Carlos Zafón - El Palacio de la Medianoche

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El Palacio de la Medianoche. Ambientada en la Calcuta de los años treinta, El Palacio de la Medianoche comienza una noche oscura en la que un teniente inglés lucha por salvar las vidas de dos niños de una amenaza impensable. A pesar de las insoportables lluvias del monzón y el terror que lo asedia en cada esquina, el joven británico logra ponerlos a salvo, pero no sin perder su propia vida… Años más tarde, cuando los dos niños, Ben y Sheere, están en víspera de celebrar su decimosexto cumpleaños, la amenaza reaparece en sus vidas y esta vez no los dejará escapar tan fácilmente. Con la ayuda de sus valientes amigos, los dos hermanos deberán desafiar el terror que los acecha en las sombras de la noche y enfrentarse al enigma más aterrador de la historia de la ciudad de los palacios.

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– ¿Cómo se lo ha tomado Ben? -preguntó Roshan.

Ian se encogió de hombros y frunció el ceño.

– Supongo que no muy bien -aventuró-. ¿Cómo te lo hubieras tomado tú?

– ¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó Siraj.

– ¿Qué podemos hacer? -preguntó Ian.

– Mucho -cortó Isobel-. Cualquier cosa menos dejar freír nuestros traseros al sol mientras un asesino trata de acabar con Ben. Y con Sheere.

– ¿Alguien se opone? -preguntó Seth. Todos negaron al unísono.

– Bien, coronel -dijo Ian dirigiéndose directamente a Isobel-. ¿Cuáles son las órde-nes?

– En primer lugar, alguien debería averiguar todo lo posible sobre la historia de ese accidente de Jheeter's Gate y sobre el ingeniero -indicó Isobel.

– Yo puedo hacerlo -se ofreció Seth-. Debe de haber recortes de prensa de la épo-ca en la biblioteca del museo indio. Y libros, probablemente.

– Seth tiene razón -dijo Siraj-. El incendio de Jheeter"s Gate fue sonado en su día. Mucha gente todavía lo recuerda. Existirá documentación al respecto. El cielo sabrá dón-de, pero existirá.

– Pues habrá que buscarla -puntualizó Isobel- Puede ser un punto de partida.

– Yo le ayudaré -añadió Michael.

Isobel asintió firmemente.

– Queremos saberlo todo sobre ese hombre, su vida, y sobre esa casa maravillosa que se supone está en algún lugar cerca de aquí -dijo Isobel-. Tal vez su rastro nos lleve hasta el de ese asesino.

– Nosotros buscaremos la casa -dijo Siraj señalándose a sí mismo y a Roshan.

– Si existe, es nuestra -añadió Roshan.

– De acuerdo, pero no entréis en ella -advirtió Isobel.

– No hay problema -la tranquilizó Roshan mostrando las palmas abiertas.

– Y yo, ¿qué es lo que se supone que debo hacer? -preguntó Ian, a quien no se le ocurrían tareas acordes a sus habilidades con la misma facilidad que parecían disfrutar sus colegas.

– Tú quédate con Ben y con Sheere -Indicó Isobel-. Por lo que sabemos, antes de que nos demos cuenta, Ben empezará a tener ideas disparatadas cada diez minutos. Qué-date a su lado y vigila que no haga locuras. No es una buena idea que ande por las calles con Sheere.

Ian asintió, consciente de que su tarea era la más difícil del lote que Isobel había repartido.

– Nos encontraremos en el Palacio de la Medianoche antes del anochecer -concluyó Isobel-. ¿A alguien le ha quedado alguna duda?

Los muchachos se miraron entre ellos y negaron repetidamente.

– Bien, andando -dijo Isobel. Seth, Michael, Roshan y Siraj partieron sin más dilación rumbo a sus respectivos deberes. Isobel permaneció junto a Ian, observando su marcha en silencio, entre el espejismo que ascendía de las polvorientas calles ardientes bajo el sol.

– ¿Qué piensas hacer tú, Isobel? -preguntó Ian. Isobel se volvió hacia él y le sonrió enigmáticamente.

– Tengo una intuición -dijo la muchacha.

– Temo tus intuiciones como temería a un terremoto -replicó Ian-. ¿Qué estás tra-mando?

– No debes preocuparte. Ian -murmuró Isobel.

– Cuando dices eso, es cuando más me preocupo -respondió Ian.

– Tal vez no esté al anochecer en el Palacio -explicó Isobel-. Si todavía no he vuel-to, haz lo que debas. Tú siempre sabes lo que hay que hacer, Ian.

Ian suspiró, inquieto. Le disgustaba tanto misterio y el extraño brillo que advertía en la mirada de su amiga.

– Isobel, mírame -ordenó Ian; la muchacha le obedeció-. Sea lo que sea, quítatelo de la cabeza.

– Sé cuidarme, Ian -repuso Isobel, sonriente. Los labios de Ian, sin embargo, fueron incapaces de emular a los de la muchacha.

– No hagas nada que yo no hiciera -suplicó Ian. Isobel rió.

– Haré sólo una cosa que tú no te atreverías a hacer nunca -murmuró Isobel.

Ian la observó perplejo y sin comprender. Luego, sin borrar de su mirada aquella chispa enigmática, Isobel se acercó a Ian y le besó suavemente sobre los labios, apenas rozándolos.

– Cuídate, Ian -le susurró al oído-. Y no te hagas ilusiones.

Aquella era la primera vez que Isobel le había besado y, al verla partir entre la maleza del patio, Ian no pudo apartar de su mente un súbito e inexplicable temor a que tal vez también fuese la última.

Transcurrida casi una hora, Ben y Sheere emergieron a la luz del día con el semblante impenetrable y luciendo una extraña calma. Sheere se acercó a Aryami, que había permanecido todo aquel espacio de tiempo sola bajo la marquesina de la casa, ajena a los intentos de diálogo de Ian, y se sentó junto a ella. Ben caminó directamente en direc-ción a Ian.

– ¿Dónde están todos? -preguntó Ben.

– Pensamos que sería útil tratar de hacer algunas averiguaciones respecto a ese individuo, Jawahal -respondió Ian.

– ¿Y tú te has quedado de niñera? -bromeó Ben, aunque su tono pretendidamente jocoso no engañaba a ninguno de los dos.

– Algo así. ¿Estás bien? – repuso Ian, señalando a Sheere con la cabeza. Ben asintió.

– Confundido, supongo -dijo finalmente-. Odio las sorpresas.

– Isobel dice que no es buena idea que tú y Sheere andéis por ahí. Y creo que tiene razón.

– Isobel siempre tiene razón, menos cuando discute conmigo -dijo Ben-. Pero tam-poco creo que éste sea un lugar seguro para nosotros. Aunque haya estado cerrada más de quince años, ésta sigue siendo la casa familiar. Y el St. Patricks tampoco lo es, a la vista está.

– Creo que lo mejor será ir al Palacio y esperar a los demás -sugirió Ian.

– ¿Ése es el plan de Isobel? -sonrió Ben.

– Adivínalo.

– ¿A dónde ha ido ella?

– No ha querido decírmelo.

– ¿Uno de sus presentimientos? -apuntó Ben, alarmado.

Ian asintió y Ben suspiró abatido.

– Dios nos ayude -dijo Ben, palmeando la espalda de Ian-. Voy a ir a hablar con las damas.

Ian se volvió a mirar a Sheere y a Aryami Bosé. La anciana parecía discutir acalora-damente con su nieta. Ben e Ian intercambiaron una mirada.

– Sospecho que la anciana mantiene sus planes de partir mañana hacia Bombay -comentó Ben.

– ¿Vas a ir con ellas?

– No pienso irme de esta ciudad nunca. Y menos ahora.

Los dos amigos observaron cómo se desarrollaba la discusión entre abuela y nieta durante un par de minutos más y finalmente Ben se dirigió hacia ellas.

– Espérame aquí -murmuró pausadamente.

Aryami Bosé entró de nuevo en la casa y dejó a solas a Ben y a Sheere en el umbral de su puerta. Sheere mostraba un rostro encendido de ira y Ben aguardó a que fuese ella misma quien eligiese su momento para empezar a hablar. Cuando lo hizo, su voz tembló de rabia e impotencia y sus manos se entrelazaron en un nudo tenso y férreo.

– Dice que partiremos mañana y que no quiere hablar más del asunto -explicó Sheere-. Dice también que tú deberías venir con nosotras, pero que no puede obligarte.

– Supongo que cree que eso es lo mejor para ti -apuntó Ben.

– ¿Tu no piensas eso, Ben?

– Mentiría si dijera que lo pienso -admitió Ben.

– Yo he pasado toda mi vida huyendo de pueblo en pueblo, en trenes, en barcos y carromatos, sin tener una casa propia, amigos o un lugar que pudiera recordar como mío -dijo Sheere-. Estoy cansada, Ben. No puedo seguir huyendo toda la vida de alguien a quien ni siquiera conozco.

Los dos hermanos se miraron, en silencio.

– Ella es una mujer anciana, Ben. Tiene miedo, porque su vida se acaba y se siente incapaz de protegernos durante más tiempo -añadió Sheere-.

Lo hace de corazón, pero huir ya no sirve de nada. ¿De qué serviría tomar mañana ese tren a Bombay? ¿Para tener que apearnos en cualquier estación, con otro nombre? ¿Para mendigar un techo en cualquier pueblo sabiendo que al día siguiente tendríamos que salir huyendo otra vez?

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