Victorino y Malvina encauzan sus anhelantes hormonas, costeando sillones de cuero y enciclopedias abrumadoras, hacia el trasfondo de la biblioteca donde una muralla de textos jurídicos erige su gnosis amparadora. ¡Va a comenzar el juego, damas y caballeros! Malvina frontal y codiciosa se ha arrinconado voluntariamente, de espaldas a los anaqueles romanistas, sólo los heliotropos de su aliento la separan del equipo contendor, el balón está situado en el centro del campo, el arbitro escruta su cronómetro y pita, el centro delantero entra en acción.
"El resto lo tengo colocado en acciones inconmovibles e hipotecas precavidas. Y es justicia añadir sigue perorando el retrato ciceroniano de don Jacinto Eulogio que la médula esencial, digamos el sésamo ábrete de mis éxitos, ha sido mi habilidad para captar en sus fibras más íntimas la psicología de este país, mejor dicho, la psicología de la gente que manda en este país, a saber: los generales de uniforme, los políticos pragmáticos y las compañías (también mandaban los latifundistas in illo tempore, hogaño han devenido vejetes de buena familia, momias antisépticas, mendicantes de subsidios, ¿a quién se le ocurre conspirar con un hacendado de cacao pudiendo hacerlo con el gerente de la Standard Oil?) petroleras. Psicología del general de uniforme: la aspiración institucional del general de uniforme es infundirnos miedo, ergo, hay que tenérselo. Psicología del político pragmático: al político pragmático es preciso demostrarle que uno es capaz de jugar tantas cartas al mismo tiempo como las que él juega, o sea, las cuarenta del paquete. Psicología de las compañías petroleras: ninguna, no tienen psicología sino lógica, adaptémonos a su lógica".
Victorino y Malvina se han emulsionado en un beso que las trompetas del apocalipsis no lograrán destrenzar. Ella siente reptar la lengua de él bajo la suya como una pequeña serpiente deliciosa y cálida, otea el deslizamiento de una mano corsaria en abordaje de sus senos, desgonza su primer no desmayado y condescendiente. La otra mano de Victorino le ha aprisionado dulcemente las nalgas, punto de apoyo para impulsar el vientre de ella hacia su raíz de hombre, Victorino interrumpe a medias el beso para humedecerle sobre los labios una procesión de posesivos contradictorios: mi reina, mi perrita, mi albaricoque, mi anafe caliente, mis pelitos queridos, mi diabla suelta, mi santa, mi amor.
"Además la efigie de don Jacinto Eulogio se prodiga parlanchina y sociológica en este lúcido mediodía de noviembre que le telegrafía mensajes de optimismo a través del velado cristal de la ventana uno de los basamentos capitales de mi solidez ciudadana, de mi peso específico nacional, es un hecho concreto aparentemente abstencionista: nunca me he propuesto ser ministro, nunca he sido ministro, nunca seré ministro. ¡Cuántos porvenires espléndidos se han frustrado en Venezuela, precipitados por esa manía tontivana de repantingarse en un Cadillac negro con matrícula de números dígitos! Un hombre público que se estime no tiene derecho a comprometer con ningún gobierno su reputación hasta el extremo de aceptarle a ese gobierno una cartera ejecutiva. Pensad, amigos míos, en las responsabilidades, complicidades solidarias que las funciones ministeriales acarrean. La conciencia del ministro de Comunicaciones carga con un porcentaje de los cadáveres que aporta al régimen el ministro del Interior; el buen nombre del ministro de Justicia es subsidiario de los cráteres que inhabilitan el sistema carretero del país; sobre los hombros del ministro de Sanidad gravita una cuota considerable de los contrabandos que ingresan a través de las aduanas celestinas. Y si el día menos pensado cae el gobierno, lo derroca un cuartelazo como suele suceder, a la media hora bajan las turbas de los cerros, ansiosas de saquear la biblioteca del ministro de Relaciones Exteriores y de orinarse en sus Utrillos y en sus porcelanas chinas. Amigo del gobierno siempre, ministro jamás. Tal sería el emblema que orillaría los flancos de mi escudo, si en nuestro país se acostumbraran esas güevonadas heráldicas".
Las caderas de Malvina se adaptan al ritmo de Victorino, la cadencia los lleva por encrespados mares de agua miel, ella le clava las uñas dementes en la espalda, arrulla como paloma versos que no ha pensado, sacude sus pétalos mojados contra los huesos combatientes de Victorino, él se quema en, dame tu boca amor que la he perdido, muere conmigo amor que ya estoy ciego.
Ahora se enfrenta al trance irrespetuoso de pasarle por delante, con los pantalones evidentemente empegostados, al retrato de su tío Jacinto Eulogio, ¡adelante Victorino!, él estará sumido en los tremedales del Derecho Canónico, o se hará el desentendido, si Dios quiere.
ni cuando invitaron a pasear en sus pintorreados automóviles a tres maricones callejeros, la más loca del trío solfeó en aceptación arrumacos inadmisibles, "gracias, colegas de la jailaif, hermanas nuestras!", los tres maricones se pavoneaban bajo las arcadas desprestigiadas del Centro Simón Bolívar, era medianoche, los acarrearon hasta el hoyo 18 del club Valle Arriba, allí los dejaron en cueros a merced de una llovizna banderillera de frío y humillaciones, cruzados a correazos los culitos contranaturales, embadurnadas de pintura negra las barriguitas rastreras;
ni cuando despeñaron a empujones desde el repecho de la avenida hasta las profundidades de la piscina (al día siguiente hubo necesidad de utilizar una grúa portuaria para restituirlo a la superficie) el Rolls Royce majestuoso del doctor Echenagucia, sanción merecida a la nociva pedantería del millonario, los llamaba vandálicos adolescentes inadaptados, en sus intermedios de brid
ge, los llamaba bandas delictivas de la clase alta y otras bolserías por el estilo;
ni cuando trasegaron el contenido de doce latas de asbestina roja al tanque corporativo que suministra agua al Country, los tubos de todas las quintas comenzaron a desembuchar un líquido sanguinolento, ellos mismos se encargaron de propalar que el agua había sido envenenada rencorosamente por los extremistas, y nadie se atrevió a bebería, ni a bañarse, ni a usar el bidet durante varios días;
ni cuando irrumpieron a lo pirata en un banquete solemne de la aristocracia judía, los rabinos llegaban de la sinagoga, llegaban enlevitados y quejumbrosos a presidir una de sus comilonas ancestrales, ellos salieron disparados hacia la calle con la punta del mantel entre las manos, rodaron por tierra las ánforas samaritanas, el pan ácimo, el huevo quemado, la raíz amarga, el cuello de pollo, las tortas de nueces, todo rodó por tierra junto con las amenazas más perversas de Ezequiel y Jeremías;
ni cuando brindaron hospitalidad prometedora en sus vehículos a dos laboriosas caminadoras de la Avenida Casanova, una rubia falsa y la otra ecuatoriana, las llevaron bajo quimeras de pie nic nocturno por una carretera rudimentaria que trepa los contrafuertes del Avila, las obligaron a sumergirse en el más intrincado de los matorrales, alimentaron una pira lustral con sus enaguas profesionales y sus zapatillas infatigables, las abandonaron desnudas y descalzas en aquel espinero, a manera de despedida las previnieron humanitariamente: ¡Tengan cuidado con las culebras que son mapanares!;
ni cuando oficiaron una bacanal babilónica en la mansión benemérita de la familia Bejarano, padre madre hijos andaban por Grecia en champú cultural, la casa quedó custodiada por un mayordomo portugués nacido en el siglo de las luces de carburo, ellos le atornillaron un candado exterior a la puerta del cuarto donde el octogenario adormilaba sus saudades, liberaron el champagne de las tinieblas de la cava, Mona Lisa con sus dos amigas (tan escolopendras como ella) desenfrenaron un strip tease con acompañamiento estereofónico y bachiano de La Pasión según San Mateo, al amanecer se cagaron coreográficamente en las alfombras persas;
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