José Saramago - Memorial Del Convento

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Tenéis razón, dijo el cura, pero así no está el hombre libre de creer abrazar la verdad y hallarse ceñido por el error, Como tampoco está libre de creer que abraza el error y encontrarse ceñido a la verdad, respondió el músico, y luego dijo el cura, Recordad que cuando Pilatos preguntó a Jesús qué era la verdad, ni esperó la respuesta para esa pregunta, ni el Salvador se la dio, Tal vez supiesen ambos que no existe respuesta para tal pregunta, Entonces, en ese punto, sería Pilatos igual a Jesús, En última instancia, sí, Si la música puede ser tan excelente maestra de la argumentación, quiero ser músico y no predicador, Gracias por la cortesía, qué más quisiera, señor padre Bartolomeu de Gusmão, que mi música fuese un día capaz de exponer, contraponer y concluir como hace sermón y discurso, Aunque, reparando bien en lo que se dice y cómo, señor Scarlatti, es posible que se expongan y contrapongan, las más de las veces, humo y niebla, y nada se concluya. A esto no respondió el músico, y el cura remató, Todo predicador honrado lo nota al descender del púlpito. Dijo el italiano, encogiéndose de hombros, Queda el silencio después de la música y después del sermón, qué importa que se alabe el sermón y se aplauda la música, tal vez sólo el silencio exista verdaderamente.

Bajaron Scarlatti y Bartolomeu de Gusmão al Terreiro do Paço, allí se separaron, el músico fue a inventar músicas por la ciudad mientras no eran horas de empezar el ensayo en la capilla real, el padre volvió a casa, a su mirador desde donde se veía el Tajo, en la otra orilla las tierras bajas de Barreiro, las colinas de Almada y de Pragal, hasta la, ya invisible, Cabeza Seca de Bugio, qué día luminoso, cuando Dios estaba creando el mundo no dijo Fiat, si así fuera habría quedado el mundo por igual, una palabra y basta, sino que fue andando y haciendo, hizo el mar y navegó en él, luego hizo la tierra para poder desembarcar, y en algunos lugares se detuvo, pero por otros pasó sin mirar, aquí descansó, y, no habiendo nadie de la humana especie que lo viera, tomó un baño, y, porque aún recuerdan eso, las gaviotas se reúnen en tan grandes bandadas en la orilla, siguen esperando que Dios vuelva a bañarse en las aguas del Tajo, aunque sean otras, una vez al menos, como pago por haber nacido gaviotas. Y quieren saber también si Dios ha envejecido mucho. Vino la viuda del macero a decirle al cura que tenía servida la comida, pasó por abajo una compañía de alabarderos rodeando un coche. Desgarrada de sus hermanas, una gaviota se quedó parada sobre el alero del tejado, la sustentaba el viento que soplaba de tierra, y el cura murmuró, Bendita seas, ave, y en su corazón se encontró hecho de la misma carne y de la misma sangre, sintió un escalofrío, como si le estuvieran naciendo plumas en la espalda, y, al desaparecer la gaviota, se vio perdido en un desierto, En ese caso Pilatos sería igual a Jesús, esto pensó de repente y regresó al mundo, transido por sentirse desnudo, desollado como si hubiera dejado la piel dentro del vientre de su madre, y entonces dijo en voz alta, Dios es uno.

Durante todo este día permaneció el padre Bartolomeu Lourenço encerrado en su cuarto, gimiendo, suspirando, tardó en hacerse de noche, llamó a la puerta la viuda del macero y dijo que estaba dispuesta la cena, pero el cura no comió, parecía que estaba preparando su gran ayuno, aguzando ojos nuevos de entendimiento, aunque no sospechase que más cosas habría que entender después de haber proclamado la unidad de Dios a las gaviotas del Tajo, supremo arrojo, que sea Dios uno en esencia es punto que ni los herejes niegan, pero al padre Bartolomeu Lourenço le enseñaron que Dios, si es uno en esencia es trino en persona, y hoy las mismas gaviotas le han hecho dudar. Se cerró la noche por completo, la ciudad duerme y si no duerme se ha callado, sólo se oye a ratos el grito de alerta de los centinelas, no vayan a desembarcar los corsarios franceses, y Domenico Scarlatti habiendo cerrado puertas y ventanas, se sienta al clavicordio, qué sutil música es esta que sale hacia la noche de Lisboa por rendijas y chimeneas, la oyen los soldados de la guardia portuguesa y de la guardia alemana, y la entienden unos y otros, la oyen soñando los marineros que duermen a la fresca en los conveses y despertando, la reconocen, la oyen los vagabundos que reposan en la Ribeira, en las lanchas varadas en tierra, la oyen los frailes y las monjas de mil conventos, y dicen, Son los ángeles del Señor, tierra esta, para milagros, ubérrima, la oyen los embozados que van a matar y los apuñalados que, oyéndola, ya no piden confesión y mueren absueltos, la oyó un preso del Santo Oficio en su profunda celda, y estando cerca un guarda le echó las manos a la garganta y lo estranguló, por este asesinato no tendrá peor muerte, la oyen, tan lejos de aquí, Baltasar y Blimunda, que acostados preguntan, Qué música es ésta, la oyó, antes que nadie, Bartolomeu Lourenço, por vivir cerca, y, levantándose de la cama, encendió el candil y se asomó a la ventana para oírla mejor. También entraron grandes mosquitos que fueron a posarse en el techo y allí quedaron, oscilando primero en las altas piernas, inmóviles luego, como si la luz minúscula no pudiera atraerlos, tal vez hipnotizados por el rechinar de la pluma, se había sentado el padre Bartolomeu Lourenço a escribir, Et ego in illo, Y yo estoy en él, al amanecer aún estaba escribiendo, era el sermón del Corpus, y del cuerpo del cura no se alimentaron esta noche los mosquitos.

Días después, estando Bartolomeu de Gusmão en la capilla real, se acercó el italiano a hablarle. Cambiadas las palabras de saludo, salieron por una de las puertas que, bajo las tribunas del rey y de la reina, daban a la galería por donde se entraba en el palacio. Pasearon arriba y abajo, mirando de vez en cuando los tapices colgados de las paredes, la Historia de Alejandro Magno, los Triunfos de la Fe y del Sacramento, según dibujos de Rubens, la Historia de Tobías, según dibujos de Rafael, la conquista de Túnez, si un día arden estos tapices, ni un hilo de seda se salvará. En tono que fácilmente daba a entender que no iba a ser ésta la materia importante que allí se trataría, dijo Domenico Scarlatti al cura, El rey tiene en su tribuna una copia de la Basílica de San Pedro de Roma, la armó ayer en mi presencia, fue un gran honor para mí, Honor con el que nunca me ha distinguido a mí pero no lo digo con envidia, sino que, más bien, me complazco en ver honrada en un hijo suyo a la nación italiana, Me han dicho que el rey es un gran constructor, será por eso este gusto por levantar con sus propias manos la cabeza arquitectónica de la Santa Iglesia, aunque en escala reducida, Muy distinta es la dimensión de la basílica que está construyendo en la villa de Mafra, gigantesca fábrica que será el asombro de los siglos, Cuán variadas se muestran las obras de la mano del hombre, son las mías de sones, Habla de las manos, Hablo de las obras, tan pronto nacen como mueren, Habla de las obras, Hablo de las manos, qué sería de ellas si les faltase la memoria y el papel en que las escribo, Habla de las manos, Hablo de las obras.

Parece sólo un gracioso juego de palabras, un juego con los sentidos que ellas tienen, como en esta época se usa, sin que importe demasiado el entendimiento, o bien oscureciéndolo adrede. Es lo mismo cuando un predicador grita hacia la imagen de San Antonio, y clama en la iglesia, Negro, ladrón, borracho, y, cuando ha escandalizado al auditorio, explica la intención y el artificio, muestra cómo todo apóstrofe fue apariencia, ahora sí va a decir por qué, Negro porque tuvo la piel tiznada por el demonio, que no consiguió ennegrecerle el alma, ladrón porque de los brazos de María robó a su divino hijo, borracho porque vivió embriagado en la divina gracia, pero yo te diré, Cuidado, oh predicador, que cuando vuelves el concepto de pies a cabeza, estás dando involuntaria voz a la tentación herética que duerme en ti y se revuelve en sueños, y clamas otra vez, Maldito sea el Padre, maldito sea el Hijo, maldito el Espíritu Santo, y luego añades, Braman los demonios en el infierno, y de esa manera crees escapar a la condenación, pero aquel que todo lo ve, no este ciego Tobías sino el otro para quien no existen tinieblas y ceguera, ése sabe que dijiste dos verdades profundas, y de las dos escogerá una, la suya, porque ni tú ni yo sabemos cuál es la verdad de Dios, mucho menos si es verdadero Dios.

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