Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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– Pierre está vivo y está bien -anunció.

Tía Irina y Amelia preguntaron al unísono dónde estaba y cuándo le podrían ver.

– Tranquilas, tranquilas. Veréis, para nosotros ha sido muy doloroso ocultaros lo sucedido -dijo mientras cogía la mano de Mijaíl-, puesto que llegamos a pensar que no se recuperaría.

– ¡Pero qué ha pasado! -gritó tía Irina.

– Pierre sufrió un gravísimo accidente, en el que casi pierde la vida. Lo peor es que ha sufrido amnesia hasta hace poco, y ha estado perdido; bueno no del todo, se encontraba en un hospital pero al no poder decir quién era…

– ¿Un accidente? ¿Dónde? -preguntó Amelia sabiendo que mentía.

– Mi querida Amelia, lo que voy a decir va ser especialmente duro para ti pero… Bueno, es mi obligación hacerlo. No creas que Mijaíl y yo no intentamos saber dónde estaba Pierre, pero es que lo que averiguamos, en fin, no era demasiado halagüeño para ti. Pierre tenía otra amante; una noche salieron juntos, iban en el coche de ella en dirección a su dacha, en las afueras de Moscú. Pierre pensaba telefonear excusándose diciendo que tenía mucho trabajo y llegaría tarde, pero desgraciadamente sufrieron un accidente. Al parecer, había obras en la carretera y una grúa se desplomó sobre el coche de la amiga de Pierre. Ella murió en el acto y él… Bueno, sufrió heridas considerables y además perdió la memoria. Durante este tiempo ha estado en un hospital y te aseguro que es un milagro que se encuentre vivo, aunque su estado… En fin, te puedes imaginar…

– No, no puedo, y quiero verle. -El tono de voz de Amelia era frío como el hielo. Le hubiese gustado llamar mentirosa a Anushka y sobre todo abofetearla, pero sabía que debía contenerse, que tenía que aceptar el papel de la amante humillada.

– Ya te digo que su estado es terrible, puede que ni te reconozca -afirmó Anushka.

– Quiero verle -insistió la joven española.

– De acuerdo, mañana te acompañaremos al hospital -asintió Anushka.

– Amelia, debes perdonarnos por no haberte dicho lo de la amante de Pierre, pero no queríamos ofenderte y aumentar tu sufrimiento por su desaparición -dijo Mijaíl, mirándola con pena.

– ¡Pero yo no creo que Pierre tuviera una amante! -afirmó tía Irina-. ¡Eso es imposible! Sé lo mucho que dependía de Amelia. Tiene que haber otra explicación.

– No, madre, no la hay. Lo peor es que la mujer que lo acompañaba era… Da vergüenza saber que todavía hoy en la Unión Soviética hay prostitutas. Nadie reclamó el cuerpo de la mujer, al parecer no tenía parientes, y como Pierre no sabía decir quién era…

– ¿Y cómo le han encontrado? ¿Cómo saben que es Pierre? -insistió tía Irina.

– Claro que es él. Mañana iremos todos a verle. No te preocupes por el trabajo, Amelia, ya he dicho que llegarás más tarde y, dadas las circunstancias, lo han comprendido. Además, mañana llevarán a nuestros invitados a recorrer algunas fábricas modelo.

Anushka y Mijaíl a duras penas podían responder a las innumerables preguntas de tía Irina. El tío Giorgi casi no pronunció una palabra. Había comprendido que, por alguna causa que se le escapaba, alguien había decidido hacer reaparecer a Pierre y no se atrevía a preguntar dónde había estado ni qué había sido de él. Se fueron a dormir pronto. Anushka alegó que le dolía la cabeza y Mijaíl que estaba cansado. En realidad no soportaban las preguntas de Irina, ni su charla interminable.

Amelia no pudo dormir en toda la noche. Daba vueltas sobre el colchón imaginando el día siguiente. ¡Cómo habían podido inventar que Pierre había sufrido un accidente!, se decía a sí misma, al tiempo que sentía alivio al saberle vivo.

El médico les acompañó a través de un largo pasillo y se detuvo ante una habitación. Abrió la puerta y les invitó a entrar. Antes les había aleccionado sobre cómo debían comportarse con el enfermo. Nada de hacerle preguntas. Pierre estaba recuperando la memoria y su estado mental era de absoluta confusión.

Al principio no lo reconocieron. Amelia se adelantó hacia la cama pensando que les habían engañado, llevándolos ante un hombre que no era Pierre. Pero era él, solamente que parecía un anciano. Apenas le quedaban cabellos en la cabeza, y los pocos que conservaba eran completamente blancos. Le faltaban dedos en las manos y una parte del cuerpo parecía paralizada. Una venda le cubría el hueco que un día había ocupado su ojo derecho.

Amelia rompió a llorar, y tía Irina tampoco pudo contener las lágrimas. Incluso Mijaíl pareció impresionado por el aspecto de Pierre.

– Es un milagro que haya podido sobrevivir al accidente -afirmó el médico-. Menos mal que no se acuerda de lo que le sucedió.

– ¿No se acuerda de nada? -preguntó tía Irina.

– No, no lo recuerda. Además, le estamos tratando para que supere los pensamientos negativos.

– ¿Tratando? ¿Qué le están haciendo? -preguntó Amelia, alarmada.

– Intentamos aliviar su sufrimiento, nada más. -Al médico le parecía improcedente la pregunta de Amelia.

Ella cogió una de las manos de Pierre y le acarició la mejilla. Él abrió el ojo izquierdo y la miró, pero su mirada estaba vacía, parecía no reconocerla.

– Pierre, soy yo, Amelia -susurró ella a su oído sin que él respondiera.

– No la reconoce -afirmó el médico, intentando apartar a Amelia del lado del francés.

Pero ella sintió que los tres dedos que le quedaban en aquella mano se aferraban a la suya. Le volvió a contemplar pero la mirada de su ojo continuaba perdida.

– No importa que no me reconozca, sé que le gusta sentirme cerca.

– No debemos cansarle -insistió el médico.

– Vamos, Amelia, ya lo has visto, puedes estar tranquila, aquí le están cuidando -dijo Anushka, mientras la agarraba del brazo.

– Quiero estar a solas con Pierre. -Amelia no lo estaba pidiendo, sino que daba por hecho que nadie le podría impedir quedarse junto a él.

– Eso es imposible -aseguró el médico.

– No, no lo es. Pierre ha sufrido muchísimo, sé que no me reconoce, pero estoy segura de que le vendrá bien sentir una mano amiga.

Anushka miró al médico. Ambos salieron de la habitación y ella regresó unos minutos después.

– He convencido al doctor para que te deje quedarte un rato, pero debes comprender que Pierre necesita descansar. Prométeme que no le forzarás a hablar.

– No haré nada que pueda perjudicarle.

Tía Irina besó suavemente a Pierre, el tío Giorgi parecía no atreverse a tocarle. Mientras salían de la habitación, Anushka le anunció que volvería a buscarla en unos minutos.

Amelia acariciaba la cabeza de Pierre y creía ver dibujarse una leve sonrisa en sus labios. De vez en cuando abría el ojo izquierdo, pero no la buscaba con la mirada, sino que parecía perderse en el blanco de la pared que tenía enfrente.

– He sufrido mucho por tu ausencia, aunque viéndote sé que mi sufrimiento ha sido una nimiedad con lo que has debido pasar… ¡Dios mío, qué te han hecho! Te sacaré de aquí, volveremos a París, allí te recuperarás, ya verás, confía en mí -le decía en voz muy baja, temiendo que alguien la pudiera escuchar.

De vez en cuando una enfermera entraba en la habitación y se acercaba a la cama mirando con desconfianza a Amelia, como si el estado en que se encontraba Pierre fuera culpa de ella.

Más tarde, Anushka regresó a la habitación acompañada del doctor.

– Amelia, querida, debemos regresar al trabajo. Esta noche podrás visitar de nuevo a Pierre.

Le besó en los labios y los sintió fríos como si fueran los de un cadáver.

– No te preocupes, volveré -le dijo pero él no parecía escucharla.

Salieron al pasillo y Anushka le anunció que el doctor quería hablar con ellas. Fueron hasta su despacho. Éste las invitó a sentarse y luego miró a Amelia con desconfianza.

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