O sea que igual por esa noche necesitaba a Eric, y no tenía más que esa noche para que él me necesitara a mí. Que aceptara mis condiciones, mis órdenes, mis dólares. Que estuviera dispuesto a descubrir conmigo lo que se sentía ser inmensamente independiente. O como dices tú: ofensivamente libre. ¿Qué iba a pasar después? Cómo iba yo a saber. Cuando andas escapándote de esa manera no hay después, ni antes. Tu único plan es que nadie te agarre hoy, que a la noche haya dónde dormir, que no te alcancen las culpas y los miedos, por más que todo el tiempo los traigas ahí detrás. Y te digo que yo de New York sabía muy pocas cosas, pero las suficientes para estar segura de que allí sí no me iba a alcanzar nadie.
Siempre tuve la sensación de que yo iba más rápido que los demás. Mis papás, mis maestros, mis compañeras, todos igual de lentos. A veces me decían que tenía prisa por vivir, y a mi me parecía que ellos eran los que tenían prisa por morirse. No te voy a decir que Eric era como yo, pero mínimo le atraía la idea de salir de ese pueblo. Además, era beisbolista. No hay beisbolista que no pele los ojos cuando le habías de New York.
Daddy wanted to be, you knows my boyfrien. El you know es buenísimo, te permite decir lo que quieres pero no quieres decir y obliga a los demás a tratar de entenderte. Y así te vuelves de un sutil que bueno, you know, ¿verdad? Porque es como si le hubiera dicho: Mi papá me quería de amante, pero digo: Quería ser mi novio, con el you know en medio que lo explica todo. Del modo en que yo quiero, además. Porque por muy ladrona que yo fuera, me daba no sé qué cosa usar palabras como lover con el primer extraño que se me aparecía. Puede que en realidad me diera igual, pero igual él tenía que pensar que yo no me atrevía a llamar a esas cosas por su nombre, no porque fuera que tú digas mojigata, sino porque se suponía que me había escapado de mi casa porque mi papacito era un degenerado, y eso tenía que ponerme no sé, algo así como adolorida pero comprensiva. Por eso le seguía diciendo daddy, ¿ajá? Porque lo que planeaba, lo que no me podía fallar, era volverme de inmediato su, you know, novia. Si Eric iba a ser mi primer lover, yo tenía que ir poniendo carita de girlfriend.
No es que me hubiera propuesto así, engañarlo. Al contrarío. Necesitaba que se diera cuenta de cuánto lo necesitaba. Que me viera desprotegida, que sintiera ternurita, que de verdad fuera Clark Kent y que se convirtiera en Supermán cada que yo se lo pidiera. No era así que tú digas demasiado pedir. Y él se iba a sentir bien, ¿me entiendes? Pero antes de que siga explicándote cómo hice para que Eric se portara como Clark, no estaría mal contarte cómo iba vestida. Una cosa patética, eso si.
El taxista de la frontera me había dejado media hora en una tiendita, mientras él iba y conectaba al bueno. Era un viejito casi casi que adorable. Aunque supongo que cualquier taxista al que le das quinientos dólares sólo para que te haga cruzar un pinche río tendría que portarse como tu mayordomo. Total que mientras llegaba mi salvoconducto yo tenía que comprarme ropa. Igual traía un par de jeans en la maleta, pero el taxista me había aconsejado vestirme de colegiala. Nomás te cruzas y corres para la escuela me dijo, como veinte veces. Pero igual no me supo decir si en la escuela llevaban uniforme, o si un color era mejor que los demás. Azul, gris, moradito, no sé. Y ni modo de adivinar. Lo peor que podía hacer era entrar a un colegio con el uniforme de otro. ¿Sabes de qué me disfracé? De tenista. La tienda mexicana no estaba muy surtida, el vestidito era una cosa vomitable y la blusa me quedaba demasiado ajustada. Pero había hasta raquetas. Las mochilas en cambio eran chiquitas. Y la naca de mi quería a fuerzas una mochila gringa. 0 sea que me crucé el río vestidita de tenista, con la raqueta en una mano y el veliz en la otra. Next stop, Wimbledon. Una de las primeras cosas que le pregunté a Eric fue cómo me había visto. Pues fácil. Facilísimo, digo. En su jodida escuela no había cancha de tenis. Me sentí poco menos que insultada cuando me dijo que me vio brillar como una foca en el desierto. Aunque ya si lo piensas suena un poquito a cuento de hadas. Eric se acercó a mí para estar bien seguro de que yo no era un espejismo. Eso fue lo que me explicó en la cafetería y pero yo todavía no sabía lo que era un mirage. Mírate en el espejo, decía. Eso es un mirage. Mirror, mirage, mirar. Yo lo pensaba todo en español y sufría muchísimo para desenmarañar su tejano. You don’t speak any english, you speak texan, le decía y él se carcajeaba. Y a mi me daba por gritar: Superman speaks texan! Gritar, ¿ajá? No tenía ni tres horas en Estados Unidos y ya estaba gritando. Y Eric me decía: Shhh!, y movía los labios diciendo i-m-m-i-g-r-a-t-i-ó-n. Pero estábamos solos. Era uno de esos puestos de comida que van creciendo hasta que el dueño pone dos mesitas y estrena cafetería. Estábamos muy cerca de la carretera, ya eran como las ocho y Eric sin puta idea de qué hacer conmigo, pero como que no se atrevía a dejarme. I am your luck, le dije de repente. Y bingo, que se lo cree. Me miró de otro modo, como si hasta ese momento nomás hubiera estado buscando alguna pista para entenderme. O para aterrizar, que es lo que tanto él como yo queríamos. Porque desde que había inventado el cuento del Horny Dady todo se había puesto no sé, denso. Qué quieres que te diga, la estúpida de mi le dio en la madre al mooti Pero igual funcionó, como lo de la suerte. Si una le dice a un hombre: Soy tu suerte, lo más posible es que termine siéndolo. Y más si anda una con ganitas de comprarse un novio. Con faldita de tenis y los senos saltando de la blusa. Con dinero de sobra en el veliz. Con una canción que dice claramente que necesito amor, que soy una pelota sin control. Y otra cosa importante: que soy rápida.
Figúrate la escena. Una calle vacía, un changarro en la esquina, una scooter parada, yo de tenista y él de beisbolista. Comiendo chilí con carne los dos. No sé si era porque Eric quería sentirse mexicano, o porque yo ya me creía grínga. Estaba nada menos que con Superman, ¿ajá? Estaba ocupadísima enganchando nuestros destinos, cerrándole salidas, volviéndome su suerte. Todo eso al mismo tiempo, con el mismo beso. Y un poquito más muá que smack, ¿ajá?, más saliva que tronido. Pero tampoco mucho. Bien que mal eran besos inaugurales. ¿Checas? Los primeritos. O sea que yo ya había bailado desnuda para un hombre pero seguía sin besar a ninguno. Algo muy parecido les pasa a las pirujas. Mucho sexo, pocos besos. A veces ningún beso. Y yo esa noche iba volando hacia los besos y el sexo, sin conocerlos casi para nada. Tampoco sabía un carajo de Eric, ni de Laredo, ni de Texas, y de New York apenas dominaba lo que todo el mundo: puras estupideces. Porque ni modo de aprender de besos, o de sexo, o de New York a distancia. Si Eric me enseñaba a besar, si me hacía el amor por primera vez en mi vida, yo podía enseñarle cantidad de cosas que sólo eran posibles con dinero en la bolsa. Le podía enseñar el Yankee Stadium. Le podía enseñar esos senos que crecían como milagros, y que entre más crecieran menos iban a quedar hombres capaces de decirme que no a lo que fuera. Por lo pronto una cosa era segura: yo no iba a permitir que Eric me negara nada. Empezando por el derecho a mantenerlo. Yo quería mandar, ¿ajá? Necesitaba un novio fuerte y obediente. Sólo los hombres fuertes saben obedecer las órdenes de una mujer. 0 sea, sin quebrarse, ¿si? Y algo en las manos de Eric me decía que si era Supermán. Suena tontísimo, pero nunca me falla. No es que fueran unas manos más grandes o más chicas, aunque de entrada las chicas no sirven. Ni para cocinarlas. Y tampoco es que sean flacas, gordas, huesudas, no es eso. Si ves las manos de una mujer igual te llevas una idea, pero lo más probable es que estén actuando algún papel. Las tres, sus manos y ella, ¿ajá? Las manos de los hombres no saben usar máscaras. Los hombres ponen duras las facciones hasta para sentirse guapos, pero las manos siempre los delatan. Cuando unas manos de hombre no te dicen nada, lo más probable es que el fulano sea un pendejito sin carácter. Prefiero ver a un hombre delineándose las cejas que en el manicurista. ¿Sabías que al asqueroso de Ferreiro le barnizan las uñas?
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