Ella suspiró. -Mi madre murió hace aproximadamente cuatro años. Mi padre fue asesinado cuando tenía dos años, estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Él hizo una pasada. -Esto es duro. Perdiste a los dos.
– Sí, así fue.
– Yo también perdía a ambos. Pero al menos fue de vejez. ¿Tienes hermanas? ¿Hermanos?
– No. Sólo éramos mi madre y yo. Y ahora solo yo.
Hubo un largo silencio. -¿Entonces cómo conociste a John?
– John…oh, John Matthew? ¿Bella te habló sobre él?
– Algo por el estilo.
– No lo conozco muy bien. Él entró en mi vida hace poco. Creo que es un niño especial, amable y creo que las cosas no han sido fáciles para él.
– ¿Conoces a sus padres?
– Él me dijo que no tiene a ninguno.
– ¿Sabes dónde vive?
– Conozco la zona de la ciudad. No es muy buena.
– ¿Quieres salvarlo, Mary?
Qué pregunta tan extraña, pensó ella.
– No creo que necesite que lo salven, pero me gustaría ser su amiga. Sinceramente, apenas lo conozco. Él sólo apareció una noche en mi casa.
Hal asintió, como si ella le hubiera dado la respuesta que el quería.
– ¿Cuándo conociste a Bella? -preguntó ella.
– ¿Te gusta tu ensalada?
Ella miró su plato. -No tengo hambre.
– ¿Estás segura sobre ello?
– Sí.
En cuanto terminó su hamburguesa y la comida frita, él pasó sobre el menú para coger la sal y la pimienta.
– ¿Te gustaría más un postre? -Preguntó él.
– No esta noche.
– Deberías comer más.
– Almorcé mucho.
– No, no lo hiciste.
Mary cruzó los brazos sobre su pecho. – ¿Cómo lo sabes?
– Puedo sentir tu hambre.
Ella dejó de respirar. Dios, aquellos ojos brillaban otra vez. Tan azules, un color infinito, como el mar. Un océano dónde nadar. Ahogarse. Morir.
– ¿Cómo sabes que estoy…hambrienta? -Dijo, sintiendo como si el mundo se escapara.
Su voz cayó hasta que fue casi un ronroneo. -¿Tengo razón, verdad? ¿Entonces por qué te importa esto ahora?
Afortunadamente, la camarera volvió para recoger los platos y rompió el momento. Cuando Hal pidió una manzana crujiente, una especie de brownie y una taza de café, Mary sintió como si regresara al planeta.
– ¿Cuál es tu profesión?-Preguntó ella.
– Esto y aquello.
– ¿Interpretando? ¿Modelando?
Él ser rió. -No. Puedo ser decorativo, pero prefiero ser útil.
– ¿Y cómo de útil?
– Creo que podría decir que soy un soldado.
– ¿Estás con los militares?
– Alguna cosa.
Bien, eso explicaría el aire mortal. La confianza física. Su agudeza visual.
– ¿De qué rama? -Marines, pensó ella. O tal vez un SEAL. Él era fuerza.
La cara de Hal se apretó. -Sólo otro soldado.
Desde algún lugar, una nube de perfume invadió la nariz de Mary. Era la encargada que fue a limpiarles la mesa.
– ¿Está todo bien? -Mientras revisaba a Hal, prácticamente podía oír el chisporroteo de la mujer.
– Bien, gracias. Dijo él.
– Bueno. -Ella resbaló algo sobre la mesa. Una servilleta. Con un número y un nombre.
Cuando la mujer lo miró y paseó la mirada, Mary miró hacia abajo, hacia sus manos. Por el rabillo del ojo, observó su monedero.
Tiempo de marcharse, pensó ella. Por algunas razones no quería mirar a Hal poner aquella servilleta en su bolsillo. Aunque él tuviera el derecho de hacerlo.
– Bien, esto ha sido…interesante. -Dijo ella. Recogió su bolso y arrastró los pies para salir del reservado.
– ¿Por qué te vas? -Su ceño fruncido lo hizo parecer un verdadero militar y alejándolo del atractivo material masculino.
La ansiedad titiló en su pecho. -Estoy cansada. Pero, gracias, Hal. Esto ha sido…Bien, gracias.
Cuando intentó pasar por su lado, él cogió su mano, acariciando el interior de su muñeca con el pulgar.-Quédate mientras me tomo el postre.
Ella miró su perfecta cara y sus amplios hombros. La morena del otro lado del pasillo se puso de pie y lo miró, llevaba una tarjeta de visita en la mano.
Mary, se inclinó hacia él. -Estoy segura de que encontrarás a muchas otras esperándote para tu compañía. De hecho, hay alguien encabezando el camino ahora mismo. Te diría que buena suerte con ella, pero parece algo seguro.
Mary salió disparada hacia la salida. El aire frío y el silencio relativo fueron un alivio después del apretujón de la gente, pero cuando se acercó a su coche, sintió misteriosamente que no estaba sola. Echó un vistazo sobre su hombro.
Hal estaba detrás de ella, aun cuando lo había dejado en el restaurante. Ella se giró, el corazón golpeaba sus costillas.
– ¡Jesús! ¿Qué estás haciendo?
– Camino contigo hasta tu coche.
– Yo…ah. No te molestes.
– Demasiado tarde. Este Civic es tuyo, ¿verdad?
– Cómo lo has hecho…
– Las luces brillaron intermitentemente cuando lo abriste.
Ella se alejó de él, pero cuando dio marcha atrás, Hal avanzó. Cuando chocó contra su coche, levantó sus manos.
– Para.
– No te asustes de mí.
– Entonces no me apretujes.
Ella se dio la vuelta alejándose de él y fue hacia la cerradura. Su mano salió disparada, sujetando la junta entre la ventana y el techo.
Sí, ella iba a ponerse detrás del volante. Cuando él la dejara
– ¿Mary? -Su voz profunda apareció al lado de su cabeza y ella saltó.
Ella sintió su cruda seducción y se imaginó su cuerpo como una jaula cerrada a su alrededor. Con un movimiento traicionero, su miedo cambió hacia algo licencioso y de necesidad.
– Déjame marchar.- Susurró ella.
– Aun no.
Ella lo oyó suspirar, como si la oliera y luego sus oídos se inundaron del sonido rítmico de bombeo, como si ronroneara. Se le aflojó el cuerpo, acalorado, abierto entre sus piernas como si estuviera preparada para aceptarlo en su interior.
Buen Dios, ella tenía que alejarse de él.
Ella le agarró el antebrazo y lo empujó. Pero no consiguió ir a ninguna parte.
– ¿Mary?
– ¿Qué? -Ella chasqueó, resentida por que estaba conectada cuando debería haberse quedado petrificada. Por Dios, él era un extraño, un extraño grande, insistente y ella era una mujer sola sin nadie que la reclamase si no volvía a casa.
– Gracias por no plantarme.
– Por nada. Ahora ¿si me permites?
– En cuanto me dejes que te un beso de buenas noches.
Mary tuvo que abrir la boca para conseguir suficiente aire para sus pulmones.
– ¿Por qué? -Ella le preguntó con voz ronca. ¿Por qué quieres hacerlo?
Sus manos se posaron sobre sus hombros y la giraron. Él destacaba sobre ella, obstruyendo el brillo del restaurante, las luces en el aparcamiento, las estrellas por encima.
– Solo déjame que te bese, Mary.- Sus manos se deslizaron por su garganta y sobre los lados de su cara. -Solo una vez. ¿De acuerdo?
– No, esto no está bien. -Susurró ella cuando inclinó su cabeza hacia atrás.
Sus labios descendieron y su boca tembló. Hacía mucho que la habían besado. Y nunca un hombre como él.
El contacto fue suave, apacible. Inesperado, dado el tamaño de él.
Y como una ráfaga de calor lamió sobre sus pechos y entre sus piernas, ella escuchó un silbido.
Él tropezó hacia atrás y la miró de una forma extraña. Con movimientos desiguales, sus pesados brazos atravesaron su pecho, como si la conservase.
– ¿Hal?
Él no dijo nada, solo estuvo allí, mirándola fijamente. Si no lo conociera mejor, pensaría que lo habían sacudido.
– Hal ¿estás bien?
Él negó con la cabeza una vez.
Entonces se alejó, despareciendo en la oscuridad más allá del aparcamiento.
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