Julia Navarro - Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos.
Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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Amelia asintió a cuanto le decía el hombre, mientras ocultaba el asombro que le producía enterarse de que Anushka era una persona relevante del Ministerio de Cultura. La tenía por una actriz de total confianza del partido y poco más, pero la realidad es que Anushka era una desconocida para ella. Además, nunca hubiese imaginado que hablara a favor suyo. ¿Por qué lo habría hecho?

Cuando llegó al apartamento le contó a tía Irina el encargo recibido por mediación de Anushka.

– Es una persona muy especial. Yo tampoco sé muy bien lo que hace. Creo que antes era actriz, pero ahora es directora de teatro o algo así. Me parece que trabaja en un departamento que se encarga de decidir las obras que podemos ver. Me alegro de que haya hablado en tu favor, si lo ha hecho se ha comprometido por ti.

Amelia pensó que a lo mejor Anushka no era tan mala persona como ella creía, aunque no lograba quitarse el sentimiento de desconfianza.

Aquella noche Mijaíl y Anushka parecían animados, incluso contentos. Amelia le agradeció a ella que hubiera hablado a su favor, pero la joven le quitó importancia a su gestión.

– El congreso es muy importante, queremos que los intelectuales se lleven la mejor imagen de la Unión Soviética. Necesitamos gente con la que puedan sentirse cómodos, que les hablen en su idioma. Tú lo harás bien. Mañana en el despacho te daré los detalles, no me gusta hablar de trabajo en casa.

A mediados de septiembre, Amelia se encontraba junto a otro grupo de funcionarios aguardando en el aeropuerto la llegada de los vuelos que traían a los invitados al congreso. Estaba nerviosa, anhelaba encontrarse con aquellos desconocidos que para ella suponían una puerta abierta hacia el mundo que había abandonado pero al que ansiaba regresar.

El congreso se inauguró el 20 de septiembre con asistencia de algunos ministros y varios miembros del Comité Central. Estaba previsto que durante quince días los intelectuales europeos y rusos debatieran sobre música, arte, teatro, etcétera.

Los invitados extranjeros acudirían a representaciones de teatro y ballet, y visitarían fábricas y granjas modelo. Entre los asistentes se rumoreaba que en algún momento Stalin haría acto de presencia.

A Amelia le encargaron que acompañara a un grupo de periodistas a un encuentro con colegas rusos para debatir sobre los límites de la libertad de expresión.

Mientras se dirigía con ellos a la sala donde se iba a celebrar el encuentro escuchó que la llamaban por su nombre.

– Pero si es… ¿Amelia? ¿Amelia Garayoa?

Ella se volvió y se encontró frente a un hombre a quien al principio no reconoció. Le hablaba en francés y la miraba sorprendido.

– Soy Albert James, nos conocimos en París, en La Coupole. Nos presentó Jean Deuville, y usted estaba con Pierre Comte. ¿Se acuerda?

– Sí, ahora sí, perdone que no le haya reconocido a la primera, es usted la última persona que pensaba encontrarme aquí -respondió Amelia.

– Bueno, yo tampoco esperaba encontrarla en Moscú, y mucho menos trabajando para los soviéticos. ¿Ya ha visto a Jean Deuville?

– No, no le he visto, no sabía que estaba invitado a este congreso.

– Bueno, es un poeta, y además comunista, no podía faltar, pero dígame ¿Y Pierre? ¿Está aquí con usted?

Amelia palideció. No sabía qué responder. Notaba las miradas de algunos periodistas, pero sobre todo la de los funcionarios soviéticos, muy atentos a la conversación que mantenía con Albert James.

– Sí, está aquí.

– Estupendo, supongo que podremos verle. Además de Jean hay unos cuantos amigos de Pierre que también han sido invitados a este congreso.

Durante el encuentro entre los periodistas rusos y europeos Albert James se mostró especialmente combativo. Frente a sus colegas soviéticos, que defendían la intervención del estado en los medios de comunicación como garante de los intereses generales, Albert James defendía la libertad de expresión sin límites ni tutelas. Sus posiciones incomodaban a los soviéticos y en algún momento el debate adquirió tintes de crispación.

Cuando terminó la sesión, Albert James se acercó a Amelia, que no había dejado de mirarle ni un solo momento.

– Con quién está de acuerdo, ¿con ellos o conmigo? -le preguntó él, sabiendo que la ponía en un aprieto.

– Prefiero la libertad absoluta -respondió ella, sin ignorar que los otros funcionarios soviéticos no perdían palabra de lo que decían.

– ¡Menos mal! Aún no la han echado a perder.

– Vamos, señor James, es la hora del almuerzo -le apremió ella-, y luego deben continuar debatiendo.

– ¡Uf, es demasiado para mí! Preferiría pasear por Moscú. Ya he discutido bastante durante la mañana. ¿Por qué no me acompaña?

– Porque no está previsto que ni usted ni nadie pasee ahora por la ciudad, sino que continúen trabajando después del almuerzo, de manera que cumpla con el programa -respondió Amelia.

– No sea tan rígida… comprenderá que venir a Moscú ha sido una oportunidad que no podía dejar pasar, pero este congreso me aburre, ya me he dado cuenta de que no va a servir de nada.

Por la noche Amelia volvió a encontrarse a Albert James en el teatro durante una representación de El Lago de los Cisnes. Albert estaba junto a Jean Deaville y los dos hombres estaban buscándola.

Jean la abrazó y le dio dos besos. Se alegraba de verla pero, sobre todo, quería saber de su amigo.

– ¿Dónde está Pierre? Quiero verlo cuanto antes. Cuando termine la representación podemos acompañarte a casa, se llevará una sorpresa -propuso Jean.

– No, no es posible. Ya lo veréis en otro momento -respondió Amelia, incómoda.

– Quiero darle una sorpresa -insistió Jean.

– Hoy no, Jean, quizá mañana.

Varios funcionarios soviéticos no dejaban de fijarse en la familiaridad que Amelia tenía con aquellos dos hombres, de manera que, en medio de la representación del ballet, Amelia sintió una mano que se apoyaba en su hombro, y al volver la mirada se encontró con Anushka, que le susurró que saliera del palco.

– ¿Quiénes son esos hombres? -le preguntó.

– Albert James es periodista y Jean Deuville, poeta, pero tú deberías conocerlos, son vuestros invitados.

– ¿De qué los conoces?

– Son unos amigos de Pierre que conocí en París. Insisten en verlo. Pero no sólo ellos, hay unas cuantas personas más que lo conocen en este congreso, y al verme todos me preguntan por él.

Anushka se lamentó de haber elegido a Amelia para aquel trabajo, puesto que su presencia se había convertido en un problema.

– ¿Qué les has dicho?

– Quieren acompañarme a casa para darle una sorpresa a Pierre, pero les he dicho que hoy no es posible, que le verán en otro momento.

Y al pronunciar esas palabras Amelia se dio cuenta de que podía crear un problema a los soviéticos si los amigos de Pierre insistían en verle y no lo conseguían.

– Diles que está fuera de Moscú, que ha regresado a Buenos Aires -le ordenó Anushka.

– Lo siento, les he dicho que está aquí, y que podrán verle en cualquier momento, no se me ha ocurrido otra cosa -respondió Amelia, intentando parecer inocente.

De vuelta a su palco se dedicó a mirar descaradamente a Albert James intentando llamar su atención. Éste notó su mirada y le sonrió; poco antes de que terminara la representación se presentó en su palco. Anushka, que no les perdía de vista, también acudió de inmediato. No sabía por qué, pero le inquietaba la relación de Amelia con aquel hombre.

– ¿Ha cambiado de opinión y me enseñará Moscú, aunque sea de noche?

– Imposible, mañana tienen que empezar a trabajar temprano.

– Noto algo raro en usted, Amelia, y no sé qué es…

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