Marcela Serrano - Para Que No Me Olvides
Здесь есть возможность читать онлайн «Marcela Serrano - Para Que No Me Olvides» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Para Que No Me Olvides
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Para Que No Me Olvides: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Para Que No Me Olvides»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Para Que No Me Olvides — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Para Que No Me Olvides», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
A diez metros estaba la balsa, volcada pero a flote. Yo no sabía nadar, cinco metros o veinte me eran igual.
– ¡Mamá! ¡Mamá! -salió mi cabeza a la superficie y gasté el aire que mis pulmones lloraban llamando a mi madre.
Pía tampoco lograba mantenerse en la superficie. Su pequeño cuerpo pataleaba, se hundía y volvía a salir a flote, volvía a hundirse y también ella, mamá, sálvame, mamá. Su manito se estiraba esperanzada, como la mía.
Mamá, con nosotras al frente y la balsa a sus espaldas, hacía esfuerzos desesperados por no hundirse con su yeso y su único brazo libre. Lo estiró, calculando tomar a una de nosotras, ambas a exacta distancia de ella, y llevarla -como fuera- hasta ese pedazo de madera que la salvaría.
En el revuelo de agua verde que salpicaba, los gritos que ensordecían, mamá avanzó… Aguanté sobre la superficie esperándola como el último gesto -la voluntad misma- que mi cuerpo realizaría, con mi última limitada fuerza. Yo no podía ir hacia ella, ella sí podría llegar hasta mí, con yeso y dificultad, podría llegar… llegaría. Entre ese terror y ese anhelo, alcancé a ver el miedo en su rostro.
Ambas manos pequeñas imploraban.
Mamá tomó la de Pía.
Yo me hundí en el agua.
El epílogo de la historia es que no me ahogué gracias a Alfonso, que desde lejos vio lo que pasaba y se puso a gritar desaforadamente. Llegó Marcial al instante, con la misma magia con que antes había desaparecido. Nadó como un furibundo y me sacó inconsciente, mientras mamá y Pía miraban desde la balsa. Rápidamente me hizo respiración artificial y movimientos en el tórax.
Cuando al final abrí los ojos, como saliendo de un largo y oscuro túnel mojado, vi sobre la loma a mi abuela mirando esta escena, paralizada.
Nos llevaron de vuelta a casa en la carreta, forraron a Pía y a mamá en los sacos vacíos y a mí en el chal escocés.
Mi abuela -quien hizo el relato oficial al resto de la familia, nada veraz- me llevó a su dormitorio, el mejor de la casa. Me dieron infusiones, aguas calientes y yerbas y ella no se separó de mi lado ni de día ni de noche. A mamá la llevaron a la ciudad a arreglar el yeso y no recuerdo haberla visto por unos días. No recuerdo haber vuelto más a esa playa, ni recuerdo haber vuelto a ver a Marcial.
Lo único que recuerdo es que nunca, nunca se habló del tema, ni siquiera entre Alfonso, Pía y yo. Tampoco mi abuela: jamás lo mencionó.
* * *
Verdeel agua del río.
Verde el paño de la mesa de pool.
Verdes los ojos del Gringo.
El verde y el blanco siempre en mí. Pienso en Moby Dick, pienso en la obsesión.
SEGUNDA PARTE
(EL MAR)
Puerto Vallarta. Crucial, un hito: el momento preciso en que pude haber avanzado o retrocedido, en que pude haber determinado yo en vez del destino.
Yo debía ser exitosa y como tal resolví enfrentar de la mejor manera un tema muy delicado en la vida de las mujeres: los cuarenta años. Me prometí a mí misma que el día aquél amanecería frente a un ventanal que sólo me mostrara palmeras y mar azul, lejos muy lejos de todo lo que me acongojaba. Se lo propuse a Juan Luis. Él quiso Miami, que era más normal, que México no le tincaba. No, debe ser más lejos, Juan Luis, todos van a Miami, debe ser más único, más inalcanzable. Sorprendido de que yo me diese importancia, accedió. Se lo propuse porque necesitaba desesperadamente defenderme. La lejanía debía hacernos bien, debía reconstituirnos.
* * *
En Puerto Vallarta las urracas vuelan bajito y cuando hay tormenta los truenos remecen la tierra. Como si la fuesen a arrasar, la línea del horizonte se difumina y se pierde la noción de dónde acaba el mar y dónde debe empezar el cielo. También hay cerros como verdes cortinas, ese verde frescor que sólo se salpica con nubes blancas de algodón, como los dulces que comía de chica a la salida de misa los domingos. Lo cierto es que ese verde era el verde de la selva, de la Sierra Madre. Pensé en Humphrey Bogart.
En Puerto Vallarta la franja de tierra entre mar y selva está hecha pueblo, pueblo colonial con bahía de John Huston, con arquitectura respetada hasta por la ITT, hoteles que ajustaron sus formas a ese espacio. En Puerto Vallarta los pelícanos pasan volando como aeroplanos.
Allí fui a cumplir mis cuarenta años. Muy seria esa noche, en la vigilia de mi cumpleaños, mientras Juan Luis dormía, me levanté de la cama en mi suite del Buganvilias Sheraton, me dirigí al baño, prendí todas las luces de los espejos de la sala del tocador y me despedí de mí misma.
– De esta mí misma -murmuré frente a mi imagen, la que miré por última vez sin tener cuarenta. No sé si con alivio o con pena, probablemente ambos mezclados, me dije seria: adiós, Blanca.
Volví a la cama y me quedé dormida.
Es que vino esa tormenta feroz.
Yo estaba sola. Tumbada bajo las palmeras mirando esos cocos que llamaban a treparse en ellas, gozaba del sol cuando Juan Luis decidió salir por la playa a caminar. Quería recorrer todos los clubes y hoteles que habitaban este pedazo del Pacífico. Me dio flojera acompañarlo y permanecí en ese bienestar profundo, hasta que me lo arrancó un trueno.
Comenzó la tormenta y él no estaba. Me levanté espantada, traté de correr a mi habitación y no pude avanzar por la fuerza del viento. Vi como todo volaba. Temblé con cada rayo y cada trueno, recordando por fragmentos las noticias leídas sobre ciclones y huracanes, tragedias geográficas de las que no sospechamos en mi tierra, tan abajo de la línea del Ecuador. Ya en el dormitorio, y luego de haber tomado un trago directo de la botella de whisky que Juan Luis guarda sobre el bar, fijé los ojos aterrados en el ventanal. Cielo y tierra comenzaron a confundirse. Y súbitamente un temor -loco, irracional- de que Juan Luis no volverá. Que la tormenta se lo llevará. Las olas enojadas lo tomarán y lo harán volar entre el aire y el mar. Y desde la altura de mi ventanal lo veré, siendo arrasado sin poder intervenir, como un caballo de Chagall, y desaparecerá entre las hojas de las palmeras que aúllan. Es el viento el que grita, pero los rayos gritan más fuerte y la voz de Juan Luis no volverá a oírse. Concentrada en la loca posición de las palmeras que se inclinan y se inclinan, creo que Juan Luis no volverá. Y comprendo que no quiero que él vuelva.
Ese es mi momento alucinado. Que Juan Luis no vuelva, me dice el delirio. Que no vuelva.
Y cuando Juan Luis volvió, empapado y alegre, me tiré a sus brazos y le agradecí su regreso. Pero nunca más podría ignorar lo que mi yo, o mi otro yo atrapado en la locura de la tormenta, un yo delirante que no reconocería como propio, había deseado.
Escindido y todo, el deseo había sido formulado y eso era irreversible.
* * *
Inclementeel sol, inclemente el recuerdo, inclemente conmigo el latir de Puerto Vallarta.
Me instalo en aquel bar que da al Pacífico y respiro. Juan Luis ha ido por unos días a Nueva York, volverá a recogerme. Fue una conquista esto de quedarme sin él, yo no suelo quedarme sola en ninguna parte.
Busco el sol, busco el sol acompañado por la soledad. Espero que ello no sea signo de extravío. Debo poner en orden esta masa que es mi cabeza.
Húmeda de trópico, la humedad de Puerto Vallarta me sugiere que ya no existe para mí humedad inocente.
Es cierto que entre sudores en la tormenta los lugareños me dieron mezcal. Que servía para espantar el miedo. Temo mucho. Por eso pido el mezcal, su botella con gusano y todo, no le hago ningún asco. Temo.
La última tarde en Avenida Grecia, me despidieron con sopaipillas hechas por la señora Yolanda. El Gringo está de buen humor, habla mientras come una sopaipilla, yo lo regaño al oído, no se habla con la boca llena, se ríe de mí, que soy pije, me dice y no muy segura, río yo también. El sabor de la manteca y el zapallo mezclados con los colores del Gringo. Me mira con complicidad, con toda sensación agigantada por sólo estar frente a los demás como si apenas nos conociéramos, como si él fuese un amigo más de Victoria, y nos miramos viéndonos por debajo de la ropa, enorme esa intimidad mientras simulamos, deliciosa esa intimidad, porque es sólo nuestra, y me pasa una sopaipilla y su mano me roza sutil y mi piel responde, el Gringo sabe cómo responde mi piel, mi amante, cuya inflexión en la voz cambia al decirme Blanca y sólo yo lo noto, yo sé qué dice cuando dice Blanca. Y me gusta estar así con él, rodeados de gente, no quiero esa pura soledad de la cama a ras del suelo, quiero una soledad de a dos que pueda compartir algo de vida ajena, que pueda ponerse a prueba en el ser que no es íntimo, en el yo que existe más allá de su pecho, quiero amarlo también cuando le habla a los otros, no quiero engañarme en el solo llamado que me hace dentro de las cuatro paredes de ese departamento del centro de la ciudad, puede ser un llamado tan subjetivo el de los amantes, yo necesito comprobar al Gringo, fundarlo más de allá de mis fantasías, confirmar su existencia más allá de mi imaginación, asegurar la veracidad de ese ser que no es sólo mío. Necesito, al fin, constatarlo ajeno a mí, en el tono que se dirige a Victoria, en su calor con la señora Yolanda, en la forma que alza en brazos a Bernardo y lo hace tocar el techo, en la impaciencia con que le pide a Lorena que no se ofusque, en la dureza con que a veces discute. Quiero amarlo en su dimensión real y la palpo como un privilegio. Los amantes clásicos, encerrados en su necesidad, no suelen -o no pueden- hacerlo.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Para Que No Me Olvides»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Para Que No Me Olvides» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Para Que No Me Olvides» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.