Gao Xingjian - El Libro De Un Hombre Solo

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…Has escrito este libro para ti, un libro sobre la huida, el libro de un hombre solo. Eres a la vez tu Senor y tu apostol, no te sacrificas por losdemas y no pides que nadie se sacrifique por ti, no puede ser mas justo. Todo el mundo desea la felicidad, por que solo habria de pertenecerte a ti? Dehecho, la felicidad es bastante rara en este mundo? (Gao Xingjian).Un hombre recuerda el principio de su vida en China, su familia, su pais, sus aprendizajes y como esa vida placida desaparece de repente con el estallido dela Revolucion Cultural, que va a acabar con el pensamiento y la libertad. Cada uno va a convertirse desde ese momento en un hombre solo, una mujer sola, unser humano solo ante la desesperanza y el terror. Su supervivencia exige `que el cerebro desaparezca,` que no haya cerebro en las miradas ni en las palabrasni en los actos del dia, y, sin embargo, se puede violar a un ser humano, con violencia fisica o violencia politica, pero no se lo puede poseer porcompleto?, porque su mente siempre le pertenecera. Y esa es la gran belleza de El Libro de un hombre solo, que, reflejando hasta hacernos entremecer la cobardia, el lado oscuro y la tristeza, ha sabidointroducir asimismo la esperanza, se pequeno resplandor en una sociedad espesa como el barro?.La dulzura de los recuerdos y de la infancia, la violencia politica, el amor y tambien el erotismo se mezclan en esta novela sencilla y sorprendente, resumende la vida de un hombre solo y testimonio literario esencial y sublime.Gao Xingjian nacio en Jangsu (China) en 1940. Novelista, poeta, dramaturgo, director de teatro y pintor, como un artista del Renacimiento tiende a abarcarel arte en sus distintas disciplinas, y en cada una deellas investiga una forma personal de expresarse mezclando tecnicas, estilos y generos.

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¿Era realmente el momento adecuado para ir a visitar a unos parientes? No la creyó.

– Mi tía trabaja en el Ministerio de Sanidad -prosiguió ella.

Él dijo que él también trabajaba en una institución del Estado.

– Ya lo sé.

– ¿Cómo lo sabes?

– Ha mostrado su carné de trabajo hace un rato.

– ¿Te has fijado entonces también en mi nombre?

– Sí, la señora lo ha anotado.

En la oscuridad, vio, o mejor sintió, que ella sonreía con la boca entreabierta.

– Si no, no habría…

– ¿Dormido conmigo? -él acabó la frase.

– ¡Era mejor saberlo!

Percibió ternura en su voz. Colocó la palma de la mano sobre la pierna de la joven; ella no se la quitó. Pero pensó que ella confiaba en él y no se atrevió a ir más lejos.

– ¿De qué universidad eres? -preguntó él.

– Ya he acabado, estoy esperando que me destinen.

– ¿Qué has estudiado?

– Biología.

– ¿Has disecado cadáveres?

– Claro.

– ¿Cadáveres de personas?

– No soy médico, he estudiado sólo la teoría, pero hice prácticas en el laboratorio de un hospital; estaba esperando mi plaza de trabajo, iba a salir ahora, si no hubiera sido por…

– ¿Por qué? ¿Por la Revolución Cultural?

– Me iban a destinar a un laboratorio de Beijing.

– ¿Eres hija de funcionarios?

– No.

– Pero ¿tu tía es un alto cargo?

– ¡Lo quiere saber todo!

– En realidad, ni siquiera sé si tu nombre es verdadero o falso.

Ella rió de nuevo, esta vez su cuerpo se movió de verdad, lo sintió bajo su mano. Le apretó el muslo por fuera del pantalón.

– Se lo diré todo. -Le tomó la mano y la quitó del muslo-. Lo sabrá todo -murmuró.

Él le apretó la mano, poco a poco se fue distendiendo.

«¡Cloc, cloc!» ¡Golpeaban a la puerta! A la puerta de entrada del albergue.

Ellos no se movieron, se quedaron manteniendo la respiración para escuchar qué ocurría, con las manos cogidas. La puerta del albergue se abrió y se armó un gran revuelo. ¿Hacían la inspección de rutina o buscaban a alguien que había huido? Un grupo de hombres interrogó primero a la señora gorda; luego abrieron una a una las puertas de las habitaciones de la planta baja. Otros subieron a la primera planta. Los pasos sonaban sobre sus cabezas, buscaban por todos los lados. De pronto, el resonar de unos pasos que corrían se hizo mayor, los gritos e insultos se sucedieron en un desorden general. Después oyeron un ruido sordo, como el de un saco de arena al caer al suelo, los chillidos de un hombre y un fragor confuso. Los gritos se transformaron en un quejido hiriente que acabó apagándose.

Estaban sentados en la cama, con el corazón a mil por hora, esperando que llamaran a su puerta. La confusión continuaba en la escalera y en la planta baja. O bien habían olvidado ese cuchitril, o quizá vieron por el registro que ellos no tenían nada que ver con la pesquisa, el caso es que nadie llamó a la habitación. La puerta de la entrada del albergue se cerró, la encargada todavía murmuró unas cuantas palabras confusas, luego volvió el silencio.

En la oscuridad ella se contrajo de repente, él abrazó su cuerpo lleno de temblores, besó sus mejillas húmedas de sudor y sus labios suaves. La transpiración y las lágrimas saladas se mezclaban. Acarició sus senos, también mojados, desabrochó el botón del pantalón, pasó la mano entre los muslos, también ahí estaba empapada, la chica se dejó hacer, como paralizada. Cuando la penetró, estaban desnudos los dos…

Ella dijo más tarde que se había aprovechado de un momento de debilidad para poseerla, que eso no tenía nada que ver con el amor, pero él replicó que ella no había mostrado resistencia alguna. Después de eso, en silencio, sintió bajo sus dedos que un líquido salía entre las piernas de la joven. Se inquietó. En aquella época las estudiantes no sólo no tenían derecho a casarse, sino que quedarse embarazada o abortar sin estar casada podía acabar en una catástrofe. Ella lo tranquilizó:

– Tengo la regla.

Entonces hizo de nuevo el amor con ella. La joven no se opuso, lo acogió con todo su cuerpo. Reconoció que él hizo de ella una mujer, él ya había tenido experiencias con otras mujeres. Por aquel entonces, si ella sólo hubiera sentido rencor hacia él, y no ternura, no se le habría ofrecido desnuda a la luz del día que se filtraba por la puerta, dejándole secar con una toalla húmeda las manchas de sangre de sus muslos, y luego mostrándole un sentimiento especial. Recordaba cómo de rodillas besó los pezones en punta, ella lo abrazaba fuertemente y murmuraba que tenía miedo de quedarse embarazada; pero aun así se tumbó boca arriba y se entregó de nuevo a él.

Nadie podía saber entonces qué les esperaba ni nadie podía imaginar lo que ocurriría. En un momento de frenesí incontrolable, la besó por todo el cuerpo, sin que la joven opusiera la menor resistencia. Después del miedo que habían pasado, la tensión acumulada salía libremente. Sus cuerpos pronto quedaron cubiertos de sangre, pero ella no tuvo una palabra de reproche hacia él. Más tarde, él salió a cambiar el agua de la palangana y ella le pidió que se volviera mientras se vestía.

La muchacha se quedó en el muelle, sin poder salir de allí, justo después de que él subiera al barco. Les dijeron que los trenes volvían a funcionar, pero que sólo se podía salir de la estación, no entrar. Para tomar el tren, primero había que subirse a un transbordador que los conducía a la otra orilla del río. Los viajeros se amontonaban en el embarcadero, formando una masa negruzca. Al alba el río estaba cubierto de bruma y el sol formaba una bola rojiza. Parecía el día del Juicio Final. Un marino que llevaba una insignia en la camiseta gritaba por un megáfono: «¡Dejen que los pasajeros que no sean de la ciudad suban primero! ¡Que muestren su carné de trabajo para subir!».

En el muelle la gente se empujaba y no mantenía la cola, había un gran desorden. Los separaron, él gritó su nombre, el nombre que ella había dado cuando llegaron al albergue, pero la joven ni se inmutó. Sin embargo, él todavía llevaba su mochila, se la había dado cuando entraron en el embarcadero, probablemente para librarse de ella. En el interior había un carné de estudiante, así como unos documentos mimeografiados por su grupo en los que se exponía la urgencia de la situación. Lo empujaron a bordo. Los que no pudieron demostrar con papeles que no eran de la ciudad se quedaron en el muelle bloqueados. Ella también, con sus cortas trenzas, tragada por la muchedumbre. Apoyado en la barandilla, la buscó con la mirada y gritó otra vez su nombre, su falso nombre; la muchacha no parecía oírle y se quedó inmóvil en el mismo lugar, quizá no tuvo tiempo de comprender que la llamaba a ella mientras el barco se iba.

31

Un inmenso lodazal, algunas hierbas raras, tú en medio de la ciénaga, con el cuerpo impregnado del hedor del lodo. Te gustaría llegar a un lugar seco, lavarte la cara y el cuerpo con el agua inmunda de la superficie del cenagal, aunque sabes perfectamente que de todas formas no conseguirás lavarte por completo, pero tienes que salir, debes saltar; no obstante, volverás a caer en el lodazal, estarás hecho una piltrafa en medio del agua y del lodo, y todavía tendrás que trepar…

En la incierta lejanía, una luz parece centellear, vas hacia ella, o mejor dicho, trepas hacia allí. La luz brilla a través de un claro, es una casa, una puerta, subes hasta la puerta, estiras la mano para tocarla, consigues al fin abrirla, escuchas el murmullo del viento, pero no hay viento; en una sala grande, un círculo de luz te ciega, intentas alcanzar ese círculo, luego te pones en pie sobre una sólida plancha de madera, y ahí descubres que estás desnudo como un gusano, pero delante no ves nada…

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