He empezado el chaleco, pero he tenido que deshacer otra vez la colcha porque me estaba saliendo aún peor que antes. No sé qué me pasa.
Noticias siempre buenas del frente, todo el mundo está contento de que nuestros muchachos le hayan bajado los humos a Mussolini; le ha tocado aprender «me kinei Kamarinan» por las malas, ¿no crees? Hemos sabido que nuestros muchachos están sacando tanques italianos de la nieve y el barro y que los utilizan contra sus antiguos propietarios. Bravo por nosotros. Y dicen que hemos tomado Argyrokastro, Korytsa y Aghioi Saranda, pero siguen llegando rumores de que Metaxas no se encuentra bien.
¿Has visto el nuevo cartel que hay por todas partes? Por si no lo has visto, sale uno de nuestros hombres caminando a zancadas con la mano de la Virgen llevándolo del brazo, los dos con la misma expresión, y la inscripción dice: «Victoria. Libertad. La Virgen está con él.» A todos nos ha parecido buenísimo.
Papá se está dejando el bigote más poblado para darle aspecto más patriótico. Me alegro de que ya no se ponga cera, porque cuando le daba un beso en la mejilla estaba áspero y me pinchaba. Ahora me hace cosquillas. Espero que te hayas dejado la barba para tener la cara más caliente.
Mandras, en serio que deberías escribir a tu madre, está muy inquieta. Se trata tanto de una cuestión de philotimo como de luchar por tu país. El honor tiene muchos rostros, y uno de ellos es ser bueno con tu madre, creo yo. Pero no te critico, sólo pensaba que debía recordártelo.
Tu prometida, que te quiere, Pelagia.
En la semana de Apokrea
Agapeton:
Ésta es la carta número cien que te mando y aún no sabemos nada. Papakis dice que es mejor no tener noticias que tenerlas malas, así pues no sé si estoy triste o tranquila. Doy gracias a Dios de que tu nombre no haya aparecido en la lista de víctimas que exhiben en Argostolion. Has de saber que Kokolios ha perdido dos hijos (Gerasimos y Yanaros) y que se lo ha tomado muy mal. Le tiemblan los labios al hablar, está siempre lloroso y le ha dado por trabajar tanto que hasta trabaja por la noche. Dice que no culpa a los italianos sino a los rusos, que no han cumplido con su deber de combatir al fascismo. Dice también que Stalin no puede considerarse un verdadero comunista, y desde que el Imperio Británico echó a los italianos de Somalia y capturó a doscientos mil en Libia, va por ahí besando un retrato de Winston Churchill que recortó de un periódico. El otro día, cuando papakis se enteró del ultimátum de Hitler para que los griegos dejásemos de hacer la guerra a los italianos, se afeitó todo el bigote porque incluso un bigote tan poblado y patriótico recuerda demasiado al de Hitler. Desde la muerte de Metaxas, papá lleva siempre un brazalete negro, y jura que no se lo quitará hasta que termine la guerra. Aún estamos muy apenados por la muerte del viejo, pero no vamos a permitir que eso nos debilite. Estamos absolutamente convencidos de que Papagos nos conducirá a la victoria.
Este año apenas ha habido carnaval, pues todos los jóvenes están en la guerra, y es como si ya fuese Cuaresma. Todos ayunamos nos guste o no, y no creo que la próxima Pascua vaya a ser una fiesta. No será lo mismo sin huevos pintados ni tsoureki ni kokoretsi ni mayeritsa ni cordero asado. Espero que huevos sí habrá, pero aparte de eso seguramente tendremos que comer cuero para zapatos con salsa de avgolemono. Se me hace la boca agua sólo de pensar en todas las cosas que no podemos comer, y no veo el día en que todo vuelva a la normalidad.
Desde diciembre hemos tenido unas tormentas horribles, y no ha dejado de hacer mucho frío y viento. Tengo casi terminado tu chaleco y aunque no es tan bonito como esperaba, creo que te quedará muy bien. El mal tiempo me deja bastantes horas para la labor, aunque no es fácil cuando las manos se te ponen moradas de frío. Cuando iba por la mitad de la colcha, Psipsina me vomitó encima y tuve que lavarla. No encogió, menos mal, pero cuando la puse a secar la cabra le pegó tres bocados. Me enfadé tanto que hasta le aticé con la escoba, y luego papá salió y me encontró hecha un mar de lágrimas. A él también le solté un escobazo. Deberías haber visto qué cara puso. En fin, tuve que deshacer la colcha otra vez y aprovechar la lana, pero empiezo a pensar que el destino quiere que me dedique a otra cosa.
Espero que estés bien y contento. Yo todavía aguardo ilusionada tu regreso, como todos.
Con todo mi amor, tu Pelagia, que aún te echa de menos.
La división Bari nos acogió a fin de que pudiéramos descansar y reagruparnos, pero los griegos atacaron con una cortina de fuego y los sorprendieron antes de que pudieran montar su artillería. Los de la división Julia tuvimos que volver a primera línea para salvarlos. Fue como si una parte de mi mente hubiera desaparecido, o como si mi alma se hubiera reducido a un diminuto punto de luz gris. No podía pensar en nada. Peleaba tenazmente, era un autómata sin emociones ni esperanzas, y si algo me preocupaba era que veía a Francesco cada vez más extraño. Había acabado convenciéndose de que algún día una bala le atravesaría el corazón, y por ello había cambiado al ratón Mario de su bolsillo habitual en la pechera a otro en la manga de la camisa. Le preocupaba que pudieran matar a los dos al mismo tiempo y me hizo prometer que cuidaría del animalillo si él moría.
Nuestras unidades estaban hechas un lío. Partes de otras divisiones fueron enviadas a la nuestra. Nadie conocía la jerarquía exacta del mando local. Un batallón novato formado por muchachos de campo mal entrenados llegó a un punto equivocado del mapa y fue aniquilado por los griegos. El 14 de noviembre los griegos iniciaron una ofensiva cuya furia despiadada ninguno de nosotros podía haber previsto.
Nos quedamos atrincherados con el macizo del Mrava a nuestra espalda. Esto es como no decir nada, a menos que uno sepa que es un lugar deshabitado, salvaje, lleno de cañadas y precipicios, de monstruosos despeñaderos, sin caminos, un sitio al que no podían acceder las provisiones que esperábamos. Estábamos en una tierra que los griegos han considerado siempre suya por derecho propio y que por dos veces han tenido que ceder por tratado. Ahora querían recuperarla. La niebla nos envolvía, la nieve nos rodeaba, y un maldito viento ártico soplaba del norte como el puño de un titán.
Abrieron profundas brechas en nuestras líneas y perdimos contacto con el resto de unidades. Tuvimos que retroceder. Pero no había dónde retroceder. Los morteros Brandt del enemigo eliminaban varios pelotones de una vez. No teníamos vendas ni hospitales de campaña. Un lloriqueante capellán me extrajo metralla del brazo sin anestesia en la cocina de una casa de campo sin techo y en ruinas. Hacía demasiado frío para notar el cuchillo que me abría la carne o la aguja que me horadaba la piel. Di gracias al cielo de haber sido yo el herido y no Francesco, y enseguida fui enviado de nuevo al combate. Vi que los hombres encargados de las recuas de mulos habían abandonado a los animales y luchaban a nuestro lado. Un comandante del servicio de abastecimiento había sustituido a nuestro oficial, muerto. «No quedan provisiones -nos dijo-, de modo que he venido a cumplir con mi deber. Confío en vuestros buenos consejos.» Este hombre admirable y honesto, habituado a amontonar mantas y hacer inventarios, perdió las entrañas en un ataque a la bayoneta que él dirigía empuñando heroicamente una pistola descargada. Fuimos completamente derrotados.
No sólo odio las polainas. Odio todo mi uniforme. Los hilos se pudrieron, la tela se acartonó y adquirió la rigidez de la roca. Aquella cosa inflexible acumulaba el frío como un frigorífico y me lo pegaba a la carne. Día a día pesaba más y era más áspera. Maté una cabra y me cubrí con su pellejo. Francesco despellejó a un mulo acribillado e hizo otro tanto. Koritsa fue abandonada al enemigo; ahora teníamos menos territorio que al empezar la campaña. Dejamos atrás nuestro equipo pesado. De todos modos ya no servía. Nos acostumbramos a las heridas ulceradas y a la fetidez de la gangrena. Mientras Koritsa era evacuada, los de la división Julia resistimos en el Epiro. No fue tan sencillo derrotarnos. Pero luego retrocedimos por los mismos caminos por los que habíamos avanzado. La división Centauro, por mor de la rapidez, dejó atrás sus tanques que habían quedado atascados en el lodo. Los griegos encontraron aquellos armatostes herrumbrosos, los recuperaron, los repararon y los emplearon contra nosotros. Nos enviaron un batallón de guardias aduaneros como refuerzo. Válgame el cielo. Conservamos una cabeza de puente en Perati. Para nada.
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