Juan Saer - Las nubes

Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Saer - Las nubes» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Las nubes: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las nubes»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Viaje irónico, viaje sentimental, esta novela de Saer concentra en su peripecia los núcleos básicos de su escritura: sus ideas acerca del tiempo, el espacio, la historia y la poca fiabilidad de los instrumentos con que contamos -conciencia y memoria- para aprehender la realidad. Las nubes narra la historia de un joven psiquiatra que conduce a cinco locos hacia una clínica, viajando desde Santa Fe hasta Buenos Aires. Con él van treinta y seis personajes: locos, una escolta de soldados, baquianos y prostitutas, que atraviesan la pampa sorteando todo tipo de obstáculos. Allí se encuentran con Josecito, un cacique alzado, que toca el violín y ante quien uno de los locos predica la unidad de la raza americana. Esta falsa epopeya -tanto como la historia de nuestro país- transcurre en 1804, antes de las Invasiones Inglesas y de la Revolución de Mayo, un momento de nuestra historia en el cual no hay imagen del país ni nada está constituido.

Las nubes — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las nubes», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Al rato nos tiramos a dormir lo más cerca posible del brasero, en camas improvisadas en el suelo bien barrido del rancho, contra la tierra que el frío intenso y seco endurecía y, como pude comprobarlo a la mañana, volvía lustrosa y azulada. Antes de acostarme, para desembarazarme de los efectos del aguardiente que, por cortesía, hubiese sido impensable rechazar, salí a refrescarme un poco en el aire de la noche. Había una luna redonda y clara que, blanqueando la llanura, creaba una ilusión perfecta de continuidad entre el cielo y la tierra; la luz abundante y pálida producía una penumbra al mismo tiempo grisácea y brillante y las pocas cosas que, puestas en su lugar por manos humanas -un árbol, un aljibe, los troncos horizontales, irregulares y paralelos del corral-, interferían el espacio vacío parecían cobrar en esa ilusión de continuidad una consistencia diferente de la habitual, igual que si los átomos, que según el ilustre sabio griego y el meticuloso poeta latino, maestros de mi maestro y por lo tanto míos, las componen, hubiesen perdido cohesión, delatando el carácter contingente no únicamente de sus propiedades, sino sobre todo de mis nociones sobre ellas y quizás de todo mi ser. De nítidos que podían presentarse a la luz del día, bien perfilados y constantes en el aire transparente, sus contornos se volvían inestables y porosos, agitados por un hormigueo blancuzco que parecía poner en evidencia la fuerza irresistible que inducía a la materia a dispersarse para irse a mezclar, reducida a su más mínima expresión, con ese flujo impalpable y grisáceo en el que se confundían la tierra y el cielo. Un tumulto me sacó de mi ensueño: en el corral, los caballos se movían, alarmados quizás por mi presencia, pero cuando avancé unos pasos cortando el aire frío en su dirección pude comprobar que mi persona les era indiferente, porque el breve rumor que habían creado unos segundos antes, no sólo no creció, sino que pareció calmarse con mi proximidad. Me quedé un rato inmóvil, cerca de ellos, tratando de no hacer ningún ruido para no alarmarlos, escrutando la penumbra plateada a la que mis ojos se habituaron poco a poco, y pude comprender que lo que de tanto en tanto los hacía removerse, resoplar con levedad y producir un rumor apagado de cascos indecisos, era el intento que hacían de apretujarse un poco más unos contra otros para protegerse mutuamente del frío, formando una masa oscura y anónima de aliento, carne y palpitaciones, no tan distinta al fin de cuentas de la que habíamos formado los jinetes un rato antes alrededor del brasero, solidarios en la misma sinrazón que nos había hecho existir porque sí, frágiles y perecederos, bajo la luna inexplicable y helada.

Al día siguiente al atardecer, llegamos por fin a la ciudad. Ni una nube, en el azul palidísimo del cielo, nos acompañó en nuestro último día de viaje, pero cuando íbamos llegando, hacia el oeste unos celajes finos, inmóviles contra el disco enorme y rojo del sol que se hundía en el horizonte, fueron cambiando de color, amarillos primero, anaranjados, rojos, violetas y azules hasta que, cuando alcanzamos, después de cruzar los dos brazos en que se divide el río Salado cuando va a volcarse en el Paraná, los primeros ranchos miserables de las afueras, el aire estaba negro porque todavía no había subido la luna y en los aleros o en el interior de los ranchos empezaban a brillar los primeros faroles. Después de acompañarme a la casa en la que me alojaría, que encontramos sin dificultad por ser sus propietarios una de las principales familias de la ciudad, Osuna y los soldados se dirigieron al cuartel donde estaba previsto que les darían cama y comida por lo que durase nuestra estadía. La familia Parra me esperaba sin saber el día exacto en que llegaría, y debo reconocer que la acogida que sus miembros me brindaron, aun sabiendo que debería permanecer en su casa varias semanas, fue de lo más agradable, a lo que contribuía quizás el alivio de saber que venía a llevarme al primogénito, caído en estado de estupor desde hacía meses, para internarlo en Las tres acacias. Como llegué cuando ya era de noche, el joven estaba durmiendo, de modo que pospuse el examen para el día siguiente, y después de la cena y de un interrogatorio exhaustivo por parte de los demás miembros de la familia acerca de las novedades eventuales que podía traer de Buenos Aires e incluso de la Corte, me condujeron por fin a una habitación limpia y ordenada donde me habían preparado una cama confortable. Meditando antes de dormirme sobre la hospitalidad casi indiscreta de tan efusiva que me brindaban, y que durante toda mi estadía resultó de lo más agradable, me di cuenta de que el tedio de la vida monótona que llevaban en ese caserío que parecía perdido en el fin del mundo debía ser una de las causas principales.

A la mañana siguiente, me levanté bastante temprano, feliz de saber que ese día no me esperaban horas de cabalgata y, como los dueños de casa al parecer seguían durmiendo, me fui a pasear por la ciudad. Cruzando el gran río en varias horas de navegación, ya la había visitado tres o cuatro veces en compañía de mi padre, diez o quince años antes, viniendo desde la Bajada Grande del Paraná, más allá de la red atormentada de islas y riachos que separan, a algunas leguas de distancia, las dos orillas principales. Como mi lugar natal era un caserío exiguo amontonado en la cima de la barranca que dominaba el río, a cada visita la ciudad me parecía grande, agitada y colorida, y sus habitantes personas distinguidas, bien instaladas en el mundo y entregadas todo el tiempo a ocupaciones importantes, pero ahora que volvía después de tantos años, habiendo hecho un rodeo por Madrid, Londres, París y aun Buenos Aires, mi mirada, ante la que tantas verdaderas ciudades habían desfilado, la reducían a sus justas proporciones; y como suele ocurrir con casi todo, la ciudad de la que me había quedado una imagen invariable en la memoria, había ido achicándose en la realidad, como si las cosas exteriores viviesen a la vez en varias dimensiones diferentes. La ciudad real eran unas cuantas manzanas tendidas alrededor de la plaza, formando calles rectas de arena, la mayoría sin veredas, que corrían paralelas o perpendiculares al río; un par de iglesias, un cabildo, un edificio largo que era a la vez aduana, cárcel, hospital y destacamento de policía, casas de una planta con techo de tejas y ventanas con rejas tan bajas que parecían salir del suelo mismo y también árboles frutales, naranjos, mandarinos y limoneros cargados de frutos, higueras y durazneros pelados por el frío, nísperos, campitos de tunas, acacias enormes, jacarandáes, lapachos, palos borrachos, ceibos, y muchos sauces llorones que delataban la omnipresencia del agua. Huertos y corrales se abrían en los patios traseros. En las afueras, las casas de ladrillo o adobe y tejas eran más escasas, y los ranchos más espaciados, más sucios y más miserables, pero en el centro, en las inmediaciones de la plaza, se abrían varios comercios, y las calles que formaban el perímetro de la plaza estaban empedradas. En la vieja iglesia de San Francisco, que indios convertidos habían contribuido a levantar y a decorar, había un convento, y cinco o seis cuadras atrás del cabildo, una casa que albergaba algunas monjas. De los cinco o seis mil habitantes, muy pocos parecían haber salido de sus casas esa mañana, a causa del frío quizás, pero como sabía que toda la riqueza de que disponía la ciudad, ganado, madera, algodón, tabaco, pieles, provenía del campo, era evidente que a esa hora temprana había poco y nada que hacer en las calles heladas y desiertas. Alrededor de la plaza, todos los comercios estaban todavía cerrados. Fui a pasear por el lado del río, y vi unos hombres que pescaban a caballo, entrando en el agua con una red extendida por dos jinetes que la arrastraban contra el fondo y después, plegándola con un movimiento vigoroso, la tiraban hasta la orilla, donde dejaban caer los pescados que se retorcían en la arena. Uno de los pescados efectuó una contorsión tan violenta y desesperada que, elevándose hasta una altura considerable, cayó otra vez en el agua y no volvió a aparecer, lo que le pareció a los pescadores un hecho de lo más cómico que celebraron con carcajadas interminables y ruidosas.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Las nubes»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las nubes» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Juan Saer - The Clouds
Juan Saer
Juan Saer - The One Before
Juan Saer
Juan Saer - Lo Imborrable
Juan Saer
Juan Saer - La Pesquisa
Juan Saer
Juan Saer - Responso
Juan Saer
Juan Saer - Glosa
Juan Saer
Juan Saer - Cicatrices
Juan Saer
Juan Moisés De La Serna - Versos Breves Sobre Las Nubes
Juan Moisés De La Serna
Enrique Morales Cano - Solo las nubes dan permiso
Enrique Morales Cano
Massimo Longo E Maria Grazia Gullo - Lucila En Las Nubes
Massimo Longo E Maria Grazia Gullo
Aintzane Rodríguez - Fuego bajo las nubes
Aintzane Rodríguez
Отзывы о книге «Las nubes»

Обсуждение, отзывы о книге «Las nubes» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x