un padre que según él había jugado en el Yankee Stadium. Ya había terminado la high school y en unos meses iba a entrar en la universidad, pero seguía jugando con el equipo de béisbol. Y yo creo que también tenía unas ganas tremendas de escaparse de todo eso, porque a los diez minutos ya no temblaba, ni me esquivaba la mirada, ni movía la cabeza hacia los lados, que es lo que uno hace siempre cuando toma el lugar de su papi observa el panorama y dice: Ya ni la jodes. Ahora si la cagaste. Parece mentira que a tu edad hagas estas putas idioteces. Y ya ves que las putas idioteces son más guapas y más interesantes que las chingadas sensateces. Igual teníamos pavor de que en la carretera nos pararan, y eso como que le sumaba puntos al score. ¿Sabes lo que era ir por una carretera gringa, con galán a bordo y dineral en la cajuela, right on the road to Heaven? Me sentía poderosa, no sé, invencible. Era como si todo lo que había pensado y creído y dicho y gritado en los últimos tres años de mi vida se hubiera vuelto cierto de un madrazo, como si atrás del bosque o no sé, de los árboles, hubiera un juez diciendo: Tiene Usted La Razón. Era posible, ¿ajá? Por más que mis papas se hubieran empeñado en que mi mundo fuera pequeñito y apestoso, yo estaba consiguiendo espacio. Aire. Futuro. Cosas que una estudiante de secundaria-con-secretariado no puede imaginarse, y menos si su idea de vivir rápido es no sé, alcanzar a su jefe con el dictado. Yo quería obedecer, pero al destino. Y a mis necesidades. Y hasta a mis caprichos, que a la hora de la hora eran los que contaban. Yo quería que contaran y él estaba de acuerdo. That’s why he was my boyfriend
Mi primer novio no conocía mundo. Había estado en San Antonio, Dallas, Austin, Reyriosa, Corpus. Creo que eso era todo. Texas and Tamaulipas. Nunca se había escapado de su casa, estaba totalmente aburrido de su novia, tanto que ya hasta habían pensado en casarse. 0 sea que yo era la locura menor que venía a salvarlo de la demencia total. ¿Tú crees que iba a volver a ser el mismo después de haber vivido como rico en Houston y New York? 0 más bien sólo en Houston, porque apenas aterrizas en New York el dinero se encoge. La gente se enamora de New York como de una golfa avariciosa. Una puta ranura de alcancía sin fondo que pide y pide y pide. Y le das, y le das, y no hay lana que alcance. Por eso te enamoras, porque dices: Manhattan, no soy digno de que vengas a mí.
Y yo entonces podía ser una escuincla babosa, pero ya era la clase de mujer que disfruta tener lo que no se merece. Siempre que yo pedía un juguete, mi papá preguntaba: ¿ Te lo mereces? Y yo decía: No, papito, y bajaba la cabeza y me hacia la sufrida, porque sufrir también es una forma de ganarte las cosas. Pero luego, cuando lo conseguía, pensaba que seguía sin merecerme nada, y me reía muchísimo. ¿Por qué la gente cree que llorando y quejándose de lo triste que es su vida va a merecerse cualquier cosa mejor? ¿Quién va a recompensarte por joderle el mood? ¿No sería más lógico que te pagaran por hacerlos reír? Eric y yo seguíamos sin conocernos, pero igual nos reíamos. Todo el tiempo. Yo creo que dos personas que se hacen reír tienen derecho a todo. Y no he dejado de creer que fue por eso que nadie nos paró en todo el camino, y que cuando se apareció la policía fue para rescatarnos del Purgatorio.
Suena dramático, pero es que así se puso a media madrugada, cuando se tronó el coche. Nos quedamos tirados a un lado de la carretera, no sé muy bien a qué distancia de Houston pero ya no muy lejos. Eric decía: Dont worry, pero ni a él dejaban de temblarle las rodillas. Y eso que no sabía del dinero. Yo le había contado que en New York iba a cobrar más, y eso era todo. Él no quería que voláramos en primera clase, porque decía: ¿Y si en New York no logras cobrar nada? Y yo: Dont worry. Keep just cool. Im rich. Le había inventado la historia de que Mummy me mandaba hasta New York sólo para salvarme de Daddy. Que iba a entrar a una high school que me sentía perdida, que tenía miedo. Y esto último era cierto, tenía un miedo horrible de quedarme sin Eric. Dont leave me, Superman: le lloriqueaba, lo abrazaba, me le untaba. Me sentía como Caperucita en la panza del lobo, metida con un gringo, sin papeles, en un coche jodido que no era ni mío ni suyo, y en eso vi las luces de la patrulla.
¿Sabes qué preguntaron? Que si íbamos al maratón. No sé qué maratón, ni siquiera estoy tan segura de que el policía dijera maratón. El caso es que dijimos yes, al mismo tiempo. Entonces me di cuenta de la hora: diez para las seis. Habíamos salido de Laredo vestidos con dos juegos de pants viejos que Dick y Jane sacaron de sus casas, yo de azul y él de verde. Una onda súper sport. ¿Ajá? Tanto que la patrulla nos empujó por más de milla y media. Estábamos justo a la entrada de un pueblo rascuache, según yo se llamaba Edna. Ese día aprendí cuál es la hora de los inocentes: las seis de la mañana. Es como si de pronto el mundo se estuviera dando cuerda. La hora en que ni los policías trabajan, porque si hubieran trabajado de verdad de menos nos habrían pedido que nos identificáramos. Y yo que ni una puta foto traía. Pero nos empujaron hasta una callecita y se largaron. Eric todavía habló un rato con ellos, según esto de béisbol, pero algo debe de haber hecho muy bien para que la libráramos así. Y como él sí traía identificación, no le costó trabajo conseguir lugar para dormir. Un motelucho feo, descolorido. Dijo que para él solo y luego me metió de contrabando. Yo estaba paranoica porque ya juraba: Nos van a agarrar. Si Dick y Jane hablaban con el papá de Eric no iban a tardar mucho en encontrarlo. Ya ves que entre los gringos siempre se encuentran pronto. Las placas de los coches, las cámaras ocultas, los viejitos chismosos. Por eso yo insistía en parar cualquier taxi y escaparnos a Houston y tomar el primer avión para New York. En New York nunca nadie nos iba a agarrar. Entonces Eric agarró el teléfono y le habló a su papá. No pude ni evitarlo, creí que era de broma. Pero al final lo convenció de todo. Se suponía que estábamos en Austin, en casa de su amigo No Sé Quién. Luego le habló al tal No Sé Quién y lo puso de acuerdo. ¿Sabes qué es lo que si tienen los gringos? Una mente de agenda impresionante. Son capaces de organizar hasta su propio entierro. Y eso a mi me servía enormidades, siempre he sido un desastre organizando. O sea que para entonces ya no era una, sino dos cabezas trabajando en hacer posible lo imposible. Por más que Eric tratara de arreglarlo todo legalito, yo me las ingeniaba para enchuecarlo. Siempre que me avisaba: This is illegall, yo le decía:¡ I dont care, you legalize it! Y luego lo besaba y le pedía: Legalize me! Creo que nunca falló. Aunque tampoco me importaba tanto la legalidad. Como que todo lo derecho a mi me estorba, pero igual ese día estaba haciendo una excepción. Eso es lo más podrido de tener un novio, que te pasas la vida haciendo excepciones. Cosas que nunca te daría la gana hacer. Yo quería dejar el Escort en la calle y largarnos a Houston de cualquier manera, pero Eric se empeñó en irse solo a venderlo. Me dejó en el hotel, no durmió nada. Ni siquiera me quiso dar un beso. Me decía todo el tiempo: I must get going. Como si yo fuera su jefa y él tratara de merecerse la lana que traía en la bolsa.
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