Juan Saer - Palo y hueso
Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Saer - Palo y hueso» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Palo y hueso
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Palo y hueso: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Palo y hueso»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El relato Palo y Hueso fue llevado al cine, allá por 1967, con guión escrito por el propio Saer y dirigido por Alejandro Sarquis.
Palo y hueso — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Palo y hueso», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
En ese momento Tomatis se palpa el bolsillo del pantalón, saca un paquete de "Saratoga" y convida, primero a mí, luego a Barra. Ninguno de los dos aceptó. Tomatis se coloca entonces cuidadosamente un cigarrillo entre los labios, se guarda el paquete, saca una caja de fósforos del bolsillo de su deslumbrante pantalón y enciende el cigarrillo. Echa una bocanada de humo y arroja la caja de fósforos sobre la mesa.
– Lo terrible del asunto -dice- es que tengo hambre.
– Mi mujer nos espera -dice Barra.
Pancho se aproximaba de regreso del baño, sorteando las mesas, alto y encorvado; los pantalones grises demasiado angostos, la remera obscura estirada sobre la barriga incipiente.
– ¿El verano pasado estuvimos en las sierras de Córdoba? -me pregunta.
– No -le digo- Eso fue el anteaño.
Entonces Pancho rodea la mesa y va a dejarse caer distraídamente sobre su silla vacía.
– El verano pasado no nos movimos de la ciudad -le digo-. No había metálico.
– ¿Estuvimos una semana en la isla? -dice Pancho.
– No -dice Barra- yo era virgen todavía en marzo.
– Eso era en noviembre -digo yo-. El verano pasado estuvimos yendo casi todos los días a la playa. El río tenía un altura adecuada. Me acuerdo perfectamente porque al final de febrero empezó a crecer y en una semana barrió la playa y nos desbarató completamente el veraneo.
– ¿No se había formado un grupo grande -dice Pancho- con una gente de Derecho, unos tipos insoportables, que yo no los aguantaba, que se nos pegaron en la playa arruinándonos el veraneo?
– Exactamente -digo yo-. Estuvo Conde también.
– Bueno. Sí -dice Pancho-. Pero Conde [1]es un tipo excelente.
– Por supuesto -digo yo-. Conde estaba con nosotros.
– ¿Qué es de la vida de Conde? -dice Pancho.
– Hace dos meses vino aquí -digo yo-. Anda atrás de unas cátedras de psicología.
– ¿En el Colegio Nacional?
– No, hombre -digo yo-. ¿A quién se le va a ocurrir enseñar en el Colegio Nacional?
– A mí -dice Pancho golpeándose el pecho con la palma de la mano, sonriendo.
– Enseñar no se puede en ningún lado -salta Tomatis-. No hay nada que enseñar.
– ¿Qué hora es? -dice Pancho.
Barra se echa hacia atrás en la silla y mira hacia el bar, estirando el cuello.
– Las nueve y media pasadas -dice.
– Yo podría invitar a comer -dice Pancho-. Pero también podría no invitar. Podría irme a comer solo.
– Vamos, Pancho -dice Tomatis-. No seas tacaño.
– ¿Así que me estás proponiéndome un mecenazgo? -dice Pancho.
– Exactamente-dice Tomatis. -
– ¿Escribirías una oda en mi alabanza? -dice Pancho.
– Por supuesto -dice Tomatis-. Todo hombre tiene su precio y yo no soy de los más caros.
– Siendo así -dice Pancho- vamos a comer una parrillada.
Así que nos levantamos y nos fuimos. Era una excelente noche de noviembre. Tomamos un taxi y fuimos a un restaurante que se encuentra ubicado al final de la avenida del puerto, cerca del puente colgante, frente al Club de Regatas. Desde el patio de la parrilla, más allá de la calle, por debajo de los vastos árboles, podía verse, pasando la explanada del viejo atracadero de la balsa, el río tocado por unos quebradizos reflejos lunares. El fresco olor a humedad de la costa llegaba hasta el patio de la parrilla. No debe haber habido en todo el mundo noches mejores, en octubre y noviembre, o en marzo y abril, que las que hemos pasado de muchachos caminando lentamente por la ciudad, hasta el alba, charlando como locos sobre mil cosas, sobre política, sobre literatura, sobre mujeres, sobre el viejo Borges, sobre Faulkner, sobre Dostoievski, sobre Sócrates, sobre Freud, sobre Carlos Marx. Puede decirse que todavía somos jóvenes. Excepción hecha de Pancho, que tiene veintiocho años, ni Tomatis ni Barra ni yo hemos alcanzado todavía los veintisiete años. Tomatis ni siquiera los veintiséis. Sin embargo, aquella época extraordinaria no se volverá a repetir: del sur al norte, del este al oeste, por plazas, por avenidas, por bares, hemos ido y venido, desde los quince años, durante todas las horas del día, en especial las de la madrugada, charlando, como he dicho, de mil cosas, hurgueteando la ciudad, no diré felices, porque, excepción hecha de algún condenado especialmente por la suerte, nadie puede siquiera atisbar la felicidad, pero invadidos al menos por una pasión singular, una curiosidad por todas las cosas, suficiente para hacer la vida soportable. Recordamos a menudo esa época con Tomatis. Barra no entra mucho en el cuadro; siempre fue para nosotros un poco sapo de otro pozo. No hay duda de que le falta algo, y no me atrevería a echar de lado la posibilidad de que esa carencia sea sólo la consecuencia de una pretensión absurda de nuestra parte, una imperfección decretada exclusivamente por nosotros. El primer contacto con la gente nunca es intelectual, ni siquiera emocional o afectivo: es epidérmico, casi de respiración, y de su resultado depende toda la relación futura. Además la simpatía es algo que tiene su origen fuera de nosotros, existe como una secreta coincidencia, no expresada en los primeros momentos de una relación, que ofrece la tranquilidad y la certeza de que el otro no creará ninguna tensión tratando de lograr la supremacía de sus preferencias. De ahí que a lo primero que apela el individuo que se encuentra frente a un tipo antipático es a mirar con fastidio a su alrededor tratando de demostrar que hay algo en el ambiente, no en la persona, que no resulta de su agrado. Trata de lograr la supremacía de sus gustos simulando que han sido desmerecidos. Con Barra pasó desde el principio una cosa parecida. Lógicamente, si hemos andado juntos tanto tiempo quiere decir que esa sensación original desapareció, pero estoy seguro de que nosotros, digo Tomatis, Pancho y yo, no hicimos jamás el menor esfuerzo para que eso sucediera. Fue el mismo Barra el que optó por limar las asperezas. Esto puede comprenderse perfectamente si se tiene en cuenta que Barra está casado desde los veintidós años y ha andado siempre bastante escaso de amigos. Es un tipo afectivamente complicado. Me da la impresión de que ese modo de ser suyo, excesivamente consecuente y al mismo tiempo crítico, vago y remoto, es el resultado de su intuición de ese rechazo epidérmico, de esa antipatía original, y ahora está vinculado a nuestro círculo a través de una relación sellada por la culpa.
"Yo sé identificar esas caminatas con la idea del bien", sabe decirme Tomatis cuando recordamos las viejas épocas, en los días tranquilos del presente. A esos días Tomatis los llama "días del tabaco de Macedonio". Dice que le merecen un respeto especial los tipos que fuman si tienen tabaco y que si no lo tienen no hacen el menor esfuerzo para conseguirlo, olvidándose por completo de las ganas de fumar. Dice que el arquetipo de una mentalidad así era el viejo Macedonio Fernández. Tomatis admira a los tipos que, procediendo de una familia acomodada, eligen vivir modestamente. "Una clase acomodada es una clase dominante" -sabe decir-, "y… una clase dominante tiene necesariamente que armar un complot tácito contra el resto de la humanidad". Les tiene más confianza que a los intelectuales, dice, porque es raro que un intelectual avale con acciones su toma de posición teórica contra la clase dominante de la que procede. "En cambio, esos tipos modestos" -sostiene Tomatis-, "que se alejan por repugnancia de su propia clase, avalan con su vida su aparente falta de radicalismo ideológico". No hace falta aclarar que considero a Tomatis un flor de muchacho, inclusive con talento para la literatura. (Por otra parte, para hacer una buena literatura no hace falta mucho talento: basta un poco de mala suerte). Entiendo perfectamente qué quiere decir cuando sostiene que nuestras caminatas nocturnas son identificables con la idea del bien: es que él es un hincha rabioso de Sócrates". "El… viejo Sócrates es el hombre más grande y hermoso que ha producido la humanidad", dice Tomatis. Lo he visto conmoverse repitiendo las palabras de la "Apología": ¿Y si condenáis a Sócrates al destierro, creeríais que Sócrates se sentiría bien mal gastando su palabra con extraños? Para Tomatis el bien es una especie de pasión intelectual que en su concentración lleva implícita una aceptación básica de la vida. En un tiempo estuvo ligado a esta idea un poco compulsivamente, cuando andaba por los veinte años; se veía bien que la desesperación lo impulsaba a aferrarse a ella, hasta que por fin se lanzó a cometer toda clase de barbaridades, estoy seguro que por lo menos en gran parte conscientemente. Dos años después debe haber pensado, como yo por otra parte lo he sostenido siempre, que también el desenfreno y el desorden obran en nosotros por compulsión, y que entre dos conductas anormales conviene adoptar siempre aquella que es capaz de hacernos menos daño. Esa simulación de la pasión intelectual intensa durante un período en el que en realidad se sentía desesperado fue realmente cómica, porque se le dio por usar maneras de sabio y estuvo un año entero leyendo a los positivistas. Andaba con los libros de Aldous Huxley por todas partes.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Palo y hueso»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Palo y hueso» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Palo y hueso» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.