Jung Chang - Cisnes Salvajes
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Mi padre se inclinó hacia adelante y la besó.
– No estaba contando con que la llevaras tú. Voy a enviarla por correo. -A continuación, le alzó la barbilla y la miró a los ojos. En tono de desesperación, dijo-: ¿Qué otra cosa puedo hacer? ¿Qué alternativas me quedan? Debo hablar. Quizá con ello ayude. Debo hacerlo aunque sólo sea para tranquilizar mi conciencia.
– ¿Por qué es tan importante tu conciencia? -dijo mi madre-. ¿Acaso es más importante que tus hijos? ¿Quieres verlos convertidos en negros?
Se produjo un largo silencio y, por fin, mi padre dijo con aire dubitativo.
– Imagino que deberías divorciarte de mí y educarlos a tu modo. -Una vez más, reinó el silencio, lo que permitió a mi madre alimentar la esperanza de que, consciente de las consecuencias, mi padre no se encontrara del todo decidido a escribir la carta. Hacerlo sería, sin duda, catastrófico.
Pasaron los días. A finales de febrero, un avión sobrevoló Chengdu arrojando miles de hojas relucientes que descendieron flotando de aquel cielo plomizo. Sobre ellas aparecía impresa la copia de una carta fechada el 17 de febrero y firmada por el Comité Militar Central, el organismo supremo de oficiales de alto rango del Ejército. En la carta se instaba a los Rebeldes a que desistieran de realizar más acciones violentas. Aunque no condenaba directamente la Revolución Cultural, constituía un claro intento por detenerla. Un colega enseñó el panfleto a mi madre, y ella y mi padre experimentaron una oleada de esperanza. Quizá los viejos y respetados mariscales chinos se habían decidido a intervenir. Las calles del centro de Chengdu fueron escenario de una enorme manifestación de apoyo al llamamiento de los mariscales.
Aquellos panfletos eran el resultado de secretos levantamientos ocurridos en Pekín. A finales de enero, Mao había recurrido por primera vez al Ejército en apoyo de los Rebeldes. La mayor parte de los altos jerarcas militares -con excepción del ministro de Defensa, Lin Biao- se habían mostrado furiosos, y el 14 y el 16 de febrero habían celebrado largas reuniones con los líderes políticos. A éstas, sin embargo, no acudieron ni el propio Mao ni su lugarteniente Lin Biao. Ambas fueron presididas por Zhou Enlai. Los mariscales unieron sus fuerzas a las de los miembros del Politburó que aún no habían sido depurados. Aquellos mariscales habían acaudillado el Ejército comunista, y eran veteranos de la Larga Marcha y héroes de la revolución. Condenaron la Revolución Cultural por perseguir a personas inocentes y desestabilizar el país. Uno de los viceprimeros ministros, Tan Zhenlin, estalló colérico: «¡He seguido al presidente Mao toda mi vida, pero no pienso seguirle más!» Inmediatamente a continuación de las reuniones, los mariscales comenzaron a tomar medidas para detener la violencia y, dado que la situación era especialmente grave en Sichuan, publicaron la carta del 17 de febrero dirigida especialmente a aquella provincia.
Zhou Enlai se negó a respaldar a la mayoría y prefirió continuar al lado de Mao. El culto a la personalidad había dotado a este último de un poder diabólico. Cualquier oposición era castigada sin tardanza. Mao organizó ataques de las masas a los miembros disidentes del Politburó y a los líderes militares, quienes sufrieron asaltos domiciliarios y se vieron sometidos a brutales asambleas de denuncia. Incluso cuando Mao dio orden de castigar a los mariscales, el propio Ejército no movió un dedo para apoyarlos.
Aquel intento débil y aislado por enfrentarse a Mao y a su Revolución Cultural se denominó oficialmente la Corriente Adversa de Febrero, y el régimen publicó una crónica expurgada del mismo con objeto de intensificar la violencia contra los seguidores del capitalismo.
Las reuniones de febrero señalaron un cambio en la trayectoria de Mao. El líder advirtió que prácticamente todo el mundo se oponía a sus políticas, lo que condujo a su total desmantelamiento del Partido, el cual tan sólo conservó su nombre. El Politburó fue sustituido por la Autoridad de la Revolución Cultural. Lin Biao no tardó en iniciar una purga de jefes militares leales a los mariscales, y el papel del Comité Militar Central fue asumido por su departamento personal, controlado a través de su esposa. Para entonces, la camarilla de Mao era como una corte medieval, estructurada en torno a esposas, primos y aduladores cortesanos. Mao envió delegados a todas las provincias para organizar los Comités Revolucionarios que habían de sustituir el sistema del Partido hasta las raíces y convertirse en el nuevo instrumento de su poder personal.
En Sichuan, los delegados de Mao resultaron ser los antiguos conocidos de mis padres, el señor y la señora Ting. Después de que mi familia abandonara Yibin, los Ting habían pasado a tomar prácticamente el control absoluto de la región. El señor Ting se había convertido en secretario del Partido, y la señora Ting era jefa del Partido en la ciudad de Yibin, la capital.
Los Ting se habían servido de su posición para desencadenar interminables persecuciones y venganzas personales. Una de ellas afectaba a un hombre que había sido guardaespaldas de la señora Ting a comienzos de los cincuenta. La mujer había intentado seducirle varias veces, y un día se quejó de dolores de estómago y ordenó al joven que le aplicara un masaje en el abdomen. A continuación, guió su mano hasta depositarla sobre sus partes íntimas. Inmediatamente, el guardaespaldas retiró la mano y se marchó. La señora Ting le acusó de haber intentado violarla y logró que le sentenciaran a tres años en un campo de trabajo. Al Comité del Partido en Sichuan llegó una carta anónima en la que se detallaban las auténticas circunstancias del caso, y se ordenó realizar una investigación. Normalmente, los Ting no hubieran debido ver aquella carta -dado que eran ellos los acusados-, pero uno de sus secuaces se la enseñó. Inmediatamente, hicieron que todos los miembros del Gobierno de Yibin escribieran un informe acerca de una cuestión u otra con objeto de comprobar sus respectivas caligrafías. Nunca lograron identificar al autor de la carta, pero la investigación a que fueron sometidos no arrojó ningún resultado.
En Yibin, los Ting habían logrado aterrorizar tanto a los funcionarios como a la gente corriente. Las sucesivas campañas políticas y el sistema de cuotas les proporcionaban oportunidades ideales para dedicarse a la caza de nuevas víctimas.
En 1959, los Ting se libraron del gobernador de Yibin, el hombre que había sucedido a mi padre en 1953. El gobernador era un veterano de la Larga Marcha, y su enorme popularidad despertó la envidia de los Ting. Era conocido con el nombre de Li Sandalias de Paja porque siempre calzaba sandalias campesinas como símbolo de su deseo de mantenerse próximo a sus raíces rurales. De hecho, durante el Gran Salto Adelante apenas había mostrado entusiasmo por forzar a los campesinos a producir acero, y en 1959 había alzado su voz para condenar la penuria. Los Ting le denunciaron como oportunista de derecha y lograron que fuera degradado al puesto de agente comercial en la cantina de una destilería. Murió durante la época del hambre, aunque normalmente su puesto debería haberle proporcionado más ocasiones qué a los demás para llenar el estómago. La autopsia demostró que su vientre no contenía otro alimento que paja. Había mantenido su honestidad hasta la muerte.
Otro caso, acaecido igualmente en 1959, afectaba a un médico a quien los Ting condenaron como enemigo de clase debido a que realizaba diagnósticos verídicos de las víctimas del hambre… cuando aún estaba prohibido mencionar el estado de escasez que se vivía.
Existían cientos de casos como aquéllos, tantos que mucha gente arriesgó su vida escribiendo a las autoridades provinciales acerca de los Ting. En 1962, época en la que éstos contaban con una posición de fuerza en el Gobierno central, los moderados ordenaron una investigación a nivel nacional acerca de las campañas previas y rehabilitaron a muchas de sus víctimas. El Gobierno de Sichuan formó un equipo encargado de investigar a los Ting, y éstos fueron declarados culpables de haber cometido desmedidos abusos de poder. En consecuencia, fueron destituidos y detenidos, y en 1956 el secretario general Deng Xiaoping firmó una orden por la que se les expulsaba del Partido.
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