Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Las autoridades francesas se vieron desbordadas e improvisaron campos de refugiados en el departamento de los Pirineos orientales. El primero de ellos se instaló en Rieucros, cerca de Mende (Lozère); después hubo más, en las playas de Argeles y Saint-Cyprien, en Arles-sur-Tech…

Albert James escribió alguno de los artículos más sentidos de toda su carrera; guardo algunos de los que publicó en la prensa inglesa.

Durante aquellos días Amelia le sirvió de intérprete, y entrevistaron a decenas de refugiados que les dieron noticia precisa del sufrimiento vivido y de cómo la guerra estaba irremediablemente perdida.

El 5 de febrero por la noche, justo un día después de que las tropas franquistas se hicieran con Gerona, el Gobierno francés so vio de nuevo en la tesitura de permitir que entrara una nueva oleada de personas, en esa ocasión militares a los que previamente se les obligó a dejar las armas.

Fue un milagro que en medio de aquel caos Amelia encontrara a Josep Soler y a su hijo Pablo. Al parecer Albert James y ella estaban hablando con unos refugiados cuando la mujer sintió que alguien le tocaba la espalda. Se volvió y se encontró con Josep agarrado de la mano de Pablo. Para Amelia fue un duro golpe verlos.

– ¡Dios mío, estáis vivos! ¡Cuánto me alegro! ¿Y Lola?

– No ha querido venir, ya la conoces. No ha habido manera de convencerla -explicó Josep.

– Mi madre ha dicho que a ella los fascistas no la van a echar de España -dijo Pablo.

Amelia les apartó del grupo de refugiados. Estaba impresionada por la extrema delgadez de Pablo y por el envejecimiento prematuro de Josep.

– Lo primero que vamos a hacer es comer algo -propuso.

– Eso va a ser difícil, los franceses intentan evitar que nos desperdiguemos -dijo Josep.

Pero Amelia no estaba dispuesta a dejar a Josep y a Pablo abandonados a su suerte. El dinero siempre ha hecho milagros, y aun en medio de aquel caos había refugiados con diferente suerte. Los que llevaban dinero, joyas, objetos de valor o tenían amigos gozaban de alguna posibilidad de poder escapar de aquellos campos. Josep y Pablo carecían de dinero o cualquier objeto de valor, pero habían encontrado en Amelia el mejor salvoconducto para escapar del caos…»

Victor Dupont se sirvió la última copa de vino que quedaba en la botella.

– Creo que por hoy es bastante. Quizá deberíamos llamar a nuestro amigo Pablo Soler para que sea él quién le cuente lo que sucedió a continuación, al fin y al cabo fue uno de los protagonistas de aquel suceso.

– Lo haré en cuanto regrese a España. Menuda sorpresa me ha dado usted al contarme que el profesor Soler volvió a ver a Amelia.

– Sí, claro que sí. Él se lo contará. ¿Le parece bien mañana?

– ¿Mañana?

– Sí, llega temprano a París, de manera que si usted no tiene nada mejor que hacer después del almuerzo podemos reunimos los tres.

Victor Dupont soltó una carcajada ante mi expresión de incredulidad. Le divertía haber podido sorprenderme.

– Pablo y Charlotte vienen de vez en cuando a París, y tenían programada esta visita desde hace tiempo.

– No me ha dicho nada…

– Lo sé, pero tampoco tenía por qué, ¿no le parece?

Tanto daba lo que me pudiera parecer, de manera que, obediente, acepté las instrucciones de Victor Dupont y al día siguiente a las tres de la tarde me reuní con los dos. Bueno, en realidad con los tres, porque cuando llegué a casa de Dupont también estaba Charlotte.

– Yo no les molestaré, tengo planeado ir de compras, de manera que les dejo. Regresaré a las siete, ¿les parece bien? -dijo Charlotte a modo de despedida.

– Bueno, Guillermo, mi amigo Victor me ha puesto al corriente de lo que le ha ido contando.

– La verdad es que voy de sorpresa en sorpresa, profesor -respondí con ironía.

– Es lo que tiene la investigación -respondió sin darse por aludido.

– De manera que usted volvió a ver a mi bisabuela…

– Ya le dije que había vivido en casa de Victor Dupont.

– Sí, es verdad.

– ¿Y cómo cree que llegué allí?

– Supongo que es lo que ahora me va a explicar.

– Así es -respondió el profesor Soler.

Amelia nos instaló en una habitación del hotel donde estaba alojada porque creyó convencer al prefecto de que éramos de su familia y se hacía cargo de nosotros, pero en realidad fue Albert James quien consiguió vencer las resistencias de las autoridades francesas. James era un periodista muy importante, y nadie quería aparecer señalado en uno de sus artículos en la prensa británica o en la estadounidense. Aun así, no estábamos seguros de poder librarnos de ser internados en alguno de los campos.

– Quiero que me cuentes lo que está pasando, si de verdad la guerra está perdida -le pidió Amelia a Josep.

– ¿Crees que estaría aquí si no fuera así? Es inútil seguir luchando, hemos perdido.

– Pero ¿por qué?

– Ellos han tenido más ayuda.

– Pero nosotros hemos contado con las Brigadas Internacionales y con el favor de Moscú -insistió Amelia.

– No te engañes, hemos estado solos. Europa nos ha dado la espalda, Francia y Gran Bretaña han observado de lejos lo que pasaba, pero sin querer comprometerse. Y sí, ha venido gente de todo el mundo a apoyar la República, le han echado valor y sacrificio, pero con eso no bastaba. Franco ha contado con la ayuda de Alemania y de Italia, pero sobre todo con la pasividad de Europa. No sabes lo que ha sido la batalla del Ebro, ahí es donde nos han dado la puntilla. Han muerto miles de los nuestros y también de los suyos, pero han ganado.

– Es un buen estratega -apuntó Albert James.

– ¿Quién? ¿Franco? -Amelia pareció extrañada por esta afirmación de James.

– ¿Sabes, Amelia?, es imposible derrotar al enemigo si no reconoces sus virtudes.

– ¡Virtudes! ¿Cómo puedes decir que Franco tiene virtudes? Es un traidor a la República, ha destrozado España -respondió Amelia enfadada.

– En vista del resultado de la guerra ha demostrado ser un buen estratega militar. Admitir esto no quita que, efectivamente, sea un fascista y una desgracia para España. ¿Te quedas más tranquila si reconozco todo esto?

– No se trata de que lo reconozcas como si me hicieras un favor, se trata de la realidad.

– Yo te explicaré una parte de la realidad que supongo no te va a gustar. Es verdad todo lo que dice Josep, pero hay más problemas, y son las muchas energías que el bando republicano ha gastado combatiendo consigo mismo -sentenció Albert James.

Josep bajó la cabeza. Parecía no querer escuchar lo que estaba diciendo el periodista.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Amelia con acritud.

– Quiero decir que mientras el ejército fascista tenía un claro y único enemigo, en el bando republicano no ha sido así. ¿Me equivoco, Josep, si afirmo que los comunistas habéis gastado muchas energías persiguiendo a las gentes del POUM, y que las peleas entre socialistas, anarquistas y comunistas han sido continuas? ¿Quién mató a Andreu Nin?

– Ha habido problemas, sí -admitió Josep.

– De manera que mientras Franco tenía un único objetivo, que era acabar con la República para establecer un régimen fascista, las izquierdas han combatido contra él y han combatido entre sí. En las guerras civiles sale lo peor de las personas, Amelia.

– Tú no conoces bien mi país. Franco es un traidor, como lo son todos los sublevados.

– Sí, Franco es un traidor, pero eso no quita que yo tenga razón en lo que he dicho -respondió James.

– No hemos perdido la guerra sólo por las diferencias en la izquierda -afirmó Josep.

– Desde luego que no, decir eso sería además de mentira una simpleza. Únicamente he apuntado que quienes habéis defendido la República habéis malgastado energías que os eran muy necesarias, porque enfrente teníais a un enemigo que sólo os combatía a vosotros y además contaba con ayuda de Alemania e Italia -replicó Albert James.

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