Juan Saer - Palo y hueso

Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Saer - Palo y hueso» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Palo y hueso: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Palo y hueso»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Los cuatro relatos que integran el volumen de Palo y Hueso fueron escritos entre 1960 y 1961 y aparecieron publicados en Buenos Aires por primera vez en 1965, editados por Camarda Junior y constituyen otra muestra más de la percepción de la realidad en la obra del autor.
El relato Palo y Hueso fue llevado al cine, allá por 1967, con guión escrito por el propio Saer y dirigido por Alejandro Sarquis.

Palo y hueso — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Palo y hueso», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– No -dijo él-. No es eso. No vaya a pensar que yo… fue una invitación mía.

– Pero no, qué barbaridad -exclamó Coria-. No faltaba más. ¿No te parece, Ñato?

– Sí, sí, claro -dijo el Ñato con un aire muy distraído. Ahora cerraba y abría el puño y se observaba con gran atención los nudillos.

– Dale también una propina -dijo Dora.

Coria se mostró sorprendido. Miró a Dora y después comenzó a sonreír condescendientemente.

– Pero Dora -dijo-. Eso no se dice así. Ya sé que le tengo que dar una propina. Nunca olvido favores. ¿No es cierto?

El sintió que el rostro le ardía.

– No -murmuró.

– Ya lo sé -dijo Dora-. Pero dale ahora la propina. -Miró al cajero-. Usted está de testigo. El señor Rampazzo… digo Garcilaso, también. Dale cincuenta pesos.

Coria sonreía confundido.

– Por los servicios prestados -dijo Dora, y se quedó mirándolo.

Permanecieron los cinco inmóviles: el cajero detrás del mostrador, vuelto hacia ellos como empezando a sonreír, o dejando de hacerlo, como detenido en mitad de una sonrisa. Garcilaso estaba con la cabeza gacha, mirándose el puño cerrado, pero inmóvil, con el puño detenido próximo a la cintura, junto a la pequeña calavera amarillenta. Dora parecía arrepentida de lo que acababa de decir: quedó con la boca abierta y los brazos contraídos, mirando a Coria. Él la miraba. Entonces los ojitos de pájaro de Coria comenzaron a sonreír en un súbito golpe de comprensión, y con cuidadosos movimientos, sin dejar de mirar los ojos de Dora, metió la mano en el bolsillo del pantalón, sacó la billetera, extrajo un billete de cien pesos que ni siquiera miró, y lo extendió hacia él. Continuaba mirando a Dora.

– Coria -dijo él con voz vacilante, sin moverse, sin mirar el billete, sin despegar tampoco él los ojos del rostro de Dora-. Tengo que hablar con usted.

– Me llevó por la fuerza a un amueblado -dijo Dora, precipitadamente, y en seguida se puso pálida y se echó a llorar.

El cajero se volvió rápidamente, apretó un botón, la caja registradora produjo un súbito estrépito breve que culminó con un breve timbrazo.

– Vamos -dijo Coria.

En la vereda él se paró. Coria lo tocó con el pecho. También se detuvo.

– Aquí no -dijo Coria-. Aquí nada. Vamos al coche.

Dora continuaba llorando, él la oía. Coria se sentó frente al volante y Dora a su lado. El y Garcilaso se acomodaron en el asiento trasero. Garcilaso lo miraba en la penumbra del coche.

Coria se volvió hacia él, sin mirarlo.

– Dame las llaves -dijo.

Él las buscó en su bolsillo y se las entregó. Las llaves produjeron un suave tintineo.

– Y me amenazó -lloriqueaba Dora- y me llevó engañada al amueblado, y dijo que iba a pegarme.

Coria le dio un golpe en el hombro. El coche salió de la parada, pasó frente a los andenes de la estación y dobló a la izquierda junto al correo.

– Aquí nada -dijo Coria furiosamente-. Ni una palabra. ' Otra vez el coche comenzó a rodar por la avenida del puerto, y él suspiró, y se recostó sobre el asiento, y cerró los ojos. Los abrió cuando advirtió que estaba atravesando el puente colgante, oyendo el ruido peculiar producido por el Chevrolet al deslizarse velozmente sobre el maderamen. A través de la ventanilla vio el río, los reflejos lunares bailoteando locamente sobre la turbulenta superficie, y más allá las masas irregulares de las islas. Cuando dejaron atrás el puente y el automóvil ganó la lisa carretera abierta entre los sauces cerró los ojos nuevamente, volviendo a suspirar de un modo más inaudible esta vez, y nuevamente se recostó contra el respaldo del asiento. Por las vibraciones de la carrocería y el silbido del viento percibió que Coria aceleraba. "Es capaz de matarme", pensó, pero no con temor, ni con furia, ni siquiera con tristeza: de nuevo fue invadido por esa corriente sibilina y cálida, por ese suave y sibilino mar tibio y pesado en el que se sumergía, y cuyo contacto lo hacía repetir con la regularidad de un metrónomo algo que estaba más allá de todas las palabras y que, redondeando, separado, hecho frase, era parecido a "No soy nada, nadie es nada, todo es inevitable y merecido"; algo que él podía hacer retroceder de un solo modo (las vibraciones aumentaban, el viento silbaba) y entonces recordó a Dora: la cálida mañana del final del verano ascendiendo entre los árboles de la plaza detrás de su figura encogida, alzando la cuchara de sopa, la mirada tocada por unas olas tibias de nostalgia y unos destellos grises de desesperación o de tristeza.

El coche disminuyó la velocidad, fue casi deteniéndose. Con los ojos cerrados percibió unas luces rápidas iluminando el interior del automóvil y oyó un grito rápido y amable que llegaba desde el exterior. "El control policial", pensó. "Ahora va a doblar por el camino de Colastiné norte, va a ir para el lado de la costa".

En efecto, así fue. El Chevrolet salió del asfalto, cosa de un kilómetro más adelante, y tomó un sendero lateral lleno de pozos, avanzando pesadamente. En medio del campo, a unos quinientos metros de la carretera, Coria detuvo el automóvil.

– Abajo todos -ordenó, apagando los faros.

El viento era fresco e intenso. La noche estaba clara, aunque el cielo, estrellado, ahora se hallaba ligeramente velado. Los cuatro se pararon en círculo, dándose las caras apenas discernibles en la penumbra. A lo lejos se oían ladridos de perros y un perezoso acordeón tocando un valsecito. Él miró a Dora; no alcanzaba a ver demasiado. Sólo la oía llorar, quedamente.

– Dora -dijo.

– Ni una palabra -dijo Coria con dureza-. A ver Dora, qué pasó.

Dora dejó de llorar. Garcilaso miró a su alrededor y habló con un tono ligeramente preocupado y reflexivo.

– ¿Cómo vamos a dar la vuelta en un camino tan angosto? -dijo.

Nadie le respondió.

– Fue a buscarme a las ocho y media -dijo Dora-. Me llevó al sur. Me dijo que me estabas esperando ahí. Cuando llegamos me amenazó. Tuve que quedarme. Por eso demoramos.

Coria se volvió hacia él.

– ¿Es cierto eso? -dijo.

El no respondió.

– ¿Es cierto? -dijo Coria.

Entonces tuvo una ocurrencia feroz. Ni siquiera miró a Coria. Se volvió ligeramente hacia el otro, alzó con lentitud el brazo, y señaló el bolsillo superior del pantalón.

– Ese llavero, esa calavera -dijo-. ¿Es de plástico?

No sintió el golpe, supo que se trataba de un golpe entre el pómulo y la oreja, pero no lo sintió. El dolor tampoco. Voló dos metros y cayó sentado sobre la arena. Le chillaba terriblemente el oído. Los otros dos estaban todavía inmóviles, como si en vez de haberle pegado uno de ellos, una succión poderosa lo hubiera absorbido hacia atrás convirtiendo simultáneamente en piedra al Ñato y a Coria. Dora se volvía en ese momento hacia el lado opuesto en que él se hallaba, dándole la espalda. No le costó demasiado levantarse: se apoyó sobre uno de sus largos brazos huesudos, hizo presión y, hop, arriba. Comenzó a sacudirse la ropa, sintiendo la palma de las manos y los fundillos del pantalón llenos de arena. Avanzó hacia el grupo. Le chillaba terriblemente el oído.

– ¿Quién se estará acordando de mí? -murmuró, riéndose.

– ¿Eh? -dijo el Ñato con distracción, ocupado en lanzarse hacia adelante, el brazo derecho estirado y el puño cerrado. El golpe le dio en plena cara pero no lo tumbó: lo hizo elevarse un poco y caer de pie y trastabillar un momento, pero no lo envió a tierra. Con los ojos cerrados se llevó las manos al rostro y se tocó la boca y la nariz con la yema de los dedos, comprobando que sangraba. Todavía no había comenzado el dolor. Retuvo por un momento la imagen del Ñato saltando para alcanzar su rostro: eso si que era un plato: había saltado como una rana, debido a su baja estatura, para alcanzar su rostro. Estuvo a punto de decir algo, referido al asunto, porque en realidad había saltado, él lo había visto, pero de repente su pensamiento se ensombreció. No pensó nada, sólo cayó una sombra sobre su pensamiento, como una sábana corriéndose sobre un rostro que acaba de morir, y ahora lo estaban golpeando sin cesar en el rostro y en el cuerpo: en el pecho, en los brazos, en las piernas, en el estómago. Alzó los brazos frente a la cara, la palma de las manos vuelta hacia los golpes, no porque pensara o quisiera librarse de alguno, sino simplemente porque quería pedir una tregua.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Palo y hueso»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Palo y hueso» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Juan Saer - The Clouds
Juan Saer
Juan Saer - The One Before
Juan Saer
Juan Saer - Lo Imborrable
Juan Saer
Juan Saer - Las nubes
Juan Saer
Juan Saer - La Pesquisa
Juan Saer
Juan Saer - Responso
Juan Saer
Juan Saer - Glosa
Juan Saer
Juan Saer - Cicatrices
Juan Saer
Juan Saer - El entenado
Juan Saer
Juan Ariel Pullao - Poesía
Juan Ariel Pullao
Отзывы о книге «Palo y hueso»

Обсуждение, отзывы о книге «Palo y hueso» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x