Había estado jugueteando con su pajarita, y se volvió al espejo para arreglársela.
– Señor Hoffman -dije-, ¿qué ha sucedido exactamente? Si algo le ha sucedido al señor Brodsky, o si ha sucedido algo capaz de alterar de algún modo el programa de esta noche, debería ser informado de ello de inmediato. Seguro que estará de acuerdo conmigo, señor Hoffman.
El director del hotel se echó a reír.
– Señor Ryder, se está haciendo usted una idea completamente errónea. No tiene que preocuparse en absoluto. Míreme, ¿estoy yo preocupado? No. Toda mi reputación depende de esta noche, y ¿no me ve usted tranquilo y confiado? Le aseguro, señor, que no hay nada de lo que tenga usted que preocuparse.
– Señor Hoffman, ¿a qué se refería usted hace un momento cuando ha mencionado un armario?
– ¿Un armario? Oh, es un armario que he descubierto esta tarde en casa del señor Brodsky. Puede que usted ya sepa que el señor Brodsky vive desde hace muchos años en una vieja granja, no lejos de la autopista del norte. Yo, por supuesto, ya había estado en ella varias veces, pero como las cosas están siempre tan desordenadas…, el señor Brodsky tiene su propio concepto del orden…, bueno, pues no me había parado nunca a inspeccionar detenidamente su casa. Es decir, antes de esta tarde nunca he sabido que tuviera una provisión extra de bebidas alcohólicas. Me ha jurado que se había olvidado de ello por completo. Así que cuando ha salido a relucir lo de tomarse una pequeña copa, cuando yo he dicho, bien, dadas las circunstancias, en vista de las especiales circunstancias derivadas del enojoso asunto de la señorita Collins y demás…, sólo en tales circunstancias, ya ve, le he dicho que estaba de acuerdo en que, bien mirado, y pese al pequeño riesgo que entrañaba, podría venirle bien un trago, sólo para tranquilizarse. Hágase cargo, señor, el hombre estaba tan abatido por el asunto de la señorita Collins… Y ha sido entonces, al decirle que iba al coche a buscar una petaca, cuando el señor Brodsky ha recordado que había un armario que no había vaciado de botellas. Así que he ido a su…, ejem, a su cocina, si se le puede llamar así… En los últimos meses el señor Brodsky ha trabajado mucho reparando esto y lo otro en la casa. La ha mejorado mucho, y ya apenas le llueve ni le nieva dentro, aunque por supuesto aún no hay ventanas que merezcan llamarse como tales… El caso es que el señor Brodsky ha abierto el armario, que en realidad estaba caído hacia un lado en el suelo, y dentro, bueno, había como una docena de botellas viejas. La mayoría de whisky. El señor Brodsky se ha sorprendido tanto como yo. Al principio he pensado, debo admitirlo, que debía hacer algo con ellas. Llevármelas, o tirar el contenido… Pero, como comprenderá, señor, habría sido un insulto. Una gran afrenta al coraje y la determinación que últimamente ha mostrado el señor Brodsky. Y después del duro golpe a su ego que esta misma tarde le ha asestado la señorita Collins…
– Disculpe, señor Hoffman, pero no hace más que mencionar a la señorita Collins, ¿a qué se refiere?
– Ah, la señorita Collins. Sí, bueno, ésa es otra cuestión. Por eso estaba yo en la granja del señor Brodsky. Ya ve, señor Ryder, esta tarde he tenido que ser portador del más triste de los mensajes. Nadie me habría envidiado tal tarea. El caso es que yo llevaba ya cierto tiempo inquieto al respecto, incluso antes de su cita de ayer en el zoo. Estaba preocupado…, bueno, preocupado por la señorita Collins. ¿Quién podía suponer que las cosas iban a ir tan deprisa entre ellos, después de todos estos años? Sí, sí, estaba preocupado. La señorita Collins es una encantadora dama por quien siento la mayor de las consideraciones. No podría soportar que volviera a arruinar su vida a estas alturas. ¿Sabe?, la señorita Collins es una mujer de gran sabiduría, la ciudad entera puede atestiguarlo, pero a pesar de todo…, si viviera usted aquí, seguro que estaría de acuerdo…, siempre ha habido algo de vulnerable en ella. Hemos llegado a respetarla enormemente, y mucha gente ha encontrado en su consejo una inapreciable ayuda, pero al mismo tiempo, cómo diría…, siempre nos hemos sentido protectores respecto a ella. Y cuando el señor Brodsky, con el paso de los meses, se volvió… más él mismo, se plantearon ciertas cuestiones que yo, por lo menos, no había considerado convenientemente de antemano, y bueno, como digo, estaba preocupado. Así que imagínese lo que he sentido, señor, cuando mientras le traía de vuelta a la ciudad después de su ensayo al piano usted ha mencionado inocentemente que la señorita Collins había accedido a verse con el señor Brodsky en el cementerio de St. Peter… Santo Dios, ¡lo rápido que van las cosas! ¡El bueno del señor Brodsky debió de ser en tiempos un verdadero Rodolfo Valentino! Señor Ryder, me he dado cuenta de que tenía que hacer algo enseguida. No podía permitir que la vida de la señorita Collins se viera sumida de nuevo en la miseria, y menos aún como consecuencia de algo que yo, si bien indirectamente, había hecho. Así que hace unas horas, en cuanto me ha permitido usted, tan amablemente, que le dejara en plena calle, he ido a visitar a la señorita Collins a su apartamento. Se ha sorprendido al verme, por supuesto. Le ha sorprendido que haya ido personalmente en una tarde como ésta, con la noche que me espera… En otras palabras: mi sola presencia ha sido harto elocuente… Me ha hecho pasar enseguida, y le he pedido disculpas por lo imprevisto de mi visita, y por el hecho de no abordar el delicado tema que quería tratar con ella con el cuidado y tacto que en circunstancias normales sin duda emplearía. Ella, por supuesto, lo ha entendido perfectamente.
»"Me hago cargo, señor Hoffman", me ha dicho, "de la enorme presión que debe de estar soportando esta tarde…"
»Nos hemos sentado en la salita y he ido directamente al grano. Le he dicho que había oído que tenía una cita con el señor Brodsky. Y ella ha bajado los ojos como una colegiala. Y luego ha dicho tímidamente:
»"Sí, señor Hoffman. Momentos antes de que tocara usted a mi puerta, me disponía a prepararme. Llevo más de una hora probándome vestidos. Diferentes modos de sujetarme el pelo. A mi edad, ¿no le parece gracioso? Sí, señor Hoffman, nos hemos citado. Ha estado aquí esta mañana y me ha convencido.
Y he accedido a verle luego."
»Ha dicho algo así, y como entre dientes, no de la forma en que una dama de su elegancia suele expresarse normalmente.
Y yo, entonces, he empezado a hablar. Todo lo delicadamente que he podido, claro está. Le he señalado con tacto los posibles riesgos. "No es que pase nada, señorita Collins", le he dicho.
He empleado frases de este tipo. Dada mi penuria de tiempo,
he abordado el tema tan delicadamente como he podido. Si hubiera sido otra tarde, si hubiéramos tenido tiempo para bro mear, para charlar frivolamente, me atrevo a asegurar que lo habría hecho mejor. O quizá no habría sido muy diferente.
Porque para ella es una verdad difícil de asumir. En cualquier caso, al cabo de múltiples rodeos, le he expuesto la cuestión desnuda, le he dicho:
«"Señorita Collins, todas esas viejas heridas volverán a abrirse. Y le dolerán, le harán sufrir mucho. Harán que se derrumbe, señorita Collins. En cuestión de semanas, en cuestión de días. ¿Cómo ha podido usted olvidar lo que ha pasado? ¿Cómo puede usted avenirse a revivirlo? Todo lo que ha tenido que soportar en el pasado, las humillaciones, el hondo dolor, volverán a herirla, y esta vez con mayor saña. ¡Después de todo lo que ha hecho en estos años para rehacer su vida!"
»Y cuando le he expuesto la cuestión en tales términos (le aseguro, señor, que no ha sido nada fácil), he visto cómo se desmoronaba interiormente, por mucho que intentara mantener la calma externa. He visto cómo volvían a ella los recuerdos de aquel tiempo, cómo iba reviviendo las viejas aflicciones. No ha sido fácil, señor, se lo aseguro. Pero he creído que era mi deber seguir hablando. Y, al final, ella ha dicho con voz queda:
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