»"Pero señor Hoffman… Se lo he prometido. He prometido ir a verle. Querrá apoyarse en mí. Siempre me ha necesitado en las ocasiones como ésta, en las grandes noches…"
»Y yo le he dicho:
«"Señorita Collins, por supuesto que se sentirá decepcionado. Pero haré lo que esté en mi mano para explicárselo. Además, en el fondo de su corazón, el señor Brodsky sabe, como usted sabe, que es una cita poco atinada. Que es mejor no volver sobre el pasado."
«Ella ha mirado por la ventana con aire ensoñador, y ha dicho:
»"Pero estará ya allí. Me estará esperando."
«Y yo le he dicho:
«"Iré yo, señorita Collins. Sí, estoy muy ocupado, pero se trata de algo para mí tan importante que considero necesario hacerlo personalmente. Voy a ir ahora mismo al cementerio y le voy a informar de la situación. Puede usted estar segura, señorita Collins, de que haré todo lo posible por consolarle. Le animaré a pensar en el futuro, en la inmensa importancia del reto que le aguarda esta noche…"
»Le he hablado así, señor Ryder. Poco más o menos. Y, si bien debo admitir que parecía completamente destrozada, no hay que olvidar que es una dama sensata y que una parte de ella debe de haber comprendido que yo tengo razón. Porque me ha tocado el hombro con suma suavidad, y me ha dicho:
«"Vaya a verle. Ahora mismo. Y haga lo que pueda."
«Así que me he levantado para marcharme, pero entonces he recordado que aún me quedaba otra dolorosa tarea que cumplir.
»"Oh, y otra cosa, señorita Collins… -le he dicho-. En cuanto a la velada de esta noche, y dadas las circunstancias, creo que lo más juicioso será que se quede usted en casa."
«Ella ha asentido con la cabeza, al borde de las lágrimas.
»"Al fin y al cabo -he continuado-, debemos ser considerados con sus sentimientos. Dada la situación, su presencia en el auditórium podría ejercer cierta influencia sobre él en esta más que crucial coyuntura."
«Ella ha vuelto a asentir, dando a entender que lo comprendía perfectamente. Y me he excusado y me he ido. Y entonces, pese a todas las urgentes cosas que requerían mi atención (la recepción del pedido del pan y del bacon, por ejemplo), he comprendido que la prioridad más apremiante era lograr que el señor Brodsky remontara sano y salvo este obstáculo inesperado y último. Así que he ido en mi coche al cementerio. Al llegar había anochecido, y he deambulado entre las tumbas un rato y al final lo he visto, sentado en una lápida, con expresión de desaliento. Y cuando me ha visto acercarme, ha alzado la mirada cansinamente y me ha dicho:
»"Ha venido a decírmelo. Lo sabía. Sabía que no vendría." «Ello me habrá facilitado la tarea, pensará usted, pero le aseguro, señor, que no ha sido en absoluto fácil. Ser portador de tales nuevas. He asentido gravemente, y le he dicho que sí, que tenía razón, que la señorita Collins no iba a acudir a la cita. Que había reflexionado sobre el asunto y había cambiado de opinión. Y que además había decidido no ir a la sala de conciertos esta noche. No he considerado necesario explicárselo con más detalle. Y he visto en su semblante una profunda congoja, y he mirado hacia otra parte, fingiendo estudiar la tumba de al lado. "Ah, el viejo señor Kaltz", he dicho hacia los árboles, porque sabía que el señor Brodsky estaba llorando calladamente. "Ah, el señor Kaltz… ¿Cuántos años hace que lo enterramos? Parece que fue ayer, pero veo que hace ya catorce años… ¡Cuan solo estuvo antes de su muerte!" He estado hablando así unos instantes, a fin de permitir que el señor Brodsky se entregara al llanto. Luego he visto que contenía ya las lágrimas, y me he vuelto hacia él y le he sugerido que volviera conmigo al auditórium para prepararse. Pero él ha dicho que no, que era demasiado pronto. Que se pondría muy tenso si tenía que andar vagando por el edificio durante tanto tiempo. Y he pensado que quizá tenía razón, y le he ofrecido llevarlo a casa. Él ha estado de acuerdo, y hemos salido del cementerio y hemos caminado hacia el coche. Y durante todo el viaje, durante todo el trayecto por la autopista del norte, no ha hecho más que mirar por la ventanilla, sin decir nada, con lágrimas en los ojos de cuando en cuando… Y entonces me he dado cuenta de que aún no podía cantar victoria. De que las cosas no estaban tan claras como me había parecido horas antes. Pero seguía teniendo confianza, señor Ryder, la misma confianza que siento ahora. Y hemos llegado a la granja. Ha hecho muchos arreglos; ahora muchas de las habitaciones son perfectamente habitables. Hemos entrado en la habitación principal y hemos encendido la lámpara, y me he puesto a charlar de intrascendencias mientras echaba una ojeada a la sala. Me he ofrecido a ocuparme de que alguien fuera a ver qué se podía hacer con el problema de humedad de las paredes, pero él parecía no oírme. Estaba sentado en una silla, con la mirada perdida. Luego ha dicho que quería una copa. Una pequeña copa. Le he dicho que era imposible. Y él ha dicho, con mucha calma, que no se refería a su forma de beber de antes. Que no, que no era eso. Que aquella forma de beber había quedado atrás para siempre. Pero que acababa de sufrir un terrible golpe, y que se le rompía el corazón. Ha utilizado esas palabras. Que se le rompía el corazón, ha dicho, pero que sabía muy bien lo mucho que dependía de él esta noche. Que sabía que tenía que salir airoso. Que no pedía una copa a la vieja usanza. ¿Es que no me daba cuenta? Y le he mirado y he visto que decía la verdad. He visto a un hombre entristecido, desencantado, pero responsable. Un hombre que ha llegado a conocerse como quizá ningún otro llegará jamás a conocerse, un hombre con pleno dominio de sí mismo. Y me estaba diciendo que, en una crisis como esa, lo que necesitaba era un pequeño trago. Que le ayudaría a remontar la conmoción emocional que estaba padeciendo. Que le daría la firmeza necesaria para hacer frente a las exigencias de esta noche. Señor Ryder, en los últimos tiempos le había oído innumerables veces pedir alcohol…, pero ahora era algo totalmente diferente. Lo veía claramente. Lo he mirado profundamente a los ojos y le he dicho:
»"Señor Brodsky, ¿puedo confiar en usted? Tengo una petaca de whisky en el coche. Si le doy un vasito, ¿puedo fiarme de que no me pedirá más? Un vasito y se acabó, ¿de acuerdo?"
»A lo que él, sosteniendo mi mirada, ha respondido:
»"No es como antes. Se lo juro."
»Y entonces he salido hacia el coche, y todo estaba oscuro y el viento soplaba con furia entre los árboles, y he cogido la petaca y he vuelto a entrar, y el señor Brodsky no estaba ya en su silla. Y es cuando he atravesado la casa y he entrado en la cocina. En realidad es una dependencia aparte conectada con el edificio principal de la granja, que el señor Brodsky ha estado últimamente restaurando con bastante maestría. Sí, y es cuando lo he visto abriendo el armario, un armario que había en el suelo, tirado sobre un costado. Se había olvidado de él, me ha dicho al verme entrar. Y he visto el whisky. Botellas y botellas de whisky. Ha sacado una botella, la ha abierto y se ha servido un poco en un vaso. Luego, mirándome a los ojos, ha vertido lo que quedaba de la botella en el suelo. El piso de la cocina, debo aclarar, es casi todo de tierra, y ha absorbido el líquido
sin hacer ningún charco. Bien, lo ha echado al suelo, como digo, y ha vuelto a la habitación principal y se ha sentado en la silla y se ha puesto a beber. Lo he mirado atentamente, y he visto que bebía de forma diferente a como lo hacía antes. Incluso el hecho de que pudiera hacerlo así, a pequeños tragos… He visto que no me había equivocado. Le he dicho que teníamos que regresar, que ya me había demorado mucho, que tenía que supervisar el pan y el bacon. Me he levantado y entonces, sin necesidad de hablarnos, ambos hemos sabido lo que yo tenía en la cabeza: el armario. Y el señor Brodsky me ha mirado a los ojos y ha dicho:
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