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Julia Navarro: Dime quién soy

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La esperada nueva novela de Julia Navarro es el magnífico retrato de quienes vivieron intensa y apasionadamente un siglo turbulento. Ideología y compromiso en estado puro, amores y desamores desgarrados, aventura e historia de un siglo hecho pedazos. Una periodista recibe una propuesta para investigar la azarosa vida de su bisabuela, una mujer de la que sólo se sabe que huyó de España abandonando a su marido y a su hijo poco antes de que estallara la Guerra Civil. Para rescatarla del olvido deberá reconstruir su historia desde los cimientos, siguiendo los pasos de su biografía y encajando, una a una, todas las piezas del inmenso y extraordinario puzzle de su existencia.

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– Sí, eso está claro.

– Oiga, era mi abuelo, se apellidaba Fernández y no sé por qué. ¿No cree que tengo derecho a saber cómo se llamaba mi bisabuela?

– Mire usted, desconozco cuáles son sus problemas familiares y además no me interesan. Yo solamente cumplo con mi obligación y no puedo darle ninguna partida de nacimiento original de su abuelo. Y ahora, si no le importa, tengo mucho trabajo…

Cuando se lo conté a mi madre, me di cuenta de que no le sorprendía nada la escena con la funcionarla. Pero tengo que reconocer que me dio una pista que podía servirme para empezar. -Al abuelo, lo mismo que a nosotros y también a vosotros, sus nietos, lo bautizaron en la iglesia de San Juan Bautista. Allí se casó, y allí nos hemos casado nosotros y espero que algún día también tú te cases en esa iglesia.

No respondí que por el momento mi único compromiso serio era con el banco que me había concedido el préstamo para comprarme un apartamento. Había firmado una hipoteca a pagar durante los siguientes treinta años.

La iglesia de San Juan Bautista necesitaba con urgencia una reparación de la cúpula; así me lo contó don Antonio, el viejo párroco, que se lamentaba de la desidia de los feligreses ante el estado del edificio.

– La gente da cada vez menos limosnas. Antes siempre encontrabas un benefactor para hacer frente a estos problemas, pero ahora… ahora los ricos prefieren poner en marcha fundaciones para desgravar impuestos y defraudar al fisco, y no dan un duro para estas cosas.

Lo escuché pacientemente porque el pobre anciano me caía bien. Me había bautizado, dado la primera comunión, y, si por mi madre fuera, también me casaría, aunque la verdad es que lo encontraba muy mayor para tan larga espera.

Don Antonio se quejó durante un buen rato antes de preguntarme qué quería.

– Me gustaría ver la partida de bautismo de mi abuelo Javier.

– Tu abuelo don Javier sí que se portó bien con esta parroquia -recordó don Antonio-. ¿Y para qué quieres su partida de bautismo?

– Mi tía Marta quiere que escriba una historia familiar y necesito saber algunas cosas. -Decidí responder diciendo casi toda la verdad.

– Pues no creo que sea fácil.

– ¿Porqué?

– Porque todos los documentos antiguos están en los archivos del sótano; durante la guerra se revolvieron los registros parroquiales y ahora están desordenados. Tendríamos que volver a ordenar todo lo que hay abajo, pero el obispo no me quiere mandar un cura joven que sepa de archivos y yo ya no tengo edad para poner en orden tantos papeles y documentos; y, claro, tampoco te voy a dejar que andes mirando sin ton ni son.

– No le prometo nada, pero puedo hablar con mi tía Marta para ver si quiere ayudar a la parroquia contratando a una bibliotecaria o archivera que le ayude a usted a poner orden…

– Eso estaría muy bien, pero no creo que a tu tía Marta le importe mucho el estado de los documentos de esta parroquia. Además, apenas la vemos por aquí.

– De todos modos, se lo voy a pedir, por intentarlo no perdemos nada.

Don Antonio me miró con agradecimiento. Era un pedazo de pan, uno de esos curas que con su bondad justifican a la Iglesia católica.

– ¡Que Dios te ayude! -exclamó.

– Pero mientras tanto me gustaría que me dejara buscar la partida de bautismo de mi abuelo. Le prometo que no voy a curiosear en ningún papel ni documento que no tenga que ver con lo que busco.

El viejo sacerdote me miró fijamente intentando leer en mis ojos la verdad de mis intenciones. Sostuve la mirada mientras componía la mejor de mis sonrisas.

– De acuerdo, te dejaré entrar en el sótano, pero me darás tu palabra de que sólo buscarás la partida de bautismo de tu abuelo y no te dedicarás a curiosear… confío en ti.

– ¡Gracias! Es usted un cura estupendo, el mejor que he conocido nunca -exclamé lleno de agradecimiento.

– No creo que conozcas a muchos curas, tú tampoco vienes demasiado a la iglesia, de manera que la estadística me favorece -respondió don Antonio con ironía.

Cogió las llaves del sótano y me guió a través de una escalera oculta tras una trampilla situada en la sacristía. Una bombilla sujeta a un cable que se balanceaba era la única luz de aquel lugar lleno de humedad que, al igual que la cúpula de la iglesia, también necesitaba una buena reforma. Olía a cerrado y hacía frío.

– Me tendrá que indicar usted por dónde tengo que buscar.

– Aquí hay un poco de desorden… ¿En qué fecha nació tu abuelo?

– Creo que en 1935…

– ¡Pobrecillo! En vísperas de la guerra civil. Mal momento para nacer.

– En realidad, ningún momento es bueno -respondí yo por decir algo, aunque inmediatamente me di cuenta de que había dicho una estupidez porque don Antonio me miró con severidad.

– ¡No digas eso! ¡Precisamente tú! Los jóvenes de hoy en tita no sois conscientes de los privilegios que tenéis, os parece natural tener de todo… por eso no apreciáis nada -refunfuñó.

– Tiene usted razón… He dicho una tontería.

– Pues sí, hijo, sí, has dicho una tontería.

Don Antonio iba de un lado a otro mirando archivadores, revolviendo entre cajas alineadas contra la pared, abriendo arquetas… Yo lo dejaba rebuscar a la espera de que me dijera qué hacer. Por fin, señaló tres archivadores.

– Me parece que ahí está el libro de bautismos de esos años. Verás, hubo niños a los que bautizaron mucho tiempo después de nacer, no sé si sería el caso de tu abuelo. Si no lo encuentras ahí, tendremos que buscar en las cajas.

– Espero tener suerte y encontrarlo…

– ¿Cuándo vas a empezar?

– Ahora mismo, si no le importa.

– Bueno, yo tengo que preparar la misa de doce. Cuando termine, bajaré para ver cómo vas.

Me quedé solo en aquel sótano lúgubre pensando en que los tres mil euros de la tía Marta me los iba a ganar con creces.

Pasé toda la mañana y parte de la tarde dejándome la vista en el libro de bautismo, descolorido por el transcurso del tiempo, pero sin encontrar nada de mi abuelo Javier.

A las cinco de la tarde ya no soportaba el picor en los ojos; el hambre golpeaba mi estómago con tal insistencia que no pude ignorarlo por más tiempo. Regresé a la sacristía y pregunté por don Antonio a una beata que estaba doblando los manteles de misa.

– Está en la rectoría, descansando, hasta las ocho no hay misa. Me ha dicho que si aparecía usted, se lo dijera. Si quiere verlo, salga por ese pasillo y llame a una puerta que encontrará. Comunica la iglesia con la vivienda de don Antonio.

Le agradecí las indicaciones aunque conocía perfectamente el camino. Encontré al sacerdote con un libro en las manos, pero parecía estar dormitando. Lo desperté para darle cuenta del fracaso de mis pesquisas, y le pedí permiso para regresar al día siguiente temprano. Don Antonio me citó a las siete y media, antes de la primera misa de la jornada.

Por la noche llamé a mi tía Marta para pedirle que hiciera alguna donación a la iglesia de San Juan Bautista. Se enfadó conmigo por la petición, recriminándome que no tuviera más consideración por el modo de gastar el dinero de la familia. La engañé diciéndole que don Antonio era fundamental para la investigación que estaba llevando a cabo y que en mi opinión, debíamos tenerle contento para que colaborara. Pensé que el pobre cura se habría llevado un disgusto si me hubiera escuchado hablar así de él, pero a mi tía Marta no la habría convencido de otra manera. A ella poco le importaba la bondad de don Antonio y sus dificultades para sacar adelante su iglesia. Así que la convencí de que al menos hiciera una donación en metálico para ayudar a la reparación de la cúpula.

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