Federico Andahazi - El Anatomista

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EI héroe de esta novela es Mateo Colón, un anatomista del Renacimiento que a! enamorarse de una prostituta veneciana, Mona Sofía, emprende la búsqueda de algún tipo de pócima que le permita conseguir su amor. El anatomista da comienzo así, nada más ni nada menos, a la ardua exploración de la misteriosa naturaleza de las mujeres. Es nuestro héroe un verdadero adelantado, y en su audacia decide experimentar con prostitutas y, algo totalmente prohibido en la época, con la disección de cadáveres. Lo que descubre Mateo Colón en pleno siglo XVI es, tal como lo fuera América para su homónimo, una "dulce tierra hallada": el Amor Veneris, equivalente anatómico del kleitoris, hasta entonces desconocido en Occidente. Es una noble señora castellana la que da cuenta del poder de este descubrimiento. Cuando intente hacerlo público, Colón deberá enfrentar otro poder: el de la despiadada Inquisición. A partir de aquí se verá envuelto en un proceso vertiginoso.
Federico Andahazi ha construido una novela apasionante a partir de la historia de uno de Ios médicos más sobresalientes del Renacimiento. Ha recreado la época no sólo en sus costumbres sino en su sistema perverso de pensamiento. El autor le imprime un ritmo sostenido al relato así como al impecable manejo de la intriga -sin soslayar el humor y la ironía- que convierten a El anatomista, y a su autor, en una impactante y bienvenida revelación.

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Habiéndole sido mostrado el anatomista, Mateo Renaldo Colón, la dicente declara que aquél era el hombre.

SEGUNDO TESTIMONIO

DECLARACIÓN DE UN CAZADOR QUE DICE HABER VISTO AL ANATOMISTA EN COMPAÑÍA DE BESTIAS DEMONIACAS

Yo, Darío Renni, notario de la Universidad de Padua, procediendo a tomar declaración de quien dice llamarse A, tener veinticinco años y vivir en la alquería con esposa y cuatro hijos.

El dicente declara que en oportunidad de encontrarse de caza en los bosques lindantes a la abadía, vio a un hombre que caminaba acompañado por el cuervo. Que el hombre llevaba una gran saca cargada al hombro y en ella guardaba animales muertos que recogía a su paso, conducido por el cuervo. El dicente declara que tal actitud llamó su atención y movido por la curiosidad y el temor decidió seguirlo sigilosamente, pues aquel hombre parecía ser el mismo diablo. El hombre caminó hacia una vieja cabaña ruinosa y abandonada, en cuyo interior vació el repugnante contenido de la saca. El dicente declara que vio, detrás de la ventana, cómo el hombre daba de comer al cuervo de aquella carroña. El dicente vio, horrorizado, sobre la mesa, unas bestias horrorosas: un perro con plumas de pavo junto a un gato con escamas de pez. Que, después de tocarlos, aquellos demonios cobraban vida y se agitaban y movían como locos.

Habiéndole sido mostrado el anatomista al dicente, éste declara que el hombre que vio es Mateo Renaldo Colón.

TERCER TESTIMONIO

DECLARACIÓN DE UNA CAMPESINA QUE DICE HABER SIDO EMBRUJADA POR EL ANATOMISTA

Yo, Darío Renni, notario de la Universidad de Padua, procedo a tomar declaración a quien dice llamarse A, contar diez y siete años y ser esposa de B.

La dicente ocupa junto a su marido la alquería lindante con la Casa Mayor. El manso está administrado por C, quien da fe de lo antedicho.

La dicente declara bajo juramento conocer al Maestro Mateo Renaldo Colón, de quien ha dado fiel descripción. Dice haber conocido su claustro en la Universidad, del cual, también, ha dado leal detalle.

Preguntada acerca del modo en que conoció al anatomista, la dicente declara que viólo por primera vez junto a Frai D, en las cercanías de la Casa Mayor, al otro lado de los setos que delimitan las tierras señoriales de su alquería en las tierras tributarias. La dicente declara que después de una extensa caminata que incluyó los alrededores de los talleres, la cocina, el horno, el granero y el establo dentro del perímetro del fies, el fraile y el anatomista se despidieron. El uno caminó hacia la Casa Mayor y se perdió del otro lado de los setos. El otro avanzó hacia el horno donde la dicente cocinaba pan y preguntóle por su señor, después de presentarse por su nombre. La dicente declara que, como el anatomista se lo pidiera, fue a buscar a su marido, quien se hallaba trabajando en la reparación de la abadía, pues era día de trabajo de favor. La dicente declara que el visitante estuvo hablando largo rato con su marido y que las apariencias le indicaban, pues no podía oír el diálogo, que el objeto de la conversación era la propia dicente. Declara que el marido fue en busca del administrador y que, luego, los dos últimos quedaron hablando a solas. La dicente declara que vio cómo el anatomista pagaba con dinero al administrador y que el administrador dio permiso a la dicente para salir de la alquería en compañía y bajo el cuidado del visitante, Mateo Renaldo Colón.

Declara la dicente que, en forma subrepticia y nocturna, fue llevada a los sótanos de la Universidad y que, rodeada de muertos, el anatomista pidióle que se desvistiera y se acostase en una fría mesa de mármol. Declara la dicente que el médico la obligó a separar las piernas y que, siendo así, introdujo un demonio dentro de su sexo. Declara la dicente que en medio de placer y éxtasis al que no podía substraerse porque el demonio que estaba en su sexo le prodigaba inmenso deleite que nunca había sentido, el anatomista ordenaba al hijo de la Bestia que enamorara el alma de la dicente y que su cuerpo ardiera como el fuego de gran caldera. Declara la dicente que enamórose de aquel fiero demonio y del amo que lo animaba alrededor de su sexo guiándolo con un dedo. Declara la dicente que desde aquel día nunca pudo sentir deleite de la verga de su marido, pues su cuerpo preso estaba de aquel fiero demonio.

LA ACUSACIÓN

ALEGATO INCRIMINATORIO

ACUSACIÓN DE ALESSANDRO DE LEGNANO A MATEO COLON ANTE LA COMISIÓN DE DOCTORES DE LA IGLESIA

Asistimos a la vuelta del demonio sobre la Tierra. Podéis verlo por doquier. Hacia donde giréis la cabeza no veréis más que su mísera obra. Asistimos a la conclusión de la profecía de San Juan, cuando tuvo la visión del ángel que encadenaba al demonio y lo condenaba a mil años de destierro en el abismo. Hoy, después de mil años, el diablo ha regresado. Está entre nosotros. ¡Mirad! ¡Mirad a vuestro alrededor! Hoy todos exhuman a los dioses antiguos. ¿Acaso habremos de reemplazar a Santa María por Venus? ¿Acaso volveremos a adorar a Baco y enterraremos a San Juan el Bautista? Basta con mirar las iglesias: ¡todas repletas de antiguos dioses paganos! Entonces os digo: ¿qué puede esperarse de la humanidad si la casa de Dios ha sido convertida en la casa del demonio? Escuchad, nada más, las vulgaridades que se hablan en las plazas y las ferias y decidme en qué se diferencian esos chismes de la prosa de los nuevos "literatos" que hasta ignoran el latín y el griego: indolencia, liviandad de conciencia, anécdotas vulgares, chistes y toda clase de obscenidades, es a lo que llaman hoy literatura. ¡Alerta! El demonio anda entre nosotros. Es la hora de la rebelión del hijo contra el padre, del discípulo contra el maestro. Tenéis que ver a la horda de pequeños anatomistas de la Universidad que presido: hasta se han negado a jurar por la magistral palabra del catedrático. Ya nadie escucha con respetuoso silencio y hasta se burlan de nosotros en nuestras narices. Si vierais con qué liviandad se habla de Dios, con la misma helada distancia con que se habla de la germinación de las legumbres. ¡Si cualquiera se declara ahora ateo, como quien menciona la preferencia de un plato sobre otro! Os digo: ¡Alerta! El diablo se ha liberado de su cautiverio y está entre nosotros.

Hoy el diablo se ha vestido con el sayo de la ciencia. Hoy, los falsos profetas se proclaman científicos y artistas. ¿Acaso habremos de esperar cruzados de brazos a que un buen día los nuevos pintores, escultores, anatomistas, reemplacen a nuestro Señor Jesucristo y erijan en fino mármol la imagen de Lucifer sobre los pulpitos?

De nosotros, los cristianos, depende ahora saber distinguir la Verdad de la farsa.

Acuso al reo de perjurio, pues a su juramento ha faltado. Os recuerdo los votos que juró observar el día que recibió los títulos de médico:

"Juro por Dios poniéndolo como testigo, dar cumplimiento en la medida de mis fuerzas y según con mi parecer a este juramento y compromiso: tener al que me enseñó este arte en igual estima que a mis progenitores, compartir con él mi hacienda y tomar a mi cargo sus necesidades si le hiciere falta; considerar a sus hijos como hermanos míos y enseñarles este arte, si es que tuvieran necesidad de aprenderlo, de forma gratuita y sin contrato; hacerme cargo de la preceptiva, la instrucción oral y todas las demás enseñanzas de mis hijos, de los de mi maestro y de los discípulos que hayan suscrito el compromiso y estén sometidos por juramento a la ley médica, pero a nadie más. Haré uso del régimen dietético para ayuda del enfermo, según mi capacidad y recto entender; del daño y la injusticia le preservaré. No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte. A cualquier casa que entrare acudiré para asistencia del enfermo, fuera de todo agravio intencionado o corrupción, en especial de prácticas sexuales con las personas, ya sean hombres o mujeres, esclavos o libres. Lo que en el tratamiento, o incluso fuera de él, viere u oyere en relación con la vida de los hombres, aquello que jamás deba trascender, lo callaré teniéndolo por secreto. En consecuencia, séame dado, si a este juramento fuere fiel y no lo quebrantare, el gozar de mi vida y de mi arte, siempre celebrado entre todos los hombres. Mas si lo transgredo y cometo perjurio, sea de esto todo lo contrario".

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