Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Amelia se sentía feliz haciendo el equipaje. Por fin Anushka le había anunciado que podía regresar a París con el grupo de Albert James y Jean Deuville y llevarse a Pierre con ellos.

Tía Irina le ayudaba a guardar la ropa en la maleta; la buena mujer le daba consejos sobre cómo tratar al enfermo durante el viaje que iban a emprender.

– Mi hermana Olga nunca me perdonará lo que le han hecho a su hijo -se lamentaba-. Yo no he hecho por él lo que debía…

– Usted y tío Giorgi se han portado muy bien con Pierre y conmigo, no tienen nada que reprocharse, es este maldito sistema…

– Nunca fui una revolucionaria -aseguró la tía Irina-, pero Giorgi sí lo era y, bueno, llegué a creer que tenía razón, que el pueblo viviría mejor, que construirían una sociedad con más libertades, pero ahora hay más miedo que en tiempos del zar. Mijaíl se revuelve cuando lo digo, pero es la verdad.

– Cuídese, tía Irina.

– ¿Crees que mi hijo sería capaz de denunciarme?

– No, no he dicho eso.

– Pero lo piensas, Amelia, sé que lo piensas. No, él no lo hará. Sé que muchos hijos han denunciado a sus padres, pero el mío no lo hará. Mijaíl posee una fe inquebrantable en el comunismo, pero es un buen hijo. No desconfíes de él.

Amelia no quiso contradecir a la mujer. Además, en ese momento lo único que le importaba era cerrar la maleta e ir al hotel Metropol, donde la esperaban Albert James y Jean Deuville. Anushka había prometido que un coche les llevaría al hospital para recoger a Pierre y de allí irían al aeropuerto.

La tía Irina derramó unas cuantas lágrimas al despedirla.

– Cuida a Pierre y dale mi carta a mi hermana Olga.

– Así lo haré, y usted tenga cuidado.

Jean Deuville estaba nervioso, y Albert James no parecía de muy buen humor.

– Si alguien me dice que iba a vivir todo esto le habría dicho que estaba loco -se lamentó Deuville.

Anushka apareció a la hora acordada con un coche grande para, según dijo, acomodar mejor a Pierre. Parecía intranquila y sin ganas de hablar.

Ya en el hospital, Anushka les pidió que esperaran a que ella buscara al director médico para que firmara el alta de Pierre.

Amelia asintió nerviosa. Sabía que en la Unión Soviética la burocracia podía resultar interminable.

Medía hora después apareció Anushka con el médico que atendía a Pierre.

– Acompáñenme, por favor -pidió el médico-. El camarada Comte ha empeorado. Esta madrugada sufrió una crisis cardíaca aguda. Estamos haciendo todo lo posible para salvarle la vida y, desde luego, es imposible que pueda viajar.

Le siguieron nerviosos. Amelia sentía desbocarse los latidos del corazón mientras Jean Deuville y Albert James se miraban sorprendidos.

El médico abrió la puerta de la habitación donde se encontraba Pierre, y vieron a dos enfermeras y a otros dos médicos alrededor de la cama.

– Lo siento, camaradas, el enfermo acaba de sufrir una parada cardíaca -dijo uno de los médicos-, desgraciadamente no hemos podido hacer nada. Ha fallecido.

Amelia se acercó a la cama y les apartó. El rostro de Pierre estaba crispado, como si sus últimos momentos hubieran sido de gran sufrimiento. Comenzó a llorar, al principio sin emitir ningún sonido, luego dejando escapar un grito agudo. Se abrazó al cuerpo inerte de Pierre. El cuerpo de un anciano. El cuerpo de un hombre torturado.

Albert James se acercó a la cama e intentó que Amelia se soltara de Pierre, pero ella no quería hacerlo, necesitaba sentir aquel cuerpo pegado al suyo y murmurarle que nunca jamás volvería a querer a nadie como le había querido a él.

Con ayuda de Jean Deuville, Albert James pudo apartar a Amelia. Los dos hombres estaban impresionados por la escena.

– Lo siento -aseguró el médico.

– ¿Lo siente? Creo que ustedes le han…

Albert James no permitió que Amelia continuara hablando. Sabía que iba a decir lo mismo que sospechaba él: que habían matado a Pierre.

– ¡Por favor, Amelia! Debemos irnos. Ya no podemos hacer nada por Pierre -le dijo con dureza.

– ¡Quiero que le hagan la autopsia! Quiero llevarme su cadáver a París, y que le hagan la autopsia allí para saber de qué ha muerto -gritaba Amelia.

– Amelia, no estás bien, quizá debas quedarte para recuperarte de la pérdida de Pierre -afirmó fríamente Anushka.

Sus palabras sonaron a amenaza.

– Es comprensible que esté así, póngase en su lugar -afirmó Albert James con voz neutra.

– Vamos, Amelia, aquí no tenemos nada que hacer -le dijo Jean Deuville mientras le pasaba el brazo por encima de los hombros.

– Tengan en cuenta que el accidente que sufrió fue terrible -dijo el doctor.

– Sí, lo tenemos en cuenta. Lo milagroso es que haya vivido hasta hoy -respondió Albert James con ironía.

Amelia se negó a despedirse de Anushka, y ésta se comprometió con Jean Deuville y Albert James a encargarse del entierro.

– No olvide que Pierre tiene familia aquí -insistía Anushka- y será enterrado como merece.

Durante un segundo Amelia dudó si debía quedarse para enterrarlo, pero Albert James le insistió en que debía marcharse con ellos.

– Acompáñenos, ya no tiene sentido que continúe aquí. El no habría querido que se quedara.

Ella también rechazó la mano del médico que había atendido a Pierre. Abrazada ajean Deuville no cesaba de repetir «asesinos» en español, idioma que ella creía que ninguno de los presentes conocía.

Salieron del hospital directamente hacia el aeropuerto. Era el 2 de octubre de 1938…»

La profesora Kruvkoski se quedó en silencio. Mirando fijamente a Guillermo.

– Esto es todo lo que le puedo contar.

– Pues me ha dejado usted hecho polvo.

– ¿Cómo dice?

– Que estoy muy impresionado. Los crímenes del estalinismo ponen los pelos de punta. Debió de ser una época terrible.

– Lo era, el sistema funcionaba a través del terror, así lograron dominar a todo el país. Sí, fue terrible, murieron millones de inocentes, a los que Stalin mandó asesinar.

– Dígame, ¿cómo puede usted saber con tanta precisión lo que sucedió? Lo digo porque no debe ser fácil averiguar lo que pasaba en la Lubianka.

– Algunos documentos y archivos han sido abiertos para los investigadores.

– Resulta increíble que no se rebelaran ustedes contra Stalin, y sobre todo que hoy en día haya gente que le añore.

– Pregúntele a sus padres por qué no se rebelaron contra Franco -respondió malhumorada la profesora.

El silencio se volvió a instalar entre ellos. Después la profesora Kruvkoski suspiró, y pareció relajarse.

– Es difícil que ustedes entiendan lo que pasó. En cuanto a lo de añorar a Stalin… No, no se equivoque, el pueblo ruso no tiene nostalgia de él, lo que no soporta es no ser una potencia, no tener el respeto de los demás países. La Unión Soviética fue una gran potencia, temida por todos, y eso era un motivo de orgullo para los rusos. La caída del Muro de Berlín nos dejó desconcertados. Éramos pobres, habíamos dejado de ser una potencia, todo se derrumbaba a nuestro alrededor… Occidente nos creía vencidos y los rusos se sentían humillados.

– Reconocerá que es mejor la democracia que la dictadura.

– Naturalmente, joven, eso está fuera de toda duda, pero los rusos somos orgullosos y no soportamos que se nos menosprecie. Occidente se ha equivocado con Rusia.

– Ustedes son parte de Europa.

– Ése es el error. Somos parte de Europa pero no del todo. Rusia es por sí sola un continente, con sus propias peculiaridades. Por eso ustedes no entienden que Putin tenga tanto predicamento aquí, y la respuesta es porque ha devuelto a los rusos el orgullo. En fin, no voy a darle ahora una lección de geopolítica ni a explicarle cómo somos los rusos.

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