Las voces contrarias han sido muchas, incluida la mía. ¿No han dicho que doña María Josefa de Velasco y de Yegros y Ledesma, la dama patricia de la pizarrita, no es mi madre? ¿No han dicho que el bergante carioca-lusitano ha llegado del Brasil trayendo a su manceba para luego repudiarla y hacer un matrimonio de conveniencia? Casado y velado según mandato de la Santa Madre Iglesia continuó, pues, bajo su patrocinio, torciendo el tabaco negro de su negra alma. No obstante, la información sumaria y plena de genealogía y buena conducta ha sido aprobada sin objeción alguna por fiscales y oidores. Se han echado perros creyendo que eran galgos. Mi árbol genealógico se levanta de costado en la sala capitular. Aunque no tengo padre ni madre, y ni siquiera he nacido todavía, he sido habido y procreado legítimamente, según las perjurias notariales. Hedor de una herencia obscura falsificado en el escudo nobiliario de mi no-casa: Un gato negro amamantando a un ratón blanco sobre cuarteles grises en los abismos gules de las nueve particiones, pariciones y desapariciones.
La correspondencia inédita entre el doctor Ventura y fray Mariano Ignacio Bel-Asco, a propósito de la Proclama de este último, alude al misterio genealógico:
«Otra observación de sus críticos, Rdo. Padre, es relativa a la discutida Genealogía del Tyrano.
«Deducen que para interesar Vd. a nuestros Paysanos no viene al caso que el Dictador sea hijo de un extrangero, puesto que en nuestras provincias y Payses, debido al atraso e ignorancia de los naturales, los dirigentes más capaces son siempre o casi siempre hijos de extrangeros.
»Tampoco importan, aducen, las máculas que se ha querido echar sobre su linage, con respecto a las dos madres que se le atribuyen; una de origen Patricio; la otra, plebeya y extrangera; así como las hablillas que corren sobre las fechas de su doble nacimiento.
»En efecto, conforme usted lo sabrá mejor que yo en su condición de Pariente, la especie generalmente admitida considera al Dictador como hijo de doña María Josefa Fabiana Velasco y de Yegros y Ledesma, su prima de usted, habido en el extraño matrimonio de esta dama patricia con el advenedizo y plebeyo portugués José Engracia, o Graciano, o García Rodrigues, oriundo según algunos del distrito de Mariana en el Virreynato del Janeiro, según el propio inmigrante carioca lo ha jurado ante el gobernador Lázaro de Ribera.
»Ante Alós y Brújura que es portugués, natural de Oporto, en los reinos de Portugal. En algunos de sus reiterados y casi obsesivos reclamos de informaciones sumarias, el Dictador afirma que su padre era francés. Algunos de sus allegados aseguran, en cambio, que era español de las Sierras de Francia, región enclavada entre Salamanca, Cáceres y Portugal.
»Los elementos astutamente utilizados por el carioca-lusitano para aumentar la confusión y encubrir con ella los orígenes bastardos de su aventurera vida, son las letras de sus pretensos apellidos: el sufijo portugués es cambiado por el castellano ez, con el que figura en ciertos documentos públicos; en el apellido materno (la f de Franca, con virgulilla debajo), muy conocido entre los bandeirantes paulistas, ha sido también castellanizado.
»Lo único cierto es que, tras sesenta años de vivir en el Paraguay y medrar en los más diversos oficios, desde peón en la elaboración de tabaco torcido, hasta militar, y posteriormente regidor y administrador de Temporalidades en los Pueblos de Indios, nadie sabe quién es ni de dónde ha venido.»Es un extrangero, dirá de él un Gobernador, que aún no sabemos si es portugués o francés, español o lunático. Esto último es lo que nadie puede dudar, a juzgar por los estigmas de notoria degeneración en su descendencia.
«Enigma que duele muy particularmente a nuestra estirpe de Patricios es la unión de doña María Josefa Fabiana con el aventurero carioca-lusitano; algo que no tiene explicación plausible, salvo por la escabrosa fabulilla que corre al respecto, y de la cual también a V. Md., lo considero enterado.
»Una de las versiones según ya he dicho, lo da como hijo de doña Josefa Fabiana, y nacido el 6 de enero de 1766, otra, que el Dictador nació dicho día y mes, pero de 1756, o sea diez años antes, de la unión que mantenía José Engracia, o Graciano, o García Rodríguez, con la barragana o concubina que este sujeto al parecer trajera consigo en su venida al Paraguay, entre el grupo de portugueses-brasileros contratados por el gobernador Jaime Sanjust a solicitud de los jesuitas, en 1750, con destino al beneficio del tabaco.
«Tanto uno como otro enredo ha quedado disuelto en la nebulosa de testimonios y papeles más o menos apócrifos; pues, como usted sabe, nada consta de cierto acerca de estos hechos que atañen al origen y genealogía que el Dictador ha tratado de mantener ocultos hasta su ascenso al Poder Absoluto.
«Pero esto es harina de otro costal».
¿Soy yo el gancho de bitácora de la pestilente brújula? Aferrado a la pértiga del timón el piloto me mira de soslayo y corrige de tanto en tanto el rumbo sobre la sinuosa vía del canal, entre los traicioneros bancos de arena. La masa compacta del hedor, más pesada que la carga, sin embargo hunde la sumaca por debajo de su línea de flotación. ¡Bienvenido salvaje olor ferino si vienes solo! Mi compañero, mi camarada. Inútil recoger los pensamientos en fuga por las malas furias de la vida. Me detengo en una memorable invocación: Por el Viviente que no muere ni ha de morir. Por el nombre de Aquél a quien pertenecen la gloria y la permanencia. Las palabras no son suyas. Las palabras no son de nadie. Los pensamientos pertenecen a todos y a nadie. Igualmente este río y los animales: Desconocen la muerte, los recuerdos. Desertores del pasado, del porvenir, no tienen edad. Esta agua que pasa es eterna porque es fugaz. La veo, la toco, precisamente porque pasa y se repone en el mismo instante. Vida y muerte forman el pulso de su materia que no es figura únicamente. En tanto yo, ¿qué puedo decir de mí? Soy menos que el agua que pasa. Menos que el animal que vive y no sabe que vive. En este momento que escribo puedo decir: Una infinita duración ha precedido mi nacimiento. YO siempre he sido YO; es decir, cuantos dijeron YO durante ese tiempo, no eran otros que YO-ÉL, juntos. Pero a qué acopiar tantas zonceras que ya están dichas y redichas por otros zonzos a-copiadores. En aquel momento, en este momento en que voy sentado sobre el sólido hedor, no pienso en tales barrumbadas. Soy un muchacho de catorce años. Por momentos leo. Escribo por momentos, escondido a proa entre los tercios de yerba y la corambre nauseabunda. Descuido. Diversión. Estoy aún en la naturaleza. Por momentos dejo caer la mano en el agua recalentada.
Ya camina a veinte días el tiempo de este viaje. El que dice ser mi padre, dedicado ahora al tráfico comercial, capitanea su barca. Erguido entre los barriles, como entre las troneras de un fuerte. Se dirige hacia el puerto preciso de Santa Fe, donde reina inexorable el estanco del tabaco, junto con otros leoninos impuestos a los productos paraguayos.
Mi presunto padre ha decidido enviarme a la Universidad de Córdoba. Quiere que me haga cura. Quiere que me haga picaro. Quiere liberarse de mi fastidiosa presencia. Mas también quiere hacer de mí su futuro báculo, curtido el vastago en tanino eclesiástico. Por ahora me ha cargado en la sumaca, entre los cueros y las especias, el sebo y el maíz. Yo, la más ínfima, la más despreciable de sus mercancías.
Alguien, acaso la dama patricia que pasa por ser su esposa, que pasa por ser mi madre, ha pronosticado: ¡Algún día oirán a este oscuro niño condenando el nombre de su padre en la cima del Cerro del Centinela! La dama patricia era muda. Atacada por algún mal en la garganta, perdió el habla. Al menos yo jamás escuché de sus labios voz humana, ruido o rumor que se le pareciese. De modo que el pronóstico hubo de ser escrito por ella en las tablillas que usaba para comunicarse. Mientras dormía, una siesta, escondíle la pizarra y las marcólas de escayola. Las hice polvo a martillazos. Entérrelo en un baldío. La proveyeron de nuevas pizarritas y tizas. Volvió a escribir con letra más firme: ¡Algún día oirán a ese oscuro niño condenando a su padre y a su madre! Luego de escribir esto, la muda quebró la pizarra y rompió a llorar sin parar siete días seguidos. Tenían que mudarle a cada momento las sábanas, las almohadas, los colchones empapados. Nadie supo qué quiso significar. Probablemente alguien allegado a la casa, el coronel Espinóla y Peña (de quien también se murmuraba que era mi verdadero padre), acaso el bellaco de fray Bel-Asco, quién sabe quién leyó en algún libro la sentencia sibilina. La repitió el aya en sus cantares. La cosió al forro de mi destino.
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