Héctor Camín - El Error De La Luna

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El error de la luna es la historia de una familia los Gonzalbo -, donde el personaje central es la vida de la tía Mariana, y la búsqueda de su sobrina Leonor por encontrar la verdad de lo sucedido. De desenmarañar el secreto guardado en los pliegues de ese linaje de los Gonzalbo la vida de Mariana y un gran amor el de Lucas Carrasco.
El error de la luna es también una novela de mujeres enamoradas. Las Gonzalbo giran alrededor de la vida fracturada de Mariana, de sus distintas versiones, y de la obsesión que hereda Leonor, la joven sobrina a la búsqueda de un pasado que decide suyo, sintiéndose la heredera o reencarnación de la tía, al grado de hacerse obsesión. Ciertamente la novela te atrapa, en las historias de amor de Mariana, Lucas, la propia Leonor, Rafael Liévano, Carmen Ramos, la tía Cordelia, Angel Romano, Alina Fontaine y los abuelos Filisola y Ramón Gonzalbo, en el diseño trágico de sus vidas, en sus complicidades ante la fatalidad.
Veamos algunos avances de esta entretenida novela que te atrapa entre su lectura…

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¿Tu impotencia para qué? -la siguió Leonor.

– Para haber ayudado a Mariana -se nubló Cordelia. -Para haberla sacado de manos de ese miserable.

– ¿Cuál miserable?

– El culpable de todo -dijo Cordelia. -Para acabarla de fregar, una gloria nacional. Una seudogloria, porque eso es todo lo que hay aquí: seudoglorias nacionales.

– Sería también un seudomiserable -jugó Leonor.

– No, eso lo era completo. Pero, en fin. ¿Por dónde quieres que empiece?

– Por el principio -dijo Leonor. -Dime quién fue el miserable.

– Querrás decir quién es -subrayó Cordelia. -Porque todavía es. Anda por ahí suelto, gozando de su seudofama. Sobre todo, todavía anda metido en mi cabeza como si las cosas hubieran pasado ayer. Lo de Mariana y él, quiero decir. Tengo la rabia idéntica de cuando pasó, hace diez años.

– ¿Pero qué pasó?

– Muchas cosas, demasiadas cosas -se abrumó Cordelia, poniéndose de pie para ir hacia el centro del librero que se extendía sobre la sala como la nave de una biblioteca medioeval. -Todas las cosas que te puedas imaginar. ¿Quieres tomar algo?

– No -dijo Leonor.

¿No bebes?

– A veces le robo coñac al abuelo. Pero sólo una copa, o así, allá cada Viernes Santo. -¿Tampoco fumas? -No.

– ¿Ni siquiera marihuana?

– Fumé una vez, pero me puse idiota y luego vomité -explicó Leonor. -Tampoco fumo, desde entonces.

– ¿Quieres decir que no necesitas tóxicos de ningún tipo para andar de loca por el mundo? -jugueteó Cordelia, con estudiada alarma, mientras sacaba de las entrañas rústicas de un arcón una botella de brandy.

– No -sonrió Leonor.

– ¿Quiere decir que traes la música por dentro? -dijo Cordelia, volviendo a su sillón en el centro de la sala. =Si es así, eres lo que ahora llamarían una "loca interconstruida". Mariana también traía la música por dentro. Y a todo volumen.

– Cuéntame -pidió Leonor.

– Te voy a contar -la apaciguó Cordelia, pasando un ademán de reina y señora sobre la corte de muebles coloniales que eran testigos mudos de su propio fonógrafo prendido. -Pero no sé cómo. No sé por dónde empezar.

– Ya dijimos que por el principio.

– No, no, no -dijo con vehemencia Cordelia. -Ése es el peor sitio para empezar a contar esta historia. Yo tengo que empezar por el final, porque el final es lo que sigue echando chispas en mi cabeza. ¿Me entiendes?

– Sí -dijo Leonor.

– No me entiendes, pero no importa -subió y bajó su voz, imperativa y condescendiente, Cordelia. -Lo que quiero decir es que todo eso no tiene sentido para mí si no empieza en la rabia que me quedó. Tengo que empezar diciéndote que el culpable de todo es él. Porque él fue quien sedujo y enloqueció a tu tía Mariana. El la metió a su circuito de enfermos mentales a experimentar y hacer locuras; él le dio las razones y las justificaciones para hacer todo lo que hizo. Y luego, él fue quien la abandonó cuando ella más lo necesitaba. O sea, que primero la hizo enamorarse de él, y luego la tiró como un limón chupado. Eso es lo que pasó y el culpable fue él. Mariana no pudo reponerse de eso.

– ¿Pero quién es él? -preguntó Leonor.

– Se llama Carrasco -dijo Cordelia, incendiándose de rabia al pronunciar el nombre. -Lucas Carrasco. Era mayor que Mariana diez años. No parecen muchos años, pero lo son. Las mujeres estamos acostumbradas a enredarnos con hombres mayores y a nadie le parece que diez años sean una gran diferencia entre hombre y mujer. En la adolescencia los hombres son unos idiotas y nosotras ya lo sabemos todo. Pensamos por eso (no sentimos, pensamos) que nos conviene siempre un hombre mayor. Para estar parejos, como si dijéramos. Pero no es así. Acabando la adolescencia, la cosa cambia mucho. Después de la adolescencia, los hombres aprenden un montón de cosas, adquieren un montón de mañas, porque están más expuestos a la vida real, a las jodederas de la vida adulta. Las mujeres, en cambio, nos quedamos en el mundo ese de mierda donde nos hacen estar, en la casa, los niños, el mercado, las otras mujeres y el confesionario. Nos vamos volviendo idiotas, mientras ellos se van volviendo unos perfectos cabrones. De modo que cuando un hombre más o menos vivido como el cabrón de Carrasco, se encuentra a una muchacha diez años menor como Mariana, la desventaja para la mujer es enorme. Ésa es la ventaja que el cabrón de Carrasco tenía y utilizó para fregar a Mariana. Eso es lo primero que hay que entender. Y no te estoy haciendo un alegato feminista, sino diciéndote la verdad verdadera de la vida entre hombres y mujeres. ¿Ya me entiendes?

– Sí -dijo Leonor. -¿Qué edad tenía Mariana cuando conoció a Carrasco?

– Veintiséis -dijo Cordelia. -Lo conoció en la universidad, el año de 1981. Me acuerdo, porque fue el año que-yo empecé a cantar profesionalmente, es decir, a cambio de un pago de mierda, pero un pago, en un cafecito del sur de la ciudad donde noche a noche se ponían ebrios hasta el vómito la mitad de los clientes. Mariana me iba a ver todas las noches, aunque fuera un ratito. Estaba terminando su carrera de historia y Lucas Carrasco le daba clases. Imagínate la diferencia.

– ¿Era su maestro? -preguntó Leonor.

– No. En realidad lo conoció en el instituto de investigación donde ella entró a trabajar como auxiliar. El ya era una pequeña celebridad en ese mundito. Trabajaba en el instituto. Ahí se conocieron. Tu tía Mariana vino y me dijo: "Conocí uno." Era una clave, siempre decía así cuando ya había decidido que ése caería: "Conocí uno." Y una semana después se presentaba con el uno y decía, muy modosita la muy cabrona: "Éste es fulano, del que te hablé." Y luego se volteaba con el otro: "Para que veas que es cierto." Yo creo que a todos se los mareaba al principio conque había hablado de ellos, como sugiriendo que nada más pensaba en ellos. Ya sabes cómo se hace eso.

– No, no sé -dijo Leonor.

– Claro que lo sabes -dijo Cordelia con maliciosa ternura.- Eso, la pelvis estrecha y la mala suerte, lo traemos las Gonzalbo de nacimiento. Tú empieza a practicarlo y vas a ver cómo viene solito, sin que nadie tenga que enseñártelo.

Sólo tienes que practicarlo, ya lo sabes. Además, no es gran arte cultivarte a un hombre, no creas. Basta que les gustes un poco y no necesitan mucho más: una sonrisa, un recado: "Estuve pensando en ti." Ellos solos hacen lo demás. Se sienten soñados, reconocidos, idolatrados. Sobre todo, inmediatamente sacan la conclusión desmesurada: "Esta pobre, anda muerta por mí." Y en ese momento empiezan a perder. Los hombres son tan estúpidos, mi hija -dijo Cordelia, con resignada melancolía -que no sé por qué son al mismo tiempo tan indispensables, carajo.

– Por qué será elijo Leonor, impostándose en mujer madura.

Todavía no sé por qué, te juro -dijo Cordelia. -Son como unos búfalos, pasan por todos lados pisoteando los detalles.

Tienen la sensibilidad de un carapacho de tortuga. No saben pensar más que en ellos y se pasan la vida peleándose.

Cuando son chicos, a ver quién es más fuerte; cuando crecen, a ver quién tiene más mujeres; luego, a ver quién medró más en la vida. Son unos verdaderos búfalos en cristalería. Los que parecen tiernos y cuidadosos, son los peores de todos. Quiero decir, los que te dan la mano, comparten tus cosas y tienen ese toque para hacerte sentir natural, libre, no observada como un trofeo, los que te hacen sentirte acompañada y comprendida, ésos son los peores, porque además te engañan de principio a fin. Bueno, pues Lucas Carrasco era uno de ésos: un simulador, un seductor. Un miserable, como ya te dije.

– ¿Pero cómo fue que se le acercó mi tía Mariana a este Carrasco? -preguntó Leonor. -También te dijo que había conocido "uno", como con los otros?

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