José Saramago - Memorial Del Convento
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Es el cura el que quiere, no Baltasar, éste sabe tan poco como Blimunda. Abajo se distingue confusamente el trazado de los fosos de cimentación, negro sobre sombra, ahí estará la basílica. El terraplén empieza a llenarse de hombres, encienden hogueras, un bocado caliente para empezar el día, restos de ayer, pronto estarán bebiendo el caldo de la escudilla, mojando miga de pan, sólo Blimunda tendrá que esperar. Dice el padre Bartolomeu Lourenço, En el mundo te tengo a ti, Blimunda, y a ti, Baltasar, están mis padres en Brasil, en Portugal mis hermanos, padres y hermanos tengo pues, pero para esto no sirven hermanos ni padres, amigos se requieren, oíd pues, en Holanda supe que el éter no es eso que generalmente se cree y enseña, y no se puede alcanzar por las artes de alquimia, para ir a buscarlo allá donde está, en el cielo, tendríamos que volar, y aún no volamos, pero el éter, y ahora mucha atención a lo que digo, antes de subir a los aires para ser aquello de donde las estrellas cuelgan y el aire que Dios respira, vive dentro de los hombres y mujeres, Es el alma, concluyó Baltasar, No lo es, también yo, al principio, pensé que fuera el alma, también creí que el éter, en definitiva, estaba formado por las almas que la muerte libera del cuerpo antes de ser juzgadas en el fin de los tiempos y del universo, pero el éter no se compone de las almas de los muertos, se compone, oídlo bien, de las voluntades de los vivos.
En el tajo, empezaban los hombres a bajar a los fosos, donde apenas se veía nada. Dijo el cura, Dentro de nosotros existen voluntad y alma, el alma se retira con la muerte, y va allá donde las almas esperan el juicio, nadie sabe, pero la voluntad, o se separó del hombre estando vivo, o se separa de él con la muerte, ella es el éter, es, pues, la voluntad del hombre lo que sostiene las estrellas, y es la voluntad del hombre lo que Dios respira, Y yo qué hago, preguntó Blimunda, pero adivinaba la respuesta, Verás la voluntad dentro de las personas, Nunca la he visto, y tampoco vi nunca el alma, No ves el alma porque el alma no se puede ver, no veías la voluntad porque no la buscabas, Cómo es la voluntad, Es una nube cerrada, Qué es una nube cerrada, La reconocerás cuando la veas, prueba con Baltasar, para eso hemos venido aquí, No puedo, he jurado que nunca lo vería por dentro, Entonces, hazlo conmigo.
Blimunda alzó la cabeza, miró al cura, vio lo que siempre veía, más iguales las personas por dentro que por fuera, sólo cuando están enfermas no lo son, volvió a mirar, dijo, No veo nada. El cura sonrió, Quizá es que yo no tengo voluntad, mira mejor, Veo, veo una nube cerrada sobre la boca del estómago. El padre se santiguó, Gracias, Dios mío, ahora volaré. Sacó de la alforja un frasco de cristal que tenía presa en el fondo una pastilla de ámbar amarillo, Este ámbar, también llamado electro, atrae al éter, andarás siempre con él allá donde ande gente, en procesiones, autos de fe, aquí en las obras del convento, y cuando veas que la nube va a salir de uno de ellos, cosa que está ocurriendo siempre, acercas el frasco abierto, y la voluntad entrará en él, Y cuando esté lleno, Cuando hay una voluntad dentro, está lleno ya, pero ése es el indescifrable misterio de las voluntades, donde cabe una, caben millones, el uno es igual al infinito, Y qué haremos entre tanto, preguntó Baltasar, Voy a Coimbra, desde allá, a su tiempo, mandaré recado, entonces iréis los dos a Lisboa, tú construirás la máquina, tú recogerás voluntades, nos encontraremos los tres cuando llegue el día de volar, te abrazo, Blimunda, no me mires de tan cerca, te abrazo, Baltasar, hasta la vuelta. Montó en la mula y empezó a bajar por la ladera. El sol había aparecido sobre las lomas. Come el pan, dijo Baltasar, y Blimunda respondió, Aún no, primero quiero ver la voluntad de aquellos hombres.
Vinieron de misa y están sentados bajo el cobertizo del horno. Cae una lluvia blanda entre el sol, Otoño precoz, por eso, Inés Antonia dice a su hijo, Sal de ahí, que te mojas, y el chiquillo hace como que no oye, ya en estos tiempos es costumbre de los chiquillos, mientras no declaran desobediencias más radicales, e Inés Antonia, habiéndolo dicho ya una vez, no insiste, si aún no hace tres meses se murió el pequeño, por qué ha de atormentar ahora a éste, dejarlo jugar, allí, tan feliz, metiendo los pies descalzos en los charcos del huerto, Nuestra Señora lo proteja de las viruelas que se llevaran al hermano. Dice Álvaro Diego, Ya tengo promesa de trabajo en las obras del convento real, de esto estaban hablando, pero la madre piensa en su hijo muerto, así se dividen los pensamientos, y menos mal, para no sobrecargar tanto, que acabarían por resultar insoportables, como este dolor de Marta María, tenacísimo dolor que le traspasa el vientre como las espadas traspasaron el corazón de la Madre de Dios, por qué el corazón, si es en el vientre donde se generan los hijos, ahí está el horno de la vida, y cómo habría de alimentarse la vida, sino con trabajo, razón ésta por la que está Álvaro Diego tan contento, un convento así es obra para muchos y muchos años, garantía de pan para quien sabe las artes de cantero, trescientos reales de jornal, quinientos si se tercia, Y tú, Baltasar, estás decidido a volver a Lisboa, mira que haces mal, porque aquí no va a faltar trabajo, No querrán lisiados teniendo tanta gente donde escoger, Con ese gancho haces tú todo lo que otros hacen, Haría, si es que no lo dices por confortarme pero tenemos que volver a Lisboa, verdad, Blimunda, y Blimunda, callada hasta entonces, asintió con la cabeza. Un poco retirado el viejo João Francisco trenza una soga de cuero, oye hablar, pero no presta atención a lo que están diciendo, ya sabe que el hijo se irá una de estas semanas y está irritado por eso, irse otra vez, así, después de andar aquellos años en la guerra, Le estaría bien empleado si volviera sin la mano derecha, es tal el amor que llegan a pensarse cosas así. Blimunda se levantó, atravesó el patio y salió al campo, bajo los olivos que subían por la cuesta hasta los hitos de la obra, se le iban hundiendo las almadreñas en el barbecho que la lluvia había ablandado, si fuera descalza y pisara piedras agudas, no las sentiría, cómo es posible que le duela tan poco si toda ella está llena de horror por haberse atrevido a lo que esta mañana se atrevió, acercarse a la mesa de la comunión en ayunas, fingió comer su pan aún acostada, como de costumbre y necesidad, pero no lo comió, anduvo después siempre con los ojos bajos, fingiendo compunción y devoción en casa, y así entró en la iglesia, estuvo en el oficio como si la postrase la presencia de Dios, oyó el sermón sin levantar cabeza, aplastada, al parecer, por todas las amenazas de infierno que caían del púlpito, y al fin recibió la sagrada forma, y vio. Durante todos estos años, desde que se le había revelado su don, siempre había comulgado en pecado, con alimento en el estómago, y hoy había decidido, sin decirle nada a Baltasar, que iría en ayunas, no para recibir a Dios, sino para verlo, si allí estaba.
Se sentó en la raíz alzada de un olivo, se veía desde allí el mar confundido con el horizonte, seguro que llovía con fuerza sobre las aguas, entonces se llenaron de lágrimas los ojos de Blimunda, un gran sollozo sacudió sus hombros, y Baltasar le tocó la
cabeza, se había acercado y ella no lo oyó, Qué viste en la hostia, no lo había engañado, cómo sería posible si duermen juntos y todas las noches se buscan y encuentran, es decir, no serán todas, pero hace seis años que viven como marido y mujer, Vi una nube cerrada, respondió ella. Baltasar se sentó en el suelo, allí no había llegado la reja del arado, había hierbas secas, ahora húmedas de lluvia, pero esta gente del pueblo no tiene manías, se sienta o se acuesta donde le apetece, mejor si puede un hombre posar la cabeza en el regazo de la mujer, seguro que fue ése el último gesto cuando las aguas del diluvio estaban ya anegando el mundo. Y Blimunda dijo, Esperaba ver a Cristo crucificado, o resurrecto en gloria, y vi una nube cerrada, No pienses más en lo que viste, Pienso, cómo no voy a pensar, si lo que está dentro de la hostia es lo que está dentro del hombre, qué es la religión al fin, aquí nos falta el padre Bartolomeu Lourenço, tal vez él supiera explicarnos ese misterio, Tal vez no lo supiera, tal vez no todo tenga explicación, quién sabe, y, apenas dichas estas palabras, empezó la lluvia a caer con más fuerza, señal de que sí, señal de que no, el cielo ahora una nube compacta, mujer y hombre bajo un árbol, ningún hijo en los brazos, no es cierto que las situaciones se repitan, y los lugares son otros, y los tiempos también, diferente el árbol, pero de la lluvia diremos que es el mismo consuelo de la piel y de la tierra, vida que siendo excesiva mata, pero a eso nos acostumbramos desde el comienzo del mundo, siendo el viento manso muele el cereal, pero si es de tormenta, rasga las velas del molino, Entre la vida y la muerte, dijo Blimunda, hay una nube cerrada.
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