Marc Levy - Las cosas que no nos dijimos

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Con más de 15 millones de ejemplares de sus novelas vendidos en todo el mundo, Marc Levy se ha convertido en un referente indiscutible de la literatura contemporánea. Con su nueva novela, Las cosas que no nos dijimos, Levy va un paso más al lá y arrastra al lector a un universo del que no querrá salir. Cuatro días antes de su boda, Julia recibe una llamada del secretario personal de Anthony Walsh, su padre. Walsh es un brillante hombre de negocios, pero siempre ha sido para Julia un padre ausente, y ahora llevan más de un año sin verse. Como Julia imaginaba, su padre no podrá asistir a la boda. Pero esta vez tiene una excusa incontestable: su padre ha muerto.

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Julia apretó el paso, a Anthony le costaba seguirla. Varias veces gritó su nombre, seguro de haberla perdido, pero siempre terminaba por distinguir su silueta entre la muchedumbre que había invadido la Pa riserplatz.

Lo esperó en la puerta del edificio. Se presentaron juntos en la recepción. Anthony pidió ver a Jürgen Knapp. La recepcionista estaba hablando por teléfono. Puso la llamada en espera y les preguntó si habían concertado una cita.

– No, pero estoy seguro de que estará encantado de recibirnos -afirmó Anthony.

– ¿A quién anuncio? -preguntó la recepcionista, admirando el pañuelo con el que se había recogido el cabello la mujer acodada al mostrador.

– Julia Walsh -contestó ella.

Sentado tras su escritorio en la segunda planta, Jürgen Knapp le pidió a la señorita que le repitiera si era tan amable el nombre que acababa de pronunciar. Le dijo que esperara un momento, ahogó el auricular con la palma de la mano y avanzó hasta la gran luna de cristal que dominaba la planta de abajo.

Desde ahí disfrutaba de una vista que abarcaba todo el vestíbulo y, en especial, la recepción. La mujer que se quitaba el pañuelo para acariciarse el cabello, aunque lo llevara ahora más corto de lo que él recordaba, esa mujer de elegancia natural que caminaba nerviosa de un lado a otro bajo su ventana, era sin lugar a dudas la mujer a la que había conocido hacía dieciocho años.

Volvió a llevarse el auricular al oído.

– Dígale que no estoy, que esta semana estoy de viaje, dígale incluso que no volveré hasta final de mes. Y, se lo ruego, ¡sea creíble!

– Muy bien -dijo la recepcionista, velando por no pronunciar el nombre de su interlocutor-. Tengo una llamada para usted. ¿Se la paso?

– ¿Quién es?

– No me ha dado tiempo a preguntarlo. -Pásemela.

La recepcionista colgó el teléfono e interpretó su papel a la perfección.

– ¿Jürgen? -¿Quién es?

– Tomas, ¿ya no reconoces mi voz?

– Sí, claro, perdóname, estaba distraído.

– ¡Llevo esperando cinco minutos por lo menos, te llamo desde el extranjero! ¿Qué pasa, es que estabas hablando con un ministro para hacerme esperar tanto?

– No, no, lo siento, no era nada importante. Tengo una buena noticia para ti, pensaba anunciártela esta noche: ya me han dado luz verde, te vas a Somalia.

– ¡Fantástico! -exclamó Tomas-. Vuelvo a Berlín y me marcho corriendo para allá.

– No es necesario, quédate en Roma, te saco un billete electrónico y te enviamos por mensajero todos los documentos importantes, los tendrás mañana por la mañana.

– ¿Estás seguro de que no es mejor que pase a verte por la redacción?

– No, hazme caso, ya hemos esperado bastante para tener las autorizaciones, no podemos perder un solo día más. Tu vuelo para África sale del aeropuerto de Fiumicino a última hora de la tarde, te llamo mañana por la mañana con todos los detalles.

– ¿Estás bien? -quiso saber Tomas-. Tienes una voz muy rara…

– Todo va muy bien. Ya me conoces, es sólo que me hubiera gustado estar contigo para celebrar tu marcha.

– No sé cómo darte las gracias, Jürgen; ¡me traeré de Somalia un premio Pulitzer para mí y un ascenso a director de la redacción de la sección internacional para ti!

Tomas colgó el teléfono. Knapp miró a Julia y al hombre que la acompañaba cruzar el vestíbulo y salir del recinto del periódico.

Volvió a su escritorio y colgó a su vez el teléfono.

17

Tomas se reunió con Marina, que lo esperaba sentada en lo alto de la gran escalinata de la piazza di Spagna, atestada de gente.

– ¿Qué, has hablado con él? -le preguntó ella.

– Ven, hay mucha gente aquí, no se puede ni respirar; vamos a mirar escaparates, y si encontramos la tienda donde viste ese pañuelo de colorines, te lo regalo.

Marina se ajustó las gafas de sol y se puso en pie sin añadir palabra.

– ¡Pero que la tienda no estaba por ahí en absoluto! -le gritó Tomas a su amiga, que se alejaba a paso rápido hacia la fuente.

– ¡No, voy en dirección contraria incluso, y de todas maneras no quiero tu pañuelo!

Tomas corrió tras ella y la alcanzó al pie de la escalinata.

– ¡Pero si ayer te morías por tenerlo!

– ¡Ayer era ayer, y hoy ya no lo quiero! Así son las mujeres, cambian de opinión de la noche a la mañana, y vosotros los hombres sois unos imbéciles.

– Pero ¿qué pasa? -quiso saber Tomas.

– Pues lo que pasa es que si de verdad querías hacerme un regalo, tenías que elegirlo tú, envolverlo en un paquete bonito y esconderlo como una sorpresa, porque habría sido una sorpresa. A eso se le llama ser detallista, Tomas, es un rasgo poco frecuente y difícil de encontrar en un hombre que a las mujeres les gusta mucho. Y si con esto te intranquilizo, tampoco vayas a pensar que con detalles de ese tipo os vamos a saltar al cuello y a daros el «sí, quiero».

– Lo siento mucho, yo pensaba que te gustaría.

– Pues ya ves que no, más bien al contrario. No quiero que me den un regalo a cambio de mi perdón.

– ¡Pero si yo no quiero que me perdones por nada!

– ¿Ah, no? ¡Mira cómo te crece la nariz, pareces Pinocho! Anda, vamos mejor a celebrar tu marcha en lugar de pelearnos. Porque es lo que te ha anunciado Knapp al teléfono, ¿verdad? Ya puedes ir encontrando un buen sitio para invitarme a cenar esta noche.

Y Marina echó a andar de nuevo sin esperar a Tomas.

Julia abrió la portezuela del taxi, y Anthony avanzó hacia la puerta giratoria del hotel.

– Seguro que hay una solución. Tu Tomas no ha podido desvanecerse en el aire. Tiene que estar en alguna parte, y nosotros lo encontraremos, es sólo cuestión de tener paciencia.

– ¿En veinticuatro horas? Sólo nos queda mañana, cogemos el avión de vuelta el sábado. ¿O es que se te ha olvidado?

– Soy yo quien tiene los días contados, Julia, tú tienes toda la vida por delante. Si quieres llegar hasta el final de esta aventura, volverás a Berlín; sola, pero volverás. Al menos este viaje nos habrá reconciliado a los dos con esta ciudad. Que no es poco.

– ¿Por eso me has arrastrado hasta aquí? ¿Para tranquilizar tu conciencia?

– Eres libre de verlo así si quieres. No puedo obligarte a perdonarme por lo que quizá volviera a hacer si me hallara de nuevo en las mismas circunstancias. Pero no nos peleemos, por una vez hagamos ambos un esfuerzo. En un día puede suceder de todo, nunca es tarde, créeme.

Julia apartó la mirada. Su mano rozaba la de Anthony; éste vaciló un instante, pero renunció, cruzó el vestíbulo y se detuvo ante los ascensores.

– Temo no poder hacerte compañía esta noche -le declaró-. No te enfades conmigo, estoy cansado. Lo más juicioso sería no malgastar mi batería, la necesitaré mañana; nunca hubiera imaginado que se pudiera decir esta frase en sentido literal.

– Ve a descansar. Yo también estoy agotada, cenaré en mi habitación. Nos vemos mañana para el desayuno, lo tomaré contigo si quieres.

– Muy bien -dijo Anthony sonriendo.

El ascensor los condujo hacia sus respectivas plantas, y Julia se apeó la primera. Cuando las puertas se cerraron, se despidió de su padre con la mano y permaneció en el rellano, mirando los numeritos rojos que desfilaban por la pantalla encima de su cabeza.

De regreso en su habitación, se preparó un baño bien caliente, vertió en el agua el contenido de dos frasquitos de aceites esenciales que adornaban el borde de la bañera y volvió sobre sus pasos para encargarle al servicio de habitaciones un cuenco de cereales y un plato de fruta variada. Aprovechó para encender el televisor de plasma que colgaba de la pared, justo enfrente de la cama, donde dejó su bolso y sus cosas antes de volver al cuarto de baño.

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