José Saramago - Memorial Del Convento
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Fue Blimunda quien abrió la puerta. Caía la tarde, pero ella lo reconoció al desmontar, cuatro años no es tanto tiempo, le besó la mano, si no anduvieran por allí vecinos curiosos otro sería el saludo, que estos dos, estos tres cuando esté Baltasar, tienen razones del corazón que los gobiernan, y, en tantas noches pasadas, una habrá habido, por lo menos, en que soñaron el mismo sueño, vieron la máquina de volar batiendo alas, vieron el sol estallando en luz mayor, y el ámbar atrayendo al éter, el éter atrayendo al imán, el imán atrayendo al hierro, todas las cosas se atraen entre sí, la cuestión es saber colocarlas en el orden justo, y entonces se romperá el orden, Ésta es mi suegra, señor padre Bartolomeu, se había aproximado Marta María, intrigada por no oír palabras, siendo cierto que Blimunda había ido a abrir la puerta sin que nadie llamara a ella, y ahora estaba allí un cura joven que preguntaba por Baltasar, no es así como suelen aparecer visitas en estos tiempos, pero hay excepciones, como en todo tiempo se dijo, venir un cura de Lisboa a Mafra para hablar con un soldado manco y con una mujer que es visionaria de la peor manera, porque ve lo que existe, como ya secretamente sabe Marta Mafra que, quejándose de un tumor en la barriga, Blimunda le respondió que no lo tenía, pero era verdad que sí, y ambas lo sabían, Come tu pan, Blimunda, come tu pan.
Estaba el padre Bartolomeu Lourenço sentado al fuego, que la noche refrescaba, cuando llegaron Baltasar y su padre. Vieron la mula a la puerta, arreada aún, bajo el olivo, Quién habrá venido, preguntó João Francisco, y Baltasar no respondió, pero adivino que sería cura, las mulas que cargan gente eclesiástica muestran cierta evangélica mansedumbre, quizá inducida, que contrasta con el vicio aún rebelde de las que sólo dan caballería a laicos, y siendo de cura la mula, con aire de venir de lejos, y no esperando allí legado de papa ni aviso del nuncio, tenía que ser Bartolomeu Lourenço, como luego se vio que era. Y a quien extrañe que tanto hubiera visto Baltasar cuando ya cerraba la noche, respóndasele que el resplandor de los santos no es espejismo vano del espíritu perturbado de los místicos o mera propaganda de la fe en pintura al óleo, y que, de tanto dormir con Blimunda, y con ella casi todas las noches tener dares y tomares de la carne, empezaba a haber en Baltasar un lucero espiritual de visión doble que, no dando para más profundas penetraciones, bastaba para una observación sumaria como ésta. Fue João Francisco a sacarle los arreos al animal y volvió a tiempo, pues estaba el cura diciendo a Baltasar y a Blimunda que iba a cenar con el párroco, que le había convidado, y que en su casa pasaría la noche, primero por no haber comodidades suficientes en la morada de los Sietesoles, segundo, porque no faltaría quien se sorprendiera en Mafra de que un cura venido de lejos escogiera para albergue este suelo, poco más abrigado que el portal de Belén, en vez de los mimos parroquiales o el palacio de los vizcondes, donde no iban a negar alojamiento a un futuro doctor en cánones, y Marta María dijo, Si estuviéramos advertidos de que venía su reverencia, al menos mataríamos el gallo, el resto que tenemos no es cosa de presentar, De eso mismo que tiene yo comería a gusto, pero es mejor para todos que aquí no quede ni coma, y, en cuanto al gallo, señora Marta María, déjelo cantar, que por bien que supiera en la cazuela, más alegría es su canto en la garganta, y no debemos hacer ese desfavor a las gallinas. Rió João Francisco el chiste, Marta María no pudo porque le dio el vientre una punzada de dolor, Blimunda y Baltasar sonrieron sólo, no precisaban más, si bien sabían que los dichos del cura iban siempre a caer del lado de las palabras esperadas, como por estas otras nuevamente se averiguaba, Mañana, una hora antes de salir el sol, me lleváis la mula a la casa del cura, arreada ya, y vais los dos, porque tenemos que hablar antes de que salga para Coimbra, y ahora, señor João Francisco, señora Marta María, mi bendición os doy, si para algo sirve a los ojos de Dios, que es fuerte presunción creer que somos jueces de la bondad de las bendiciones, repito, no se os olvide, una hora antes de salir el sol, y dicho esto, se fue. Salió Baltasar a acompañarlo con una candela que poco alumbraba, era sólo como si fuera diciéndole a la noche, Soy una luz, y durante el breve camino no habló nadie, volvió Baltasar a oscuras, que ven los pies dónde se asientan, y cuando entró en la cocina preguntó Blimunda, Dijo el padre Bartolomeu lo que quería, No dijo nada, mañana lo sabremos, y João Francisco, acordándose, reía, Tuvo gracia lo del gallo. Marta María, por su parte, estaba adivinando el misterio ahora, Vamos a cenar, se sentaron los dos hombres a la mesa, las mujeres aparte, la costumbre de las familias.
Durmió cada cual como pudo, con sus propios y secretos sueños, que los sueños son como las personas, quizá parecidos, pero nunca iguales, tan poco riguroso sería decir, Vi un hombre, como Soñé con agua corriente, no basta esto para saber qué hombre era ni qué agua corría, el agua que corrió en el sueño es agua sólo del soñador, no sabremos qué significa al correr si no sabemos qué soñador es ése, y así vamos del soñador a lo soñado, de lo soñado al soñador, preguntando, Un día tendrán lástima de nosotros las gentes del futuro, por saber tan poco y tan mal, padre Francisco Gonçalves, esto dijo el padre Bartolomeu Lourenço antes de recogerse a su cuarto, y el padre Francisco Gonçalves como le competía respondió, Todo el saber está en Dios, Así es, respondió el Volador, pero el saber de Dios es como un río de agua que va a dar a la mar, es Dios la fuente, los hombres el océano, no valía la pena haber creado tanto universo si no fuera para ser así, y a nosotros nos parece imposible que pueda alguien dormir después de haber dicho y oído estas cosas.
De madrugada, llegaron Baltasar y Blimunda, llevaban la mula por la reata, pero el padre Bartolomeu Lourenço no precisó que lo llamaran, abrió la puerta apenas oyó batir las herraduras en las piedras, y salió luego, estaban ya hechas las despedidas, quedaba el cura de Mafra con materia para pensar, Si Dios era fuente y los hombres océano, y qué parte del saber general le cabrá de hoy en adelante, que del saber pasado lo ha olvidado casi todo, excepto, y eso gracias a una práctica continuada, el latín de la misa y de los sacramentos y el camino entre las piernas del ama, que esta noche, por mor del visitante, tuvo que dormir en el hueco de la escalera. Sostenía Baltasar la mula, y Blimunda estaba apartada unos pasos, con los ojos bajos, cubierta con el embozo, Buenos días, dijeron ellos, Buenos días, dijo el cura, y preguntó, Aún no ha comido Blimunda, y ella, desde la sombra de las ropas, respondió, No he comido, porque sí habían comentado algo Baltasar y el padre Bartolomeu, Dile a Blimunda que no coma, y así le fue dicho a ella, murmurado al oído, cuando ya estaban acostados, para que no los oyeran los viejos, que ya era misterio bastante.
Por las calles oscuras fueron subiendo hasta el alto de la Vela, aquél no era el camino para la aldea de Paz, obligado para el norte que el cura lleva, pero era como si tuvieran que alejarse de los lugares habitados, aunque en todos estos chamizos esté la gente durmiendo, o despertándose ya, son construcciones de fábrica precaria, lo más que hay por aquí son cavadores, gente de mucha fuerza y poco regalo, volveremos a pasar por estos sitios de aquí a unos meses, mejor aún si fueran años, y encontraremos una gran ciudad de tablas, mayor que Mafra, quien viva lo verá, esto y otras cosas, por ahora bastan los toscos aposentos para en ellos descansar sus huesos los fatigados hombres del pico y el azadón, pronto sonarán las cornetas, que también aquí hay tropa, ya no anda muriendo en la guerra, y lo que hace es guardar a estas groseras legiones, o ayudar donde no sufra desdoro el uniforme, en verdad apenas se distinguen los guardas de los guardados, rotos unos, desgarrados los otros. El cielo está ceniciento y perla por el lado del mar, pero sobre las lomas de enfrente se extiende lentamente un color de sangre aguada, después viva y vivísima, y pronto vendrá otro día, oro y azul, que la estación corre hermosa. Blimunda nada ve, tiene los ojos bajos, en el bolsillo el mendrugo que aún no puede comer, Qué querrán de mí.
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