Julia Navarro
Dime quién soy
Para mi madre, sin ella no habría llegado hasta aquí.
Para mis abuelos Teresa y Jerónimo,
por su cariño y generosidad,
y por lo mucho que he aprendido de ellos.
Y para mi querida amiga Susana Olmo,
por las muchas risas compartidas. .
– Eres un fracasado. -Soy una persona decente.
Mi tía levantó la vista del folio que tenía en las manos. Lo había estado leyendo como si el contenido del escrito fuera una novedad para ella. Pero no lo era. En aquel currículo estaba resumida mi breve y desastrosa vida profesional.
Me miró con curiosidad y siguió leyendo, aunque yo sabía que no había mucho más que leer. Me había llamado fracasado no con ánimo de ofenderme, sino como quien afirma algo evidente.
El despacho de mi tía resultaba agobiante. En realidad lo que me incomodaba era su actitud altiva y distante, como si por haber triunfado en la vida le estuviera permitido mirarnos al resto de la familia por encima del hombro.
Me caía mal, pero yo tampoco había sido nunca su sobrino favorito, por eso me sorprendió cuando mi madre me dijo que su hermana quería verme con urgencia.
La tía Marta se había convertido en la matriarca de la familia, incluso dominaba a sus otros dos hermanos, el tío Gaspar y el tío Fabián.
Se le consultaba todo, y nadie tomaba una decisión sin haber recibido su visto bueno. A decir verdad, yo era el único que la evitaba y quien, al contrario que el resto de mis primos, nunca buscaba su aprobación. Pero allí estaba ella, orgullosa de haber salvado y triplicado el patrimonio familiar, un negocio dedicado a la compraventa y reparación de maquinaria, gracias, entre otras razones, a su oportuno matrimonio con el bueno de su marido, el tío Miguel, por quien yo sentía una secreta simpatía.
El tío Miguel había heredado un par de edificios en el centro de Madrid, cuyos inquilinos le reportaban buenas rentas todos los meses. Más allá de reunirse con el administrador de los edificios una vez al mes, nunca había trabajado. Su única preocupación consistía en coleccionar libros raros, jugar al golf y escapar con la menor excusa de la mirada vigilante de mi tía Marta, a quien había cedido gustoso esas reuniones mensuales con el administrador sabiendo que ella tenía la inteligencia y la pasión necesarias para acertar en todo cuanto hacía.
– Así que tú al fracaso lo llamas ser una persona decente. Entonces, ¿crees que todos los que triunfan son indecentes?
Estuve a punto de decir que sí, pero eso me habría supuesto tener un disgusto con mi madre, de manera que decidí dar una respuesta más matizada.
– Verás, en mi profesión ser decente suele conducir a que te quedes sin empleo. No sabes cómo está el periodismo en este país. O estás alineado con la derecha o lo estás con la izquierda. No eres más que una correa de transmisión de las consignas de uno o de otro. Pero intentar contar simplemente lo que pasa y opinar honradamente, te lleva a la marginación y al paro.
– Siempre te había tenido por un chico de izquierdas -dijo mi tía con cierta sorna-. Y ahora gobierna la izquierda…
– Ya, pero el gobierno quiere que los periodistas afines cierren los ojos y la boca ante sus errores. Criticarlos significa el extrañamiento. Dejan de considerarte uno de los suyos y, claro, como tampoco eres de los otros, te quedas en tierra de nadie, o sea en el paro, como estoy yo.
– En tu currículo pone que ahora trabajas en un periódico digital. ¿Cuántos años tienes?
Me fastidió la pregunta. Ella sabía perfectamente que estaba en la treintena, que era el mayor de los primos. Pero era su forma de demostrarme el desinterés que sentía por mí. Así que decidí no decirle cuántos años tenía puesto que era evidente que ella ya lo sabía.
– Sí, hago crítica literaria en un periódico de internet. No he encontrado otra cosa, pero al menos no tengo que pedir dinero a mi madre para comprar tabaco.
Mi tía Marta me miró de arriba abajo, como si fuera la primera vez que me veía, y pareció vacilar antes de decidirse a hacerme su propuesta.
– Bien, te voy a ofrecer un trabajo y además bien pagado. Confío en que estés a la altura de lo que esperamos de ti.
– No sé lo que quieres ofrecerme pero mi respuesta es no; aborrezco los gabinetes de prensa de las empresas. Si he venido a verte es porque me lo ha pedido mi madre.
– No pienso ofrecerte ningún puesto en la empresa -respondió como si fuera una locura el que yo pudiera trabajar en la empresa familiar.
– Entonces…
– Entonces quiero hacerte un encargo para la familia, algo más personal; en realidad, algo privado.
Mi tía continuaba mirándome sin estar segura de si no estaría equivocándose con su propuesta.
– Se trata de que investigues una vieja historia familiar: una historia relacionada con tu bisabuela, mi abuela.
Me quedé sin saber qué decir. La bisabuela era tema tabú en la familia. No se hablaba de ella; y mis primos y yo apenas habíamos logrado saber algo del misterioso personaje, de quien estaba prohibido preguntar y de quien no existía ni una sola fotografía.
– ¿La bisabuela? ¿Y qué es lo que hay que investigar?
– Ya sabes que soy yo quien tiene casi todas las fotos de la familia, y había pensado hacer un regalo a mis hermanos las próximas Navidades. Por eso empecé a seleccionar fotografías antiguas para encargar copias. También busqué entre los papeles y documentos de mi padre, porque recordaba haber visto alguna más entre sus cosas y, efectivamente, encontré algunas y… bueno, entre los papeles había un sobre cerrado, lo abrí y allí estaba esta foto…
Mi tía se volvió hacia la mesa de despacho y cogió un sobre del que sacó una fotografía. Me la dio vacilando, como si temiese que yo fuera un manazas y aquella imagen no fuera a estar segura en mis manos.
El retrato tenía los bordes rotos y el paso del tiempo lo había impregnado de una pátina amarillenta, pero aun así resultaba fascinante la imagen de una joven sonriente vestida de novia y con un ramo de flores.
– ¿Quiénes?
– No lo sé. Bueno, creemos que puede ser nuestra abuela, tu bisabuela… Se la enseñé a tu madre y a mis hermanos y todos coincidimos en que nuestro padre se parecía a ella. El caso es que hemos decidido que ha llegado la hora de indagar qué pasó con nuestra abuela.
– ¿Así, de repente? Nunca nos habéis querido decir nada sobre ella. Y ahora tú encuentras una foto que crees que puede ser de nuestra antepasada y decides que hay que averiguar qué pasó.
– Tu madre te habrá contado algo sobre ella…
– Mi madre me ha contado lo mismo que tú has contado a tus hijos: prácticamente nada.
– No es que nosotros sepamos demasiado; nuestro padre nunca hablaba de ella, ni siquiera el paso del tiempo le mitigó el dolor de su pérdida.
– Por lo que sé, no la conoció. ¿No lo abandonó cuando era un recién nacido?
Mi tía Marta parecía dudar entre contarme todo lo que sabía o despedirme de inmediato. Supongo que pensaba que a lo mejor yo no era la persona adecuada para abordar el asunto que se traía entre manos.
– Lo que sabemos -respondió- es que nuestro abuelo, o sea, tu bisabuelo, se dedicaba a la importación y venta de maquinaria, sobre todo de Alemania. Viajaba mucho, y no solía decir ni cuándo se iba ni, menos aún, cuándo pensaba regresar, lo que, como puedes suponer, no debía de gustar nada a su mujer.
Читать дальше