Una muda presencia me distrae de la modorra. Me hace levantar los párpados. Antes aún de verla, sé que es ella. María de los Ángeles está ahí. Los brazos cruzados sobre el pecho. La cabeza levemente inclinada sobre un hombro, el izquierdo. Su mata de pelo dorado ceniza cayéndole en cascada hasta la cintura. Erguida sin altanería, mas tampoco sin falsa modestia; sin compadecer ni inspirar compasión. Desde una lejanía inalcanzable me mira fijamente. Enciende el viejo espacio muerto. ¿Has presenciado la ejecución de tu padre en la plaza? Sonríe. Ahora sólo el pulvinar del iris ha cambiado (muy poco) de color. Sobre el papel la pupila es casi garza. Me entero de todo en un instante que no cabe en el folio. José Tomás Isasi, resero en Santa Fe, murió pobre y enfermo. Caído del caballo, lo enterraron en el mismo lugar de su caída. Una india vieja te recogió y te llevó a Córdoba; después al Tucumán. Te veo niña aún rondar la casa en que descansó y oró tu padrino Manuel Belgrano, después de sus batallas. El lugar donde comenzó su agonía; la posta convertida en su Huerto de los Olvidos. Entre los guiñapos de la túnica, veo en tu hombro izquierdo una mancha. Sé lo que es eso. Rastro de la vida montonera. El peso de la chuza, del fusil. Puedo calcular el tiempo que los ha cargado ese hombro de mujer. Una cicatriz en el cuello. Costuras hechas por las malas furias de la vida. A un viejo como yo, sin más calor que el de su desecamiento, tristeza cerca de persona querida mucho le enflaquece. Y ya no hay más por más que se busque.
He mandado ajusticiar a su padre porque robó el oro del Estado. Ella me trae el precio del rescate. De mi propio rescate, tal vez. Ahora sé lo que es socorro. Sólo ahora lo sé. ¿Por qué sólo ahora cuando el ahora ya no es más?
No hablas y te entiendo. Escribo y no me entiendes. Aun si pudiera salir de este agujero, yo no podría estar a tu lado. En otro tiempo anduvimos juntos. Un enorme caballo blanco y negro por mitades, interponía entre nosotros su mitad blanca, su mitad negra. Anduvimos lado a lado sin poder juntarnos, en edades diferentes. Por todas esas lejanías he pasado con persona mía a mi lado, sin nadie. Solo. Sin familia. Solo. Sin amor. Sin consuelo. Solo. Sin nadie. Solo en país extraño, el más extraño siendo el más mío. Solo. Mi país acorralado, solo, extraño. Desierto. Solo. Lleno de mi desierta persona. Cuando salía de ese desierto, caía en otro aún más desierto. El viento vuela entre los dos con olor de alguna lluvia cerca. ¡Cuánto querer poder querer! ¡No recibir más que temor, y uno acaba suspirando odio como si fuera amor! Cae la lluvia fuerte. Goterones sólidos. Cortina de plomo entre dos edades del universo. ¿Es el Diluvio? El Diluvio. Continuamos avanzando. Cuarenta días. Cuarenta siglos. Cuarenta milenios. Entre las grandes hojas y los monstruos mansos e inmensos, dos niños juegan. No se conocen. ¿Se han visto alguna vez? No se acuerdan. ¿Adán y Eva? No sé, no sé… No hemos aprendido aún a hablar. Pero ya nos entendemos. Jugamos entre los monstruos lentos y apacibles. Tú vas despertando uno a uno los pimpollos de seda negra del maíz-del-agua. Yo pateo una granada de angustifolia. Te llamo sin nombrarte. Te vuelves y miras. Dentro de la granadilla hay algo que se mueve. Semilla viviente. ¿Qué es? ¿Qué es? Ignoramos los nombres de las cosas, de los seres. Es cuando mejor los conocemos. Sus nombres son ellos mismos. Idénticos en forma, en figura, en pensamiento. Laten dentro de nosotros. Chispean afuera y en lo íntimo. Vemos aparecer un diminuto pichón. Plumaje metálico. Pequeñísima cabecita humana con ojillos de pájaro. Nuestras manos se juntan en el suave plumón. Lo sacamos de su encierro. Colibrí. Pájaro-mosca. Picaflor. El pájaro primigenio. Nuestro Padre Ulti-mo-Ultimo-Primero en medio de las tinieblas primigenias sacó de sí al colibrí para que lo acompañara. Habiendo creado el fundamento del lenguaje humano / habiendo creado una pequeña porción de amor / el Colibrí le refrescaba la boca / el que sustentaba a Ñamanduí con productos del Paraíso fue el Colibrí… ¡Sí, sí, menudo trabajo de nuestro Padre Último-Último-Primero, poner los fundamentos del lenguaje! ¡Ah! ¡Sudaba gotas-colibríes! Ya está: ¡El famoso lenguaje humano! Entonces también nosotros hablamos. Millones de años después los holgazanes bribones de la filosofía y los escobones del pulpito dirían que no sacamos el lenguaje de una simple granadilla sino de una «ayuda extraordinaria». Ahora esa ayuda extraordinaria ya no me sirve. Te oigo y te comprendo pot memoria. Lo demás, todo perdido. El inmenso caballo negro entre los dos.
Has llegado justamente hoy 12 de mayo, día de tu cumpleaños. Nada me queda que darte. Arrímate a la mesa. Toma de ahí ese juguete que sobró del reparto del año pasado. Representa los días de la semana girando sobre una rueda. Cambia de color y de sonido según los días. En la obscuridad, ciertos timbres permiten imaginar la figura y el color de cada día. Creo que el resorte se atascó en un domingo de tenebrio obscurus. Vino el armero Trujillo. Procuró componerlo. Dijo: ¡No puedo contra el ojo! Vino maese Alejandro. El barbero estuvo manipulando un buen rato con la navaja. De repente gritó y retrocedió: ¡Terrible lo que he visto! Vino Patiño. Llevó el reloj. Se sentó a su mesa de tres patas, puso los pies en la palangana. Estuvo hurgando con la pluma las fosas nasales del reloj que seguía en síncope. No pudo siquiera hacer girar las agujas. Patiño sólo puede hacer girar la noria de la escribanía, dar vueltas a la manija de la circular-perpetua. ¡Señor, este juguete está embrujado!, gritó. ¡Qué va estar embrujado! Ellos, esos mequetrefes, están embrujados. Su obscuridad de viejos los hace más temerosos que los niños. Cada uno ve en ella lo que cada cual es por dentro. ¡No echen la culpa a esa cosa inocente! No entendieron. Huyeron empujados por su miedo. Tampoco yo me ocupo más de dar cuerda a los relojes. Tómalo. Quizás tú puedas componerlo. Lo deja suavemente donde estaba. No lo quiere. Tal vez para ella el tiempo transcurre de otra manera. La vida de uno da siete vueltas, le digo. Sí, pero la vida no es de uno, oigo que ella dice sin mover los labios. Ya no es una criatura. ¿Qué puedo darte? Tal vez aquel fusil… Entre esos fusiles fabricados de materia me-reórica, está el fusil que empuñé al nacer. ¡Ese, ése! Tómalo. ¿Lo llevas? ¡Lo lleva! En las historias que se cuentan en los libros no suceden estas cosas. Inspecciona el fusil atentamente. No parece del todo satisfecha. Coge el reloj de música descompuesto. Lo pone en hora. Le hace dar su sonido. Doce campanadas. Mediodía del domingo. Color azul índigo. Te pregunto si piensas quedarte en la Patria. Eres la única migrante que ha vuelto. Es bueno que hayas dejado de montonerear a la zaga de esos pequeños atilas de las Desunidas Provincias, los Ramírez, los Bustos, los Disgustos, los López y demás bandoleros de baja calaña. No saben más que degollarse entre sí. Ensartar sus cabezas en las picas. Connivenciado con los maulas de aquí, el Pancho Ramírez quiere invadirnos. Su cabeza acabó en la jaula. Facundo Quiroga, el Tigre de los Llanos, también fanfarronea en los humos de una pretendida invasión. Lo desquijaran a pistoletazos en un carruaje de señorón. Nosotros somos los únicos que hicimos aquí la Revolución y la Liberación. Los paraguayos son los únicos que entienden, dijeron nuestros peores enemigos. ¿Eh? ¿Dices que no? Ya verás. Aquí tenemos la única Patria libre y soberana de América del Sur; la única Revolución verdaderamente revolucionaria. No te noto muy convencida. Para ver bien las cosas de este mundo, tienes que mirarlas del revés. Después, ponerlas del derecho. ¿Que a eso has venido? Bueno, ah, bueno. Aquí yo debería escribir que me río con un poco de sorna. Sólo para disimular mi balbuceo. Te pregunto si querrías hacer algún trabajo útil. Éste es el rescate que debes pagar. Culpa no tienes ninguna. Condena que vale, legal, ya no puedo hacerte. Pena que cumple, legal, un tiro de arma, horca, todas esas zarandajas no puedo mandar contra ti. Apruebo, recibo, mucho aprecio doy a la prueba de tu palabra poca, de tu mucha voluntad. Cuando ha movido la mano, lentitud suma, movimiento que casi no parece, he creído que ella iba a disparar al fusil de mi nacimiento contra mi no-persona. Dudar, no dudé. Medio me entristecí apenas. Mas he de probarte un poco primero, le digo buscándole los ojos. Voluntad mucha, la mejor intención, no valen nada todavía si no obran. Debes empezar desde abajo; a veces lo más bajo es lo más alto. El fin de las cosas es según su comienzo. No hay jerarquías sino en la calidad de los logros. ¿Aceptas? Entonces quedas nombrada como directora de la Casa de Muchachas Huérfanas y Recogidas. No funciona desde que en 1617 murió Jesusa Bocanegra. Con todo y ser monja, demás de maturranga, la Bocanegra fue la primera montonera de la educación en estas comarcas. Anda ahora mismo a reorganizar la Casa. Haz que cumpla su función. Encontrarás por ahí a unas huérfanas mías. Si es que están todavía y no se han maleado por malos casamientos y esas tristes cosas que ocurren a las mujeres que han nacido para ser sometidas.
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