Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Las dos mujeres se fundieron en un abrazo interminable. Tengo entendido que Carla estimaba de verdad a Amelia, la tenía por una hija.

– ¡Pero cómo no me has avisado de que estabas en París! No sabes lo preocupada que me has tenido. Gloria y Martin Hertz me dijeron que Pierre y tú ibais a emprender un viaje de un par de meses, pero que no sólo no habíais regresado sino que no sabían nada de vosotros. Déjame que te mire… estás demasiado delgada, niña y… no sé… te veo diferente, ¿dónde está Pierre?

– Está muerto.

– ¿Muerto? No sabía que estaba enfermo… -dijo Carla.

– No lo estaba. Le han matado.

Carla y su marido Vittorio Leonardi se quedaron conmocionados por el anuncio de Amelia. La diva la abrazó como una madre abrazaría a su hija para protegerla.

– ¡Tienes que contármelo todo!

Amelia le presentó a Jean Deuville, que había permanecido en silencio contemplando la escena. Este se sentía impresionado por la amistad entre las dos mujeres. Al fin y al cabo, Carla Alessandrini era un personaje de fama mundial, una de las mujeres más deseadas de su época.

Durante la estancia de Carla en París no hubo día en que no se viera con Amelia. Mis padres y yo fuimos por primera vez a la Opera invitados por la Alessandrini, y para nosotros fue todo mi acontecimiento estar allí, entre aquellos ricos y burgueses que parecían vivir de espaldas a la realidad y que reían y bebían champán como si nada de lo que sucedía en la vida cotidiana les afectase.

Amelia visitaba a Carla en su hotel, o ésta la invitaba a sus almuerzos y cenas con gente distinguida; incluso un día fue Carla quien visitó a Amelia en nuestra casa. Me quedé detrás de la puerta del salón espiándolas, no porque me importara lo que hablaban, sino porque sentía auténtica fascinación por Carla, quien había sustituido a Amelia en mis sueños adolescentes.

– Niña, tienes que decidir qué vas a hacer, y me gustaría que pensaras en la posibilidad de venir con nosotros. No creo que tengas mucho porvenir en Francia, mira cómo se están poniendo las cosas para los extranjeros. He hablado con Vittorio y está de acuerdo conmigo en que lo mejor es que vengas con nosotros.

– Quiero regresar a España, sé que ahora no puedo por la guerra, pero algún día terminará. Necesito saber de mi familia, quiero estar con mi hijo.

– Lo comprendo, pero ¿crees que tu marido lo permitirá?

– No lo sé, pero necesito pedirle perdón y le suplicaré que me deje ver a Javier. No podrá negarse, es mi hijo.

Carla se quedó en silencio. Se le antojaba difícil que el marido español fuera a perdonar a su mujer después de haber huido ésta con su amante. Pero no quiso romper las esperanzas de Amelia, a la que sabía especialmente frágil después de la pesadilla vivida en Moscú.

– Entiendo que quieras regresar a España; pero, como tú misma dices, ahora no es posible, de manera que podrías estar con nosotros y, cuando llegue el momento, te ayudaremos a regresar a Madrid.

– Vittorio y tú sois muy generosos conmigo, pero aquí tengo un trabajo que me ayuda a mantenerme, y no sé qué podría hacer si os acompaño.

– Nada, no tienes que hacer nada excepto estar con nosotros. No necesitas trabajar, sólo acompañarnos.

Pero Amelia era orgullosa y por nada del mundo hubiera aceptado depender de alguien y no ganarse su pan. Buscó el modo de decirlo sin ofender a Carla.

– No me sentiría bien viendo cómo vosotros trabajáis y yo estoy sin hacer nada.

– Bueno, entonces puedes hacer de secretaria de Vittorio.

– ¡Pero si no necesita otra secretaria!

Estuvieron hablando un buen rato y Carla le hizo prometer que la tendría en cuenta en caso de dificultad.

Además de en el ánimo de Amelia, cuando la Alessandrini se marchó de París dejó un gran vacío en todos nosotros.

Un día Amelia regresó llorando a casa. Mi madre intentó consolarla.

– Yo… yo… tenía una tía abuela viviendo en París, la tía Lily. Hoy me he atrevido a acercarme a su casa con la esperanza de que me recibiera y me diera noticias de mi familia, pero el portero me ha dicho que murió hace unos meses.

Ansiaba saber de su familia, y le contaba a mi madre que rezaba para que la perdonaran.

Echaba de menos a sus padres, a su hijo, a sus primos, incluso a su marido.

– ¡He sido tan mala con él! Santiago no se merecía lo que le hice -se lamentó.

El 7 de noviembre sufrió un atentado el secretario de la embajada de Alemania en París, Ernst von Rath. Dos días más tarde tuvo lugar en Alemania la tristemente famosa Noche de los Cristales Rotos. Más de 30.000 judíos fueron arrestados, se destruyeron 191 sinagogas, fueron saqueados más de 7.500 comercios… Albert James solía decir que lo peor estaba por llegar y tenía razón. Los gobiernos europeos no querían asumir que tenían enfrente a un monstruo, y le dejaron hacer…

Parecía que aquellos días de finales de 1938 todo se venía abajo. En diciembre Franco comenzó una gran ofensiva militar contra Cataluña que prácticamente decidiría el fin de la guerra y el triunfo de los fascistas.

Poco antes de Navidad, Albert James se marchó a Irlanda. Aunque él era norteamericano sus padres eran irlandeses, y visitaban con frecuencia su país, donde tenían muchos familiares. Los padres de James habían viajado hasta Dublín y él no dudó en pasar con ellos las fiestas navideñas. No sé si mi querido amigo Pablo Soler se lo ha explicado, pero Albert James pertenecía a una familia acomodada y entre sus antepasados contaba con militares ilustres. El abuelo de James sirvió en la corte de la reina Victoria. En aquella época algunos otros miembros de su familia también ocupaban puestos de responsabilidad en el Gobierno británico, creo que un primo hermano de su madre ocupaba un alto cargo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, y un tío por parte de su padre estaba en el Almirantazgo.

El viaje de Albert James avivó aún más la nostalgia de Amelia y el día de Navidad mis padres, Danielle y André Dupont, invitaron a Jean Deuville a compartir el almuerzo con nosotros para intentar levantar el ánimo de la joven.

Hablaron, como es natural, de España. Negrín aún creía que era posible resistir. Pero no podía, era puro voluntarismo. Además, a Inglaterra y Francia lo único que parecía importarles era contemporizar con Hitler, y éste y Mussolini eran los principales apoyos de Franco en el exterior.

El día 26 de enero de 1939 Barcelona cayó en manos de las tropas de Franco, pero desde días antes se había organizado un éxodo masivo hacia Francia. El Gobierno francés intentó evitar que cientos de miles de refugiados españoles pasaran la frontera, pero se vio sobrepasado por los acontecimientos y tuvo que abrirla.

En la prensa de la derecha más reaccionaria se podían leer artículos realmente xenófobos contra los exiliados españoles; le dejaré leer algunos de ellos para que pueda usted tener una idea precisa del ambiente que se vivía en Francia en aquel momento.

Albert James decidió ir a la frontera para hacer un reportaje de la llegada de los exiliados y le pidió a Amelia que le acompañara en calidad de ayudante.

– Cuatro ojos ven más que dos y, además, me ayudarás con el idioma. Yo no hablo bien español y me cuesta entenderlo si me hablan muy deprisa.

Amelia aceptó sin vacilar. Era una oportunidad de acercarse a España e incluso creo que secretamente soñaba con poder encontrar a alguno de los suyos.

Llegaron el 28 de enero y se encontraron con un panorama desolador. Mujeres, niños, ancianos, enfermos, gente de toda condición que huían de los franquistas. Gente desesperada, que se enfrentaban al abismo del exilio sin saber si algún día podrían regresar.

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