Boris Vian - Vercoquin y el plancton

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Vercoquin empieza con una surprise-party y termina con otra, por eso en la parte central se recorren hasta el mareo las estupideces y repeticiones de las oficinas del C.N.U. (Consortium Nacional de la Unificación) Nada menos parecido sin embargo a la mala costumbre de la autobiografía. El lenguaje burbujea con la velocidad del chisteo la genialidad. Se demuestra además que Vian fue el Otro Lado del existencialismo: si bien conversaba en los cafés con Sartre, entre el Ser y la Nada, no elegía nada.

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– Comprendido, señor -dijo Vidal.

– ¿Comprende el interés -continuó Miqueut- de anotar día por día las conversaciones telefónicas y la rendición de cuentas de todas las visitas que pueden inducirlo a recibir, con un breve resumen de los principales puntos discutidos? Esto le muestra todas las ventajas que se pueden sacar.

– Sí, señor -dijo Vidal.

– Así, ve, es extremadamente útil registrar todo y conservar todo, después de una visita como ésa, las ideas interesantes que se pueden recoger en el curso de la conversación, y armar un pequeño legajo personal del que me dará una copia, por supuesto, de manera que yo esté al corriente de todo lo que pasa en el servicio cuando no estoy, y, en suma, eh… es muy útil.

– ¿A qué altura de sus cosas está, aparte de esto? -prosiguió Miqueut.

– He preparado unos quince proyectos de Nothons que le someteré cuando usted tenga un minuto… -dijo Vidal-. Tengo también algunas cartas no muy urgentes.

– ¡Ah, sí! Y bien, luego, si usted quiere, hablaremos más largamente.

– Usted me llamará, señor -sugirió Vidal.

– Eso es, mi fiel Vidal. Tome, haga circular estos diarios… y envíeme a Levadoux.

Este último, advertido por su espía de la presencia de Miqueut en el sector, subía en ese momento la escalera y llegó a su puesto en el mismo instante en que Vidal abría la puerta.

Miqueut lo recibió con efusión, pero en ese momento, un golpe de teléfono lo llamó con urgencia al tercero, pues el Ingeniero principal Toucheboeuf necesitaba un cuarto para la malilla unificada (siguiendo las reglas del bridge) que se jugaba todas las mañanas en el escritorio del Director general y en la que la apuesta era una serie de proyectos de Nothons cuya atribución se disputaban.

Levadoux volvió a su escritorio, con aire furioso. Vidal le interceptó el paso.

– ¿Qué es lo que no anda, viejo? -le preguntó.

– ¡Me fastidia! -respondió Levadoux-. Por una vez que me encontró se las toma justo cuando íbamos a empezar.

– ¡Verdaderamente es un pesado! -aprobó Emmanuel, que al escuchar irse a Miqueut, llegaba por casualidad.

– Sí, nos fastidia -concluyó con energía Victor, cuyos labios puros no hubieran podido pese a esa energía eyacular una palabra más indecente-. Pero, en el fondo, es muy agradable ser molestado. Es mucho menos fatigoso que fastidiarse solo.

– ¡Usted es un sucio capitalista! -dijo Vidal-. Pero ya le llegará el turno.

René Vidal y Victor Léger salían de la misma escuela y aprovechan eso frecuentemente para cambiar algunas palabritas amables.

Se separaron porque entraban unas secretarias en el escritorio de Miqueut para clasificar y por prudencia había que desconfiar de las charlatanas.

Levadoux consultó su anotador y constató que, según todas las probabilidades, Miqueut no volvería antes de una hora, y desapareció.

Cinco minutos después, su jefe, que volvió como una tromba por una interrupción inopinada de la malilla, entreabrió la puerta de Vidal.

– ¿Levadoux no está? -preguntó con una sonrisa uterina.

– Acaba de salir de su escritorio, señor. Creo que fue a la calle Treinta y Nueve de Julio.

Es un anexo del C.N.U.

– ¡Es enojoso! -dijo Miqueut.

En verdad, era mucho más enojoso porque era completamente falso.

– Envíemelo cuando esté aquí -concluyó Miqueut.

– Comprendido, señor -dijo Vidal.

Capítulo X

El diecinueve de marzo cayó, como por azar, un lunes.

A las nueve menos cuarto, Miqueut reunió a los seis adjuntos a su alrededor, para el consejo hebdomadario.

Cuando estuvieron instalados, formando un semicírculo atento, cada uno con un lápiz o una lapicera en la mano derecha, y sobre la rodilla izquierda, una hoja virgen destinada a almacenar por escrito el fruto del prolífico trabajo cerebral de Miqueut, éste carraspeó desde el fondo de su garganta para aclararse la voz y comenzó en estos términos:

– ¡Y bien!, eh… Hoy quisiera hablarles de una cosa importante… de la cuestión del teléfono. Saben que sólo tenemos algunas líneas a nuestra disposición… por supuesto, cuando el C.N.U. se agrande, cuando seamos suficientemente conocidos y ocupemos un lugar de acuerdo a nuestra importancia, por ejemplo una circunscripción de París, lo que está previsto para cuando nuestras finanzas estén mejor… lo que espero llegará un buen día… eh… cuando eso esté, cuando… habiéndose dado en suma, el interés de nuestra acción… no es cierto, en suma, no es cierto, en suma, les recomiendo utilizar el teléfono sólo con la mayor discreción y, en particular, en sus conversaciones personales… Fíjense bien, por otra parte, que les digo esto en general… En nuestro servicio no exageramos, pero se ha citado el caso de un ingeniero, en otro departamento, que recibió en un año dos comunicaciones personales… y bien, en suma, es exagerado. Telefoneen sólo si es estrictamente necesario, y el menor tiempo posible. Comprenden que cuando nos telefonean del exterior, los organismos oficiales particularmente, y aquellos en particular con los que tenemos interés en congraciarnos y que, en suma, no haya línea, ¡y bien! eso causa mal efecto… y en particular si se trata del comisario Requin. También quisiera atraer vuestra atención sobre… el… en fin… el interés actual es que no se abuse del teléfono, salvo, por supuesto, para los casos urgentes y para aquellos en los cuales es indispensable utilizarlo… Por otra parte, ustedes no ignoran que si una comunicación telefónica es menos cara que una carta ordinaria, se transforma en más cara cuando excede cierta duración y, finalmente, un golpe de teléfono termina por afectar el presupuesto del C.N.U.

– Se podría -propuso Adolphe Troude- utilizar neumáticos para desinflar las líneas.

– Ni piense en eso -protestó Miqueut-, un neumático cuesta tres francos; no, mire, es imposible. En suma, lo que se necesita, les recuerdo, es poner mucha atención.

– Y además -insistió Troude- los teléfonos andan muy mal y es envenenante cuando se descomponen. Hay algunos que habría que cambiarlos, o arreglarlos, al menos.

– En principio -dijo Miqueut-, no le digo que sea un error, pero se dan cuenta de los gastos que ocasionaría, habiéndose dado, no es cierto… en suma, lo más simple, vea, es reducir lo más posible por una parte la duración y por la otra la frecuencia de las comunicaciones… de manera que, en suma, todo el mundo pueda llegar a eso.

– ¿No ven otra cosa -continuó- con lo cual podamos mantenernos en este mismo problema?

– Está -dijo Emmanuel- el problema de las secretarias…

– ¡Ah, sí! -dijo Miqueut-, a eso iba justamente.

La campanilla del teléfono exterior sonó. Descolgó.

– ¿Hola? -dijo-. Sí, soy yo. ¡Ah! Es usted, señor Presidente… Mis respetos, señor Presidente.

Con un gesto pidió paciencia a sus adjuntos.

El otro, en el extremo del hilo, vocalizaba tan fuerte que se podía agarrar al vuelo una partícula de conversación: "tuve problemas para encontrarlo…".

– ¡Ah!, señor Presidente -exclamó Miqueut-, ¡a quién se lo dice! Vea, nuestro número actual de líneas es totalmente insuficiente para nuestra importancia…

Se detuvo para escuchar.

– Justamente, señor Presidente -recomenzó-, esto ocurre porque el C.N.U. es un organismo que ha crecido muy rápido y su desarrollo exterior, si osara decirlo, no ha seguido… Estamos en plena crisis de crecimiento… ¡Hi! ¡Hi!

Se puso a cloquear como una gallina hermafrodita que hubiera cambiado tres cáscaras de sepia por una cesta de dátiles.

– ¡Hi! ¡Hi! ¡Hi! -repitió, ante una nueva observación de su interlocutor-. Tiene totalmente razón, señor Presidente.

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