Juan Onetti - Cuando ya no importe
Здесь есть возможность читать онлайн «Juan Onetti - Cuando ya no importe» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Cuando ya no importe
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:5 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 100
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Cuando ya no importe: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Cuando ya no importe»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Cuando ya no importe — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Cuando ya no importe», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– No solo el giro, no solo putas. Llegan diarios, revistas, discos.
Vio que mi vaso estaba vació y manoteo la botella para llenarlo y ofrecer. Luego me miro curioso y contenido, calculando cuantas medidas serian necesarias para que yo cruzara el limite feliz o re-pugnante de mi borrachera personal y exclusiva.
– Sírvase usted mismo. Es tan gratis para mi como para usted.
– Gracias.
Ahora no espere invitación para llenar mi vaso. El sabor se confirmo cuando espié la etiqueta; si, Escocia y doce anos. Este trago me hizo mas triste, mas vulnerable al asalto de recuerdos confusos y añosos.
– Y ustedes arriba, no almorzando un asado, que sería grosero. Ustedes comen barbacoa.
– No, doctor, no es así. Comemos lo que a la negra Eufrasia se le ocurra. Muchos días nos toco locro, y no por ahorrar; cobramos en dólares no se si ya le dije. En el fondo, la verdad es que tenemos miedo de que se nos vaya. La parturienta, digo.
– Angélica Inés -dijo el medico como si el nombre fuera una orden. Y ella se aparto como un perro temeroso.
– Es de nochecita, papá. Ya es tarde, es hora. Es la hora de que abras la vitrina para mi. ¿No es cierto? Amor, mi bueno.
Esperaba quieta, pedía con los ojos, las manos unidas y sosegadas contra el pubis.
– Hay que esperar y, mientras, conseguir una buena comida. Yo tengo mucho que hablar con este señor que se sigue llamando Carr y es nuestro invitado.
Sin llanto y resignada, con lagrimas que llegaban serpenteando hasta las esquinas de la boca, la mujer me señalo con una mano, dijo «Pero usted no» y se fue saliendo del despacho con lentitud rebuscada, alta la mandíbula de niña enfadada, en desafío al mundo y sus pesares.
Estábamos solos cuando el medico me dijo muy suavemente, sin mirarme:
– Bien. Así que usted es Carr. Me aviso de su llegada el profesor. Pero habíamos quedado en que no haríamos contacto antes de que la costa estuviera libre de ingenieros.
Tome un trago y me atreví a preguntar, tal vez por culpa del whisky:
– ¿Quien esta detrás del profesor? Acaso se trate de judíos alemanes, franceses, yanquis. Pienso que serán hijos de los que pudieron escapar de la bestia parda. Ahora poco me importa el mundo. Pero de vez en cuando leo los diarios que me llegan. Y le aseguro, doctor, que no puedo separar malos de buenos.
– Usted no puede juzgar calibrando la bestialidad humana. Habrá visto, tal vez, o sabido de sucesos que van haciendo la historia sin querer. Pero yo, simplemente, no lo hago. Toda la gente no pasa de mierda. Es una categoría respetable si se reflexiona. En un mundo de diferencias, a veces atroces, esa condición nos une un poco. Ustedes, los técnicos y la peonada india. Sometida y aliviándose el hambre con hojas de coca.
Entonces volvió la mujer alta y flaca, con un delantal de payaso o mago. Traía en equilibrio dudoso dos cilindros de latas de conservas y se inclino para que cayeran ruidosas sobre la mesa. Luego, la cara impasible y silbando un blues viejísimo, extrajo de los inesperados bolsillos del gran delantal platos, servilletas y abrelatas.
– Casi servidos, señores machos. Una de las latas es puro botulismo. Ruleta rusa. Adivinen.
Retrocedió dos pasos, hizo una reverencia que casi le dobló el cuerpo y fue retrocediendo de espaldas hasta no estar.
El medico agradeció con una sonrisa burlona que correspondía exacta a la comedia de la mujer. Miro el gran reloj marinero sujeto a una pared y la hora que marcaba su reloj pulsera. Sin incorporarse grito a la puerta vacía:
– Todavía falta un poco, preciosa.
Parsimonioso, cumpliendo un deber aceptado sin protesta, fue abriendo las latas. A veces se lastimaba y lamía las dos o tres gotas de sangre del dedo herido.
Pedazos de alimentos separados de las latas con golpes de dedos cayeron en los platos. Mientras comía trataba de apartar o mezclar sabores del mar y otros terrestres. Hambriento, me frenaba para no devorar recordando platos deliciosos que había comido tiempo atrás, tan lejos de Santamaría.
Entonces se abrió el ojo amarillo y redondo del teléfono. El medico levanto el tubo y solo dijo: «Bueno, ya».
Con una sonrisa traviesa fue hasta los grandes vidrios y tironeo de una cuerda para cubrir con la negrura de una gruesa cortina la noche que tal vez estuviera convaleciendo de la tormenta.
El doctor Diaz regreso al escritorio y dijo sin explicar:
– Es así, pero no todas las noches. Piden luz para guiarse, después oscuridad para los desembarcos, siempre silenciosos. Y siempre pagan. Siempre descubrimos una botella o seis, o cajas de dulces también ingleses escondidas entre tablas del muelle. (No me gusta que a algo duro e inhóspito se le designe con una palabra que también significa blandura y alivio. Prefiero embarcadero y mejor aun, si traduzco al Francés, debarcadere; así se llama el mejor libro de poemas de Superviele.
– Y la policía…
– Tranquilo, amigo. Ellos son los primeros en cobrar.
Desde hacia rato, molesta como una abeja, la canción infantil se interponía entre nosotros. Monótona y tenaz, trepaba sin pausa apoyándose en su propia estupidez para reiterarse y subir.
Una cosa me encontré cinco veces lo diré y si nadie la reclama con ella me quedare.
– Es mentira -dijo el medico mostrando una sonrisa de cariño
– . No puede haber encontrado nada. Se trata de un viejo juego y yo se como termina. O como ella quiere que termine.
Se puso de pie para agregar:
– Le voy a pedir un favor, si no es abusar.
– Yo, si puedo…
– Gracias.
Fue hasta la vitrina casi junto a la negrura del balcón o ventana. Saco un puñado de llaves que surgieron del bolsillo trasero del pantalón. Mire desconcertado la cantidad de llaves exhibidas y su desparejo tamaño. Las había diminutas y otras enormes cuyo uso era insospechable.
Una vez mas, desde muy abajo y como apenas cubierta por una leve capa de tierra, subió y se fue repitiendo tanto, que de infantil se volvía estúpida:
Una cosa me encontré cinco veces lo diré y si nadie la reclama con ella me quedare.
Diaz Grey movió la cabeza, negando y sonriendo.
– Es un viejo juego -repitió-. No encontró nada porque todo esta aquí en la vitrina. Pero ahora le pido ese favor. Que termine su whisky y baje a preguntarle que encontró. No hay peligro.
Levante el vaso sin beber y vacile entre callarme o decir una grosería a la cara flaca y cínica que mantenía su sonrisa paternal.
– No -dijo Diaz Grey-, ni alcahuete ni cornudo. Hace años que mande al mundo, hombres, mujeres, a la putísima madre que los parió. Hace mucho tiempo que nos casamos, que luche para con-seguir que fuera mi mujer en la cama. Ella, la gringa, tenia terror. Es posible que haya tenido que violarla y luego meses de mimos y abstinencia. De pronto, un día de verano vino a ofrecerse. La tome con dulzura, sin agresión, lento, paciente. La conveniencia de que éramos padre severo e hija traviesa. No me importa decirle que vivimos en pleno incesto. Y muy felices. Sospecho que ella sigue masturbándose porque hay sueños que ignoro, hay defensa contra un posible macho poseedor. Solo yo, tan como distraído, sin dar importancia a lo que hacemos. Tan papá con su hijita querida perniabierta y tranquila, en paz, sin sombras de miedo, con una sonrisa de bondad y picardía.
– Vaya ;por favor. Es asunto de terapia. Hace dos años o tres que quiero cuidarla de ella misma. La voy a curar antes de morirme.
– Pero que puedo…
– Curarla de ese terror a la gente. La quiero sana aunque gaste y pierda tiempo. Algo de animalito salvaje. Baje y háblele. Como desinteresado, sin hacerle mucho caso.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Cuando ya no importe»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Cuando ya no importe» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Cuando ya no importe» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.