Boris Vian - Vercoquin y el plancton

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Vercoquin empieza con una surprise-party y termina con otra, por eso en la parte central se recorren hasta el mareo las estupideces y repeticiones de las oficinas del C.N.U. (Consortium Nacional de la Unificación) Nada menos parecido sin embargo a la mala costumbre de la autobiografía. El lenguaje burbujea con la velocidad del chisteo la genialidad. Se demuestra además que Vian fue el Otro Lado del existencialismo: si bien conversaba en los cafés con Sartre, entre el Ser y la Nada, no elegía nada.

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– Muchachos -agregó volviéndose hacia sus colegas-, excúsenme, tengo una visita.

Era Antioche Tambretambre. Y cinco minutos antes, Miqueut acababa de bajar para la malilla.

Capítulo XVI

Antioche experimentaba una intensa emoción al entrar en el escritorio de Vidal, ante la idea de ver al fin a Miqueut. Durante los tres meses de guerra que habían transcurrido, combatió al lado del Mayor. Habían defendido, ellos solos, durante ocho días, un café en la ruta a Orleans. Parapetados en la bodega, munidos de dos fusiles Gras y de cinco cartuchos de los cuales uno no entraba, mantuvieron su posición gracias a prodigios de coraje y ni un enemigo había llegado hasta ellos. Durante esos ocho días bebieron todas las reservas del bar y no comieron un gramo de pan. No se rendían a ningún precio. Por otra parte, nadie osó atacarlos, lo que les facilitó la victoria, pero no por eso su performance era menos luminosa, y les había valido la Cruz de guerra con honores, [8]que llevaban orgullosamente en bandolera, apantanándose con las palmas.

Antioche y Vidal se estrecharon la mano con efusión, felices de reencontrarse después de esos horribles acontecimientos.

– ¿Estás bien? -dijo Vidal.

– ¿Y tú? -respondió Antioche.

De común acuerdo, se tuteaban.

– ¿Miqueut está? -preguntó Antioche.

– Está informando…

– ¡Que los coyotes le escupan la cara! -bramó Antioche furioso.

– No van a despilfarrar su saliva en eso… -estimó Vidal.

– ¿Puedes volver a pedirle una entrevista? -dijo Antioche.

– Como no -dijo Vidal-. ¿Cuándo?

– La semana próxima, si es posible… ¿o antes? pero no me animo a esperar.

– ¿Quién sabe? -concluyó René Vidal.

Capítulo XVII

Emmanuel había peinado de tal manera a la jirafa esa mañana que el pobre animal había muerto. Mechones de sus pelos estaban tirados un poco por todos lados, y su cadáver, al que habían hecho pasar la cabeza por la ventana para poder circular, yacía bajo el escritorio de Adolphe Troude, donde ya se acumulaban cuatro toneladas de abonos diversos, pues este estimable individuo se dedicaba al cultivo de hortalizas en su jardín de Clamart.

Emmanuel se consoló devorando un costrón de pan y después de haberse tanteado en varios lugares se decidió a golpear la puerta de su jefe que, por azar, se encontraba allí.

– Entre -dijo Miqueut.

– ¿Puedo hablarle un minuto? -dijo Emmanuel.

– Pero… le ruego, señor Pigeon… siéntese, tengo por lo menos cuatro minutos para consagrárselos…

– Quisiera preguntarle -dijo Emmanuel entrando-, si podría tener la autorización de tomar mis vacaciones tres días antes.

– ¿Usted debía salir el cinco de julio? -dijo Miqueut.

– Sí -respondió Emmanuel-, y quisiera salir el dos.

Era una idea que se le había ocurrido porque sí viendo a su jirafa muerta.

– Escuche, señor Pigeon -dijo Emmanuel-, en principio, no es cierto, no pido otra cosa que poder satisfacerlo… pero esta vez, temo que lo que usted me pide sea bastante difícil. No es que… comprende, desee impedirle tomar sus vacaciones antes… pero ahora que la nota del departamento está hecha quisiera saber sus razones… para poder constatar que son válidas… cosa de la que no dudo en absoluto, pero por principio, no es cierto, es mejor decírmelo.

– Escuche, señor -dijo Emmanuel-, son razones personales y me sería difícil darle detalles. Jamás le he ocultado nada sea lo que fuere, pero a mi criterio, esto no tiene ninguna relación con el trabajo y es absolutamente inútil que me pierda en explicaciones que no tienen ningún interés para usted.

– Naturalmente, mi querido Pigeon, no lo dudo, pero comprende, frente a las autoridades de la ocupación, debemos ser muy prudentes. Es necesario que se pueda controlar en todo momento que todo el personal está bien aquí, y usted sabe que una constatación del tipo de la que se podría producir si por ejemplo usted sale como lo ha pedido muchos antes de la fecha normal por razones que son naturalmente… eh… que son… eh, excelentes, pero que… en suma, que no sé… y que… que… en fin, ve usted el inconveniente de no constreñirse a una disciplina severa. Al respecto, no es cierto, es como para las horas de asistencia… fíjese, no digo esto por usted, pero en la vida es necesario ser disciplinado y llegar a horario, es una condición esencial para hacerse respetar por el personal inferior que, si… cuando… en el caso en que… por casualidad, si usted no está en su escritorio, siempre habrá una tendencia a actuar cómodamente y así usted ve que, en suma, para sus vacaciones, es un poco la misma cosa y fíjese bien que no le digo que no, pero le pido que examine el problema a la luz de estas observaciones, y por otra parte, ¿su trabajo está al día?

Hubo un silencio.

Y después durante una hora de péndulo, Emmanuel dijo lo que tenía en el corazón.

Dijo cómo le molestaba ser siempre franco y sólo encontrar gente hipócrita, y que en su empleo anterior había sido lo mismo.

Dijo que mostrar demasiado interés no era su estilo y tampoco lamer los pies…

Dijo que tenía la costumbre de decir lo que pensaba y que si Miqueut creía que no lo hacía del todo no tenía nada más que decirle. Agregó que por otra parte él no haría nada más en ese sentido. Porque ya hacía lo que podía.

Hablaba siempre y Miqueut no contestaba nada.

Y al fin, cuando paró, Miqueut tomó la palabra.

Y dijo:

– En suma, usted no se equivoca, en principio, pero sucede que este año, justamente, yo tomo mis vacaciones un poco anticipadamente, y no estaré de regreso hasta el cinco de julio y, en suma, comprende, me sería difícil dejarlo irse antes de mi llegada porque usted es el único que está al corriente, no es cierto, para sus comisiones, y es necesario que durante mi ausencia, haya alguien al corriente para el problema de los coladores de turrón porque, frente al exterior, si alguien telefonea, es necesario que el servicio pueda responder, no es cierto… vea, en suma…

Y le dedicó una hermosa sonrisa, le pasó la mano por la espalda y lo mandó de vuelta a su escritorio.

Porque él esperaba la visita de Antioche Tambretambre.

Capítulo XVIII

Entonces, Emmanuel volvió a su escritorio. Tomó su saxofón y emitió un si bemol grave de una intensidad sonora de novecientos decibeles.

Después, se detuvo, con la impresión de que su pulmón izquierdo tomaba la forma del número 373.

Se equivocaba en una unidad.

Miqueut abrió la puerta y dijo:

– Comprende, Pigeon, en principio, es necesario evitar, durante las horas de asistencia… eh… en fin, usted ve, en suma… otra cosa… yo quería decirle que me preparara una notita en la cual me indicara con precisión… eh… las reuniones que podría tener antes de mi partida… con la indicación aproximada de la época en que piensa hacerlas, la lista sucinta de las personalidades susceptibles de ser convocadas, la orden del día aproximada… no muchos detalles, por supuesto, un pequeño tópico de doce a quince páginas por reunión me alcanza ampliamente… Entonces, yo quisiera esta nota en… ¿media hora? pongamos… No hay nada para hacer… Necesita cinco minutos para eso… Por supuesto -agregó volviéndose a Adolphe Troude-, lo mismo para usted y Manon…

– Comprendido, señor -dijo Troude.

Pigeon no dijo nada.

Marion dormía.

Miqueut cerró la puerta y volvió a su escritorio.

Antioche esperaba en el escritorio de Vidal desde hacía una hora y cuarto. El Mayor estaba con él.

Al escuchar que Miqueut volvía a sentarse, salieron vivamente al corredor y golpearon a su puerta.

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