José Saramago - Memorial Del Convento
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Ahí está junio. Corre por Lisboa la nada fausta noticia de que este año la procesión del Corpus no traerá las antiguas figuras de los gigantes, ni la sierpe silbadora, ni el flameante dragón, y que no saldrán las vaquillas ni habrá danzas en la ciudad, ni marimbas, ni charamelas, y no vendrá el rey David bailando ante el palio. Se pregunta el pueblo qué procesión va a ser ésa, si no pueden salir los foliones de Arruda atronando las calles con sus panderos, si se prohibe a las mujeres de Frielas danzar la chacona, si no habrá tampoco danza de espadas, si no salen castillos, si no se toca la gaita y el tamboril, si no van saltando los sátiros y las ninfas bajo modos encubiertos de otros bailes, si no se hace ya la danza de la retorcida, si no va a navegar a hombros de los portantes la nao de San Pedro, qué procesión vamos a tener, qué placer nos quitan, si al menos nos dejaran el carro de los hortelanos, no volveremos a oír el silbido de la serpiente, primo, que tanto me horrorizaba cuando pasaba silbando, que ni sé explicar los temblores que sentía, ay.
Baja el pueblo al Terreiro do Paço, a ver los preparativos de la fiesta, y no está mal, no señor, con esa columnata de sesenta y una columnas y catorce pilares, que no tiene menos de ocho metros de altura, y en extensión excede los seiscientos metros, sólo los frontispicios son cuatro, y ni se cuentan las figuras, los medallones, las pirámides y demás ornatos. Empieza el pueblo a apreciar el nuevo aparato, que no queda aquí, basta ver esas calles, todas entoldadas, y los mástiles que sustentan los toldos, están adornados de seda y oro, y los medallones que de dichos toldos cuelgan, dorados, teniendo a un lado y a otro el blasón del patriarca, esto unos, que los otros llevan los blasones del Senado de la Cámara, Y las ventanas, mira las ventanas, tiene razón quien lo ha dicho, se regalan los ojos en las cortinas y cenefas de damasco carmesí franjado de oro, Nunca tal se vio, ya está el pueblo medio conforme, le han quitado una fiesta pero le van a dar otra, no es fácil decidir con cuál de ellas se pierde o gana, quizá valga la una por la otra, con razón dijeron los orfebres que van a iluminar todas las calles, y tal vez sea por igual razón por lo que están cubiertas de sedas y damascos las ciento cuarenta y nueve columnas de los arcos de la Rua Nova, quizá sean maneras de vender, hoy así, mañana peor. Pasa el pueblo, llega al fin de la calle y vuelve, pero no extiende siquiera la punta de los dedos para tocar tanta riqueza de paños, se contenta con gozar los ojos en ellos y en los otros de Atrás que adornan las tiendas bajo los arcos, parece que vivimos en el reino de la confianza, pero tiene cada tienda su esclavo negro a la puerta, con un palo en una mano y un espadín en la otra, si alguien se pasa va a llevarse un estacazo en el lomo, y si la osadía va a más no tardarán los cuadrilleros, que ya no llevan visera ni yelmo, ni escudo llevan, diciendo el corregidor, Alto al Limoeiro, qué remedio sino obedecer y perderse la procesión, tal vez por eso no hay muchos hurtos en el Corpus.
Tampoco se hurtarán voluntades. Es tiempo de luna nueva, Blimunda no tiene por ahora más ojos que el resto de la gente, igual es que ayune o que coma, y esto le da paz y alegría, dejar que las voluntades hagan lo que quieran, quedarse en el cuerpo o salir de él, sea éste mi descanso, pero de repente la conturba un pensamiento, Qué otra nube cerrada vería en el Cuerpo de Dios, en su carnal cuerpo, en voz baja se lo dijo a Baltasar, y él respondió, también en secreto, Pues sería tal que ella sola levantaría la passarola, y Blimunda añadió, Quién sabe si todo lo que vemos no es la nube cerrada de Dios.
Son dichos de manco y visionaria, él porque le falta, ella porque le sobra, hay que perdonarles que no tengan las medidas comunes y que hablen de cosas trascendentes mientras, de noche ya, van paseando por las calles entre Rossío y el Terreiro do Paço, en medio de mucha otra gente que hoy no se va a acostar y que corno ellos, va pisando la arena roja y las hierbas que alfombran el pavimento, traídas por los aldeanos, de tal manera que nunca se vio la ciudad tan limpia, precisamente ésta, que, los otros días, no tiene igual en suciedad. Tras las ventanas acaban las damas de armar los peinados, enormes fábricas de lucimientos y postizos, pronto se pondrán en exposición en la ventana, ninguna va a querer ser la primera, es cierto que inmediatamente atraería las miradas de quien pasa o se muestra en la calle, pero este gusto que tan de prisa viene, se pierde pronto, porque al abrirse la ventana de la casa de enfrente aparece en ella una dama, que por ser vecina es rival, se desvían las miradas de quien me está contemplando, celos que no soporto, tanto más cuanto que es ella mezquinamente fea y yo divinamente bella, ella tiene la boca grande y la mía es un botón, y antes de que ella lo diga, digo yo, Va mote. Para este torneo están mejor servidas las que moran en los pisos bajos, los galanes se ponen a retorcer el mote en sus seseras, palpitando la métrica y la rima, pero entre tanto, de lo alto de la casa, ha bajado otra divisa buscando réplica, gritada para que la oigan bien, mientras el primer poeta dice hacia arriba la glosa al fin compuesta y los otros, de rabia y de despecho, miran fríos al competidor, que recibe ya las gracias de la dama, sospechando que están de acuerdo glosa y mote por haberse puesto también de acuerdo ella y él. Esto se sospecha, esto se calla, porque de esto se distribuyen por igual las culpas.
Está caliente la noche. Pasa gente tocando y cantando, los chiquillos corren unos tras otros, es una peste que anda haciendo esto desde el principio del mundo, incurable, se lían en las sayas de las mujeres, llevan puntapiés y capones de los hombres que las escoltan, y luego, lejos ya, responden con cortes de mangas y muecas, para dispararse más tarde en otra carrera, en otra persecución. Arman una corrida de improviso, con una vaquilla muy simple, dos cuernos de carnero, desparejados quizá, y un cabezal cortado, todo se clava en una tabla ancha, con un puño delante, la parte de atrás apoyada en el pecho, y el que así hace de toro embiste con magnífica nobleza, recibe bramando de fingido dolor las banderillas de palo que se clavan en el cabezal, pero si el banderillero marró el golpe y fue a la mano del que embiste, se pierde así la nobleza de la casta, es otra carrera que se desmanda calle arriba, perturbando a los poetas que se hacen repetir los motes, preguntando hacia arriba, Qué es lo que ha dicho, y ellas, con mucho dengue, Mil pajarillos me traen, y así en estos galanteos, ocios y tropiezos va pasando la noche fuera de las casas, dentro hay endechas y chocolate, y cuando la madrugada se anuncia, empiezan a reunirse las tropas que han de formar carrera a la procesión, estrenando uniformes en honor del Santísimo Sacramento.
En Lisboa no durmió nadie. Se acabaron los torneos, las damas se han retirado de los balcones para componer la pintura corrida o deslucida, pronto volverán a la ventana, otra vez gloriosas de carmín y albayalde. El pueblo llano de blancos, negros y mulatos de todos los colores, éstos, aquéllos y los de más allá, se dispersa por las calles aún turbias en las primeras horas del alba, sólo el Terreiro do Paço, abierto al río y al cielo, es azul en las sombras, y luego súbitamente rosa por el lado del palacio y de la iglesia patriarcal cuando el sol rompe sobre las tierras del otro lado y deshace la bruma con un soplo luminoso. Es entonces cuando empieza a salir la procesión. Vienen delante los pendones de los oficios de la Casa de los Veinticuatro, el primero el de los carpinteros, representando a San José, que de ese oficio fue oficial, y las otras enseñas, grandes pendones, cada uno con su santo pintado, hechos de brocado, de damasco y con bordados de oro, y tan excesivos de tamaño que se precisan cuatro hombres para sostenerlos, relevándose con otros cuatro, descansando unos ahora y otros después, menos mal que no hay viento, y al compás de la andadura se columpian los cordones de oro y seda, y las borlas del mismo metal, colgando de las puntas refulgentes de las varas. Detrás viene la imagen de San Jorge, con toda su escolta, los tambores a pie, los trompeteros a caballo, redoblando unos, otros soplando, rataplán, rataplán, tataratá, tataratá, ta, tatá, no está Baltasar en el Terreiro do Paço, pero oye las trompetas desde lejos y se horroriza como si estuviera en el campo de batalla, viendo al enemigo dispuesto en línea de combate, atacan ellos, atacamos nosotros, y nota entonces que la mano le duele, hace ya mucho tiempo que no le dolía, quizá sea porque hoy no ha puesto ni gancho ni espigón, el cuerpo tiene estos y otros recuerdos e ilusiones, Blimunda, si no fueras tú, a quién tendría yo a mi derecha para ceñir con este brazo, eres tú, ciño con la mano buena tu hombro o tu cintura, aunque se asombre el pueblo por falta de costumbre de estar así hombre y mujer. Pasaron las banderas, atronaron las trompetas y los tambores, ahora viene el alférez de San Jorge, el rey de armas, el hombre-de-hierro, de hierro vestido y calzado, con plumas en el yelmo y visera caída, ayudante del santo en las batallas, para sostenerle la bandera y la lanza, para adelantarse a ver si ya ha salido el dragón o si duerme, excusada prudencia hoy, que no salió y no estará durmiendo, quejoso sí de no poder volver jamás a la procesión del Corpus, esto no es cosa que se le deba hacer ni a dragón, ni a tarascas, ni a gigantes, triste mundo este que así consiente que le roben las bellezas, en fin, algunas quedarán, o son de belleza tanta que no se atreven los reformadores de las procesiones a dejar, por hablar sólo de éstos, los caballos en las caballerizas, o a abandonarlos, míseros leprosos, en las amplias campiñas libremente, pastando lo que puedan, ahí vienen cuarenta y seis, negros y cenicientos, de hermosas gualdrapas, lléveme Dios si no es verdad que mejor visten las bestias que los hombres que las ven pasar, y esto siendo Corpus, que se han puesto todos sobre el cuerpo lo mejor que en casa había, las galas de ver al Señor, que habiéndonos hecho desnudos sólo vestidos nos admite en su presencia, a ver quién entiende a este dios o a la religión que le han hecho, verdad es que desnudos no siempre somos bellos, se ve por la cara si no la pintan, imaginemos, por ejemplo, qué cuerpo tendrá el San Jorge que ahí viene si le quitamos la armadura de plata y el gorro de plumas, un muñeco lleno de bisagras, sin sombra de pelo en los lugares donde los hombres lo tienen, que puede un hombre ser santo y tener lo que otros hombres tienen, ni debía concebirse una santidad que no conociera la fuerza de los hombres y la flaqueza que a veces en esa fuerza hay, y aún más, cómo se explicará esto a San Jorge, que viene montado en su caballo blanco, si esto es caballo que merezca el nombre, siempre viviendo en las reales caballerizas, con su criado para tratarlo y pasearlo, caballo sólo para que lo monte el santo, caballo nunca montado por el diablo, ni por hombre siquiera, triste bestia que ha de morir sin haber vivido, Dios quiera que, muerto y desollado, seas piel de tambor, y alguien redoblando en ella despierte tu indignado corazón, tan viejo, sin embargo todo en este mundo se equilibra y compensa, como ya se comprobó con lo de las muertes del chiquillo de Mafra y del infante Don Pedro y aún más se comprueba hoy, es un niño escudero el paje de San Jorge, y viene montado en un caballo negro, alzando lanza y emplumado yelmo, cuántas madres, puestas a los lados de las calles, mirando la procesión por encima de los hombros de los soldados, van a soñar luego por la noche con que sobre aquel caballo es su hijo quien va, paje de San Jorge en la tierra, y quizá en el cielo, que sólo por esto valió ya la pena haberlo parido, y de nuevo San Jorge se aproxima ahora en un gran estandarte llevado por la hermandad de la Real Iglesia del Hospital Real, y en fin, para conclusión de esta primera gloria, avanzan timbaleros y trompeteros, de terciopelo vestidos y plumas blancas, ahora una pausa brevísima, porque ya de la capilla real están saliendo las hermandades, hombres y mujeres a miles, puestos en orden de pertenencia y sexo, aquí no se mezclan evas con adanes, mira, ahí va Antonio María, y Simón Nunes, y Manuel Caetano, y José Bernardo, y Ana da Conceição, y Antonio de Beja, y trivialmente José dos Santos, y Bras Francisco, y Pedro Caim, y María Caldas, tan variados son los nombres como los colores, capas rojas, azules, blancas, negras y carmesí, hopas cenicientas, mucetas pardas y azules y rojas, y blancas y amarillas, y carmesí y verdes y negras, como negros son algunos de los cofrades que pasan, lo peor es que esta fraternidad, incluso yendo en procesión, no llega a los grados de Nuestro Señor Jesucristo, pero promete, basta que Dios un día se disfrace de negro y proclame en las iglesias, Cada blanco vale medio negro, arréglenselas ahora para entrar en el paraíso, por eso un día las playas de este jardín, plantado por azar junto al mar, estarán llenas de postulantes ennegreciéndose el lomo, idea que hoy haría reír, algunos ni a la playa irán, se quedan en casa y se pringan con untos varios, y cuando salen no los reconoce ni el vecino, Qué hace aquí este loco, ésa es la gran dificultad de las hermandades de color, mientras tanto van saliendo éstas, la de Jesús María, la del Rosario, la de San Benito, el que come poco y anda gordito, la de Nuestra Señora de la Gracia, la de San Crispín, la de la Madre de Dios de San Sebastián da Pedreira, que es donde viven Baltasar y Blimunda, la de la Vía Sacra de San Pedro y San Pablo, otra también de la Vía Sacra, pero del Alecrim, la de Nuestra Señora da Ajuda, la de Jesús, la de Nuestra Señora del Recuerdo, la de Nuestra Señora de la Salud, sin ella cómo tendrá virtud Rosa María, y la Severa qué virtud tendría, y vienen luego la hermandad de Nuestra Señora del Olivo, a cuya sombra un día comió Baltasar, la de San Antonio de las Franciscanas de Santa Marta, la de Nuestra Señora de la Quietud de las Flamencas de Alcántara, la del Rosario, la del Santo Cristo y San Antonio, la de Nuestra Señora de la Cadena, la de Santa María Egipcíaca, si fuese Baltasar de la guardia real ésta sería su hermandad, qué pena que no haya una de mancos, y ahora la hermandad de la Piedad, ésta podría ser, otra de Nuestra Señora de la Cadena, pero del convento del Carmen, la primera era de las Terciarias de San Francisco, parece que faltan invocaciones y las repiten ya, vuelve el Santo Cristo, pero el de la Trinidad, que el otro era de los Paulistas, y la hermandad de la Buena Ayuda, a Baltasar de nada le ayudó la Oficina de Palacio, la de Santa Lucía, la de Nuestra Señora de la Buena Muerte, si es que la hay buena, la de Jesús de los Olvidos, por este detalle se descubre cómo anda perdida una religión que anda dejando por ahí olvidados y les manda un Jesús mal encomendado, si fuera él el auténtico se acababan los olvidos, y la de las Almas de la Iglesia de la Concepción, sol haga y llueva no, la de Nuestra Señora de la Ciudad, la de las Almas de Nuestra Señora da Ajuda, la de Nuestra Señora de la Peña, la de San José de los Carpinteros, la del Socorro, la de la Piedad, la de Santa Catalina, la del Niño Perdido, unos perdidos y otros olvidados, ni encontrados ni recordados, que ni el Recuerdo les vale la de Nuestra Señora de las Candelas, otra de Santa Catalina, primero de los libreros, ahora de los calceteros, la de Santa Ana, la de San Eloy, santito rico de los orfebres, la de San Miguel y de las Almas, la de San Marcial, la de Nuestra Señora del Rosario, la de Santa Justa, la de Santa Rufina, la de las Almas de los Mártires, la de las Llagas, la de la Madre de Dios de San Francisco de la Ciudad, la de Nuestra Señora de las Angustias, que ya faltaban aquí, en fin, la de los Remedios, que los remedios vienen siempre después y a veces demasiado tarde, caso este en que las esperanzas, si es que aún quedan, son puestas en el Santísimo Sacramento que ahí viene, representado en estandarte, llevando al frente, por ser el precursor, a San Juan Bautista en figura de niño, vestido de pieles, con cuatro ángeles que van tirando flores, no existe otra tierra donde más circulen los ángeles por las calles del común, basta extender un dedo y se ve de inmediato qué reales son y verdaderos, volar no vuelan, eso es verdad, y qué, volar no es prueba suficiente de angelidad, si el padre Bartolomeu de Gusmão, o sólo Lourenço, llega a volar un día, no se volverá ángel por tan poco, se requieren otras cualidades, pero todavía es pronto para tales averiguaciones, aún no están recogidas todas las voluntades, por ahora va la procesión mediada, se nota el calor de la mañana adelantada, ocho de junio de mil setecientos diecinueve, quién viene ahora ahí, vienen las comunidades, pero la gente ya no está atenta, pasan frailes y, ni caso, ni siquiera fueron señaladas con el dedo todas las hermandades, Blimunda miraba al cielo, Baltasar a Blimunda, ella dudando de si sería luna nueva, si no aparecería sobre el convento del Carmen un leve creciente, curva navaja, afiladísimo alfanje que abriría a sus ojos todos los cuerpos, y en esto pasó la primera comunidad, quiénes eran aquéllos, no lo vi, no me he fijado, frailes eran, terciarios de San Francisco de Jesús, capuchinos, religiosos de San Juan de Dios, franciscanos, carmelitas, dominicos, cistercienses, jesuitas de San Roque y de San Antón, con tantos nombres y colores se le va a uno la cabeza y la retentiva, es hora de comer del fardel traído o el alimento comprado, y mientras se come se va hablando de lo que ha pasado, ya las cruces doradas, las mangas generosas, los lienzos blanquísimos, las casacas anchas, las medias altas, los zapatos de hebilla, los tufos, las tocas, las sayas rodadas, los mantos de fantasía, las golas de encaje, las casaquillas, sólo los lirios del campo no saben hilar ni tejer y por eso están desnudos, si Dios quisiera que así anduviésemos habría hecho hombres liliales, las mujeres afortunadamente lo son ya, pero lirios vestidos, Blimunda, vestida o no, qué pensamientos son ésos, Baltasar qué recuerdos pecadores, si ahora viene la cruz de la iglesia matriarcal, y luego la comunidad de la Congregación de las Misiones, y la del Oratorio, y la multitud innúmera de curas de las parroquias, oh señores, tanta gente preocupada por salvar nuestras almas y éstas aún extraviadas, no te preocupes tú, Baltasar, que por ser soldado, aunque inválido, eres de la feligresía de estos que pasan, ciento ochenta y cuatro caballeros de la Orden Militar de Santiago de la Espada, ciento cincuenta caballeros de la Orden de Avis, y otros tantos de la Orden de Cristo, éstos son frailes que eligen a los que han de ser sus hermanos, aparte de no querer Dios en sus altares animales con defectos, máxime si son de sangre vulgar, quédese así Baltasar donde está, viendo pasar la procesión, los pajes, los cantores, los cubicularios, los dos tenientes de la guardia real, uno, dos, con el uniforme principal, hoy diríamos de gala, y la cruz patriarcal llevando al lado las cintas bermejas, los capellanes de varas alzadas y haces de claveles en las puntas, ay el destino de las flores, un día las meterán en los cañones de los fusiles, los monaguillos, la basílica de Santa María Mayor, que lleva sombrilla y también la basílica patriarcal, ambas de gajos alternados, blancos y rojos, si dentro de doscientos o trescientos años empiezan a llamar basílicas a los paraguas, Mi basílica tiene una varilla rota, He olvidado mi basílica en el coche, He mandado poner un puño nuevo a mi basílica, Cuándo estará acabada mi basílica de Mafra, piensa el rey, que viene ahí detrás sosteniendo una vara del palio, pero antes pasó el cabildo, primero los canónigos diáconos de dalmática blanca, luego los presbíteros con casullas del mismo color, más tarde las dignidades, con amito, pluvial y formalio, qué sabrá este pueblo de estos nombres, de la mitra conoce la palabra y la forma, que tanto está en el culo de la gallina como en la cabeza de los canónigos, cada uno de éstos asistido por tres familiares de su casa, uno con antorcha encendida, otro llevando el sombrero, ambos trajeados a lo cortesano, y el caudatario lleva la cola y viste sotana y cota, ahora sí, ahora empieza el cortejo del patriarca, vienen primero seis hidalgos, parientes suyos, con antorchas encendidas, luego el beneficiado asistente con el báculo, otro capellán con la naveta del incienso, detrás dos acólitos bamboleando turíbulos de plata labrada, y dos maestros de ceremonias, y doce escuderos llevando también antorchas, Ah, gente pecadora, hombres y mujeres que condenados os obstináis en vivir esas vuestras transitorias vidas, fornicando, comiendo, bebiendo de más, faltando a los sacramentos y al diezmo, que del infierno osáis hablar con descaro y sin pavor, vosotros, hombres, que pudiendo palpáis el trasero a las mujeres en la iglesia, vosotras, mujeres, que sólo por un resto de vergüenza no tanteáis en la iglesia las partes a los hombres, ved lo que pasa ahora, el palio de ocho varas, y yo, patriarca, bajo él, con la sagrada custodia en la mano, arrodillaos, arrodillaos, pecadores, que ahora mismo debierais caparos para no fornicar más, ahora mismo debierais ataros las mandíbulas para no ensuciar más vuestras almas en comilonas y borracheras, ahora mismo debierais volver y vaciar vuestros bolsillos, porque en el paraíso no se requiere dinero, en el infierno tampoco, en el purgatorio se pagan las deudas con oraciones, aquí sí que el dinero es preciso, para el oro de otra custodia, para sustentar la plata de toda esta gente, a los dos canónigos que me levantan la cola de la pluvial y llevan las mitras, y los dos subdiáconos que me alzan la orla del faldón, los caudatorios que van atrás, por eso son caudatorios, este mi hermano, que es conde y me sostiene la cola de la pluvial, los dos escuderos con los dos flabelos, los maceros con las varas de plata, el primer subdiácono con el velo de la mitra aurifrigiata, que no la pueden tocar manos, loco fue Cristo que nunca puso mitra en su cabeza, sería hijo de Dios, de eso no dudo, pero rústico era, porque desde siempre se sabe que ninguna religión prosperará sin mitra, tiara o sombrero hongo, si se lo hubiera puesto pasaba de inmediato a sumo sacerdote, habría sido gobernador en vez de Poncio Pilatos, mira de lo que me he librado, así está bien el mundo, si no lo hubieran hecho así yo no me vería de patriarca, pagué, pues, lo debido, di al César lo que es de Dios, y a Dios lo que es del César, después haremos las cuentas y partiremos el dinero, un chavo para ti, otro para mí, en verdad os digo y diré, Y Yo, vuestro rey, de Portugal, los Algarves y el resto, que devotamente voy sosteniendo una de estas varas sobredoradas, ved cómo se esfuerza un soberano por guardar, en lo temporal y en lo espiritual, a la patria y al pueblo, que bien podía yo haber mandado en mi lugar a un criado, un duque o un marqués haciendo las veces, pero aquí estoy, y en persona, y también en persona están los infantes mis hermanos y señores vuestros, arrodillaos, arrodillaos, que pasa la custodia y paso yo, Cristo va en ella, en mí la gracia de ser rey en la tierra, cuál de los dos ganará, el que sea de carne para sentir, yo, rey y verraco, bien sabéis cómo las monjas son esposas del Señor, es una verdad santa, pues a mí, como al Señor, me reciben en sus lechos, y por ser yo el Señor gozan y suspiran sosteniendo en la mano el rosario, carne mística, mezclada, confundida, mientras los santos en el oratorio aguzan el oído a las ardientes palabras que bajo el sobrecielo se murmuran, sobrecielo que sobre el cielo está, éste es el cielo y no lo hay mejor, y el Crucificado deja caer la cabeza hacia el hombro, pobrecillo, quizá dolorido por los tormentos, quizá para mejor poder ver a Paula cuando se desnuda, quizá celoso porque le están robando a esta esposa, flor de claustro perfumada de incienso, carne gloriosa, pero en fin, después yo me voy y ella queda para él, si quedó preñada, el hijo es mío, pero no vale la pena proclamarlo otra vez, ahí atrás vienen cantores entonando motetes e himnos sacros, y eso me da una idea, no hay como los reyes para tenerlas, las ideas, si no cómo iban a reinar, que vengan las monjas de Odivelas a cantar el Bendito al cuarto de Paula cuando estemos acostados, antes, durante y después, amén.
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