J. Ward - Amante Eterno

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Dentro de la Hermandad, Rhage es el vampiro más voraz, el mejor luchador, actuando siempre a través de sus instintos más primarios… y el amante más salvaje -porque en su interior arde una feroz maldición lanzada por la Virgen Escriba. Poseído por este lado oscuro, Rhage teme el momento en que el dragón que lleva dentro sea liberado, convirtiéndole en un peligro para quienes le rodean.
Mary Luce, una mujer que ha conseguido sobrevivir a una vida llena de penurias, es introducida de manera involuntaria al mundo de los vampiros. Ahora, toda su existencia depende de la protección de Rhage. Con una maldición que amenaza su propia vida, Mary no está buscando el amor. Hace mucho tiempo que dejó de creer en los milagros. Pero cuando la intensa atracción animal de Rhage se convierte en algo más emocional, él sabe que debe hacerla suya. Y, mientras los enemigos les pisan los talones, Mary luchará desesperadamente por conseguir una vida eterna junto al hombre al que ama…

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– Yo no estaba en el parque y usted lo sabe.

– ¿Yo lo sabía?

– Por todos los santos…

– Cuide su boca. Y cuídese usted. -Los pálidos ojos del Sr. X se estrecharon como rajas. -Sabe a quien llamaré si tengo que tirar su collar corredizo otra vez. Ahora vuelva a trabajar. Le veré a usted y a los otros primarios con las primeras luces para su registro.

– Pensaba que teníamos el correo electrónico. Dijo O con los dientes apretados.

– Será en persona desde ahora en adelante para usted y su equipo.

Cuando el mini-camión se fue, O miró fijamente hacia la noche, escuchando los sonidos de la construcción. Debería estar hirviendo en cólera. En cambio él estaba solo…cansado.

Dios, no tenía ningún entusiasmo por su trabajo. Y él no podía estar trabajando sobre las chorradas del Sr. X. La emoción había se había ido.

******

Mary echó un vistazo al reloj digital: 1:56. Aún faltaban horas y horas para el alba y el sueño era inadmisible. Todo lo que ella imaginó cuando cerró los ojos eran aquellas armas que colgaban del cuerpo de Rhage.

Ella rodó sobre sí misma. La idea de no volverlo a ver era inquietante, rechazó examinar los sentimientos demasiado estrechamente. Sólo los aceptaba, los llevaba mal y esperaba algún alivio.

Dios, deseaba poder volver al momento antes de que se marchara. Lo habría abrazado con fuerza. Y dándole una estirada conferencia sobre la permanencia de la seguridad aun cuando ella no supiera nada sobre la lucha y él lo era, esperanzadoramente, un maestro en ello. Ella sólo quería su seguridad…

De repente se abrió la puerta. Cuando se abrió de golpe, el rubio cabello de Rhage brilló con la luz del pasillo.

Mary salió disparada de la cama, cruzando la habitación en una carrera mortal y se lanzó sobre él.

– Whoa, qué…-Sus brazos la abrazaron y la recogieron, manteniéndola con él cuando atravesó la puerta y la cerró. Cuando la liberó, ella se deslizó por su cuerpo. -¿Estás bien?

Cuando sus pies se posaron sobre el suelo, ella volvió a la realidad.

– ¿Mary?

– Ah, sí…sí, estoy bien. -Dio un paso hacia un lado. Mirando a su alrededor. Ruborizada como un infierno. -Sólo…sí, solo voy a volver a la cama ahora.

– Mantente firme, mujer. -Rhage se quitó la chaqueta, la pistolera del pecho y el cinturón. -Vuelve aquí. Me gusta el modo en que me das la bienvenida a casa.

El abrió sus amplios brazos y ella entró en ellos, abrazándolo con fuerza, sintiendo como respiraba. Su cuerpo estaba muy caliente y olía maravillosamente, como al aire y el sudor limpio.

– No esperaba que estuvieras levantada. -Murmuró él, acariciando arriba y abajo su espalda.

– No podía dormir.

– Te lo dije, aquí estás a salvo, Mary. -Sus dedos encontraron la base de su cuello y lo masajearon con fuerza. -Maldición, estás tensa. ¿Estás segura de que estás bien?

– Estoy bien. De verdad.

Él cesó las fricciones. -¿Alguna vez contestas estás preguntas sinceramente?

– Ya lo he hecho. -Algo.

Su mano volvió a acariciarla. -¿Me prometerás una cosa?

– ¿Qué?

– ¿Me avisarás cuando no te encuentres bien?- Su voz fue provocadora. -Digo, sé que eres fuerte, por lo que no malgastaré mi aliento por ello o cualquier otra cosa. No tendrás que preocuparte de matarme por esto.

Ella se rió. -Te lo prometo.

Él le levantó la barbilla con un dedo, mirándola gravemente. -Voy a obligarte a cumplirlo. – Entonces él la besó en la mejilla. -Escucha, iba a ir a la cocina y a coger algo de comer. ¿Quieres venir conmigo? La casa está tranquila. Lo otros hermanos aún están fuera.

– Sí. Deja que me cambia.

– Sólo ponte una de mis chaquetas de lana. -Él se acercó al aparador y sacó algo suave, negro y del tamaño de una lona. -Me gusta la idea de que lleves mi ropa.

Cuando la ayudó a ponérselo, su risa fue una expresión muy masculina de satisfacción. Y posesividad.

Y maldita fuera si esto no manifestaba satisfacción en su cara.

Cuando terminaron de comer y habían vuelto a su habitación, Rhage tenía problemas de concentración. El zumbido rugía con toda su fuerza, peor que la última vez. Y él estaba totalmente despierto, su cuerpo tan caliente que parecía que su sangre iba a secar en sus venas.

Cuando Mary se acercó a la cama y se instaló, él se dio una rápida ducha y se preguntó si no debería darle una liberación a su erección antes de acostarse. La maldita cosa estaba dura, tiesa y dolía como una perra y el agua que caía sobre su cuerpo le hacía pensar en las manos de Mary sobre su piel. Se cogió a si mismo y recordó como se había sentido los movimientos de su boca y el placer se sus suaves secretos. Él duró, como, menos de un minuto.

Cuando hubo terminado, el vacío orgasmo sólo lo enervó más. Parecía que su cuerpo sabía que el verdadero asunto estaba en el dormitorio y no tenía ninguna intención de desviarse.

Maldiciendo, saliendo y secándose con la toalla, se dirigió hacia el armario. Agradeciendo por lo detallista que era Fritz, él buscó hasta que encontró-gracias-a-Dios un pijama que nunca antes se lo había puesto antes. Se encogió de hombros y luego se puso la bata que hacía juego por añadidura.

Rhage hizo muecas, parecía que llevaba la mitad del maldito armario. Pero este era el punto.

– ¿Está la habitación demasiado caldeada para ti? -Le preguntó mientras encendía una vela y apagó la lámpara.

– Está perfecto.

Personalmente, pensaba que se encontraba en el trópico. Y la temperatura aumentó cuando se acercó a la cama y se sentó sobre el lado opuesto al de ella.

– Escucha, Mary, en aproximadamente una hora y cuarenta y cinco minutos, escucharás que las persianas se cerrarán durante el día. Se deslizan sobre las ventanas hacia abajo. No es que haga mucho ruido, pero no quiero que te asustes.

– Gracias.

Rhage se dejó caer sobre el edredón y cruzó los pies sobre sus tobillos. Todo esto lo irritaba, la habitación caliente, el PJs, la ropa. Ahora sabía como se sentían los regalos, todo rígido como en papeles y cintas: picante.

– ¿Normalmente llevas todo eso cuando te vas a dormir?- Le preguntó ella.

– Absolutamente.

– ¿Entonces por qué aún tienes puesta la etiqueta de la ropa?

– Es que en caso de que quiera otra, sabré cual es.

Él se giró sobre su lado, distanciándose de ella. Rodando sobre sí mismo hasta que se quedó mirando fijamente hacia el techo. Un minuto más tarde, se colocó sobre su estómago.

– Rhage. -Su voz fue adorable en la oscura quietud.

– ¿Qué?

– Duermes desnudo, ¿verdad?

– Ah, normalmente.

– Mira, te puedes quitar la ropa. No va a molestarme.

– No quería que te sintieras…incómoda.

– Me hace estar más incómoda que te arrojes sobre aquel lado de la cama. Parezco una ensalada revuelta en este lado.

Él habría reído en silencio por su razonable tono, pero la bomba caliente que tenía entre las piernas aspiró directamente todo su humor.

Ah, infiernos, si pensaba en el atuendo tenía que ir a guardarlo comprobándolo, estaba fuera de sí. La quería tan duramente que excepto la cota de malla, lo que llevara o no llevara no iba marcar la diferencia.

Manteniéndose de espaldas a ella, se levantó y se desnudó. Con algunas artimañas, logró meterse bajo el edredón sin dirigirle ni una mirada de lo que llevaba entre manos debajo de él. Aquel monstruoso despertar no era para que ella no lo supiera.

Él se mantuvo a distancia de ella, echándose sobre su lado.

– ¿Puedo tocarte? -Le preguntó ella.

Su erección se tensó, como si se ofreciera voluntario para ser “ello”. -¿Tocar qué?

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