Mario Llosa - Conversación En La Catedral

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Conversación En La Catedral: краткое содержание, описание и аннотация

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Zavalita y el zambo Ambrosio conversan en La Catedral. Estamos en Perú, durante el ochenio dictatorial del general Manuel A. Odría. Unas cuantas cervezas y un río de palabras en libertad para responder a la palabra amordazada por la dictadura.Los personajes, las historias que éstos cuentan, los fragmentos que van encajando, conforman la descripción minuciosa de un envilecimiento colectivo, el repaso de todos los caminos que hacen desembocar a un pueblo entero en la frustración.

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– Hasta luego, señor -dijo el joven de gris, con una venia.

– Hasta luego -dijo él, y tirando un violento jalón con sus mismas manos lo castró y arrojó el bulto gelatinoso a Hortensia: cómetelo-. Al Ministerio de Gobierno, sargento. ¿Las secretarias se fueron ya? Qué pasa, doctorcito, está usted lívido.

– La France Presse, la Associated Press, la United Press, todas dan la noticia, don Cayo, mire los cables -dijo el doctor Alcibíades-. Hablan de decenas de detenidos. ¿De dónde, don Cayo?

– Están fechados en Bolivia, ha sido Velarde, el abogadito ése -dijo él-. Pudiera ser Landa, también. ¿A qué hora comenzaron a recibir esos cables las agencias?

– Hace apenas una media hora -dijo el doctor Alcibíades-. Los corresponsales ya empezaron a llamarnos. Van a caer aquí de un momento a otro. No, todavía no han enviado esos cables a las radios.

– Ya es imposible guardar esto secreto, habrá que dar un comunicado oficial -dijo él-. Llame a las agencias, que no distribuyan esos cables, que esperen el comunicado. Llámeme a Lozano y a Paredes, por favor.

– Sí, don Cayo -dijo Lozano-. El senador Landa acaba de entrar a su casa.

– No lo dejen salir de allá -dijo él-. ¿Seguro que no habló con ningún corresponsal extranjero por teléfono? Sí, estaré en Palacio, llámeme allá.

– El comandante Paredes en el otro teléfono, don Cayo -dijo el doctor Alcibíades.

– Te adelantaste un poco, la farra de esta noche tendrá que esperar -dijo él-. ¿Viste los cables? Sí, ya sé de dónde. Velarde, un arequipeño que se escapó. No dan nombres, sólo el de Espina.

– Acabamos de leerlos con el general Llerena y estamos yendo a Palacio -dijo el comandante Paredes-. Esto es grave. El Presidente quería evitar a toda costa que se divulgara el asunto.

– Hay Que sacar un comunicado desmintiendo todo -dijo él-. Todavía no es tarde, si se llega a un acuerdo con Espina y con Landa. ¿Qué hay del Serrano?

– Está reacio, el general Pinto ha hablado dos veces con él -dijo Paredes-. Si el Presidente está de acuerdo, el general Llerena le hablará también. Bueno, nos vemos en Palacio, entonces.

– ¿Ya sale, don Cayo? -dijo el doctor Alcibíades-. Me olvidaba de algo. La señora del doctor Ferro. Estuvo aquí toda la tarde. Dijo que volvería y que se pasaría toda la noche sentada, aunque fuera.

– Si vuelve, hágala botar con los guardias -dijo él-. Y no se mueva de aquí, doctorcito.

– ¿Está usted sin auto? -dijo el doctor Alcibíades-. ¿Quiere llevarse el mío?

– No sé manejar, tomaré un taxi -dijo él-. Sí, maestro, a Palacio.

– Pase, don Cayo -dijo el mayor Tijero-. El general Llerena, el doctor Arbeláez y el comandante Paredes lo están esperando.

– Acabo de hablar con el general Pinto, su conversación con Espina ha sido bastante positiva -dijo el comandante Paredes-. El Presidente está con el Canciller.

– Las radios extranjeras están dando la noticia de una conspiración abortada -dijo el general Llerena-. Ya ve, Bermúdez, tantas contemplaciones con los pícaros para guardar el secreto, y no sirvió de nada.

– Si el general Pinto llega a un acuerdo con Espina, la noticia quedará desmentida automáticamente -dijo el comandante Paredes-. Todo el problema está ahora en Landa.

– Usted es amigo del senador, doctor Arbeláez -dijo él-. Landa tiene confianza en usted.

– He hablado por teléfono con él hace un momento -dijo el doctor Arbeláez-. Es un hombre orgulloso y no quiso escucharme. No hay nada que hacer con él, don Cayo.

– ¿Se le está dando una salida que lo favorece y no quiere aceptar? -dijo el general Llerena-. Hay que detenerlo antes que haga escándalo, entonces.

– Yo me he comprometido a conseguir que esto no trascienda y voy a cumplirlo -dijo él-. Ocúpese usted de Espina, General, y déjeme a Landa a mí.

– Lo llaman por teléfono, don Cayo -dijo el mayor Tijero-. Sí, por aquí.

– El sujeto habló hace un momento con el doctor Arbeláez -dijo Lozano-. Algo que le va a sorprender, don Cayo. Sí, aquí le hago escuchar la cinta.

– Por ahora no puedo hacer otra cosa que esperar -dijo el doctor Arbeláez-. Pero si pones como condición para reconciliarte con el Presidente, que despidan al chacal de Bermúdez, estoy seguro que accederá.

– No deje entrar a nadie a casa de Landa, salvo a Zavala, Lozano -dijo él-. ¿Estaba usted durmiendo, don Fermín? Siento despertarlo, pero es urgente. Landa no quiere llegar a un acuerdo con nosotros y nos está creando dificultades. Necesitamos convencer al senador que se calle la boca. ¿Se da cuenta lo que voy a pedirle, don Fermín?

– Claro que me doy cuenta -dijo don Fermín.

– Han comenzado a correr rumores en el extranjero y no queremos que prosperen -dijo él-. Hemos llegado a un entendimiento con Espina, sólo falta hacer entrar en razón al senador. Usted puede ayudarnos, don Fermín.

– Landa puede darse el lujo de hacer desplantes -dijo don Fermín-. Su dinero no depende del Gobierno.

– Pero el suyo sí -dijo él-. Ya ve, la cosa es urgente y tengo Que hablarle así. ¿Le basta que me comprometa a que todos sus contratos con el Estado sean respetados?

– ¿Qué garantía tengo de que esa promesa se va a cumplir? -dijo don Fermín.

– En este momento, sólo mi palabra -dijo él-. Ahora no puedo darle otra garantía.

– Está bien, acepto su palabra -dijo don Fermín- Voy a hablar con Landa. Si sus soplones me dejan salir de mi casa.

– Acaba de llegar el general Pinto, don Cayo -dijo el mayor Tijero.

– Espina se ha mostrado bastante racional, Cayo -dijo Paredes-. Pero el precio es alto. Dudo que el Presidente acepte.

– La Embajada en España -dijo el general Pinto-. Dice que en su condición de general y de ex ministro, la Agregaduría militar en Londres sería rebajarlo de categoría.

– Nada más que eso -dijo el general Llerena-. La Embajada en España.

– Está vacante y quién mejor que Espina para ocuparla -dijo él-. Hará un excelente papel. Estoy seguro que el doctor Lora estará de acuerdo.

– Lindo premio por haber intentado poner al país a sangre y. fuego -dijo el general Llerena.

– Qué mejor desmentido para las noticias que corren que publicar mañana el nombramiento de Espina como Embajador en España? -dijo él.

– Si usted permite, yo pienso lo mismo, General -dijo el general Pinto-. Espina ha puesto esa condición y no aceptará otra. La alternativa sería enjuiciarlo o desterrarlo. Y cualquier medida disciplinaria contra él tendría un efecto negativo entre muchos oficiales.

– Aunque no siempre coincidimos, don Cayo, esta vez estoy de acuerdo con usted -dijo el doctor Arbeláez-. Yo veo así el problema. Si se ha decidido no tomar sanciones y buscar la reconciliación, lo mejor es dar al general Espina una misión de acuerdo con su rango.

– De todos modos, el asunto Espina está resuelto -dijo Paredes-. ¿Qué hay de Landa? Si no se le tapa la boca a él, todo habrá sido en vano.

– ¿Se le va a premiar con una Embajada a él también? -dijo el general Llerena.

– No creo que le interese -dijo el doctor Arbeláez-. Ha sido Embajador varias veces ya.

– No veo cómo podemos publicar un desmentido a los cables, si Landa va a desmentir el desmentido mañana -dijo Paredes.

– Sí, Mayor, quisiera telefonear a solas -dijo él-. ¿Aló, Lozano? Suspenda el control del teléfono del senador. Voy a hablar con él y esta conversación no debe ser grabada.

– El senador Landa no está, habla su hija -dijo la inquieta voz de la muchacha y él apresuradamente la ató, con atolondrados nudos ciegos que hincharon sus muñecas, sus pies-. ¿Quién lo llama?

– Pásemelo inmediatamente, señorita, hablan de Palacio, es muy urgente -Hortensia tenía lista la correa, Queta también, él también-. Quiero informarle que Espina ha sido nombrado Embajador en España, senador. Espero que esto disipe sus dudas y que cambie de actitud. Nosotros seguimos considerándolo un amigo.

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