Cuando luego de la dilatación el corazón vuelve a contraerse sobre sí, entra la sangre nueva desde la vena cava hacia la cavidad derecha y desde la vena izquierda. Existen, en la entrada de los cuatro canales pequeñas carnes que permiten la entrada de más sangre sólo por las dos últimas y salir de él por las dos primeras.
PARTE SEGUNDA
De los fluidos kinéticos
Ahora bien, dejadme que os exponga cómo se mueven las partes del cuerpo y veréis cómo el gobierno de la kinesis muscular no depende en absoluto del alma, sino del propio cuerpo. Permitidme que os presente unos minúsculos cuerpecillos que habitan en la sangre y a los que he llamado "fluidos kinéticos" 1 . Son estos fluidos, que se mueven a grandes velocidades, los que pasan de la sangre que viene del cerebro a los nervios que se conectan con la musculatura. Los músculos conocen sólo dos formas de movimiento: la contracción y la dilatación. Y para que un músculo se estire, debe haber un opuesto que se contraiga y, ambos, en distintas proporciones, debieron haber recibido de este fluido proveniente del cerebro. No estoy hablando de ninguna causa metafísica pues estos fluidos kinéticos , como os dije, están hechos de sustancia. Y es precisamente esta sustancia la que llena o vacía los músculos para que éstos se contraigan o se dilaten. Este y no otro es el principio del movimiento. Así, los fluidos kinéticos habitan en los músculos circulando dentro de ellos y pasando de unos a otros, dilatándolos y contrayéndolos. Debo deciros, sin embargo, que esto que os acabo de describir es solamente el principio de la kinesis ; sin embargo, aún debo ilustraros cómo se constituyen los nervios que son los que dirigen esta mecánica para que sea ordenada y no caótica. La siguiente exposición será, a la vez, mi defensa a lo dicho por uno de los testigos de su excelencia - dijo dirigiéndose al decano - en cuya declaración se me acusa de acompañarme, Dios me guarde, de bestias demoníacas.
PARTE TERCERA
De las bestias demoníacas
El anatomista caminó hasta su silla y volvió al estrado con una saca cargada al hombro.
Esta es la saca que vio el cazador -dijo levantándola en peso hacia la comisión-; efectivamente, no constituye un secreto para nadie que todas las mañanas voy al bosque lindero a la alquería para recoger piezas de animales que luego disecciono y diseco para examinar. Pero no quiero distraeros de lo que os estaba exponiendo. Permitidme que os ilustre lo que acabo de explicaros acerca del movimiento -dijo, e inmediatamente se dispuso a desatar el nudo de la saca. En ese momento, el cazador que había presentado su testimonio y que permanecía sentado en la sala junto a los demás testigos se puso de pie y, nerviosamente, pidió permiso para retirarse, cosa que, desde luego, le fue negada. Los Doctores miraban al anatomista no sin cierta evidente preocupación por lo que habría de extraer de la saca. En la sala se había levantado un creciente murmullo. Mateo Colón metió la mano hasta el fondo del costal y, cuando sacó su contenido y lo exhibió, el murmullo se hizo un alarido general, a la vez que el cazador prorrumpía en gritos de pánico:
– ¡Allí tenéis al demonio, es uno de los que vi! ¡A la hoguera! ¡Llevadlo a la hoguera!
El anatomista sostenía por las patas una bestia realmente horrorosa. Era una suerte de lobo que exhibía un par de colmillos inmensos detrás de los belfos fruncidos. En lugar de pelos, tenía plumas rojas en toda la cabeza, lo cual le confería una apariencia flamígera y el resto del cuerpo estaba recubierto de escamas doradas. Sobre el lomo presentaba dos aletas como de pez. Público, testigos y hasta jueces estuvieron a punto de huir a la carrera, cuando vieron que, en el momento en que el anatomista se disponía a dejarla en el suelo, la bestia abría un par de alas inmensas y prorrumpía en unos rugidos como de león.
A punto estuvo Mateo Colón de ser linchado allí mismo de no haber sido porque nadie se atrevió a acercársele, de miedo a ser atacados por la bestia.
Nada debéis temer. Esta es la bestia que el testigo confundió con un demonio. Podéis comprobar que es pura materia inerte -dijo exhibiéndola a la comisión, cuyos miembros habían dado un precavido respingo-. Nada puede hacer por propia cuenta pues es pura sustancia inanimada. Yo mismo lo he fabricado. Mirad. No es más que un lobo embalsama-do al cual le quité las pieles y, en el lugar vacante de los pelos, en los poros, inserté plumas de gallo y escamas de peces pintadas. En cuanto a las aletas y las alas, están cosidas con hilo y aguja .
– Todos vimos cómo se movía por cuenta propia y todos escuchamos el rugido.
Pues de eso se trata, precisamente, mi exposición. Si me permitís, os explicaré, usando esta bestia artificial, cómo se produce el movimiento. Nadie pensaría que aquellos autómatas que golpean la campana del reloj cada hora son bestias del demonio. Tampoco ésta lo es. El principio que gobierna sus movimientos es el mismo que el de aquéllos -dijo señalando, otra vez, hacia la ventana, y agregó: Mirad .
El anatomista tomó el animal por el lomo y, teniéndolo en brazos, manipuló algo que sobresalía de su vientre. Lo posó en el suelo y, otra vez, la sala se convirtió en un griterío. La bestia se había puesto a caminar de aquí para allá agitando las alas como loca y emitiendo unos rugidos terroríficos.
No temáis. Nada os hará.
– ¡Detened ahora mismo esa bestia del demonio! Detenedla!
Escuchando la orden, el anatomista tomó a su animal por el cuello, tocó otra vez su vientre y la bestia quedó quieta y tiesa como un cadáver. Sosteniendo el animal por las patas, Mateo Colón continuó su explicación:
Ya veis que la kinesis no depende en absoluto del alma. Esta bestia artificial camina, emite sonidos y bate las alas, de forma semejante a como lo hace un animal verdadero. Este animal que, desde luego, no existe en la naturaleza, es, sin embargo, una buena aunque muy rudimentaria imitación del principio que gobierna el movimiento, inclusive, en cada uno de nuestros cuerpos. El propósito con el cual lo he fabricado no es otro que el de probar la verdad de mis teorías .
PARTE CUARTA
De los autómatas
Os explicaré ahora cómo funciona mi animal. Tal como acabo de exponeros, los nervios actúan sobre los músculos dándoles el movimiento -en ese momento, el anatomista descubrió del vientre de la bestia una pequeña manilla de bronce que se ocultaba entre las escamas, tiró de ella y entonces el vientre quedó abierto por una tapa de bisagras-. Nuestros nervios están constituidos por un par de elementos: las pieles exteriores y la médula interior. Las primeras actúan como una funda o forro sobre la segunda. La contracción muscular no es otra cosa que el efecto de retracción de los nervios. Igual que cuando se tira del extremo de una cuerda, se mueve lo que está unido al extremo contrario. Así es como se mueven los músculos. Nuestro cuerpo cobija innumerables nervios que dirigen los más sutiles movimientos. Yo he reproducido modestamente este principio con apenas veinte "nervios artificiales", hechos con hilos enfundados en forros de tripa, para conseguir veinte movimientos distintos. El principio no difiere en absoluto de la maquinaria de un reloj -dijo, mostrando al tribunal la concavidad abierta en el vientre del autómata -; aquí podéis ver la cuerda de espiral que se retrae sobre sí misma y que, al liberarse, transmite el movimiento a todas las partes móviles a través de las cuerdas de las que os hablé. Cierto es que se trata de una precaria imitación, pero ilustra con bastante aproximación lo que intento explicaros. He construido más de diez de estos autómatas siguiendo los principios que he podido observar en el comportamiento de los cuerpos vivos y en las formas interiores de los cuerpos muertos.
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