José Saramago - Memorial Del Convento

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Cuando se levantó el tiempo, pasada una semana, partieron Baltasar Sietesoles y Blimunda Sietelunas hacia Lisboa, en la vida cada uno tiene su fábrica, éstos se quedan aquí levantando paredes, nosotros vamos a tejer mimbres, alambres y hierros, y también a recoger voluntades, para que con todo junto nos levantemos, que los hombres son ángeles nacidos sin alas, y eso es lo más bonito, nacer sin alas y hacerlas crecer, lo mismo hicimos con el cerebro, y si con él lo hicimos, con ellas lo haremos, adiós madre, adiós padre. Sólo dijeron adiós, nada más, ni unos saben componer frases ni los otros entenderlas, pero, pasado el tiempo, siempre se encontrará a alguien para imaginar que estas cosas podrían haber sido dichas, o para fingirlas y, fingiendo, pasan entonces las historias a ser más verdaderas que los casos verdaderos que ellas cuentan, aunque ya sea difícil poner palabras diferentes en el lugar de éstas, que es cuando Marta María dice, Adiós, que no volveré a veros, y esto sí, esto va a ser verdad genuina, que aún no alzarán las paredes de la basílica un metro sobre el suelo y ya Marta María estará enterrada. Entonces, João Francisco, de pronto doblemente viejo, irá a sentarse bajo el cobertizo del horno, con la mirada vacía, como ahora está, viendo alejarse al hijo Baltasar, a la hija Blimunda, que nuera es nombre ingrato, aunque ahí tiene todavía cerca a Marta María, es cierto que ya ausente, con un pie al otro lado, las manos cruzadas sobre el vientre donde se generó vida y ahora se genera muerte. Le salieron por la mina del cuerpo hijos, unos murieron aquí, se libraron dos, éste no es hijo que nazca, es su muerte. Ya no se ven desde aquí, vamos adentro, dice João Francisco.

Es diciembre, los días son cortos, el cielo está cubierto de nubes, y anochece antes, por eso Baltasar y Blimunda dormirán una noche en el camino, en un pajar de Morelena, dijeron que vienen de Mafra y que van hacia Lisboa, vio el casero que eran gente honrada y les dejó una manta para que se cubrieran, que a tanto puede llegar la confianza. Ya sabemos que de estos dos se aman las almas, los cuerpos y las voluntades, pero, estando acostados, asisten las voluntades y las almas al gusto de los cuerpos, o quizá se agarren aún más a ellos para tomar parte en el gusto, difícil es saber qué parte hay en cada parte, si está perdiendo o ganando el alma cuando Blimunda se alza las faldas y Baltasar se afloja los calzones, si está la voluntad ganando o perdiendo cuando ambos suspiran o gimen, si quedó el cuerpo vencedor o vencido cuando Baltasar descansa en Blimunda o ella descansa en él, ambos descansando. Éste es el aroma mejor del mundo, el de la paja removida, de los cuerpos bajo la manta, de los bueyes que rumian en el comedero, el olor del frío que entra por las rendijas del pajar, tal vez el olor de la luna, todo el mundo sabe que la noche tiene otro olor cuando hay luna, hasta un ciego, incapaz de distinguir la noche del día, dirá, Hay luna, se cree que fue Santa Lucía quien hizo el milagro, y al fin es sólo cuestión de aspirar, de olor, Sí señores, qué hermosa luna la de esta noche.

De madrugada, aún no había salido el sol, se levantaron. Blimunda ya ha comido el pan. Dobló la manta, era sólo una mujer repitiendo un gesto antiguo, abriendo y cerrando los brazos, sujetando bajo la barbilla los dobleces hechos, luego bajando las manos hasta el centro de su propio cuerpo y haciendo ahí el doblez final, quien la viera no diría que tiene extraños poderes de ver, que, si esta noche estuviera fuera de su cuerpo, a sí misma se vería bajo Baltasar, en verdad, de Blimunda se puede afirmar que ve sus propios ojos viendo. Cuando entre el casero, verá la manta doblada, como señal de agradecimiento, y, siendo hombre alegre, preguntará a los bueyes, A ver, decidme, hubo misa esta noche, y ellos volverán las cabezas mal armadas, sin sorpresa, los hombres siempre tienen algo que decir, y a veces aciertan, éste fue el caso, que entre el amor de los que allí durmieron y la santa misa no hay diferencia alguna, o, si la hubiera, la misa perdería.

Van ya Blimunda y Baltasar camino de Lisboa, bordeando las colinas donde se levantan molinos, el cielo está cubierto, apenas salió el sol se escondió, el viento del sur amenaza mucha lluvia, y Baltasar dice, Si empieza a llover no tendremos donde refugiarnos, luego alza los ojos hacia las nubes, es una placa sombría, pizarrosa, Si las voluntades son nubes cerradas, quién sabe si no quedarán presas en éstas, tan oscuras y gruesas que ni el mismo sol se ve tras ellas, y Blimunda respondió, Ojalá pudieras ver tú una nube cerrada que llevas dentro de ti, O de ti, O de mí, si pudieras verla tú, y sabrías que es muy poco una nube del cielo comparada con una nube que está dentro del hombre, Pero tú nunca has visto mi nube, ni la tuya, Nadie puede ver su propia voluntad, y de ti juré que nunca te vería por dentro, pero tú, Baltasar Sietesoles, mi madre no me engañó, cuando me das la mano, cuando te acercas a mí, cuando me abrazas, no necesito verte por dentro, Si yo muero antes que tú, te pido que me veas, Muriendo, se te va la voluntad del cuerpo, Quién sabe.

No llovió en todo el camino. Sólo el gran techo oscuro que se prolongaba hacia el sur y flotaba sobre Lisboa, raso como las colinas en el horizonte, parecía que alzando la mano se iba a tocar la primera flor del agua, a veces la naturaleza es buena compañía, va el hombre, va la mujer, las nubes se dijeron unas a otras, A ver si llegan a casa, después ya podremos llover. Entraron Baltasar y Blimunda en la quinta, en el cobertizo de los aperos, y al fin empezó el agua a caer, y como había algunas tejas partidas, el agua caía dentro, pero discretamente, sólo murmurando, Aquí estoy, han llegado bien. Y cuando Baltasar se acercó a la concha voladora y la tocó, crujieron los hierros, y los alambres, pero es difícil saber qué querían decir.

Se cubren de herrumbre alambres y hierros, se cubren de moho los paños, se destrenza el mimbre reseco, obra que ha quedado a medias no precisa envejecer para convertirse en ruina. Baltasar dio dos vueltas a la máquina voladora, nada contento de ver lo que veía, con el gancho del brazo izquierdo tiró violentamente del esqueleto metálico, hierro contra hierro, probándole la resistencia, y era poca, Me parece que mejor va a ser desmontarlo todo y volver a empezar, Desmontarlo, sí, respondió Blimunda, pero; sin que venga el padre Bartolomeu Lourenço, no vale la pena que empieces el trabajo, Podríamos habernos quedado en Mafra algún tiempo más, Si él dijo que viniéramos es porque no va a tardar, quién sabe si no ha estado aquí mientras esperábamos la fiesta, No estuvo, no hay señales, Ojalá, Dios lo quiera, Sí, que Dios lo quiera.

En menos de una semana dejó la máquina de ser máquina o su proyecto, cuanto allí se mostraba podría servir para mil diferentes cosas, no son muchas las materias de las que los hombres se sirven, todo está en la manera de componerlas, ordenarlas y juntarlas, véase el azadón, véase la garlopa, un poco de hierro, otro poco de madera, y lo que aquél hace no lo hace ésta. Dijo Blimunda, Mientras el padre Bartolomeu Lourenço no llega, construiremos aquí la fragua, Y cómo vamos a hacer el fuelle, Vas a un herrero, ves cómo es y haces uno igual, si a la primera no te sale, saldrá a la segunda, si no lo consigues a la segunda, lo conseguirás a la tercera, nadie espera que hagamos otra cosa que no sea esto, No sería preciso tanto trabajo, con el dinero que el cura nos dejó, podemos comprar el fuelle, Y alguien se empeñaría en saber para qué quiere Baltasar Sietesoles un fuelle si no es ni herrero ni herrador, mejor es que lo hagas tú, aunque tengas que empezar cien veces.

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