Lucía Etxebarria - Beatriz y los cuerpos celestes

Здесь есть возможность читать онлайн «Lucía Etxebarria - Beatriz y los cuerpos celestes» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Beatriz y los cuerpos celestes: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Beatriz y los cuerpos celestes»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Premio Nadal 1998
Tres mujeres: Cat, lesbiana convencida, Mónica devorahombres compulsiva Y Beatriz, que considera que el amor no tiene género. Tres momentos de la vida de una mujer y dos ciudades, Edimburgo y Madrid, para una novela únicasobre el amor a los amigos, a la familia y a los amantes.

Beatriz y los cuerpos celestes — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Beatriz y los cuerpos celestes», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

En algún momento Mónica se abalanzó sobre mí, me agarró por la cintura y se puso a bailar conmigo. Se acopló perfectamente á mi ritmo, con los ojos cerrados. Reposó su cabeza en mi hombro (yo podía sentir su aliento caliente en mi cuello), demasiado cansada o demasiado bebida, ajena a la expectación general que despertaba la pareja que componíamos. En particular en uno de los dos treintañeros vestidos de esport, el más alto, que no nos quitaba los ojos de encima.

Habíamos ido allí para llevar a cabo el último proyecto genial de Coco: ofrecer a aquellos adolescentes, necesitados de energía suplementaria para bailar toda la noche, buen material a precio de ocasión, íbamos a venderles anfetaminas. Anfetaminas requisadas del tocador de Charo Bonet. Nos habíamos llevado una caja intacta de Dicel -Charo tenía varias almacenadas y confiábamos en que no advertiría su desaparición- que contenía veinte pastillas azules, veinte, que pretendíamos pasar a quinientas pelas cada una. Un chollo, según Coco. Las íbamos a vender muy baratas, así que no sería difícil vender la caja entera en una noche. Diez talegos de golpe, Dios y Charo mediante.

Abrazada a mí, Mónica alzó la cabeza para susurrarme algo al oído. El estruendo de la música sólo me permitió interpretar fragmentos de su discurso, pero alcancé a entender que ella quería que fuese yo la que pasase las anfetas.

– ¿Tú estás loca? -le dije-. No he hecho algo así en mi vida.

– Razón de más. Ya verás cómo no pasa nada; será divertido. Me tomó de la mano y me arrastró fuera de la pista. Nos apoyamos sobre una columna, en una esquina oscura -Es muy fácil, créeme. Ya lo hemos hecho más veces. Tú sólo tendrás que quedarte aquí. Yo me encargo de hacer correr la voz. Se lo contaré a las camareras y a dos o tres pavos que conocemos. Luego la cosa irá rodada. Normalmente los unos se lo cuentan a los otros, así que en seguida los tendrás por aquí. Eso sí, intenta ser discreta, por favor. No se tiene que notar. Ellos te dan la pasta y tú les das las pastis, pero con discreción. Toma, coge mi mochila.

Me tendió la mochila que llevaba siempre -de vinilo naranja brillante, Gaultier auténtico, regalo, cómo no, de Charo-, y yo me la colgué del brazo.

– Mete la mano en el bolsillo exterior de la mochila. La obedecí. Al tacto notaba un montón de bultitos que parecían piedrecitas de río.

– Hemos envuelto cada una de las pastillas en papel de celofán. Cuando te pasen las pelas, y sólo cuando te las hayan pasado, les das una, o dos, o las que te pidan. Las coges del bolsillo, las tanteas con la mano para contarlas y te aseguras de que, cuando las saques, vayan directamente de tu mano al bolsillo. No las expongas a la luz para contarlas, no corras riesgos. Es muy simple, ¿no?

Asentí con la cabeza.

– Otra cosa muy importante -prosiguió ella-, si viene alguien un poco mayor, o con pinta de pijo, o con camisa; en fin, cualquiera que tenga un aspecto un poco raro, no le hagas ni caso. Dile que no sabes de qué te habla. Mejor perder cinco libras que meternos en un lío.

– ¿Y por qué no haces esto tú?

– Porque yo me encargo de hacer correr la voz por ahí, cosa que tú no puedes hacer porque no conoces a nadie. Normalmente lo hacemos entre Coco y yo: uno se queda en un sitio fijo, como vendedor, y otro deambula por el bar, haciendo promoción de la mercancía, por decirlo de algún modo. Pero con esos dos de la barra -y señaló a los dos treintañeros relamidos- no quiero correr riesgos. Coco canta mucho, ¿sabes? Si ven a un montón de tíos entrándole se van a dar cuenta de lo que está pasando. Pero a nadie le extrañará que la peña te entre a ti. Una chica mona, sola, en un bar como éste, a las mil de la noche… normal que los tíos la acosen. Además, no estarás todo el rato sola. Yo vendré en seguida y me quedaré contigo.

– Mónica, no me apetece nada meterme en esto; en serio.

– No te preocupes, no corres ningún riesgo, Betty. Nunca nos han pillado. Creo incluso que no pasaría nada aunque lo hiciera Coco, sólo que intento ser megaprudente, por si las moscas. Anda, hazlo por mí -insistió Mónica, con voz empalagosa.

Accedí, qué remedio. Al fin y al cabo, estaba viviendo en su casa, y supuse que debía contribuir a mi manutención. Reminiscencias de mi madre, que como se pasaba el día recordándome que ella me mantenía, y que esa circunstancia implicaba que yo le debía obediencia, me había enseñado a considerarme obligada a corresponder siempre que alguien hacía algo por mí; de forma que en mi universo no se concebía el altruismo, y por tanto yo no podía negarme a hacer lo que me pedía la persona que pagaba mi comida y me proporcionaba un techo bajo el que protegerme. Mónica desapareció y yo me quedé en la esquina, con la mochila colgada del brazo y el espíritu atiborrado de preocupaciones. A los cinco minutos se me acercó un jovencito enflaquecido que lucía un perilla becqueriana -la última moda grunge, por entonces- y que me preguntó, así, sin preliminares, si tenía anfetas. Me pareció que aquel tono directo contrastaba con el escrupuloso celo con el que Mónica pretendía manejar el tema. Le pregunté cuántas quería y me dijo que cinco. Hice cálculos: dos mil quinientas, le espeté. Me pasó tres billetes de mil. Con una mano localicé, al tacto, cinco bolitas de celofán en el bolsillo de la mochila. Metí la otra en el bolsillo de mis vaqueros buscando las quinientas pelas que debía devolverle. Entonces reparé en que no llevaba un duro encima.

– No tengo cambio -le dije. Me di cuenta de que como díler novata, había fracasado estrepitosamente-. ¿Por qué no te llevas seis? -le sugerí, dedicándole de paso la sonrisa más dulce de mi repertorio. Coqueteaba abiertamente, porque me había puesto nerviosísima y quería solucionar el intercambio en el menor tiempo posible. Para mi sorpresa, el truco funcionó. Él me devolvió la sonrisa, entornando los ojos en un gesto galante.

– Vale -dijo-. Que no se diga que voy a ratearle cinco libras a una monada como tú.

– Toma. -Le puse las seis pastillas en la mano y él aprovechó para apretármela. Cualquiera que nos viese supondría que estábamos ligando. Y así era, en cierto modo.

– Anda, hazme un favor -le dije y le acerqué un billete verde-. Necesito monedas. ¿Crees que puedes ir a la barra y traerme este billete cambiado?

– Claro. ¿Quieres que te traiga algo de beber?

– Vale, un güisqui.

En el intervalo que transcurrió hasta que me trajo la copa les vendí cuatro pastillas más a dos tíos que se acercaron y que se llevaron dos cada uno, así que en menos de quince minutos ya llevaba colocada media caja. Todo se iba desarrollando con la mayor normalidad, si es que se puede hablar de normalidad a la hora de referirse a semejantes actividades. Me pedían las pastillas, me ponían un billete de un talego en la mano, y yo deslizaba en la suya dos pequeñas bolitas de celofán. Todo muy simple. Luego volvió el chico del principio con un vaso de tubo en la mano.

– Toma -me pasó el vaso y un montoncito de monedas brillantes.

– ¿Cuánto te debo? -le pregunté.

– Nada, nena, qué me vas a deber. Invito yo. ¿Te apetece bailar?

– No puedo, lo siento. Tengo que quedarme aquí, por si viene alguien más… alguien como tú… ya sabes. Pero nos vemos dentro de un rato. -Le di largas intentando deshacerme de él. Afortunadamente no se trataba de un chico muy insistente, porque sonrió como si entendiera lo que le explicaba, y desapareció en la oscuridad.

Apuré el vaso de güisqui con avidez, con la vana esperanza de que mis inhibiciones se diluyeran en alcohol y me resultara menos agobiante la situación que estaba protagonizando. Entonces observé cómo se acercaba uno de los treintañeros, el más alto. Mónica le suponía policía y él cruzaba la pista con tal decisión que yo misma le adjudiqué de inmediato semejante profesión. Los latidos de mi corazón se desbocaron y las piernas me comenzaron a temblar como dos moldes de gelatina.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Beatriz y los cuerpos celestes»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Beatriz y los cuerpos celestes» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Beatriz y los cuerpos celestes»

Обсуждение, отзывы о книге «Beatriz y los cuerpos celestes» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x