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Julia Navarro: Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos. Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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– ¿Amelia María?

– Sí, para distinguirnos unas Amelias de las otras, unas se llaman simplemente Amelia y otras, Amelia María.

– ¿Y estas dos señoras ha dicho usted que son sus tías abuelas?

Amelia dudó si debía responder a mi pregunta. Finalmente habló.

– Sí. Esta es la casa familiar; cuando me quedé viuda, me vine a vivir con ellas, son muy mayores. Mi hija vive en Estados Unidos. Somos una familia muy unida; tías, sobrinas, nietos… en fin, nos queremos y cuidamos los unos de los otros.

– Eso está muy bien -respondí por decir algo.

– Son muy mayores -insistió-. Las dos pasan de los noventa, aunque tienen buena salud. Le llamaremos -dijo mientras me cerraba la puerta.

Cuando llegué a la calle tenía la sensación de estar noqueado. La escena vivida me parecía surrealista, aunque en realidad también lo era el encargo de tía Marta y mi desfachatez presentándome en una casa ajena para preguntar a unas desconocidas si sabían algo de mi bisabuela.

Decidí no comentarle nada a mi tía, al menos quería esperar a ver si las señoras decidían llamarme y volver a verme o si, por el contrario, me cerraban su puerta para siempre.

Pasé varios días pendiente del teléfono, y cuanto más pensaba en aquellas mujeres, más seguro estaba de que había encontrado una pista; lo que no sabía es adonde podía llevarme.

– ¿Guillermo Albi? Buenos días, soy Amelia María Garayoa.

Aún no me había levantado, eran las ocho de la mañana, y el sonido del teléfono me produjo un sobresalto, pero mucho mayor fue el escuchar la voz de aquella Amelia Garayoa.

– Buenos días -balbuceé sin saber qué decir.

– ¿Le he despertado?

– No… no… bueno, en realidad sí, anoche estuve leyendo hasta tarde…

– Ya. Bueno, da lo mismo. Mis tías quieren verle, han decidido hablar con usted. ¿Puede venir esta tarde?

– ¡Sí! ¡Claro que sí!

– Bien, si le parece lo esperamos en casa a las cinco.

– Allí estaré.

No colgó el teléfono. Parecía dudar antes de seguir hablando. Oía su respiración al otro lado de la línea. Por fin habló. Su voz había cambiado de tono.

– Si por mí fuera usted no volvería a pisar nuestra casa, creo que sólo nos va a traer problemas, pero mis tías han tomado la decisión y yo no puedo más que respetarla. Ahora bien, le aseguro que si intenta perjudicarnos, acabaré con usted.

– ¿Cómo dice? -pregunté sobresaltado por la amenaza.

– Sé quién es usted, un periodista sin fortuna, un individuo conflictivo que ha tenido problemas en todos los medios en los que ha trabajado. Y le aseguro que si su comportamiento excede lo que yo creo razonable, haré lo imposible porque no pueda volver a encontrar trabajo el resto de su vida.

Colgó el teléfono sin darme tiempo a replicar. Por lo pronto, ya sabía que la tal Amelia María Garayoa había estado investigándome, mientras que yo había cometido el error de quedarme sentado a la espera de una llamada en lugar de haber indagado en la vida de aquellas extrañas mujeres. Me dije a mí mismo que como periodista de investigación estaba resultando un auténtico desastre, aunque como procuro ser benevolente con mis defectos, también me dije que lo mío nunca había sido la investigación, sino la crónica política.

Fui a comer a casa de mi madre, con la que terminé discutiendo a propósito de mi futuro inmediato. A mi madre no le parecía mal que hubiese aceptado el encargo de tía Marta, puesto que eso significaba ganar tres mil euros al mes, pero me recordó que ese sueldo tenía fecha de caducidad, que en cuanto averiguara cuatro cosas sobre la bisabuela y escribiera el relato, debería volver a vivir de mi profesión, y según ella, no estaba buscando ningún trabajo mejor que el de crítico literario en un periódico digital.

Mi madre consideraba que un periódico digital era igual a nada, puesto que a ella jamás se le ocurriría encender el ordenador para leer el diario en la red; de manera que lo que yo hacía le parecía irrelevante. Razón no le faltaba, pero yo estaba demasiado nervioso para escuchar sus quejas, y tampoco quería sincerarme contándole que iba a visitar esa misma tarde a las ancianas. Estaba seguro de que no me habría guardado el secreto y se lo habría contado a tía Marta.

A las cinco menos cinco entraba en el portal de la casa de las Garayoa. Esta vez el portero no me puso inconvenientes.

Abrió la puerta el ama de llaves, quien, con un breve «buenas tardes» seguido de «pase, las señoras le esperan», me acompañó hasta el salón de la chimenea, allí donde había estado la vez anterior.

Las dos ancianas me recibieron con gesto serio. Me sorprendió no ver a su sobrina nieta, Amelia María, así que pregunté por ella.

– Está trabajando, suele terminar tarde. Es broker, y a estas horas suele tener mucha tarea pendiente de la Bolsa de Nueva York -me explicó una de las ancianas.

En esta ocasión, la que parecía más mayor vestía con un traje negro, mientras que la otra, que había vuelto a optar por un jersey de color gris, más oscuro que el anterior, también lucía un collar de perlas.

– Le explicaremos por qué hemos decidido hablar con usted -dijo la anciana de negro.

– Yo se lo agradezco -respondí.

– Amelia Garayoa es… bueno, mejor dicho, era familiar nuestro. Sufrió mucho cuando tuvo que separarse de su hijo Javier. Nunca se lo perdonó a sí misma. No se puede volver sobre el pasado para deshacerlo, pero ella siempre sintió esa deuda. Jamás pudo pagarla, no supo cómo. Sí le podemos decir que no hubo ni un momento de su vida en que no pensara en Javier.

Pareció dudar antes de proseguir.

– Le ayudaremos.

Escuché con asombro las palabras de la anciana vestida de negro. Hablaba con voz cansina, como si le costara decir aquellas palabras, y no sé por qué, pero sentí que remover el pasado iba a provocarles un enorme dolor.

La anciana de negro se había quedado en silencio, observándome, como buscando fuerzas para proseguir.

– Les estoy muy agradecido por haber decidido ayudarme… -dije, sin saber muy bien qué más añadir.

– No, no nos lo agradezca; usted es el nieto de Javier, y además le pondremos condiciones -replicó la anciana de gris.

Me di cuenta de que su sobrina nieta, Amelia Garayoa, no me había dicho sus nombres; en realidad no me las había presentado, y por eso yo mentalmente las identificaba por el color de la ropa. No me atrevía a preguntarles cómo se llamaban dada la solemnidad que estaban imprimiendo a aquel momento.

– Además, no le va a resultar nada fácil enterarse de la historia de su bisabuela -intervino de nuevo la anciana de negro.

Estas últimas palabras me dejaron perplejo. Primero me decían que me iban a relatar la historia de mi antepasada y luego me anunciaban que ese conocimiento no estaría exento de dificultad, pero ¿por qué?

– Nosotras no podemos contar lo que no sabemos, pero sí orientarle. Lo mejor será que rescate usted del pasado a Amelia Garayoa, que siga todos y cada uno de sus pasos, que visite a algunas personas que la conocieron, si es que aún viven, que reconstruya su vida desde los cimientos. Sólo así podrá escribir su historia.

Quien hablaba ahora era la anciana de gris. Tenía la impresión de estar convirtiéndome en un títere de las dos mujeres. Ellas movían los hilos, ellas iban a dictar las condiciones para permitir asomarme a la vida de mi antepasada, y no me darían ninguna otra opción que no fuera la de atenerme a sus deseos.

– De acuerdo -dije a regañadientes-, ¿qué tengo que hacer?

– Paso a paso, iremos paso a paso -continuó hablando la anciana de gris-. Antes de empezar, tiene que comprometerse a algunas cosas.

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