Tomás Martínez - El Cantor De Tango
Здесь есть возможность читать онлайн «Tomás Martínez - El Cantor De Tango» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El Cantor De Tango
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El Cantor De Tango: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El Cantor De Tango»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El Cantor De Tango — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El Cantor De Tango», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Aunque la ciudad era plana y cuadriculada, no conseguía orientarme, por la monotonía de los edificios. Nada es tan difícil como advertir las sutiles mudanzas de lo que es idéntico, como sucede en los desiertos y en el mar. Las confusiones me paralizaban a veces en una esquina cualquiera y, cuando salía del pasmo, era para dar vueltas en redondo en busca de un café. Por fortuna, había cafés abiertos a toda hora, y en ellos me sentaba a esperar que, con las primeras claridades de la mañana, las casas recuperaran un perfil que me permitiera reconocerlas. Sólo entonces regresaba a la pensión en taxi.
El insomnio me debilitó. Tuve alucinaciones en las que algunas fotos de la Buenos Aires de comienzos del siglo XX se superponían con imágenes de la realidad. Me asomaba al balconcito de mi pieza y, en lugar de los edificios vulgares de la acera de enfrente, veía la terraza de Gath amp; Chaves, una tienda que había desaparecido de la calle Florida cuarenta años atrás, en la que señores tocados con sombreros de paja y damas de pecheras almidonadas bebían tazas de chocolate ante un horizonte erizado de agujas y miradores vacíos, algunos de ellos coronados por estatuas helénicas. O veía pasar los absurdos muñecos que se empleaban en la década del 20 para las propagandas de analgésicos y aperitivos. Las escenas irreales se sucedían durante horas, y en ese tiempo yo no sabía dónde estaba mi cuerpo, porque el pasado se instalaba en él con la fuerza del presente.
Casi todas las noches me encontraba con el Tucumano en el Británico . Discutíamos una y otra vez sobre el mejor medio para desalojar a Bonorino del sótano, sin ponernos de acuerdo. Quizá no se trataba de los medios sino de los fines. Para mí, el aleph -si existía- era un objeto precioso que no podía ser compartido. Mi amigo, en cambio, pretendía degradarlo, convirtiéndolo en una curiosidad de feria. Habíamos averiguado que, a la muerte del noble búlgaro, el residencial fue vendido a unos rentistas de Acassuso, propietarios de otras veinte casas de inquilinato. Convinimos en que yo les escribiría una carta denunciando al bibliotecario, que no pagaba alquiler desde 1970. Ibamos a perjudicar así al admininistrador de las fincas y quizás a la pobre Enriqueta. Nada de eso inquietaba al Tucumano.
Hacia finales de noviembre, la Universidad de Nueva York me envió una remesa de dinero inesperada. El Tucumano sugirió que olvidarámos la estrechez bohemia de la vida en la pensión y fuéramos a dormir una noche a la suite del último piso del hotel Plaza Francia, desde donde se divisaban la Avenida del Libertador y algunos de sus palacios, así como las boyas de la costa norte, que titilaban sobre las aguas inmóviles del río. Aunque no se trataba de un hotel de primera clase, esa habitación costaba trescientos dólares, más de lo que permitían mis recursos. No quería negarme, de todos modos, y pagué por adelantado una reserva para el viernes siguiente. Pensábamos cenar antes en uno de los restaurantes de la Recoleta que servían cocina de autor, pero aquel día sucedió un percance inesperado: el gobierno anunció que sólo se podría retirar de los bancos un porcentaje ínfimo del dinero depositado. Temí quedarme con los bolsillos vacíos. Desde el mismo instante del súbito aviso -demasiado tarde ya para cancelar el hotel-, nadie quiso aceptar tarjetas de crédito y el valor del dinero se volvió impreciso.
Llegamos al Plaza Francia cerca de la medianoche. El aire tenía color de fuego, como si presagiara tormenta, y los faroles del alumbrado público parecían envueltos por capullos acuosos. De vez en cuando pasaba un auto por la avenida, a marcha lenta, aturdido. Me pareció que una pareja se besaba al pie de la estatua ecuestre del general Alvear, debajo de nuestro balcón, pero en verdad todas eran sombras y no estoy seguro de nada, ni siquiera de la paz con que me quité las ropas y me tiré en la cama.
El Tucumano se quedó fuera un rato, escudriñando el perfil del Río de la Plata. Regresó a la suite de mal humor, con picaduras de mosquitos.
– La humedad, -dijo.
– La humedad, -repetí. Como en Kuala Lumpur. Menos de un año atrás, yo confundía las dos ciudades. Tal vez pasó, le conté, porque leí una historia sobre mosquitos que sucedió aquí, en febrero de 1977. Un enervante tufo a pescado invadió entonces Buenos Aires. En las costas, ensanchadas por la sequía, aparecieron millones de dorados, pejerreyes y bagres en proceso de descomposición, envenenados por los desechos de fábricas que los militares amparaban. La dictadura había impuesto una censura de hierro y los diarios no se atrevieron a publicar ni una palabra del suceso, pese a que los habitantes, a través de sus sentidos, lo confirmaban a toda hora. Como el agua de las canillas tenía un extraño color verdoso y parecía infectada, los que no eran pobres de solemnidad agotaron en los almacenes las provisiones de sodas y jugos de frutas envasados. En los hospitales, donde se esperaba una epidemia de un día para otro, se aplicaban a diario miles de vacunas contra la fiebre tifoidea.
Una tarde, desde las ciénagas, se alzó una nube de mosquitos que oscureció el cielo. Sucedió de pronto, como si se tratara de una plaga bíblica. La gente se cubrió de ronchas. En el área de cuarenta manzanas al norte de la Catedral, donde se concentran los bancos y casas de cambio, el tufo del río era intolerable. Algunos apresurados transeúntes que debían hacer transacciones de dinero se habían cubierto la cara con máscaras blancas, pero las patrullas policiales los obligaban a quitárselas y a exhibir los documentos de identidad. Por la calle Corrientes, la gente caminaba con espirales encendidas y, pese a la furia del calor, en algunas esquinas se encendían fogatas para que el humo ahuyentara a los mosquitos.
La plaga se retiró tan imprevistamente como había llegado. Sólo entonces los diarios publicaron, en las páginas interiores, informaciones breves que tenían un título común, "Fenómeno inexplicable".
Mientras dormíamos en el hotel, se alzó a las dos de la mañana un viento feroz. Tuve que levantarme a cerrar las ventanas de la suite. El Tucumano se despertó entonces, y me preguntó a quién estaba yo mirando desde el balcón.
– A nadie, -le dije. Y le hablé del viento.
– No mientas, me contestó. Mentís tanto, que ya nunca sé si alguna vez me has dicho la verdad.
– Acercáte, mirá el cielo, -dije. Está despejado ahora. Se ven las estrellas sobre el río.
– Siempre estás cambiándome de tema, Bruno. ¿Qué me importa el cielo? Lo único que me importa son tus mentiras. Si querés el ale para vos solo, decímelo francamente. Ya te hice el aguante. Ahora me da lo mismo quedarme de a pie. Pero no me engrupás, titán.
Le juré que no sabía de qué me hablaba, pero él seguía ansioso, eléctrico, como si estuviera pasado de droga. Me arrodillé a su lado, junto a la cama, y le acaricié la cabeza, tratando de calmarlo. Fue inútil. Me dio la espalda y apagó la luz.
El humor del Tucumano me resultaba incomprensible. No teníamos compromisos entre nosotros y cada uno era dueño de hacer lo que le pareciera mejor, pero cuando yo me quedaba trabajando hasta el amanecer en el Británico , iba a buscarme y me hacía escenas públicas de celos que me avergonzaban. Me pedía hazañas o regalos difíciles de hacer, para ponerme a prueba, y apenas yo empezaba a satisfacer sus deseos, se alejaba. No saber de veras lo que pretendía de mí era tal vez lo que más me atraía.
Cansado, me dormí. Tres horas después desperté sobresaltado. Estaba solo en la suite. Sobre la mesa del vestíbulo, el Tucumano había dejado un mensaje a lápiz: "Me voi, titan. Te dejo el ale de erencia. Otro dia me lo pagás". Repasé los hechos de aquella noche para entender qué podía haberlo molestado y no encontré nada. Quise marcharme del hotel en ese momento, pero era una locura bajar y pedir la cuenta sin más explicaciones. Durante media hora o más estuve sentado en la salita de la suite con la mente en blanco, sumido en ese estado de desesperanza que convierte en imposibles hasta los movimientos más sencillos. No me atrevía a cerrar los ojos por temor a que la realidad me abandonara. Vi cómo avanzaba sobre mí el resplandor ceniciento de la mañana y cómo el aire, que tan húmedo me había parecido la noche anterior, se adelgazaba hasta la transparencia.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El Cantor De Tango»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El Cantor De Tango» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El Cantor De Tango» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.