José Saramago - Memorial Del Convento
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El padre Bartolomeu Lourenço escribió puntualmente tras instalarse en Coimbra, noticia sólo de haber llegado bien, pero ahora vino una nueva carta, que sí, que siguieran para Lisboa tan pronto como pudiesen, que él, aliviado su estudio, los iría a visitar, tanto más cuanto que tenía obligaciones eclesiásticas en la corte, y entonces se aconsejarían sobre la obra magna en que estaban ocupados, Y ahora decidme, cómo vamos de voluntades, pregunta inocente, parecía que se informaba de las voluntades de ellos, cuando de las otras quería saber, y de los que las perdían, pero lo decía sin contar con la respuesta, es como en las guerras, grita el capitán o manda decir el clarín por él, Adelante, y no va a quedarse a la espera de que los soldados se consulten y respondan, Vamos o no vamos, sino de que avancen, y sin demora, o van a dar en un consejo de guerra, Nos iremos la semana que viene, declaró Baltasar, y todavía pasaron dos meses porque entre tanto empezó a decirse en Mafra, y lo confirmó el párroco en el sermón, que vendría el rey a inaugurar la obra desde la raíz de los cimientos hacia arriba, colocando con sus reales manos la primera piedra. Primero se anunció que sería a tantos de octubre, pero no hubo tiempo de excavar los cimientos hasta la hondura conveniente por más que pusieron seiscientos hombres al trabajo, pese a los muchos tiros de pólvora que atronaban los aires a todas horas del día, será entonces en noviembre, a mediados, después no puede ser, que estaríamos ya en invierno, y no va a andar por ahí el rey enterrado en barro hasta las ligas de las piernas. Venga pues su majestad para que se inicien los días gloriosos de la villa de Mafra, para que sus moradores alcen las manos al cielo, ellos que con sus ojos perecederos van a ver a cuánto alcanza la grandeza de un rey monarca sublime, gracias a quien podremos gozar de estas antecámaras del paraíso mientras no accedemos a las moradas celestiales, y que sea tarde, que más apetece estar vivo que muerto, Veremos la fiesta y nos iremos luego, decidió Baltasar.
Ya está contratado Álvaro Diego, tiene que cortar la piedra que traen de Pêro Pinheiro, grandes bloques transportados en carros arrastrados por diez o veinte yuntas de bueyes, mientras otros obreros parten con los mazos el cascajo que ha de servir para los cimientos, éstos de casi seis metros de profundidad, metros es lo que decimos hoy, que entonces todo se medía por palmos, y por ellos siguen midiéndose los hombres, los grandes y los pequeños, por ejemplo, más alto es Baltasar Sietesoles que Don Juan V, y no fue rey, y Álvaro Diego, aun no siendo de flaca figura, es cantero de obra gruesa, ahí está a mazazos con la piedra, desbastando una cara, pero éste llegará a hacer más de lo que hace, habiendo ayudado a poner unas sobre otras, llegará a cantero de obra fina que ya es trabajo serio el poner una pared derecha, a hilo de plomada, no es ése oficio de clavos y listones, como los carpinteros que alzan la armazón de aquella iglesia de madera donde se celebrará el acto de bendición e inauguración cuando el rey venga. Lleva dicha iglesia unos altos y fuertes mástiles, dispuestos según la misma formalidad de los fundamentos, es decir, según el perímetro que tendrá la iglesia definitiva, y el techo será armado con velas de navíos, forradas de paño, planta de cruz, como iglesia que se precie, de madera sí, y provisional, pero con la dignidad de anunciadora de la que de piedra aquí se construirá, y para ver estos preparativos descuidan los moradores de la villa de Mafra menesteres y trabajos, convertidos en algo mezquino ahora por la gran fábrica que se yergue en lo alto de la Vela y esto es sólo el principio. Hay quien tiene mejores razones, es el caso de Baltasar y Blimunda, que llevan al sobrino a ver al padre, y siendo hora de almorzar, viene Inés Antonia con la tartera de las coles cocidas y el pedazo de tocino, aquí está una familia completa, sólo faltan los viejos, si esto no fuese lo que sabemos, resultado del voto piadoso por haber nacido un hijo al rey, diríamos que es todo romería, pago de promesas generales, cada cual la suya, Pero a mi hijo seguro que nadie me lo devuelve, pensó Inés Antonia, y casi llega a querer mal a este que anda jugando entre las piedras.
Unos días antes había ocurrido en Mafra un milagro, que fue el venir del mar una gran tempestad de viento que dio con la iglesia de madera en tierra, mástiles, tablas, vigas, listones, una confusión con los paños, fue como el soplo gigantesco de Adamástor * , si es que Adamástor sopló cuando le doblaban el cabo de sus y nuestros trabajos, y a quien se escandalice por que demos a esto nombre de milagro, siendo destrucción, qué otro nombre se le había de dar, sabiendo que el rey, llegado a Mafra e informado del suceso, se puso, él, a distribuir monedas de oro, así, con esta misma facilidad con que lo contamos, porque los oficiales de obra en dos días lo habían vuelto a alzar todo, se multiplicaron las monedas, que fue mucho mejor que si se hubieran multiplicado los panes. Es el rey un monarca providente que siempre lleva las arcas de oro allá donde va, en previsión de estos y otros temporales.
Al fin llegó el día de la inauguración, había dormido Don Juan V en el palacio del vizconde, guardándole las puertas el sargento-mayor de Magra, con una compañía de soldados auxiliares, y no quiso Baltasar perder la ocasión y fue a hablar con los de la tropa, pero no valía la pena, nadie lo conocía, y qué quería él, qué idea era aquella de ir a hablar de guerras en tiempo de paz, Hombre, no se me ponga aquí, en medio de la puerta, que va a salir el rey, visto esto subió Baltasar al alto de la Vela, iba Blimunda con él, y tuvieron suerte, que pudieron entrar en la iglesia, no todos podrían presumir de eso, y era un pasmo allá dentro, el techo entoldado todo y forrado de tafetanes rojos y amarillos, repartidos en matices vistosos, y las paredes cubiertas de ricos tapices, guardando la forma de puertas y ventanas, a imitación de la verdadera iglesia, todo en igual correspondencia, armadas todas de cortinas de damasco carmesí, guarnecidas de galones y franjas de oro. Cuando llegue el rey, se encontrará primero con las tres grandes puertas de la fachada, que tienen encima un cuadro que representa a los santos Pedro y Juan en aquel acto de sanar al mendigo que les pidió limosna a la entrada del templo de Jerusalén, insinuada esperanza de que otros milagros vengan a producirse aquí, pero ninguno tan famoso como el ya relatado de las monedas de oro, y, sobre todo, aquel cuadro que representa a San Antonio, que a éste está dedicada la basílica por voto particular del rey, no sé si quedó dicho ya, siempre son seis años de cosas ocurridas y algo se puede olvidar.
Allá dentro, como ya comenzamos a ser dicho, esto sí, el lujo es tal que ni parece barraca para echar abajo pasado mañana. Del lado del evangelio, es decir del izquierdo mirando al altar, que sólo no es mayor porque es único, y nadie se ofenda por estas explicaciones, que no somos unos ignorantes, y si se dan estas minucias es porque tras la ciencia y la fe siempre vienen tiempos incrédulos y ciencias diferentes, sabe Dios quién acabará leyéndonos, del lado del evangelio, pues, sobre seis escalones, hay un sitial decorado con tela blanca preciosa y encima un dosel, y lindando, del lado de la epístola, otro sitial, pero éste se asienta sólo en tres escalones, en vez de los seis que alzan el otro, lo que se repite para que se entienda bien la diferencia, y no tiene dosel, será para menos importante ocupación. Aquí es donde están los paramentos de que se revestirá Don Tomás de Almeida, el patriarca, y mucha plata para el servicio divino, demostrando todo la suma grandeza de este monarca que ya viene entrando. No falta nada en la iglesia, a la izquierda del crucero se montó un coro para los músicos, forrado de damasco carmesí, con un órgano que tocará en las ocasiones propias, y allí estarán también, en bancos reservados, los canónigos de la patriarcal y al lado derecho está la tribuna donde Don Juan V se encamina, desde allí asistirá a la ceremonia, los hidalgos y otras personas de merecimiento sentados abajo, en los bancos. El pavimento fue cubierto de juncos y espadañas, y encima se tendieron paños verdes, ya viene de muy lejos, como se ve, ese gusto portugués por el verde y por el rojo que, cuando venga una república, dará en bandera.
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